Meryl Streep: su amplia galería de personajes, sus malvadas brillantes y el rechazo ridículo de un director
En la distinción anunciada hoy en España, que será entregada en octubre próximo, se destacan los méritos artísticos de una “carrera brillante” en el cine y también su vocación de “artista incansable a favor de la igualdad”
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Lo primero que nos impresiona frente a cualquier biografía de Meryl Streep son los reconocimientos a su extraordinaria carrera en la pantalla. Son páginas y páginas enteras llenas de premios y distinciones al mérito escritas en letras de molde, entre las que por supuesto se destacan sus 21 nominaciones al Oscar entre 1979 y 2017, de las cuales nacieron tres triunfos: Kramer vs. Kramer (1980), La decisión de Sophie (1983) y La dama de hierro (2011).
Sin embargo, para construir hoy sin omisiones y con el mayor rigor posible el perfil de la actriz más admirada del cine estadounidense en las últimas décadas no debemos omitir el valor de su palabra. Desde que se anunció, hace pocas horas, a Streep como ganadora del premio Princesa de Asturias de las Artes 2023, no solo se vuelve a hablar en el mundo de una figura de ribetes excepcionales, dueña de una carrera brillante que ya lleva cinco décadas “encadenando interpretaciones en las que da vida a pesonajes femeninos ricos y complejos, que invitan a la reflexión y a la formación del espíritu crítico del espectador”, como dijo el jurado del prestigioso premio español al justificar la elección de este año.
Tras el anuncio oficial, lo que todos esperan ahora es el momento en que la actriz reciba el premio durante el próximo mes de octubre, en fecha todavía pendiente de confirmación, en el Teatro Campoamor de la ciudad de Oviedo, capital de la región de Asturias, y nos regale otro de sus memorables discursos que rubrican el otro gran fundamento de esta nueva consagración: la “honestidad y responsabilidad” en la elección de sus trabajos y su vocación de ser “activista incansable a favor de la igualdad”.
No hay presencia de Meryl Streep frente a un micrófono en medio de aplausos fervorosos que no se convierta en un acontecimiento imperdible, digno de ser recordado. Como cuando le respondió con altura al entonces presidente Donald Trump, quien la había definido como una de las actrices “más sobrevaloradas” de Hollywood y “lacaya” de Hillary Clinton, cuya candidatura a la Casa Blanca apoyó de manera incondicional: “Podemos ser percibidos como frívolos, con nuestros nombres escritos con grandes letras iluminadas –le contestó al magnate-. Todo eso, la parte más tonta de nuestro trabajo, nos convierte en idóneos para ridiculizar. Pero ahora asistimos a una coalición de Hollywood con otros muchos grupos desautorizados por el Presidente. Con la comunidad artística, con los medios… Esa va a ser una alianza muy poderosa”.
El nombre de Streep nunca aparecerá entre los que identifican a aquello que desde la mirada más mundana, frívola o superficial identifica al universo de Hollywood. Frente a su magnética presencia, la equívoca imagen de belleza que suele imponerse en ese mundo aparece más efímera que nunca. La flamante ganadora del Princesa de Asturias responde con el poder de un atractivo mucho más perdurable. Sidney Pollack tuvo que reconocer que su capacidad de seducción desde la pantalla bastaba y sobraba para enamorar a Robert Redford en Africa mía (1986) y modificar su opinión inicial, porque para el director, en un principio, ella no era lo suficientemente sexy para el papel.
¿Quién otra que Streep podría ocupar en nuestra memoria el papel de Francesca, protagonista del fugaz e inolvidable romance con el fotógrafo personificado por Clint Eastwood en Los puentes de Madison (1995)? ¿No es acaso ella, mucho antes, la única dueña posible del apasionado romanticismo que subyuga a Jeremy Irons en La amante del teniente francés (1982)? Dos tiempos en la vida de Streep y una misma capacidad para que grandes galanes de la pantalla caigan rendidos a sus pies cada vez que volvemos a verlas.
“¡Che brutta!” (Qué fea), dijo el productor Dino de Laurentiis al verla cuando buscaba una joven figura para protagonizar la remake de King Kong estrenada en 1976, papel que finalmente quedó en manos de Jessica Lange. El tiempo terminó dándole una y otra vez la razón a la actriz frente a aquella precipitada opinión del entonces poderosísimo productor italiano. Ese rechazo demoró el debut de Streep en el cine, pero terminó realzando la imperecedera fascinación que ejerce hasta hoy.
Desde su debut en la pantalla grande con un breve papel en Julia (1977), de Fred Zinnemann, lo que menos importó al ver a Streep es su edad. Ese talento único para desaparecer detrás de la máscara de un personaje y al mismo tiempo ser reconocida e identificada por encima de cualquier papel resultó el mejor aliado para superar el miedo más grande que enfrenta cualquier actriz: la de desafiar el paso del tiempo.
A lo largo de los años y de las décadas Streep fue sumando nuevos y excepcionales rostros de ficción a una galería maravillosa. La lista de películas por las que fue nominada al Oscar es la mejor antología: a las mencionadas Kramer vs. Kramer, La amante del teniente francés, Africa mía y Los puentes de Madison se suman El francotirador (1979), La decisión de Sophie (1983), Silkwood (1984), El amor es un eterno vagabundo (1989), Recuerdos de Hollywood (1991), Las cosas que importan (1998), Música del corazón (1999), Las horas (2002), La duda (2008), Julie y Julia (2009), Florence (2016), The Post: los secretos oscuros del Pentágono (2017).
Hay más: desde Manhattan (1979) hasta su primer memorable papel de villana, el de El diablo viste a la moda (2007), y apariciones imposibles de olvidar en La muerte le sienta bien (1992), El embajador del miedo (2004) o Agosto (2013). La indiscutida reina del drama, la dueña absoluta de todos los acentos imaginables en la pantalla (británica, australiana, danesa, irlandesa) también se animó a brillar en la comedia o a sorprender por sus dotes para cantar y bailar en musicales que llegaron a su vida en momentos que cualquier otra actriz consideraría tardíos o superados. La espléndida madurez de Streep queda representada tanto en personajes de la vida real a los que supo adaptarse sin perder identidad propia (la Margaret Thatcher de La dama de hierro o la Katherine Graham de The Post) como sus festivas apariciones a puro movimiento en Mamma Mia! (2008) y Entre la fama y la familia (2013).
Nadie envejeció mejor en la pantalla, adaptándose a personajes que en cada momento representaban la edad que tenía en la vida real sin necesidad de apliques, maquillajes excesivos o simulacros que tratan por lo general sin suerte de disimular el paso del tiempo. Todo eso resultó para Streep asombrosamente natural. “Nunca tuve el control de los guiones: soy como la chica que espera para que la saquen a bailar”, confesó una vez. Su influencia en cada nuevo proyecto quedó igual a la vista.
Tampoco se dedicó a manejar de manera escrupulosa el rumbo de su carrera, concentrando su tiempo en el calculado análisis del siguiente papel. Siempre prefirió dedicar ese tiempo a la crianza de sus cuatro hijos e instalada en una holgada vivienda de Pasadena, próxima a Hollywood pero a la vez alejada de sus ruidos más molestos.
El capítulo más reciente de la carrera de Meryl Streep, los más cercanos al momento actual de su vida (cumplirá 74 años el 22 de junio próximo) tiene que ver con la televisión y algunas producciones que no dejan de destacarse, en buena medida por el magnetismo de su presencia, en las plataformas de streaming: un nuevo aporte a su pequeña gran galería de villanas en la segunda temporada Big Little Lies, una breve y decisiva aparición en Extrapolation, el aporte todavía inédito en la tercera temporada de Only Murders in the Building.
La misma energía le dedica a su activismo. Como cuando levanta todo el tiempo las reivindicaciones de género, por más que siempre prefiera hablar de humanismo en vez de usar la palabra feminismo, o eleva la voz para apoyar el movimiento #MeToo. Esta última causa le provocó más de un dolor de cabeza, porque tuvo que salir unas cuantas veces a tomar distancia explícita de Harvey Weinstein y explicar, antes de que el productor cayera para siempre en desgracia al revelarse su condición de abusador serial, por qué en el pasado llegó a dedicarle algunas palabras elogiosas.
Streep lleva cuatro décadas en pareja con el escultor estadounidense Don Gummer, que silenciosamente fue tomando distancia del arte que le brindó reconocimiento internacional para acompañar a su famosa esposa y apuntalarla en la crianza de sus cuatro hijos, tres mujeres y un varón. Con la cuidadosa reserva de una vida privada de la que poco se conoce, la pareja sostiene su vínculo lejos de cualquier indiscreción, porque si alguien se identifica a la distancia de años luz de cualquier escándalo es Meryl Streep.
Solo trascendieron en ese sentido algunos detalles ruidosos del rodaje de Kramer vs. Kramer en una biografía no autorizada publicada en 2016 y en la que se menciona a Dustin Hoffman como “la peor pesadilla” de la vida de Streep. Al parecer, Hoffman buscó azuzarla apelando al recuerdo del primer gran amor de la vida de Streep (el actor John Cazale, fallecido de cáncer en 1978) para lograr de ella una respuesta de alto poder emocional en la película.
De esa película, Streep prefiere guardar y compartir un recuerdo mucho más risueño. Después de ganar el Oscar como mejor actriz se dejó olvidada la estatuilla en un baño, aunque luego logró recuperarla. ¿Mencionará el episodio cuando le toque recibir dentro de unos meses el premio Princesa de Asturias de las artes 2023? ¿O hablará de sus logros, del lugar de las mujeres en la industria del entretenimiento, de las causas humanitarias y los debates políticos que la tuvieron como protagonista activa en los últimos años?
Diga lo que diga, llegará a la ceremonia con un reconocimiento adicional. De los ocho estadounidenses ganadores de esta distinción otorgada desde su creación en 1981, entre los cuales aparecen Woody Allen, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Bob Dylan y John Williams, es la segunda mujer después de la soprano Barbara Hendricks, y la primera actriz de esa nacionalidad en ganarlo. Otro gran reconocimiento a los méritos de una personalidad cuyo máximo anhelo, según sus propias palabras, pasa por “recopilar experiencias para devolverlas al mundo”.
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