Este jueves la actriz estrena Norma, una comedia cinematográfica en la que debuta como guionista y expresa los temas que hoy, a los 68 años, más la interpelan; además en una charla con LA NACION reconoció que está preocupada por el futuro del cine argentino
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Aunque comenzó en el teatro y obtuvo el reconocimiento popular por su trabajo en la televisión, desde hace años Mercedes Morán vive abocada fundamentalmente al séptimo arte, al punto que hoy es –indiscutidamente– una de las figuras más importantes del cine nacional. La mayoría de los grandes proyectos del manistream como los del circuito independiente la tienen como protagonista y ella no parece ponerle límite al romance profundo que ha entablado con las cámaras desde La ciénaga. Desde entonces ha rodado 25 films y cosechado por ellos innumerables trofeos, aquí y en el resto del mundo.
Este jueves llega a los cines su nueva película, Norma, que además de tenerla como actriz principal (y en un rol completamente absorbente) la presenta como co-guionista. El opus número 12 del director Santiago Giralt (que en 2006 se reveló como uno de los popes de la nueva cinematografía local, con Upa! Una película argentina) está basado en su novela inédita Señales de humo. Se trata de una comedia rodada en noviembre de 2022, mayoritariamente en Córdoba (en distintas locaciones de Alta Gracia), en la que la exitosa intérprete no sólo despliega todos sus recursos histriónicos para el género sino que, además, desarrolla las temáticas que, como mujer de mediana edad, hoy la interpelan.
–Norma significa tu debut como guionista, ¿qué tal resultó la experiencia?
–Fue muy enriquecedora. Primero porque tuve que abordar un personaje desde un lugar que normalmente no lo hago y sobre todo fue muy revelador -después de haberlo escrito y de haber tomado todas las decisiones que correspondían-, porque cuando empezó el rodaje apareció otra persona en mí, la actriz, que se cuestionaba cosas del guion que yo misma había escrito con Santiago, tipo: “No, pero ella no puede hacer esto en ese momento”. Es que en el set yo ya estaba tomada por el personaje.
–¿Y quién ganó la pulseada entonces? ¿La guionista o la actriz?
–Y... fue una pelea cuerpo a cuerpo, pero igual la experiencia fue hermosa. Hicimos del rodaje una experiencia muy abierta, con participación de todos. Todos opinábamos, así que fue algo bastante democrático. Digamos que la guionista le dio prioridad a los actores, en realidad a las actrices, porque en esta película los actores son contados [sólo Alejandro Awada y Marco Antonio Caponi participan en roles significativos]. La posibilidad que tuve de convocar a este ramillete de actrices que admiro tanto (Lorena Vega, Mercedes Scápola y Elvira Onetto, entre varias), fue sumamente placentera. Junto a ellas pude contar esta historia chiquita de una mujer de mi edad; edad en la que normalmente se considera que sólo nos queda aceptar la vida que hemos hecho y las decisiones que hemos tomado sin ninguna posibilidad de cambio. Bueno, yo en esta película quise darle a una mujer de mi edad esa posibilidad. Yo creo que la búsqueda de la felicidad, que es en definitiva lo que nos mueve a todos, y a ella también, claro, es súper valida a esa edad como a cualquier otra. Haber podido indagar desde la escritura y desde la actuación en estas mujeres de ciudades del interior del país, a las que yo pertenezco, porque nací en una de ellas, me llena de orgullo.
–Que la película transcurra en una ciudad de provincia no es algo habitual en el cine argentino, ¿lo buscaste ex profeso? ¿Con qué intención?
–Mi infancia fue en una ciudad muy chica, en Concarán (San Luis), en donde la mirada de los que te rodean se convierte en una policía permanente. Y eso genera una manera de ser que diferencia mucho a las mujeres del interior de las porteñas. La mirada que vigila pesa un montón, por eso las pequeñas transgresiones que hace esta mujer (por ejemplo irse a una quinta sola, sin su marido, entrar al boliche bailable del pueblo por primera vez, iniciar terapia o hacer nuevas amistades) son de alguna manera inmensas y derrumban sus prejuicios. Yo tenía ganas de hablar de eso, de qué nos sucede cuando de alguna manera nos deconstruimos, haciendo foco en la deconstrucción de una mujer porque en estos tiempos se habla mucho de la deconstrucción masculina y poco de la femenina. Tanto el director de la película como yo tenemos la particularidad de haber crecido en ciudades del interior, y, por lo tanto, de haber sido atravesados por estos personajes y por las dinámicas familiares propias de los pueblos y ciudades pequeñas.
Actriz, guionista... ¿directora?
–Después de esta experiencia, ¿se viene la Mercedes Morán directora?
–No lo sé, una vez ya dirigí teatro (la obra Amor, dolor y qué me pongo, con Cecilia Roth, Leonor Manso y Ana Katz), pero sigo pensando mi futuro como actriz, como intérprete. En ese momento acepté dirigir aquel texto porque estaba obsesionada con el tema de la competencia entre mujeres y ese material justo me permitía hablar de eso. Comprobé que dirigir siempre es ponerse en el lugar del otro. De volver a dirigir teatro, o incursionar en la dirección cinematográfica, me gustaría hacerlo con una mirada con perspectiva de género, porque yo sé lo que necesitamos las actrices a la hora de exponernos frente a una cámara. En definitiva, eso de debutar como directora de cine dependerá de qué cosas ocurran, pero no es un objetivo que por el momento yo persiga.
–¿Cómo definirías el proceso que atraviesa tu personaje durante toda la película... ¿como un viaje de autodescubrimiento?
–Sí, absolutamente. Creo que Norma es una mujer que ha seguido todas “las normas”, valga la redundancia y que no está feliz, no entiende por qué está tan dependiente de las pastillas. Sufre de insomnio y de repente un hecho casual, como lo es la renuncia de su mucama, desencadena su crisis y sus cambios. Siente que es una ama de casa que ha hecho todos los deberes en su vida y sin embargo no está feliz. De golpe la realidad la empuja, en principio a su pesar, a conocer otro tipo de gente, otros universos, otros pequeños mundos de los que siempre estuvo rodeada pero a los que nunca quiso asomarse por prejuicios. Me pareció gracioso en términos de comedia hacer hincapié en sus pequeñas transgresiones, que para ella son enormes, pero que para el espectador seguramente serán pequeñas. A ella sus pequeñas transgresiones pueden provocarle desde susto a paranoia. Al público, en cambio, pueden causarle gracia. De todos modos, mi intención fue hacer una película que pudiera tener varias lecturas. El cuento que cuenta Norma podrá ser pequeño y hasta poco ambicioso, pero al público corriente, además de divertirlo, podría llegar a despertarle una idea nueva, y al más intelectual, varias reflexiones.
La adultez, la familia y las crisis
–En la película se habla de la crisis de la adultez, de la falta de deseo, de conflictos familiares, ¿cómo te llevás con todos esos temas?
–Bueno... es muy raro lo que me pasa con mi edad porque el calendario habla de una cifra y yo me sigo autopercibiendo como de otra, que no sé bien cuál es pero no es la de los documentos (risas). Por otro lado te digo que no estoy de acuerdo con esa especie de mandato jubilatorio que existe en nuestra cultura, con eso de que a partir de una determinada edad... como que, bueno, ya está, aquella promesa que te hiciste en algún momento de tu vida, te ponés a observarla, ya tenés transcurrido unos cuántos años, tenés una familia armada... yo creo que hay que poder revisar eso, correrse del lugar obligatorio de que esto es así y hay que aprender a vivir con esto, con lo que nos tocó. Yo creo que si está todo bien, genial, pero si no lo está, se puede modificar. Un poco el lema del personaje es “Hay otra vida, pero es con otra gente” (risas). Una gente con la que ella nunca se hubiera animado a tratar porque no podía salir de cierta medianía. Y claramente hay otra gente que es diferente, que se divierte de otra manera, que tiene otras ideas y yo creo en ese pequeño paso. Reivindico un poco el contra mandato de no importa si tenemos 50, 60 o cuántos, lo importante es seguir persiguiendo el deseo. En definitiva, sigamos persiguiendo la felicidad si todavía no la sentimos cerca e intentemos modificar los vínculos que no están del todo bien.
–¿Cuán fácil o difícil te resulta la tarea?
–Y es todo un trabajo. No sé si tiene que ver con mi edad o con el momento del que soy contemporánea, pero el bienestar no me es dado fácilmente. Lo tengo que trabajar para no ponerme apocalíptica ni sentirme vieja. En general, yo soy una persona muy realista, pero también muy optimista, siempre tiendo a ver la mitad del vaso lleno. Hay aspectos de mi vida que me tienen súper feliz y satisfecha, por ejemplo la familia de mis hijas. En la pandemia pasó lo siguiente: habíamos alquilado en el verano una quinta con mis tres hijas (que son independientes y viven cada una por su lado) para estar todos juntos; de repente, en medio de ese contexto, tuve que estar unos días aislada por un contacto cercano. Yo estaba recluida en un cuarto, en la planta de arriba, y me empezaron a decir: “Bajá mamá y sentate a unos metros de distancia y punto”. Entonces les hice caso, bajé y me instalé a una cantidad de metros prudencial, en medio del parque y la sorpresa es que después no me daban bola, nadie me hablaba, ninguna me tenía en cuenta. Entonces estuve por decirles: “Che, me hicieron bajar y qué, acá estoy”. Pero después me arrepentí, me di cuenta que esa era una oportunidad única para ver mi vida sin mí. ¿Y sabés qué me pasó? Me quedé muy tranquila, las vi muy bien, comprendí que yo ya podía no estar, que ellas tenían sus vidas muy bien armadas y que eran felices. Fue una situación de mucho alivio para mí, en medio de una circunstancia horrible, de mucho temor y enfermedad como fue la de la pandemia. Por eso hoy pienso que mi mejor obra son mis hijas, que además ya me han hecho abuela. Y con respecto a la falta de deseo... Mmm, no, ese no es mi problema, no me estaría sucediendo (risas). ¿Ya debería ir aquietándolo? No, de ninguna manera, me niego.
–¿Hoy tenemos novio o pareja?
–No, no tenemos novio. Sí tenemos compañía, por supuesto, como siempre, pero hay algo del plan de la convivencia que a mí ya no me va más. Hoy estoy muy feliz estando sola, he conquistado un reino, el de la casa sola para mí, y lo disfruto mucho. Yo me entretengo conmigo misma, no me aburro estando sola. Pero siempre me encanta compartir y tengo muchos amigos con los que me divierto y la paso bárbaro.
Una trangresión
–En Norma toma protagonismo por primera vez en una película nacional el consumo de marihuana en adultos.
–Es verdad, se nos ocurrió pensando cuál podría ser la transgresión más loca que Norma podría cometer, más allá de las pequeñas transgresiones. Ahí empezamos a indagar en cierta problemática, la de la adicción a las pastillas, de la que poco se habla y de ahí saltamos a la marihuana. Norma claramente no es una adicta, pero es una persona que en la desesperación por no poder dormir, empieza a recurrir a la marihuana luego de haber encontrado, por casualidad, un porro de su hija. ¿Y qué le sucede? Logra conciliar el sueño, sí, pero también le agarra paranoia, se siente culpable y hasta se quiere entregar a la policía. Me pareció interesante mostrar que, más allá de lo que siente en un primer momento, no se trata de algo tan grave, ya que al fin y al cabo no se trata del consumo de una droga dura que pudiera hacerle un daño. Digamos que la marihuana está presentada como una de las tantas prohibiciones que tiene en su cabeza.
–¿Cómo es tu relación con la marihuana? ¿Consumís habitualmente?
–No, no soy consumidora. Eventualmente puedo fumar un poco en una reunión con amigos, como algo social, pero no más. Sólo para divertirme un poco, digamos. Tampoco soy de tomar alcohol, como la mayoría de las personas, por eso siempre me siento como en otro plano. Con respecto al consumo de marihuana no tengo una postura tajante porque no es una droga dura ni mucho menos, son flores. Así que no la tengo demonizada y desde ya nunca estuve de acuerdo con la penalización de su consumo.
El amor y los prejuicios
–En distintos momentos de la trama, la protagonista parece sentir atracción tanto por un hombre más joven como por una mujer, ¿fueron o son estas ecuaciones posibles en tu vida?
–Puede ser... más bien a partir de ahora, digamos. Hay algo que está pasando hoy en día a lo que adhiero: que lo importante es el otro, la otra, digamos, que todo lo de los sexos y el deseo, pero enmarcado en una cosa que tiene que ver más con esto de lo lindo, lo feo, lo gordo, lo flaco, lo alto, lo bajo, lo blanco, lo negro, el hombre, la mujer. Me parece que somos contemporáneos y no nos podemos perder esta oportunidad de abrir la cabeza para tener otros paradigmas. No pasa por una experiencia personal mía de decir: “Ah, pensé en un hombre, pensé en una mujer”, pero sí de mi vocación de ser una mujer de mi época. Siempre quise ser una mujer de mi época, a los 20, a los 30 y ahora también.
–Pero concretamente, ¿te permitirías tener una relación con un hombre más joven o con una mujer?
–Sí, por supuesto. Si me enamorara sí, claro, desde ya. En la película estas opciones tienen un poco que ver con su deseo, pero no llegan a convertirse ni en fantasía. A mí no me interesaba que Norma concretara finalmente alguna de estas historias porque lo que yo quería contar es que ella supera su crisis sola; no lo hace de la mano de nadie en especial, lo hace por sí misma, por el solo hecho de abrirse un poco más y dejar atrás ciertos prejuicios.
–Y vos, ¿cuán prejuiciosa sos?
–Bueno, yo creo que todos –nos guste o no- tenemos una cantidad de prejuicios que nos definen. Son ataduras y preconceptos con las que cargamos a lo largo de los años. Para mí crecer es ir derribando prejuicios. Me acuerdo una vez, en una clase de teatro, que siendo muy joven definí a una persona porque usaba un anillo de sello. Y mi maestro me dijo: “Ojo con esas ideas, porque Marlon Brando (a quien yo admiraba muchísimo) también usa anillo de sello, ¿mirá si lo descartás a él por eso?”. Por eso hoy pienso que derribar prejuicios es crecer, definitivamente. Siempre he tenido vocación de crecimiento, por eso me he ocupado de hacer bosta todos los que pude.
–¿Qué prejuicios te costaron más derribar?
–El primero fue el del matrimonio para toda la vida y claramente fue uno de los más difíciles de superar, por mi educación y porque me casé a los 19 años. En ese momento fue terrible aceptar que no perdurara en el tiempo. Yo veía al matrimonio para toda la vida como algo maravilloso después, con los años, lo empecé a ver como una condena. Fue difícil superar ese mandato, es que vengo de una familia muy rígida en ese sentido. Ahora, con la perspectiva que me dan los años, comprendo que me fui de la casa paterna por mi necesidad de libertad. Me casé enamorada, sí, pero además para escapar del yugo familiar. En ese entonces a las mujeres, y sobre todo a las del interior, no nos estaba permitido irnos a vivir solas. No obstante, fui contemporánea al hipismo y al amor libre, y cuando estudiaba sociología estuve muy politizada; y, ya como actriz, me comprometí con muchas causas. Mi carrera también me dio muchas posibilidades de crecimiento y oportunidades para derribar prejuicios porque el hecho de interpretar a mujeres diferentes y tener que entender las razones de por qué hacen lo que hacen, me hizo bajar un montón de prejuicios. Es que cuando encaro un personaje si lo juzgo no lo puedo hacer. Entonces esa práctica de “restar” el juicio me hizo mucho más abierta.
–¿Hoy cuáles te faltan superar?
–Los referidos a la apariencia. En este momento, en que me enfrento a envejecer frente a las cámaras, me gustaría que no me importara nada mi imagen, pero no es así. No pretendo luchar contra lo que no se puede luchar, que es el paso del tiempo, pero me cuesta aceptar, por ejemplo, una foto donde no se me ve bien. No se me da por intentar resolver la cuestión con una cirugía estética porque siempre me negué a ese recurso. Cuando era chica, y recién empezaba en la televisión, los productores me dijeron: “Vos tenés muchas condiciones pero con esa nariz no vas a protagonizar nunca”. Y yo nunca me la operé. Temí que si me cambiaba la nariz podía no reconocerme. Eso me daba mucho más miedo que perder trabajos. Hoy por suerte esa presión ya no existe sobre las actrices, o al menos no tanto. Más allá de que le temía al resultado de la operación, había algo que no me cerraba. Yo me decía: no estoy buscando trabajo de secretaria, qué es toda esta buena presencia que me piden, soy una actriz, lo importante es cómo suena mi instrumento, no cómo se ve. Por supuesto que perdí muchos trabajos por mi nariz y mi apariencia. Sigo contenta con aquella decisión, de todos modos hoy me gusta verme bien y arreglarme todo lo posible. Y la verdad es que cuando descubro que se cayó algo de lugar no me pongo contenta, qué querés que te diga. Me gustaría que el tema me resultara más fácil y me importara menos, pero es complicado...
–Esta es la primera vez que trabajás en cine con tu hija Mercedes Scápola, ¿cómo fue el resultado?
–Bien, siempre resulta bien para las dos trabajar juntas. No es algo que busquemos, pero las veces que nos ha tocado hacerlo, nos hemos llevado muy bien. Primero porque compartimos el mismo criterio de trabajo. Además es una actriz que me encanta, entonces qué mejor que trabajar con ella. Y por otro lado porque actuando nos otorgamos unos permisos que a lo mejor en la vida no lo hacemos. Por ejemplo, en televisión nos tocó hacer de una madre y una hija muy violentas, que no manejaban la rabia y la bronca y se decían de todo, se puteaban a lo loco. Eso nos divirtió mucho porque nosotras siempre fuimos muy políticamente correctas, aún en los tiempos de su adolescencia cuando es común el enfrentamiento casi sangriento entre una hija y su madre. Por eso nos encanta cada tanto meternos en ropajes que nos permitan ser otras y tratarnos de otras maneras. Acá, en Norma, también hacemos de madre e hija, pero sin tanto conflicto. Para mí el trabajo es salirme de lo cotidiano, y en ese sentido podría haber complicado el asunto el hecho de compartir tanto tiempo con mi hija, durante el rodaje en Córdoba, pero eso no sucedió porque me lo hizo todo muy fácil. Es que cuando trabajamos no somos madre e hija, aunque cueste comprenderlo, sino compañeras de trabajo.
El cine nacional y su futuro
–Has filmado mucho en el mainstream, pero también participado en varias películas independientes, como ésta. ¿en qué circuito te sentís más cómoda o representada?
–A mí me enamoran más las películas de autor, las más independientes porque en ellas, además, siempre puedo participar más con mi opinión. Pero también me encanta trabajar en las películas industriales porque en ellas aprendo muchísimo. Me han dado la posibilidad de trabajar con grandes directores. Me gusta esto de curiosear en todos los ámbitos, y alternar entre unos y otros. Me pasa lo mismo con el teatro, yo fui de las primeras que intentó llevar a directores del off a la calle corrientes, es decir, al circuito comercial. Tuve que luchar muchísimo por eso, ahora esa costumbre ya está impuesta, pero hace 20 años no sucedía. Con esos directores siempre tuve experiencias felices, pude demostrar que también podían reinar en otro reino, y que entonces no había que dejarse llevar por los prejuicios. Un ejemplo es Claudio Tolcachir, a quien llevé a la calle Corrientes para que nos dirigiera a Norma Aleandro y a mí en Agosto y fue un suceso. Él, como tantos otros, son los directores que no provienen del teatro comercial y sin embargo pueden hacer un teatro comercial y de calidad. ¿Me parece lo mejor, no? Algo así es lo que hoy siento con Santiago Giralt y esta película, pequeña pero bien actuada y con muchas lecturas. A mí me gusta lo popular, y he disfrutado mucho de la televisión y de ciertas películas que he hecho para el mainstream, pero también de este tipo de películas de autor, en las que campea cierta mística. En Norma, sin ir más lejos, me reencontré con lo mejor del cine argentino, con un equipo pequeño pero sumamente creativo, al servicio de un proyecto que me representa como pocos en toda mi carrera.
–¿Cuál creés que será el futuro del cine argentino a partir de quien gane la inminente elección presidencial?
–Nosotros, con respecto al resto del mundo, tenemos una industria pequeña por eso necesitamos, sí o sí, que el cine sea subvencionado de alguna manera. Por otro lado, he tenido la hermosa oportunidad de viajar mucho con mis películas y sé fehacientemente que la opinión que existe sobre el cine argentino en el exterior es fantástica. No hacen más que hablar de nuestros directores, de nuestros guionistas y de nosotros, los actores que lo protagonizamos. Por eso me preocupa muchísimo que el Estado, en manos de quien sea, no tenga claro que esto es una inversión y no un gasto; y que tiene que ver con nuestra cultura y nuestra idiosincrasia y con poder mostrarnos y contarnos, aquí, en el país, y afuera, en el resto del mundo. Además de significar, obviamente, una enorme fuente de trabajo para todos los que conformamos la industria cinematográfica.
–¿Qué le dirías entonces al que quiera cerrar el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales)?
–Que no lo haga, que no lo haga. Cerrar el Instituto de cine sería como obligar a los padres a que no les cuenten más cuentos a sus hijos a la hora de dormir.
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