Melodrama folletinesco en los tiempos de Goya
Milos Forman y un film sumamente desconcertante
Los fantasmas de Goya (Goya s Ghosts, España-EE.UU., color; hablada en inglés). Dirección: Milos Forman. Con Javier Bardem, Natalie Portman, Stellan Skarsgard, Randy Quaid, Michael Lonsdale, José Luis Gómez. Guión: Forman y Jean-Claude Carrière. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Varhan Bauer. Edición: Adam Boome. Presentada en DVD por Alfa. 113 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: regular
Ni Goya ni sus fantasmas. Tampoco el fresco histórico que busca en las tiranías y los fanatismos del pasado algún parangón con episodios recientes y aún actuales. Y lo que es peor, ni siquiera la garantía que suponen los nombres de Forman y Carrière. Hay, en este film desconcertante, todavía otros equívocos. Por fuera está el envoltorio atractivo, muy de cine arte, sustentado en la pericia académica del director, una magnífica fotografía y un cuidadísimo diseño de producción, además, claro, de las pinturas y grabados del genial artista español, a los que se apela con frecuencia. Más allá del packaging, lo que queda es uno de esos films que por sus desmanes folletinescos, su profusión de giros anecdóticos y su tendencia a la caricatura, el kitsch y hasta el gran guiñol invitan a ser tomados en broma. Un film que en el mejor de los casos apenas puede resultar entretenido (y por las razones equivocadas) si lo que se busca es una de esas epopeyas decimonónicas que cultivaban con suerte diversa Alejandro Dumas, Paul Feval o Eugenio Sué.
Sin foco
Pero lo que Forman procuraba era, presumiblemente, retratar una época tumultuosa de España desde la mirada de Goya: un proyecto que había concebido cuando era estudiante en Checoslovaquia porque veía un paralelo entre aquel tiempo y el suyo. Las tropas napoleónicas habían determinado la caída de la monarquía y el fin de la Inquisición en España, así como los soviéticos habían liberado de la opresión nazi a los checoslovacos para después reemplazar, en los dos casos, una tiranía por otra.
Esa época de confusión y violencia está vista a través de tres personajes: el artista, apenas un testigo; una de sus modelos, la hija de un rico comerciante que es acusada, torturada y encerrada por la Inquisición, y un cura oportunista e hipócrita, el padre Lorenzo, que después de aprovecharse de ella en la prisión, y tras una estratagema poco creíble del mercader, cae en desgracia para reaparecer quince años después como cabecilla de los invasores franceses, los libertadores que en nombre de la libertad derraman la sangre de quienes se les oponen.
Cada personaje muestra al mismo tiempo su modo de sobrevivir a esa agitación o claudicar. Al desdibujado Goya se lo ve como el hombre deseoso de evitar conflictos y salvar el pellejo y sus ventajas de artista aunque deba someterse a la autoridad de turno. El cura sabe cambiar a tiempo para mantenerse a flote, si bien sobre el final parece mostrar alguna convicción. La muchacha es la víctima total e irá del encierro a la locura sin conocer jamás a la hija que ha engendrado.
El peor problema de Los fantasmas de Goya es que carece de foco. El retrato de una España perturbada pasa como confuso fondo mientras los personajes -todos hablan inglés con acentos diversos, aunque en los segundos planos se murmura en español o en francés (?)- asoman y desaparecen bastante al azar. Con poca suerte el de Natalie Portman, cuya versatilidad es puro maquillaje, y el de Javier Bardem, con contrastes excesivos. A la mesura de Stellan Skarsgard debe agradecérsele que resulte menos grotesca la elección de un actor sueco para el papel del maestro español. Y a Goya mismo muchas de las imágenes que hacen más llevadero el olvidable folletín. Regular