Melissa McCarthy, una actriz que no quiere que la encasillen
Hay una escena en Las reinas del crimen que muestra a Melissa McCarthy vestida de negro, sentada en el banco de una iglesia luego de un funeral. Algo terrible ha sucedido en su vida: ha tomado una decisión radical y su presente ha dado un giro definitivo. Su padre, de origen católico e irlandés, la consuela con la certeza de su sacrificio como madre, con la convicción de su búsqueda del bienestar familiar más allá de todo egoísmo. Pero no puede estar más equivocado. "No lo hice por mis hijos, lo hice por mí", ella asegura con firmeza. Esa frase contundente se conjuga con la mirada de sus ojos encendidos, con una secreta cólera y ácida reivindicación que hacía años ardía en su interior, hasta el tiempo de la merecida revancha. Ese momento que irriga de ironía la atmósfera opaca de una película que coquetea con el noir y la autoconciencia del cómic, que recoge la influencia del blaxploitation y la vulgaridad de los gángsters de Martin Scorsese, se tiñe de la incisiva mirada de McCarthy, de ese humor que atraviesa a sus personajes, de una presencia que pone en tensión todo límite y convención para instalar lo imprevisible en el centro de la escena.
Las reinas del crimen es la ópera prima de Andrea Berloff, basada en una novela gráfica que conjuga la pasión contemporánea por todas las formas de superheroísmo con el ímpetu femenino de reversionar todos los géneros. Estamos en los años 70, en The Hell’s Kitchen, la "cocina" del hampa irlandesa en una Nueva York de yonkis y prostitución. Allí la protección se paga cara y quienes se hicieron la América desde hace varias generaciones custodian cada vereda con el peso del linaje y la fuerza bruta. Un robo fallido y la llegada del FBI ponen tras las rejas a tres de los hampones de esa mafia barriobajera para ver ascender, más allá de toda previsión, a sus esposas como las nuevas reinas de ese entramado delictivo. La figura de McCarthy, la irlandesa por excelencia, esgrime las contradicciones entre los mandatos de lealtad a la familia, la pertenencia al hogar y el postergado deseo de autosatisfacción. Y ese accidentado camino de ascenso en el negocio del crimen es para la actriz la demostración de su extraordinaria versatilidad, capaz de ahondar en los caracteres más ambiguos sin perder esa secreta empatía que tiende a cada espectador.
Sus inicios en la televisión, desde los márgenes de Gilmore Girls al protagonismo en Mike & Molly, definió su perfil como comediante: atada a la lógica de la circularidad de la comedia, sostenida en la peculiaridad de sus personajes corridos de la norma, extrañamente excéntrica en su simplicidad. Y su entrada con paso firme al cine en Damas en guerra (2011), dirigida por Paul Feig, confirmaba ese estilo de humor que irrumpe en el relato en forma de explosiones, y que es capaz de conjugar la inteligente parodia que altera todo pulido realismo con el fluir de sus movimientos en escena, haciéndose dueña del encuadre con su sola aparición. Esa dinámica de conjunto fue la que supo aprovechar el mismo Feig cuando la convirtió en la inesperada aliada de Sandra Bullock en Chicas armadas y peligrosas (2013), relectura de la buddy movie teñida de sororidad y autoconsciencia. Ahí McCarthy no es solo la contracara de Bullock en la dinámica ficcional de agentes especiales del FBI que intentan atrapar a un capo de la droga en Boston, sino que funciona como el complemento ideal de la puesta en escena, logrando el equilibrio justo en las formas de la comedia.
La solvencia de McCarthy como comediante, sumado al magnetismo que consigue su presencia en la pantalla, le permitió aguantar las más desparejas ficciones sobre la firmeza de sus espaldas. Y eso queda claro en las películas que dirige su marido Ben Falcone, de las que no solo es estrella sino guionista y productora. Tammy (2014), La jefa (2016) y El alma de la fiesta (2018), aún con sus disparidades, se construyen alrededor del personaje de McCarthy, de su derrotero absurdo y arrollador, ya sea una desempleada en un viaje psicodélico junto a su abuela alcohólica, una empresaria prepotente caída en desgracia, o una divorciada que decide volver a las mieles de la vida universitaria. Como epicentro de cada uno de los gags, su figura da pie para la interacción con sus partenaires –Susan Sarandon en Tammy, Kristen Bell en La jefa, y una divertida troupe de chicas de fraternidad en El alma de la fiesta- reservándose siempre momentos de lucimiento en los que su talento es capaz de sostener cualquier debilidad del guion. Quizás la mejor figura con la que compararla sea Will Ferrell –quien fue productor de varias de sus películas-, cuya sola aparición despierta las risas, y la lógica que instaura su estilo de humor anárquico define el devenir de toda la historia.
En 2017 su reaparición en la televisión fue la prueba de la trascendencia de su figura fuera de los límites de toda pantalla. Como una de las más celebradas estrellas invitadas en Saturday Night Live recreó a la controvertida figura del Secretario de Prensa de Donald Trump, Sean Spicer, en una performance que combinaba la minuciosa parodia con la filosa crítica política. Las furibundas afirmaciones del Spicer de McCarthy se nutrían tanto del comportamiento beligerante del funcionario en sus conferencias de prensa -atentamente estudiado por la actriz-, como de la impronta de sus personajes egoístas y disruptivos, desde la egocéntrica Michelle Darnell –divertido émulo de Martha Stewart- en La jefa, la anárquica y desobediente Mullins de Chicas armadas y peligrosas, y la desopilante y arrolladora agente de Spy (2015). En este caso, es interesante la resignificación del género de espías que consigue el director Paul Feig a partir de la inagotable energía de McCarthy, que aún en la parodia no deja de mostrar la efectividad profesional, la persistencia de los códigos de lealtad y el funcionamiento dramático en esas encrucijadas que asumen el humor no como recurso sino como esencia.
El año pasado, McCarthy abrió una nueva puerta en su trayectoria hacia personajes que prescinden, de manera más evidente, del vértigo de la comedia más física. A diferencia de otras actrices que buscan la legitimación en el drama, McCarthy entreteje en estas nuevas figuras un humor más sutil, menos visible, que define su movimiento sin cerrarlo sobre el gag solitario. ¿Podrás perdonarme?, segunda película de Marielle Heller (The Diary of a Teenage Girl) –que no tuvo estreno comercial en la Argentina y se puede ver en Cablevisión Flow-, cuenta la historia de Lee Israel, una periodista y escritora de biografías de celebridades que en los 90 falsificó cartas de personalidades del arte y la cultura y terminó con un sonado proceso judicial. McCarthy brinda a Israel una profunda humanidad en su condición de outsider, en un mundo en el que el ejercicio del plagio literario se convierte en la mejor obra de arte. Algo que también sucede en el universo menos mundano y más peligroso de Las reinas del crimen, en el que un ama de casa sumisa y amorosa se descubre como una sagaz mujer de negocios non sanctos en los sórdidos vericuetos de la mafia irlandesa de Nueva York.
Este pequeño desvío en carrera profesional de McCarthy no es definitivo. Ya ha concluido el rodaje de Super Inteligence, la nueva comedia de su marido Ben Falcone en la que interpreta a Carol Peters, una mujer convertida en el objeto de estudio de una superinteligencia, en un cruce delirante entre la comedia y la ciencia ficción. Y también se la rumorea como la Úrsula de la remake de La sirenita que prepara Disney para el 2020, una especulación que despierta el entusiasmo de los fanáticos. Sin embargo, son esos personajes que funcionan más allá de la exigente energía que requiere la comedia los que le permiten explorar una sensibilidad más ambigua y contradictoria. La que intuimos en el dolor tras la lengua filosa de Lee en ¿Podrás perdonarme?, o en la calidez de los consejos maternos de Kathy en Las reinas del crimen, cuando anhela para sus hijos un futuro mejor que ese arduo presente. Melissa McCarthy ha logrado humanizar la parodia más iracunda y teñir de subterránea ironía los momentos más tristes de sus personajes, demostrando que no es solo una de las comediantes más divertidas del presente sino una de las más lúcidas.
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