Romy Schneider, una "mujer infeliz" que solo quería vivir y alejarse de sus demonios
"Soy una mujer infeliz de 42 años y me llamo Romy Schneider", confesó la actriz con una apabullante sinceridad a su entrevistador, el periodista Michael Jürgs de la revista Stern, una tarde de 1981. La protagonista de películas como Sissi y La piscina había viajado a un spa del pequeño pueblo de Quiberon, en la Bretaña francesa, para tratar de desintoxicarse del alcohol y las pastillas. Aquella entrevista de tres días, la última que Schneider le daría a la prensa alemana antes de morir, poco más de un año después, forma el entramado de Tres días en Quiberon, de la directora alemana Emily Atef.
El film, que se podrá ver este viernes, a las 22, en Europa Europa, recrea la pulseada dialéctica y emocional entre un manipulador Jürgs y una frágil y locuaz Schneider. Lejos de ser una biopic, la película en blanco y negro de Atef, que se estrenó en el Festival de Cine de Berlín en 2018 y arrasó ese mismo año en los premios Lola del cine alemán, es más bien el retrato descarnado de una mujer deprimida y ávida de afecto, tironeada entre su carrera y su deseo de pasar más tiempo con sus hijos.
Para ese entonces, la vida de la actriz se había convertido en un ring donde sólo recibía golpes. Su primer esposo, Harry Meyen, se había suicidado; el hijo que habían tenido juntos, David, ya un adolescente, no quería vivir con ella; se estaba separando de su segundo marido y padre de su hija Sarah, Daniel Biasini; y el fisco la rondaba con insistencia. Sin embargo, aún no había sufrido el revés más duro de todos: la trágica muerte de David, a los 14 años.
La actriz alemana Marie Bäumer interpreta con gran solidez los altibajos de Schneider, que pasaba sin mucho preámbulo de la risa a la melancolía. Pero antes de ir apagándose de a poco, corroída por una tristeza profunda, Schneider fue una de las grandes estrellas del cine europeo –y uno de sus rostros más fotogénicos y hermosos– entre las décadas del 50 y el 70, con una carrera construida sobre la base de unas 60 películas.
Una emperatriz "pegajosa como la papilla"
Hija de dos actores austríacos que habían protagonizado varias películas juntos, Magda Schneider y Wolf Albach-Retty, Romy Schneider nació bajo el nombre de Rosemarie Magdalena Albachun el 23 de septiembre de 1938 en Viena, el mismo año en que Austria fue anexada por la Alemania nazi. Sin embargo, sus padres se separaron cuando ‘Romy’ era apenas una niña. Cuando cumplió 14 años, su madre la sacó del internado católico en el que estudiaba para presentarla a sus primeras audiciones, que tuvieron como resultado una serie de papeles en películas alemanas y austríacas, casi siempre junto a ella.
Apenas dos años después le llegaría uno de los roles de su vida: el de la emperatriz austrohúngara Isabel, más conocida como Sissi, personaje que interpretaría a lo largo de tres películas: Sissi (1955, disponible en Qubit), Sissi emperatriz (1956) y Sissi y su destino (1957).
La trilogía del austríaco Ernst Marischka fue un éxito en todo el mundo, especialmente en Alemania, donde diez años después del final de la Segunda Guerra Mundial sus habitantes consumían con avidez los llamados Heimatfilme, películas ambientadas por lo general en zonas rurales, con historias simplonas e inocentes, a través de las cuales buscaban conectar con un pasado remoto previo al horror más cercano causado por la maquinaria de muerte del nazismo. Las películas acerca de la rústica princesita bávara amante de los animales, que era forzada a adaptarse por amor a la rígida corte vienesa donde, a pesar de su juventud y su inexperiencia, lograba conquistar los corazones de sus súbditos, eran exactamente lo que buscaban. Para los alemanes, Schneider sería para siempre la bella y dulce Sissi.
Muy a pesar de la actriz, para la que ese papel terminaría siendo una maldición, un manto sofocante que no lograba sacarse de encima. El hastío que le generaba era tal que llegó a decir que el papel de Sissi estaba "pegado a ella como una papilla". Si bien había una cuarta Sissi en carpeta, Schneider se negó a rodarla. Volvería al personaje varios años después en Ludwig: la pasión de un rey, de Luchino Visconti (1973), donde pudo dotarlo de otra profundidad, lejos de la versión edulcorada de su primera Sissi.
Alain Delon y Francia, dos amores para toda la vida
Schneider conoció a Alain Delon a los 19 años en el rodaje de Amoríos (1958), de Pierre Gaspard-Huit, donde protagonizaron un apasionado romance ambientado en la Viena de principios del siglo XX que terminaría traspasando la pantalla. Que Alain Delon fue el gran amor de Schneider ha sido repetido hasta el cansancio por muchas de las personas que la conocieron, a pesar de que la relación duró apenas cinco años y terminó bastante mal: el francés la dejó con un ramo de flores y por carta.
Sin embargo, la química entre los dos era ostensible, al punto de que, después de separados –Schneider ya estaba casada con el actor y director teatral alemán Harry Meyen y había tenido con él a su primer hijo, David– un productor tuvo la idea de explotarla y los convocó para La piscina (1969).
El encuentro de ambos en el aeropuerto de Niza fue registrado por las cámaras de televisión: Schneider, que vivía en Alemania, baja del avión y abraza fuertemente a Delon, mientras él la besa varias veces en las mejillas y en la frente. Ella está radiante, no deja de sonreír. Cuando el periodista le pregunta si está contenta de volver a ver a su exnovio, ella contesta: "Muy". Mira hacia el piso, se acomoda el pelo, sigue sonriendo. Parece feliz.
La película de Jacques Deray fue un éxito rotundo, en parte gracias a sus escenas eróticas, que hicieron fantasear a legiones de seguidores con la reconciliación de una de las parejas más glamorosas y bellas de la historia del cine. Si bien esto nunca sucedió, la asociación entre ambos continuó a lo largo de los años, incluso tras la muerte de Schneider. Cuando la Academia del Cine Francés decidió otorgarle un César de honor póstumo en 2008, el encargado de recordarla fue el actor de El gatopardo.
"¿Qué por qué acepté? Porque este año habrías cumplido 70 años y te extraño mucho. Porque nos comprometimos hace 50 años, porque nadamos juntos en la piscina hace 40 años, porque nos amamos, porque fuimos felices juntos e infelices cuando David se fue. Porque fuiste vos, porque fui yo. Por eso", afirmó ante el auditorio. Detrás de él se proyectaba una foto de los dos tomada durante aquel reencuentro en Niza. "Para vos, ‘meine Puppele’ (mi muñequita), para vos, mi amor", finalizó.
Pero Delon fue mucho más que un gran amor para Schneider: fue el responsable de abrirle las puertas de Francia, donde la actriz rodaría los mayores éxitos de su carrera. Allí también conoció a su segundo esposo y padre de su hija Sara, Daniel Biasini, quien había sido su secretario personal, y a su tercera pareja, Laurent Petain.
En el cine todo, en la vida nada
"Su personalidad escondía un misterio. Había algo impronunciable en esa joven mujer, muy atractiva, que parecía esconder un secreto. Siempre tuve la sensación de que, cuando ese secreto saliera a la luz, podría terminar resultando una broma", dijo acerca de ella Orson Welles, quien la dirigió en El proceso, de 1962.
A partir de Las cosas de la vida (1970), de Claude Sautet, donde interpretó a la joven amante de un arquitecto separado que sufre un grave accidente (Michel Piccoli), su carrera adquirió otro cariz: obtuvo el anhelado reconocimiento y su nombre comenzó a formar parte de las grandes ligas del cine francés junto a Jeanne Moreau o Catherine Deneuve.
Schneider rodaría cinco películas en total con Sautet, uno de sus directores predilectos, entre ellas El inspector Max (1971), junto a su querido Piccoli. "Era como una nena, siempre tenía mucho miedo. Para sentirse cómoda, necesitaba de un montón de demostraciones de amor", observó alguna vez el cineasta francés.
Fue la primera en ser distinguida como mejor actriz cuando se crearon los premios César por su papel en Lo importante es amar, de Andrzej Zulawski (1975). Volvió a ganarlo en 1979 por Una historia simple (1978), de Sautet. En 1980, Bertrand Tavernier la dirigió en La muerte en directo, donde interpretó a una mujer con una enfermedad terminal que era filmada sin su consentimiento para un reality televisivo.
Quienes trabajaron con ella aseguran que en el set lo dejaba todo y que se comprometía a fondo, a veces incluso más allá de lo emocionalmente tolerable. "En el cine lo puedo todo, en la vida, nada", confesaba por ese entonces la actriz.
El acoso de la prensa y el difícil vínculo con Alemania
Schneider sufrió un enorme acoso mediático a lo largo de su vida. Cada divorcio, cada traspié amoroso, cada desencuentro con su madre eran explotados al máximo por la prensa amarillista, sobre todo la alemana. Cuando su primer marido se suicidó ahorcándose en su vivienda, un diario germano tituló: "Acerca de la tragedia de ser el marido de Romy Schneider".
Mientras que los franceses la consideraban el mejor regalo del país vecino desde Marlene Dietrich –de quien era amiga–, los sectores más nacionalistas de Alemania parecían no perdonarle que hubiera decidido emprender rumbo hacia París. Por su parte, la actriz mantuvo siempre una relación ambivalente con Alemania, cuyo origen puede rastrearse en el vínculo con su madre Magda, admirada por el Führer. A Schneider esto le resultó siempre intolerable, así como el hecho de que su madre contara con una casa en la región alpina de Berchtesgaden, una de las zonas favoritas de los nazis, muy cerca de la casa de descanso de Hitler en medio de la montaña.
Las malas lenguas decían que Magda había sacado del internado a su hija para reflotar su propia carrera, ya que nadie quería trabajar con ella tras la guerra. La cosa cambiaba, claro, si estaba su hija. En total, las dos rodaron ocho películas juntas, entre ellas la trilogía de Sissi, donde Magda interpretó a la madre de la emperatriz, Ludovica de Baviera.
Schneider intentó conjurar estos fantasmas a través de su trabajo. Varios de las películas en las que participó abordaron el tema del nacionalsocialismo, como El cardenal, de Otto Preminger (1964) –por la que estuvo nominada a un Globo de Oro, film que está disponible en YouTube–, Anna Kaufmann, de Pierre Granier-Deferre (1973) y El viejo fusil (1975), de Robert Enrico. Cuentan los testigos de aquel rodaje que se compenetró tanto en una escena en la que enfrentaba a patadas y gritos a unos soldados de las SS que terminó lastimando a algunos de sus compañeros de elenco y a sí misma.
Una última película para David y su padre
Hacia principios de los 80, la salud de Schneider no era la mejor, especialmente después de que en mayo de 1981 le hubieran extirpado uno de sus riñones. Tomaba demasiado, fumaba hasta tres atados de cigarrillos por día y necesitaba pastillas para dormir. Para peor, su hijo David prefería vivir con los padres de su segunda pareja, Biasini, porque no se llevaba bien con el nuevo compañero de su madre, Petain. "No es agradable no tener estados de ánimo intermedios. Y yo no los conozco para nada. Sólo conozco la alegría celestial o la tristeza mortal", confesó alguna vez la propia actriz.
El 5 de julio de 1981, David trepó la reja de la casa de sus abuelos postizos y se resbaló. Una de las puntas le atravesó una arteria del muslo. Murió pocas horas después en el hospital. Ni siquiera entonces, la prensa dejó a Schneider en paz: un paparazzo sacó fotos de su hijo muerto. "Cuando pienso que hay una prensa capaz de imprimir algo así, me pregunto: ¿Dónde está la moral? ¿Dónde está la decencia?", se preguntaba la actriz, visiblemente conmocionada, en una entrevista posterior.
Schneider trató de digerir el dolor como lo hacía siempre: trabajando. Por eso, poco después de la muerte de su hijo se embarcó en el rodaje de su última película, Testimonio de mujer (1982), de Jacques Rouffio, donde interpretaba dos papeles: a la madre adoptiva de un niño cuyos padres habían sido asesinados por los nazis y a su esposa en la adultez. El rodaje, que volvió a reunirla con Piccoli, implicaba filmar numerosas escenas con un chico de la misma edad de su hijo muerto. Quienes participaron de la película aseguran que las lágrimas de Schneider en una escena en la que la madre observa a su hijo tocar el violín eran reales. Detrás de cámara, los técnicos lloraban. Por pedido de Schneider, la película fue dedicada "A David y su padre". "Enterré al padre, enterré al hijo. Nunca abandoné a ninguno de los dos y ellos tampoco a mí", escribió en su diario.
El 29 de mayo de 1982, Petain la encontró muerta en su casa parisina de la calle Rue Barbet de Jouy, frente a su escritorio. La prensa habló de suicidio, pero el fiscal cerró el caso sin autopsia y determinó que había sufrido un paro cardíaco. Fue enterrada en el cementerio del pueblo de Boissy-Sans-Avoir, en las afueras de París, donde había adquirido recientemente una casa. Alain Delon no sólo organizó el funeral, sino que se encargó de que los restos de su hijo fueran trasladados hasta allí para descansar junto a ella. En su última entrevista televisiva, Schneider había asegurado: "No quiero ser actriz hasta los 80 años. En algún momento querré vivir en el campo como cualquier abuela, rodeada de plantas, con mi hija. Vivir".
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