Más allá del valle de las muñecas: el film erótico dirigido por un fotógrafo de Playboy que Hollywood intentó ocultar
En 1970, el director Russ Meyer revolucionó la industria del cine con un título explosivo que la mismísima Grace Kelly intentó boicotear
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A finales de la década del sesenta, el cine atravesaba un profundo cambio: una camada de jóvenes directores se abría paso para darle inicio al denominado Nuevo Hollywood. Pero de la periferia de la industria surgió un realizador que dirigió una pieza que, al día de hoy, es una de las obras maestras que inexplicablemente (pero también, afortunadamente), se produjo en la Meca del cine occidental. Su nombre era Russ Meyer, y el film en cuestión se tituló Más allá del valle de las muñecas.
El rey de las “nudies”
Russ Meyer es un nombre ineludible en la historia del cine. Sin embargo, debido a su predilección por los relatos eróticos, las enciclopedias sobre el séptimo arte lo desmerecieron durante décadas, negando su importancia. Meyer tuvo una de esas vidas que bien podría recibir una miniserie. Nacido en 1922, su relación con el cine comenzó a los 15 años, cuando recibió una cámara con la que filmaba incansablemente cortos amateur. El destino lo llevó a la Segunda Guerra Mundial, en donde ejerció como camarógrafo (parte de su metraje, fue utilizado un tiempo después en el film Patton). Por esos años en guerra, Meyer conoció en Francia a Ernest Hemingway, quien, cuenta la historia, lo llevó a pasear por la zona roja de París. Durante los cincuenta, Russ fue uno de los fotógrafos destacados de la recién nacida revista Playboy, y formó parte del incipiente mercado de las nudies, películas que bajo cualquier excusa ponían el eje en los desnudos femeninos.
Meyer era un hombre orquesta, que dirigía, escribía, producía, editaba y a veces hasta distribuía sus obras. Pero más valioso aún, es que comenzó a tener un estilo fácilmente reconocible, que más allá de las mujeres de busto prominente y los hombres de mandíbula destacada (rasgos que buscaba en sus estrellas), presentaba en sus películas una puesta en escena muy personal, con historias que combinaban el humor y la sátira con el erotismo.
A mediados de los sesenta, Meyer ya era un director clave del cine independiente, y sus piezas atraían al público que buscaba experiencias viscerales, ante un Hollywood que parecía acartonado. Era la época en la que el gore y otros subgéneros de explotación florecían a paso acelerado. En 1965, estrena Faster, Pussycat! Kill! Kill!, un largometraje que jugaba ya no con los desnudos femeninos, sino con un trío de mujeres que desafiaban el poder masculino, a fuerza de carreras de autos y luchas cuerpo a cuerpo. Si bien ese film fue un fracaso de taquilla, el tiempo lo convirtió en un clásico de culto, con una iconografía que no pierde su impacto. Con una carrera sólida, el nombre de Meyer no dejaba de crecer, y por ese motivo recibió una oferta que lo tomó por sorpresa, que le prometía una libertad inusitada en un proyecto de gran calibre.
Una secuela fallida
En 1967, El valle de las muñecas se convirtió en un éxito inesperado para la 20th Century Fox. El melodrama sobre un grupo de mujeres que atraviesan logros y fracasos en el mundo del espectáculo fue un hito comercial: el protagónico de Sharon Tate y el interés por reflejar las agridulces experiencias de una nueva generación, fueron ingredientes que sedujeron a la taquilla. Y en 1969, el bombazo de Busco mi destino, confirmó que había un público dispuesto a ir al cine mil veces a ver películas que mostraran el lado B de la juventud. El estudio tomó nota de eso, y puso en marcha una continuación de El valle de las muñecas, con Russ Meyer al frente de esa tarea. Para el realizador era una oportunidad de oro, porque finalmente podía hacer un largometraje de gran presupuesto, para un circuito comercial amplio y en el que podía darse todos los caprichos que en el cine independiente le eran imposibles.
La escritora del libro en el que se basó El valle de las muñecas, Jacqueline Susann, presentó un guion para la segunda parte. Pero en 20th Century Fox no gustó la propuesta, y decidieron prescindir de sus servicios. De golpe, Meyer tenía carta blanca para escribir una historia desde cero, y para eso llamó al crítico cinematográfico, Roger Ebert, alguien en quien confiaba porque era el único que hablaba bien de su cine y que le daba valor a sus relatos desnudos.
La dupla se tomó seis semanas para escribir el libreto, que si bien no era una continuación, sí tomaba elementos de la obra original, pero empujándolos hacia los extremos. En una entrevista de la época, Ebert confesó: “Decidimos incluir varios elementos sensacionalistas de la historia original: homosexualidad, enfermedades severas, personajes basados en ‘gente real’, tramas inspiradas en sucesos impactantes, pero todo llevado a una exageración total”. De esa forma, la película contaba la historia de una banda de rock integrada por tres mujeres, que se sumergían en el peligroso mundo del éxito, el amor y las traiciones.
La prolijidad de un rodaje caótico
Para su largometraje, Meyer y Ebert no fueron detrás de nombres importantes. Las protagonistas Dolly Read y Cynthia Meyers eran modelos Playboy, mientras que John Lazar era nuevo en el mundo del cine. Pero eso no impidió que la dinámica del grupo funcionara en pantalla, a pesar del caos que fue el rodaje.
Si bien el guion estaba terminado, Meyer y Ebert debatían ideas sobre la marcha, cambiando parte de la historia y proponiendo líneas de diálogo que crecían en su extravagancia. Ambos buscaban darle al film una impronta auténtica y salvaje. La dupla creativa tomaba elementos de la realidad inmediata, con Z-Man (John Lazar) construido en base a Phil Spector, o con Randy Black inspirado en Muhammad Ali. Y aunque los diálogos bordeaban el absurdo, Meyer exigía seriedad en las interpretaciones, muy consciente del registro que quería en su relato. Para el cierre del largometraje, Meyer y Ebert propusieron la representación de una fiesta explosiva, en donde la acción implosionaba de forma impensada. Sin lugar a dudas, un broche de oro para una película única en su estilo.
Un éxito que quisieron esconder
El 17 de junio de 1970, Más allá del valle de las muñecas llegó a las salas de Estados Unidos, y el impacto fue inmediato. Fox estrenaba una película calificada con la temida calificación de X, que implicaba una distribución limitada, acercándola temáticamente a una frontera a la que nadie quería acercarse (en ese momento, al menos): la del cine pornográfico. Pero la respuesta de la taquilla fue inmejorable: de una inversión de novecientos mil dólares, el film en pocas semanas recaudó nueve millones, convirtiéndose en un suceso que superó las expectativas más optimistas. Sin embargo, al estudio le pesaba la (mala) fama de la película, y procuró desvincular su nombre de ese éxito, que hacía de los excesos su principal condimento.
Como era de esperar, las polémicas no tardaron en surgir. La escritora Jaqueline Sussan se mostró tan ofendida por el contenido del largometraje que demandó a la 20th Century Fox y exigió que la obra subrayara que no tenía nada que ver con El valle de las muñecas. Por su parte, la actriz Grace Kelly, que era miembro del directorio del estudio, intentó boicotear el proyecto y buscó incansablemente que se despidiera a Russ Meyer.
Con un ritmo frenético, una galería de personajes fascinantes, una historia que juega con el melodrama y un montaje con el que Meyer demuestra un pulso que no tiene nada que envidiarle al de Sergei Eisenstein, Más allá del valle de las muñecas es una obra de una libertad rabiosa. Y a pesar de ser rotulada como uno de los peores largometrajes jamás hecho, el tiempo lo confirmó como un título de gran valor, despojándolo de ese consumo cínico que se pretendía por encima del film. John Waters la denominó “una de las películas más divertidas jamás realizada”, y un sector de la crítica finalmente reivindicó la importancia de Russ Meyer y sus mundos de mujeres aguerridas.
Con el tiempo, Meyer llegó a considerarla su pieza más importante, y si bien luego volvió al campo de las películas eróticas, Más allá del valle de las muñecas persevera en el tiempo como una de las obras maestras de un Hollywood que, en algún momento, estuvo dispuesto a romper moldes.
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