Marea humana: pérdidas e ilusiones en un mundo globalizado
(Human Flow, Alemania, 2017) / Dirección: Ai Weiwei / Guión: Chin Chin Yap, Tim Finch, Boris Cheshirkov / Edición: Nils Pagh Andersen, Martin Hoffman / Distribuidora: LAT-E Cine / Duración: 140 minutos / Calificación: Apta para mayores de 13 años con reservas / Nuestra opinión: muy buena
El mundo se ha convertido en un extenso movimiento humano. Hombres, mujeres y niños abandonan sus lugares de origen para escapar de misiles y bombardeos, para encontrar un destino mejor ante la crisis económica, para salvar sus vidas del desprecio y la hostilidad. Así lo registra la cámara del artista Ai Weiwei -la Fundación Proa presentará aquí desde diciembre una retrospectiva de su obra- a lo largo de un viaje de un año por 23 países del mundo.
Las guerras sangrientas en Medio Oriente, los residuos del colonialismo europeo, el vertiginoso cambio climático y las crecientes desigualdades económicas han originado un crecimiento exponencial de las migraciones durante este siglo XXI. Lo que puede verse en titulares de diarios, en cifras de registros migratorios o en declaraciones de líderes globales, adquiere en Marea humana una dimensión concreta y desgarradora, alejada de la tentación del anecdotario y construida como un mosaico de historias personales y comunitarias, con la fuerza de un presente que se forja día a día ante nuestros ojos.
Ai Weiwei es un personaje fascinante, como lo muestran los breves rastros de su presencia en la película, interactuando con sus nacidos personajes, ajustando el foco de su cámara, haciendo evidente la magnitud de la crisis que hoy aterra a Europa. Artista y disidente de la China contemporánea, exiliado en Berlín y ciudadano del mundo, su mirada documental lleva la reflexión sobre el cine en tanto testimonio a un nuevo territorio en el que viejos conceptos como refugiado, acuñado en las postrimerías de la Segunda Guerra, pueden pensarse al calor de la extendida globalización. El impacto de las imágenes aéreas capturadas por drones se conjuga con el anclaje en el territorio, con la descarnada verdad de su destrucción en regiones como Siria o la Franja de Gaza, con la voz de sus miles de habitantes atrapados en hangares alemanes, en andenes de estación, en esperas infinitas.
Las imágenes del mar abren y cierran la película. Allí se vislumbran los botes que llevan a los migrantes, los salvavidas que recuerdan el omnipresente peligro, los rastros de los que ya no están. Con esa fuerza del mar abierto, de pérdidas e ilusiones, Weiwei abre y cierra una historia que no termina, de la que su aventura global desde el desierto de Jordania hasta la frontera militarizada entre Estados Unidos y México parece ser sólo el comienzo.
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