Manuel Puig en Río de Janeiro
En su última película, Javier Torre recuerda los años del novelista en Brasil
Hace una década que Javier Torre viene recorriendo con su cine momentos clave de la vida de artistas que intentaron esconder, detrás de cada una de sus obras, pasiones y angustias. Ocurrió con la escultora Lola Mora, con Jorge Luis Borges y Estela Canto y, finalmente, con Manuel Puig (1932-1990). El escritor, que nació en General Villegas (provincia de Buenos Aires), viajó por el mundo, vivió en Brasil y finalmente en México, llevando a cuestas una obra que incluye relatos memorables. El autor de "La traición de Rita Hayworth", "El beso de la mujer araña" (más tarde llevada al cine por Héctor Babenco y un musical de Broadway) y "The Buenos Aires affaire", entre otros, es la figura central de "Vereda tropical", la última película de Torre, que, tras varias postergaciones, se estrenará mañana.
La elección de Torre no es casual: Puig también fue el autor de "Boquitas pintadas", que en 1974 dirigió Leopoldo Torre Nilsson (padre de Javier), sin preocuparse por lo que la censura de entonces resolvería frente al modelo terminado (Miguel P. Tato, titular del ente calificador por entonces, la denostaba refiriéndose a ella como "Loquitas piantadas").
Aquél fue el primero y último contacto más o menos directo del entonces joven aspirante a cineasta con el polémico escritor. El único que tuvo, además del de la lectura, pero que fue fundamental para dejar una huella en su memoria. Dos décadas más tarde, un artículo de Tomás Eloy Martínez acerca de Puig ("La muerte no es un adiós", publicado en LA NACION en 1997), asegura Torre, lo impulsó a convertirlo en el protagonista de una película, un intento de retratar su desesperación.
Tras probar suerte con la docencia de cine, convertido en su propio productor, Torre volvió a la idea de dirigir, con un proyecto que tendría como escenografía a Río de Janeiro.
Así nació la película, que participó, en 2004, en los festivales de Gramado y Río de Janeiro, en Brasil, y ganó (en el primero) dos Kikitos de Oro, a mejor dirección y mejor actor, en este último caso para el debutante Fabio Aste, que fue secundado por Gigí Ruá y Mimí Ardú, en otros papeles de importancia.
Neurótico y solitario
-¿Cuándo conociste a Puig?
-Fue cuando estaba haciendo con papá el guión de su novela "Boquitas pintadas". Era una persona sensible, extraña. Era irónico, no era fácil, tomaba distancia, se sentía mal, siempre estaba como herido, maltratado? extremadamente neurótico, en el buen sentido de la palabra, pero también con una sensibilidad exquisita. Muy culto, amante del cine, un poco en detrimento de los demás escritores. La película lo toma después de ese momento, cuando se va de la Argentina, perseguido, cansado de ser discriminado por el simple hecho de ser diferente. O lastimado por la crítica.
-¿Cómo revive?
-Tomás Eloy describía a un Manuel que se ajustaba al que yo había conocido, enamorado de personas diferentes, con una vida pública y otra secreta, muerto prematura e injustamente por un descuido clínico que nunca quedó claro. Es como que de algún modo él aceptó morirse. Su fantasía de hacerse una casa lujosa en Cuernavaca fue como irse al paraíso. Manuel era muy cuidadoso con el dinero, y hay una cosa muy lacaniana en eso de decir "me gasto todo porque me voy a morir, construyo un paraíso cerca de Hollywood y me quedo ahí". Me impresionaba su obsesión tan gay con la muerte, tan enfermiza, de diálogo y de complicidad, y lo usé como recurso. Fue un hombre espléndido, que a su modo fue feliz. Lo conocí en la casa de un publicista muy famoso de aquí, estaba rodeado de vedettes del Maipo, en un mundo de luces, de colores, de fantasía, que se oponía por completo al suyo. Aquello contrastaba con una infancia de sobreprotección materna y el sentirse distinto, porque le gustaban los varones, en un pueblo represor que lo sigue mirando de costado.
-En tu película se lo ve como un solitario que busca algo que parece que nunca va a encontrar.
-Es la búsqueda de un personaje desesperado, que desea ser querido pero vive atravesado por la tristeza y la melancolía, que no consigue amar del todo ni ser amado por nadie, que nunca tiene relaciones estables ni plenas. Es un poco marginal, un poco infantil a pesar de su edad, un poco tilingo. También carga la impronta del Hollywood de su infancia y juventud en Villegas, con protagonistas como Ava Gardner, Rita Hayworth y Greta Garbo, que en realidad no eran mujeres, sino construcciones imaginarias.
-¿Qué tipo de gente le gustaba?
-Era un amante de las mujeres exuberantes, fuera de códigos, que simbolizan su mirada confundida. Estaba tan dolido con la realidad que sólo toleraba las construcciones imaginarias. En lo real era discriminado, por eso elegía los mundos paralelos, que no existen, que se derrumban solos, siempre enamorado de personajes simples, de pintores, gasistas, albañiles, personas buenas inmolándose, condenándose al dolor, al exilio, a la tristeza, como una muerte en vida.
-¿Por qué Puig y no otro?
-Soy solidario con la gente maltratada, los que son cuestionados o discriminados, y a veces hasta con los irreverentes. No me gusta la ortodoxia: prefiero el que se equivoca al que acierta siempre, el que arriesga al que no hace nada. "Boquitas pintadas" fue una película en la que se arriesgó mucho, y me sigue gustando.
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