Macbeth Superstar: por qué la tragedia escrita por Shakespeare hace 400 años, sigue siendo una obsesión para Hollywood
La nueva versión de Joel Coen, que se puede ver por Apple TV+ es segura protagonista de la temporada de premios y con ella se actualizan las versiones a cargo de Orson Welles, Roman Polanski y otros grandes directores de cine
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Un fantasma que aparece salido de la nada y camina por la muralla de un castillo para el espanto total de un príncipe trasnochado. Un rey jorobado se dirige al público de frente y seguro, mientras se lamenta por atravesar “el invierno de nuestro descontento”. “¡Silencio!” nos ordena un coro antes de sumirnos en la más famosa, trágica y romántica historia de amor. Un rey les exige a sus hijas saber cuánto lo aman, pero en dólares y centavos. Tres brujas cuchichean sobre cuándo saldrán al encuentro de un militar escocés para profetizarle que algún día sus hijos serán reyes, pero él no.
Hamlet, Ricardo III, Romeo y Julieta, el Rey Lear y, por supuesto, Macbeth. “El silencio tiene acción” dijo Charly García y en las obras de William Shakespeare, acción es lo que sobra. El bardo de Avon sabía cómo empezar una escena. Era un maestro de los principios.
Acaso por esto, los hermanos Coen –o una mitad de ese tándem cinematográfico, Joel– hayan elegido a Shakespeare para seguir reinventando y probando los límites de los géneros cinematográficos en su particular laboratorio.
Luz, cámara… Shakespeare
Shakespeare entonces, como se dijo, es acción. Sólo que para esta película los hermanos Coen pasaron de la química conjunta… a separarse. Luego de casi cuatro décadas de trabajo dividieron caminos. Joel fue quien se hizo cargo de esta transposición ya que Ethan “no estaba interesado”, según explicó. La verdadera instigadora o culpable (algo muy Lady Macbeth, valga la paradoja) fue Frances McDormand, protagonista de la adaptación y esposa de Joel. Fue la más reciente ganadora al Oscar a Mejor Actriz (por Nomadland, de Chloé Zhao) quien le sugirió a su esposo la adaptación.
Está protagonizada por Denzel Washington como el señor noble Macbeth de la nobleza de Escocia y lo primero que llama la atención es su título original: no Macbeth, sino The tragedy of Macbeth, como si quisiera portar todo el espesor de un clásico publicado hace… 399 años. Es la tragedia más corta del autor isabelino y es probable que se haya publicado por primera vez en 1623. Actualmente se puede ver a través de la plataforma Apple TV+.
Los diálogos respetan el texto original, pero la puesta en escena parece en un punto intermedio, entre de época y atemporal. Es plana (no chata), de un blanco y negro no proveniente de la iluminación chiarooscuro expresionista que alimentó al cine negro de los 40, sino más bien como una eterna “noche americana” (la técnica usada en el cine para ambientar una iluminación nocturna). De espacios acotados y de una apuesta en escena más resuelta hacia lo teatral (aunque en este caso un “teatral” que también abreve del cine) este Macbeth también recuerda a los paisajes, tanto mentales como visuales y nórdicos del clásico de Ingmar Bergman, El séptimo sello. Macbeth está considerada una de las obras más políticas de Shakespeare. Su tema es la ambición y el poder. De todas las obras del autor durante el reinado de Jacobo I, patrón de la compañía teatral de Shakespeare, acaso esta sea la que más enfatiza la relación entre el autor y su rey. En este sentido, es sugerente una posible relación, influencia o intertextualidad con La trilogía de Iván el terrible, de Sergei Eisenstein. En este Macbeth como en la película del ruso, abunda esa puesta en escena casi abovedada, un tanto gótica, de murmullos, primeros planos, profecías y conspiraciones cortesanas. Al fin y al cabo, también la trilogía de Eisestein también fue su obra más veladamente política del “realismo socialista” con las que simbolizó todo su descontento hacia la tiranía de Stalin.
Macbeth, por Orson Welles
De todas las trasposiciones, hay que comenzar por la de uno de los más shakespearianos (fuera del Reino Unido) de los directores. El genio detrás de El ciudadano (ahora lo sabemos, genialidad compartida, como demostró Mank, de David Fincher) siempre demostró devoción por el bardo inglés desde sus comienzos, con su productora, el Mercury Theater. El hombre que había hecho temblar a los Estados Unidos con su relato falso y en vivo de una invasión extraterrestre, también tuvo que recurrir a su imaginación para un Macbeth flojo de presupuesto. Realizado por Republic Studios, un estudio especializado en westerns (lejos, de las capacidades financieras de Paramount, MGM o RKO). Welles se quejó de que el vestuario que usó para interpretar su Macbeth “lo hacía lucir como la Estatua de la libertad” o “parecía de western”. Aun, así y todo, sin grandes estrellas, la película (maltratada por su propio estudio), fue gradualmente recibiendo más aceptación con la cinefilia wellesiana posterior. En parte también debido a la destreza para dotarla de puesta en escena y profundidad de campo en un estudio pequeño. John L. Russell, su director de fotografía, 12 años después ganaría el Oscar en dicho rubro por su labor para la también blanquinegra Psicosis, de Hitchcock.
Trono de sangre: un Macbeth nipón
Akira Kurosawa, a pesar de ser un devoto de la escritura de material propio, trató con igual pasión sus adaptaciones y sus guiones. Entre los primeros, dotó de su particular estilo obras de Dashiell Hammett, Akutagawa y Dostoievski. La adaptación de Macbeth, Trono de sangre, cuenta con su actor “fetiche”, Toshiro Mifune en el papel principal. Toda la acción sucede en el período de guerras civiles japonesas medievales. Un hecho curioso: el experto shakesperiano Peter Brook (director, entre otras de El señor de las moscas) consideraba a la película como una obra maestra, pero, a la vez, negaba que fuera una “verdadera película de Shakespeare debido a su lenguaje”.
La versión de Roman Polanski
Si la trama de Macbeth es eminentemente política, la trama personal de Polanski, cuando la dirigió venía de ser pesadillesca y horrorosa: fue su primer film luego del brutal asesinato de su esposa Sharon Tate en manos del clan Manson. Producida por el magnate Hugh Heffner, creador de Playboy, se trató de una coproducción norteamericano-inglesa filmada en Inglaterra. Fracaso de taquilla y de crítica, acaso el toque Playboy se palpe en algunos desnudos de Francesca Annis como Lady Macbeth. Esto, sumado al afiche original del filme, le dan al conjunto más un aspecto de película de terror gótico del famoso estudio inglés Hammer, que de un clásico de Polanski.
Otras versiones
Andrzej Wajda, el director polaco de Cenizas y diamantes, dirigió en 1962 Macbeth en Siberia, sobre las deportaciones a Siberia en la época de los zares.
Por su parte, Cabezas cortadas, es del vanguardista director brasilero Glauber Rocha, figura destacada del “Cinema novo” brasileño. De inspiración buñuelisitica (sobre todo La edad de oro), se filmó en España y cuenta con Paco Rabal en el papel protagónico. Se trata de una metáfora (por momentos bastante evidente y frontal) de las dictaduras (y hasta de gobiernos populares) y de la relación asimétrica y colonialista entre España y América.
En 2006 el director australiano Geoffrey Wright realizó una adaptación con Sam Worthington como Macbeth. Filmada en Melbourne utiliza un escenario y género de cine de pandillas y gánsteres, pero mantiene en gran medida el lenguaje de la obra original.
Lady Macbeth
Si todo Shakepeare comienza con nervio, brío y acción, no hay que olvidarse de sus mujeres. A veces no tna protagónicas, pero esenciales. Y acaso Lady Macbeth sea uno de sus personajes más relevantes. Interpretada por Frances McDormand en la nueva versión, a lo largo de la historia fue encarada por actrices como Vivien Leigh, Simone Signoret, Glenda Jackson, Judi Dench, Angela Bassett y la francesa Marion Cotillard.
En los últimos años el análisis del personaje se fue enriqueciendo, con interpretaciones filosóficas, psicoanalíticas y hasta feministas.
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