SAN PABLO.- Cuando M. Night Shyamalan estrenó en 1999 Sexto sentido - ese fenómeno que cosechó seis nominaciones al Oscar -, el realizador indio-estadounidense se erigió, sin proponérselo, como uno de los precursores de la era de los spoilers. Con el recurso de la vuelta de tuerca que se convertiría en su marca registrada y en su estigma al mismo tiempo, Shyamalan empezó a trazar un sólido camino como digno admirador de Alfred Hitchcock y Steven Spielberg. Como un cineasta devoto por el detalle, por el respeto hacia los films de entretenimiento puro, como un estudioso del engranaje narrativo. Largometrajes como El protegido, Señales y La aldea se revestían en cine de género para aludir a temáticas universales como las familias desmembradas, el cuestionamiento de la fe y la necesidad imperiosa de eludir el sufrimiento con mecanismos fútiles. El cine de Shyamalan cuenta con infinidad de personajes alienados, ya sea el pequeño Cole (Haley Joel Osment) en Sexto sentido como ese excura en duelo que compuso Mel Gibson en Señales.
Tras una efusiva conferencia de prensa que brindó en el panel de Disney de la Comic-Con de San Pablo, LA NACION habló en dicho marco con el cineasta sobre Glass, la tercera parte de la saga de superhéroes que se estrena este jueves en nuestras salas, y que se inició involuntariamente hace 18 años con El protegido, cuando David Dunn ( Bruce Willis ) y Elijah "Mr. Glass" Price ( Samuel L. Jackson ) cruzaban caminos y se descubrían como antagonistas. Diecisiete años después, el realizador estrenó Fragmentado, un sólido thriller que tenía en el centro a Kevin (James McAvoy), un hombre con trastorno de identidad disociativo - y con 23 personalidades conviviendo en su psiquis -, quien secuestra a jóvenes que considera virginales. La conexión entre ambos films se materializaba con el giro del final, donde David reingresaba al universo Shyamalan como un impertérrito justiciero que prometía darle batalla a ese villano, a esa bestia indetenible que McAvoy compuso con maestría. En Glass, la amenaza se multiplica cuando Elijah y Kevin unen fuerzas, y David deba reencontrarse con la suya por el bien de una sociedad en estado de alerta.
En una conversación donde primó la verborragia propia de un cineasta apasionado por sus personajes, Shyamalan se explayó sobre el desarrollo de sus tres películas de superhéroes, y de su resistencia a ser analizado exclusivamente a partir de esos finales que resignifican historias donde las elipsis y lo que yace fuera de campo son sus caballitos de batalla.
–Filmaste Fragmentado sin promocionarla como una secuela de El protegido, lo cual es un concepto interesante; ¿cómo fue ese proceso?
–Tuvo sus puntos buenos y malos. Lo negativo de no "venderla" como una secuela era precisamente eso: que no podíamos promocionarla de la manera en la que más nos hubiese beneficiado, porque le estábamos sacando su parte más valiosa en ese aspecto. Pero todo se desarrolló de manera muy tranquila, sabíamos que iba a tener muy buena recepción aunque la gente no supiera sobre ese giro, y que teníamos que esperar al día del estreno para obtener las reacciones de sorpresa y desconcierto. Fue un recorrido divertido, pero que también me dio miedo porque estaba suprimiendo algo. Digamos, por ejemplo, que al estudio no le gustaba la película, íbamos a tener grandes problemas (risas), pero también íbamos a impedir que la gente descubriera que, en realidad, Fragmentado era una secuela.
–¿Cuándo comenzaste a escribir Glass?
-Estoy tratando de recordar...todavía no se había estrenado Fragmentado, así que me puse a escribir Glass con cierta preocupación, porque no sabía si íbamos a poder filmarla eventualmente. En otras circunstancias, yo hubiese filmado la película sin tener en cuenta otros factores, pero en este caso a Fragmentado le tenía que ir muy bien para que Glass recibiera luz verde. La verdad es que me daba un poco de pánico escribir algo no estando completamente seguro de si se iba a filmar o no.
–¿Cómo es tu manera de escribir? ¿Tenés una rutina pautada o sos más bien espontáneo?
–No, la espontaneidad es la muerte para cualquier escritor, el hecho de decir "cuando lo sienta, lo voy a escribir, mientras tanto hago otras cosas en el día" (risas). No, para nada. Yo escribo durante las mañanas, lleno un cuaderno hasta la última página, hasta que esté repleto de ideas, como una manera de engañarme a mí mismo, de inyectarme confianza. Por lo general, las ideas que escribo terminan contradiciéndose a sí mismas. Cuando llega el momento en que pienso "acá tengo demasiadas cosas", es cuando mejor me siento, y ahí es cuando comienzo a organizar la historia, lo cual me lleva alrededor de seis semanas. Por lo general, la estructura de mis películas se arma en ese margen de tiempo.
Yo no siento que haga películas de terror
El cine está basado en la estructura, y es en ese punto donde mis films ganan o pierden, donde me juego eso. Pero no sabés si esa columna vertebral está bien hasta que la película se estrena, así que en este caso no lo sabré hasta el 17 de enero (risas), cuando la vea y piense: "Oh, esto tendría que haber tomado otro rumbo". Esas seis semanas son críticas por el medio en el que me muevo, porque no es como escribir una novela, en la que el argumento no es tan importante como la textura y el tono. El cine es un formato de estructura, y a partir de ella sale el primer borrador. Yo escribo cuatro páginas de guión por día, y para ese momento ya conozco mi película lo suficientemente bien.
–Otro aspecto atractivo de tu filmografía es cómo jugás con los géneros. Sexto sentido y La aldea, por mencionar dos ejemplos, son mucho más que el giro del final. ¿Cómo describirías a Glass en términos de género?
–Es un thriller psicológico y una película de superhéroes. Ambos fusionados.
–¿Te molesta que a veces se hable solo de los grandes twists de tu obra y no se haga hincapié en todas las temáticas que hay debajo de la superficie, desde la religión hasta cómo convivir con el duelo?
–Me alegra que digas eso porque yo también siento a mis películas de la misma manera. Cuando tratás de promocionar algo para que la gente conecte con eso, es inevitable que tu película se reduzca a una frase. Pasa mucho con la música. "Esto es lo que hacía Michael Jackson", y escriben solo un comentario. No me siento especial en ese aspecto, me parece que a todo artista le sucede. Sí me molesta cuando ese reduccionismo se convierte en un problema, cuando se venden o se habla de mis films como "los de miedo con la sorpresa del final", porque yo no siento que haga películas de terror. Sí puedo conciliar con el género thriller, porque lo considero mucho más amplio, puedo expandirme dentro de sus códigos, y por su naturaleza implica que vas a descubrir algo más en una historia de ese estilo.
–Además, te gusta trabajar con los momentos de silencio entre los actores, con secuencias más intimistas, como las que protagonizaron Joaquin Phoenix y Bryce Dallas Howard en La aldea
-Sí, absolutamente. Me gusta cuando los actores están procesando determinados pensamientos. Si estamos filmando una secuencia sin diálogo, y yo estoy detrás de ellos o caminando a la par, me doy cuenta si no están pensando las cosas adecuadas para la composición de sus personajes. Lo advierto ya desde su lenguaje corporal. Si estás fingiendo, yo lo estoy viendo. Cuando una escena no funciona, siempre les pregunto a los actores qué les está pasando, para que hablemos de qué estaría pensando su personaje en ese momento, y así llegamos a un buen lugar. Los grandes actores permiten que uno vea que están con la mente en el lugar correcto.
Por ejemplo, hay una escena de Batman: el caballero de la noche de Christopher Nolan, el comienzo en el que ves a Heath [Ledger] de espaldas, en la que no hay necesidad de mostrar nada más porque ya con esa toma sabés que él está completamente presente y metido en el personaje, que encontró la manera específica de abordarlo, que no está fingiendo absolutamente nada.
–Siguiendo esa línea de pensamiento... ¿cómo fue para Bruce y para Samuel ponerse en la mentalidad de sus personajes luego de 18 años?
–La verdad es que les resultó muy fácil. Yo no solo conozco a sus personajes, sino que conozco a esos tres hombres [N. del R.: Shyalaman incluye a James McAvoy], entonces escribí el material teniendo en cuenta sus fortalezas como actores. En contraposición, cuando escribí El protegido, no conocía a Bruce, solo a Sam, pero ahora los conozco como personas y de qué manera brillan y en qué situaciones, así que escribí en función de ellos.
–En otra de tus películas, Los huéspedes, empleaste mucho humor; con Glass vas por un camino similar, ¿verdad?
–Sí, hay humor en Glass, me encanta utilizarlo, pero en dosis precisas (risas). James es muy divertido, y van a ver que Sam también lo es en la película.
–¿Podremos esperar en el futuro otro film similar a Los huéspedes, una producción found footage más espontánea y visceral?
–La pasé muy bien filmando esa película, fue una gran etapa. Todavía no tengo pensado hacer otra película con uso del footage, pero disfruté enormemente ese rodaje, me divertí mucho.
–¿Cómo reaccionaron tus padres cuando les dijiste, a tus 18 años, que querías ser director de cine?
–Ambos son inmigrantes indios, médicos, viajaron mucho, lidiaron con episodios de racismo... y de repente su hijo les dice "¡Quiero ser un rockstar!", a lo cual dijeron: "¿Qué? ¿Después de todo lo que hicimos?" (risas). Para ellos fue una gran sorpresa, y en ese momento no era considerada una carrera propiamente dicha, no entendían que había un lugar donde se podía estudiar cine, y donde eventualmente fui.
–¿En tus inicios el director que más impacto tuvo en tu trabajo fue Spike Lee?
–Sí, totalmente. Hubo muchos realizadores que me inspiraron, como Spike y Steven Spielberg, que fueron influencias muy importantes en mis comienzos, pero estilísticamente también lo fueron Stanley Kubrick, Alfred Hitchcock y Akira Kurosawa.
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