M. Night Shyamalan: ascenso y caída de un director maldecido por un gran éxito inicial
El popular realizador nacido en India, que estrena nueva película, mantuvo durante años una tormentosa relación con Hollywood que lo afectó duramente en lo personal
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“Fallar puede ser esclarecedor, y el triunfo puede ser muy confuso”, así describió M. Night Shyamalan su experiencia en Hollywood. Desde hace tiempo, el director de Sexto sentido mantiene con el mundo del cine una relación ambigua, de grandes triunfos pero también, de egos heridos. Y este autor, que hoy regresa a la pantalla grande con Viejos, puede que finalmente haya descubierto que su lugar en la industria sea a través de una respetuosa distancia.
¿El mesías de la industria?
Cuando en 1999 el mundo estaba hipnotizado por Sexto sentido, el de M. Night Shyamalan fue un nombre que surgió con una fuerza imparable. En poco meses, el film de Bruce Willis se había convertido en un ícono cultural, y la historia de su responsable encajaba con eso que tantos medios insistieron en construir: la historia de un hombre capaz de reescribir las reglas de Hollywood a base de talento, más que de presupuestos millonarios.
Manoj Nelliyattu Shyamalan nació en la India, y cuando tenía apenas seis semanas de edad, su familia se mudó a Estados Unidos. Su padre, un prestigioso neurocirujano, soñaba en ver al niño convertido en médico, hasta que un regalo torció el rumbo de su vocación. Una cámara Súper 8 despertó su amor por contar historias, llevándolo cada vez más a ese juego de dirigir todo tipo de relatos. Para cuando terminó el colegio, ya había producido 45 cortometrajes amateur.
Una vez en la universidad de cine, el entusiasta joven recibió un préstamo de sus padres de setecientos mil dólares, y en 1992 realizó Praying with Anger, un drama de tintes autobiográficos sobre un muchacho americano de ascendencia india. Ese título, aunque nunca estrenado comercialmente, le valió el premio a mejor ópera prima otorgado por el American Film Institute. Su segunda película, Wide Awake, pasó sin pena ni gloria, pero su nombre comenzaba a sonar en los pasillos de algunos estudios.
Mientras escribía el guion de Stuart Little, Shyamalan esbozaba una historia de terror atípica, centrada en la relación entre un psicólogo y su joven paciente, un niño capaz de vincularse con los muertos. Decidido a convertir esa idea en un largometraje, se fue de su Filadelfia natal hacia Los Angeles, alquiló una habitación de hotel y comenzó a ofrecer el libreto a distintos estudios, con la condición de ser él quien dirigiera la pieza. Eventualmente, Disney compró el libreto por tres millones de dólares, más un millón de honorarios para el director. La gran inversión, fue contratar a Bruce Willis para el rol central, junto a un desconocido niño llamado Haley Joel Osment como el protagonista (Shyamalan reconoció que cuando lo vio en el casting, aseguró que ya no podía imaginar la película sin él).
“Yo tenía 25 años cuando escribí eso” -reconoció el realizador en una entrevista- “y en ese momento sentía que cuando estás escribiendo algo que nadie te pidió que escribieras, tenés que ser muy consciente sobre cuál es su valor, y saber de una manera muy específica cómo querés que sea esa pieza”. Shyamalan confiaba profundamente en Sexto sentido, pero ni en el mejor de los escenarios pudo anticipar lo mucho que le significaría ese proyecto. Con un presupuesto de 40 millones, el film recaudó en 1999, la astronómica suma de casi 673 a nivel mundial, convirtiéndose en Estados Unidos en el segundo título más visto del año y superando a otras grandes apuestas como Toy Story 2 o The Matrix.
Entre los muchos ingredientes que engancharon de Sexto sentido se encontraba esa vuelta de rosca final, un condimento que entre los fanáticos del título se convirtió en un guiño que diferenciaba a los ya iniciados en el culto Shyamalan, contra aquellos marginados que aún no habían visto la película. Sexto sentido fue un milagro de taquilla, pero su éxito también dio comienzo a una intensa relación entre Shyamalan y la prensa. “El próximo Spielberg”, o más aún, “El próximo Hitchcock” eran algunos de los titulares que se referían a él.
Los meses posteriores a ese éxito, fueron un sueño hecho realidad. Shyamalan recibía ofertas inmejorables, entre las que se destacaron escribir una cuarta parte de Indiana Jones, o un primer tratamiento basado en Harry Potter, o una historia con Batman o Superman. Pero su destino lo llevó nuevamente a crear un relato desde cero, sobre un hombre que se descubre indestructible. “El protegido no es una película de terror. Es una cosa extraña, porque es un proyecto anclado en una temática de historieta. Y esa es la ironía. Porque en esa época, había mucho miedo alrededor de las historietas. A todos les preocupaba mucho que el público no se interesara por una historia de ese tipo. Y quién iba a adivinar que varios años después, muchos se harían millonarios con algo que un tiempo atrás, era un tópico del que hasta les daba miedo hablar”, reflexionó. Una vez más, Shyamalan escribió y dirigió el largometraje, que contó con Bruce Willis y con Samuel L. Jackson como sus estrellas principales. Vista hoy en día, El protegido es un relato de superhéroes que anticipó la popularidad de ese género, pero que irónicamente, muestra un punto de maduración que hoy nadie arriesgaría.
Su siguiente pieza, Señales, mostró cómo el realizador podía jugar con las reglas de otros géneros (una invasión alienígena, en este caso), para construir un clima íntimo y asfixiante, que se distanciaba de su obra anterior. El protegido y Señales fueron éxitos de taquilla y de crítica, y Shyamalan confirmaba que con Sexto sentido, su carrera no iba a ser la de una banda “one hit wonder”. Hollywood estaba a sus pies, pero como él mismo dijo, pronto iba a descubrir que el triunfo podía llegar a ser algo muy confuso.
Atreverse a fallar
El romance duró poco. Shyamalan estrenó un puñado de films que no generaron ganancias millonarias, y de golpe, los medios y la industria lo miraban con desconfianza. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo es que Shyamalan se animaba a no ser siempre ese segundo Spielberg que tanto le insistieron que debía ser? El comienzo de la crisis fue con La aldea, un film de terror estrenado en 2004, que lo llevó a ser catalogado como “el tipo ese cuyas películas terminan siempre con una vuelta de tuerca”. Ese recurso con el que tantas voces simplificaron los muchos logros de Sexto sentido, de golpe era su debilidad más evidente.
En 2006 llegó La dama en el agua, un peculiar cuento de hadas al que pegarle desde los medios se convirtió casi en deporte nacional (e internacional). Protagonizada por Bryce Dallas Howard y Paul Giamatti, el film era un intento por abordar un mundo de fantasía, desde la óptica de un hombre atravesado por el cinismo de un mundo hostil. Pero el largometraje ni siquiera llegó a cubrir sus gastos de producción. Para colmo, el propio Shyamalan encarnaba en la historia a un personaje de una importancia enorme, un rasgo que muchos leyeron como un exceso de vanidad imperdonable. En relación a ese título, el realizador comentó en una oportunidad: “Si mi casa se prendiera fuego, y tuviera que salvar solo a un puñado de películas, La dama en el agua sería una de ellas. El tono de esa historia era como el de una fantasía para chicos, pero como me puse a juguetear con otros tonos no funcionó. Si hubiera envuelto todo en un aire de thriller, el éxito hubiera aparecido”.
A paso acelerado, la burbuja Shyamalan se pinchaba en forma de perdidas millonarias. En 2008, el estreno de El fin de los tiempos fue otro paso en falso sobre el que su protagonista, Mark Whalberg, llegó a decir: “Una vez hice una película pésima. No quiero decir su título, bueno, ya fue, se llamó El fin de los tiempos. ¡Qué desastre! Había árboles, plantas, todo un desastre. Al menos no pueden culparme por intentar componer una vez en la vida a un maestro de ciencias”. Si bien el largometraje cumplió en materia de taquilla, el rechazo del público y de la prensa fue generalizado. Como dijo alguna vez Tony Soprano de sí mismo, Shyamalan tenía “el toque del Rey Midas inverso, todo lo que tocaba lo convertía en basura”. Y aún faltaba lo peor.
El nombre invisible
En 2010, El último maestro del aire sufrió nuevamente el rechazo del público y la crítica, pero tres años después, M. Night perpetró el que muchos consideran no un film, sino lisa y llanamente un atentado al concepto del entretenimiento. Protagonizada por Will Smith y su hijo Jaden, Después de la Tierra fue una aventura de ciencia ficción que costó la friolera de 130 millones de dólares. Con una recaudación en Estados Unidos de 60 millones, Smith confesó que este largometraje fue “el peor error de su carrera”. De manera intencionada, el nombre de Shyamalan fue eliminado de los afiches y avances, con el objetivo de borrar su figura y que el público se sintiera atraído por la presencia de los actores. En ese punto, M. Night era considerado eso que, de manera muy coloquial, aquí podríamos denominar como un “piantavoto”.
Era su momento más duro. La industria lo abandonaba, y sus películas parecían destinadas al fracaso. En una entrevista, él reflexionó sobre esos años: “Sentía que perdía mi voz. Realmente no era la persona más indicada para trabajar dentro del sistema. De golpe, me encontré cuestionándome a mí mismo y a todos los pensamientos que aparecían en mi cabeza. El negocio había resuelto que yo no valía nada. Era un cuento con moraleja, había sido alguien que tuvo mucha suerte un rato, pero que luego se reveló como un fraude. Ya no creía en mí mismo”. Shyamalan decidió invertir sus energía en la vida hogareña, aunque eso que parecía un retiro prematuro, pronto se reveló como el impulso para un nuevo regreso.
Mientras más lejos, más cerca
Mientras curaba las heridas en su casa de Filadelfia, el director empezó a esbozar ideas un poco como lo hacía en las épocas de Sexto sentido, cuando escribía “sin que nadie se lo pidiera”. De ese modo surgió La visita. Shyamalan le acercó el guion a su agente, pero nadie se interesaba: “Ese representante fue muy insensible con respecto a las posibilidades del film. Sentía que, por delante, todo iba a ser tremendamente oscuro. Y yo no podía pensar en otra cosa”. Nadie quería invertir ni un solo dólar en M. Night, y sin ánimo de bajar los brazos, el realizador decidió hipotecar su casa por cinco millones para costear la producción. En 2015, La visita recaudó cien millones de dólares. Shyamalan volvía al juego.
Con Fragmentado, en 2016, y Glass, en 2019, el autor volvió a sus raíces, a través de dos títulos de una inversión relativamente modesta (9 y 20 millones respectivamente), que entre ambos dieron unas ganancias de 400 millones de dólares. Las películas juegan con las reglas del género de terror, y coquetean con la figura de esos súper hombres rotos y atravesados por una realidad violenta. Ambos relatos, que conforman una trilogía iniciada con El protegido, sirven para ejemplificar no solo en qué tipo de proyectos Shyamalan se siente más cómodo, sino también cómo los proyectos de bajo calibre, son la filosofía que el director emplea en su vínculo con Hollywood.
Leer (y escribir) artículos sobre M. Night Shyamalan, curiosamente, significa hablar constantemente de dinero. Alcanza con visitar su entrada en Wikipedia para ver tablas de presupuestos y ganancias, algo que no sucede con casi ningún otro realizador. Y esa es una mirada cruel, que reduce la obra de un autor valioso, al apagado mundo de las finanzas, como si él fuera el dueño de una empresa más que un director con ganas de contar historias sólidas. Esa relación con el dinero, que simplifica trágicamente su sensibilidad artística, marcó a fuego su carrera. Y aún lo hace. Sobre ese tema, el realizador explicó: “Me gusta que apuesten por mí, pero poco a poco eso se convirtió en ‘tomá este montón de dinero para tu proyecto’. Lo que no sabés es que cuando aceptás eso, estás renunciando a controlar la situación. Entonces, mi consejo para todos los directores, es que intenten hacer sus películas por la menor cantidad de dinero posible”.
Con una carrera que supera los veinte años, Shyamalan ocupó todos los casilleros. Desde el salvador de Hollywood, al hombre al que todos amaban odiar. Con entusiasmo o dolor según las circunstancias, el director aceptaba cargar con el peso de todas esas etiquetas, mientras procuraba construir una carrera que comenzó en el centro de la escena, hasta casi caerse por sus bordes. Pero hoy, este autor ya no quiere que la industria le diga quién es, sino que es él mismo quien busca definirse a través de su cine, procurando no ser ni el segundo Hitchcok ni el segundo Spielberg, sino el primer Shyamalan, ese que con Sexto sentido enamoró al público de todo el mundo.
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