Los ochenta años de Pasolini
Se proyectarán sus películas restauradas y habrá diversas mesas redondas
Las calles de Bolonia se vieron inundadas por manifestaciones que, en el último fin de semana y con el lema “No global e immigrazione”, protestaron por la apertura del “centro de permanencia temporaria”, destinado a inmigrantes que llegan desde zonas castigadas por la guerra y el hambre. Hoy, tal vez con menos estruendo, algunas instituciones de esta ciudad reunirán a intelectuales, poetas y cineastas que acudirán desde toda Italia para asistir a la jornada de homenaje a uno de los hijos notables de este centro universitario de la Emilia Romagna: Pier Paolo Pasolini, un contestatario que se ocupó de la marginalidad y de la inmigración mucho antes de que el concepto de globalización generara tanto segregación como movimientos de reivindicación, que había nacido en Bolonia –uno de los bastiones de la izquierda política italiana– el 5 de marzo de 1922.
Los actos de hoy incluirán la proyección de varios de sus films restaurados, mesas redondas y una selección de sus participaciones televisivas en programas de la RAI.
Criado en una familia de origen friulano, el joven Pier Paolo pasó por la Universidad de su solar natal, que con sus 900 años se inscribe como la institución académica más antigua de Europa. Allí se formó en historia, artes plásticas y literatura, alternando con una precoz militancia en el PCI que pronto abandonó para ahondar en una búsqueda apasionadamente revulsiva en la dimensión humanística, que forjó a uno de los artistas e intelectuales más controvertidos de la Europa del siglo XX. Su desafío tuvo, en la expresión de sus contemporáneos, “el signo de una desesperada vitalidad”, fórmula que resume esa personalidad que le generó el enfrentamiento con tantos polemistas en vida, y que lo llevó al ineluctable destino de una muerte violenta, en 1975.
Por fin, la cámara
Su primer volumen de poemas, “Poesia a Casarsa”, revela sus preferencias por Giovanni Pascoli y Eugenio Montale. Seguirán numerosos textos de narrativa y de poesía, hasta que en 1957 se acerca al cine, mediante una colaboración con Federico Fellini en el guión de “Las noches de Cabiria”, aunque su nombre no figura en los créditos. Cuando años más tarde tiene acceso a la cámara, sus preferencias se inclinarán por la trasposición fílmica de fuentes literarias, comenzando por su propia novela, “Una vita violenta”, de 1959, que en 1961 se transforma en “Accattone” y marca su debut como realizador: desconoce la sintaxis del relato fílmico y los recursos del montaje, pero sus imágenes tienen una vida que viene de la impresión que las pinturas del Masaccio y Piero della Francesca han dejado en su sensibilidad. A “Accattone” sigue “Mamma Roma” (1962), homenaje a Anna Magnani, film en el que sigue visitando dramas de los suburbios romanos.
Otras fuentes de sus films fueron “El Evangelio según San Mateo” (de 1964) y lo que se denominó “la trilogía de la vida”: el “Decamerón”, “Los cuentos de Canterbury” y “Las mil y una noches”. De la frescura y la transparencia de éstas parece tener conciencia el propio Pasolini cuando, caracterizado de Giotto, al final del “Decamerón”, sentencia: “¿Para qué realizar una obra si es tan bello soñarla solamente?”
“Pajarracos y pajaritos” (“Uccellacci e uccellini”, de 1965) fue una de sus escasas incursiones en climas de comedia, con un lenguaje alegórico originalísimo e irónico y la presencia de Totò, el rey de la comicidad itálica, junto a Ninetto Davoli, uno de sus actores fetiches (los otros fueron Sergio y Franco Citti).
Fue proverbial su amistad con Alberto Moravia, con quien en 1960 viajó a Africa en busca de motivos para su proyecto de un “Edipo negro” que finalmente nunca abordó (sí, en cambio, dio su célebre “Edipo Rey”, con María Callas). Pasolini creía en la fuerza del subproletariado, como una fuente de energía auténtica, no corrupta, que podía llegar a transformar la sociedad. A propósito de esa devoción utópica por una clase incontaminada, Moravia afirmaba de él que era “un conspicuo seguidor de Rousseau”.
Su film “Teorema” (1968), ya en su madurez expresiva y doctrinaria, causó un impacto en el mundo del cine semejante a la convulsión que había producido el ángel misterioso de su historia en la familia burguesa en la que se instala. “Il porcile” (“El chiquero”, 1969) fue otra de sus ironías fílmicas (su colega Marco Ferreri participó del rodaje como actor), que precedió a la que sería su despedida y también su obra más controvertida y prohibida: “Salò o los 120 días de Sodoma”, una pesadilla sadomasoquista en la que jerarcas fascistas someten a jóvenes a vejaciones perversas, en la fugaz República de Salò, un “experimento” del régimen en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
Pasolini se definía como “católico-marxista” en un inconformismo a ultranza que marcó no sólo su trayectoria política y artística, sino también su vida, signada por una homosexualidad desafiante, que fluctuaba entre el cielo de su creación artística y el infierno de los ambientes marginales que, finalmente, pautaron su trágico final en una playa de Ostia, el 2 de noviembre de 1975, cuando fue brutalmente asesinado. Así se cerró el alucinado periplo de este visionario, suerte de rabdomante, provocador e instigador de dudas, intuitivo druida de las clases marginales, esas que anteayer los miembros del Social Forum revindican en la misma ciudad que lo vio nacer.
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