GUADALAJARA.– Cualquiera le daría un poco la razón a esa manía oscura y terrorífica de Guillermo Del Toro si conociera el paisaje de su infancia en la ciudad principal de Jalisco: cerca del tradicional Teatro Degollado, donde comen gustosos un plato típico llamado "torta ahogada". Las torres góticas del Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento se advierten a varias cuadras de distancia detrás de la avenida Juárez. Por ahí, también vivía la abuelita del cineasta, y la tía –que dicen que una vez intentó exorcizarlo–, cuando no era más que un chico soñador… más bien de pesadillas. El caso es que la niñez ha inspirado y metido un poco de miedo al director mexicano ganador del Oscar en 2018 por La forma del agua, que hace unos días descubrió su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Y esto se comprueba ni bien se ingresa a En Casa con mis Monstruos, la fantástica muestra que expone el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (MUSA) hasta octubre.
Desde que se inauguró, en junio, con la fatídica promesa de Del Toro en persona que sería la última vez que estas piezas salen de su mansión en California, unos 1200 visitantes diarios ingresan en grupos de 25 personas cada diez minutos. Nadie en la ciudad ignora lo que allí está ocurriendo: "¿Tienes boletos para ver a Del Toro?" Las entradas se compran con un mes de anticipación y llevan marcados el día y hasta el horario de acceso (¡y no son reembolsables!), para cuando habrá que disponer de al menos unas tres horas para realizar el recorrido y llegar unos cuantos minutos antes. De hecho, ambientaron un salón de recepción para hacer la previa de la "experiencia", en un living con barra de espirituosas y dos botellas de tequila de la etiqueta Patron que llevan el nombre del cineasta. Una silueta de cera un tanto estilizada se postula allí, silenciosamente, como el primer stop para una selfie con el director.
Lo que ha llegado hasta aquí luego de una gira es la colección de objetos con la que el tapatío más famoso del cine habita su casa de Los Ángeles, bautizada The Bleak House en claro homenaje a Charles Dickens, famosa también por salvarse de unos voraces incendios. "Desoladora" es, justamente, para cualquier mortal –excepto él, claro– la idea de convivir (en la vida real, no en la ficción) con semejante cantidad de figuras de cera, juguetes macabros, obras de arte, muebles antiguos, artefactos escalofriantes, libros y películas de terror. Él los llama sus tiliches y constituyen una permanente fuente de inspiración. La muestra refleja los temas que le interesan al mexicano, lo oscuro y lo fantástico. Y cobija unas cuantas perlitas desde el punto de vista del coleccionista apasionado que es (el primer boceto de Pinocho, por ejemplo), aunque además de ese aspecto aquí están por supuesto representadas al menos otras dos facetas: el artista y el seleccionador (más allá del trabajo específico de curador que hizo Eugenio Caballero). "Tengo un sincero amor por lo extraño y lo marginal, que trato de amalgamar entre el arte consagrado y el arte popular", escribió.
La experiencia se desarrolla en ocho salas, algunas estrechas y tan plagadas de estos "objetos maravillosos de un gabinete de curiosidades donde el placer no conoce la culpa", que justifica el ingreso en grupos reducidos, siempre acompañados por un guía (hay que reconocer que el flujo de circulación permanente hace imperceptible cualquier demora). En algunos casos se puede estar bastante cerca de otro vecino visitante, esperando por lo tanto que no se asuste (ni asustarlo). El túnel de ingreso es un buen caso de esto: más estrecho que la manga de un avión y a oscuras, solo se atraviesa siguiendo la ruta que marcan unos ojos gigantes que parpadean a modo de bienvenida, y desemboca en una escena vampiresca, en la que Del Toro está chupándole la sangre a su hermana menor. Así, el portal transporta enseguida a todos, más que al mundo creativo de Del Toro, al interior de su mente.
La sala de la "Infancia e inocencia" exhibe el cuadro centenario The Duchess (La duquesa, de Edmund Dulac) que es lo primero y lo último que el cineasta ve, colgado al costado de su cama, cada día cuando se despierta y antes de acostarse. En parte por eso, porque "extraña sus cosas", es que ha resuelto no volver a exhibir más este museo personal fuera de su casa. Y el carácter final que adquiere la ocasión hace más extraordinario el desembarco en Guadalajara, el lugar donde nació en 1964. Del cuarto dedicado a aquellos primeros años se destacan también máscaras animales, un teatro de títeres de La forma del agua, vestuario original de Titanes del Pacífico, el storyboard de El espinazo del diablo, una cabeza de Hellboy. Nada como La Muñeca. Convencido de que quiere tener con él las cosas que le dan miedo, fue que adquirió The Doll, de la serie de TV The Night Gallery, de Rod Serling (1971). "Cuando era un niño, vi un episodio de Galería Nocturna llamado 'La Muñeca'. La muñeca se dio la vuelta, miró la cámara y sonrió. Literalmente me oriné como una manguera. Yo estaba gritando incontrolablemente, mi padre simplemente me agarró, me llevó al baño y me puso en la bañera… Eso es lo que más me ha asustado en la vida".
Seguramente la exposición resulta para los fans del cine de Del Toro lo que Disney a un niño de seis años, pero su mayor fortaleza es, en verdad, que no le da tregua a la curiosidad de todos aquellos otros que la visitan con interés, pero sin necesariamente sentir por su cine una gran pasión. La habitación donde está el Fauno es un buen caso para ejemplificar por qué esto puedo ocurrir: la escultura, de pelo natural, se alza en el centro, impactante, con el morralcito y la jaula donde porta las hadas (los mismos que se usaron para la película), mientras en el techo las sombras monstruosas de su figura transmiten la esencia de ese personaje. Todo está fríamente calculado por la museología: el sonido, la ambientación, si hace frío o más calor. Se reproduce también un cuarto de lluvia, como el que quiso tener el realizador en Guadalajara, pero que finalmente logró tener en Los Ángeles, donde definitivamente no llueve tanto como aquí. Dicen también que está convencido de que escuchar los truenos le resulta inspirador.
Así como en las películas de Del Toro siempre hay un niño, está la máxima que afirma que en sus films al menos aparece un libro. No sorprende que otro highlight del recorrido sea la ambientación de un cuarto completo de su casa, con Edgar Allan Poe y Lovecraft representados en tamaño natural, como en El cuervo, "al filo de una lúgubre medianoche". El homenaje que le hace a ambos autores (y a la literatura) se derrama en varios otros rincones de la muestra y llega hasta la última sala, convertida en una gran biblioteca, con una parte de los ejemplares de su tesoro abiertos a los visitantes-lectores que quieran cerrar el viaje dándole una vuelta de página la historia.
Todo el cuerpo es parte y obra: los originales de los afiches de las películas, personajes dibujados de su puño por primera vez, se codean con cabezas de cera del siglo XIX utilizadas en La cumbre escarlata. El cambio de temperatura se advierte en la piel de los brazos con el ingreso a la sala de "Magia y ocultismo", la más fría de todas, porque se guardan allí objetos del siglo XVII y XVIII. Unos bustos de los magos famosos del mundo (Houdini, el más), una mano gigante que cuelga del techo (aparece cinco segundos en Hellboy). En ese sector es donde el guía cuenta aquello de "cuando Del Toro era chico una vez su tía creyó que tenía al "chamuco" dentro y lo exorcizó".
Más allá, una infaltable cámara de cine; una sala dedicada a Frankenstein; la colección de máscaras que Peter Jackson (El señor de los anillos, El hobbit) le regaló está dispuesta a pocos pasos del Hombre Pálido que protagoniza la sala "Muerte y más allá". En un apartado especial, suerte de altar pagano, se rinde tributo a un superman mexicano: El santo. Hay máscaras y mallas originales, y la única foto en la que –aseguran– se le ve la cara a este ídolo popular, que está pegada en la ficha del registro de la Sociedad de Actores, documento exhibido junto a una vitrina. A pesar de todo –dice el guía– "Guillermo nunca fue a una lucha libre".
Con una línea de tiempo estampada en las paredes del primer piso del MUSA, la muestra va cerrando su recorrido. La última anécdota suena poco creíble, pero no hay dudas de que es graciosa y funciona bien: como la última vez que delegó la tarea se rompió una pieza, el ganador del Oscar limpia personalmente su casa todos los domingos.
Tres horas más tarde del tequila aquel y de la selfie en la previa, se entiende que "la belleza puede ser muy distinta de lo que creemos". Ya lo había anotado él en la cartelera que da la bienvenida en la antesala. Y el que avisa no traiciona ni decepciona. Más bien, todo lo contrario.
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