Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y el director D. W. Griffith querían ser dueños de sus películas: en 1919 fundaron United Artists, la semilla de lo que sería el cine independiente norteamericano; actualmente propiedad de Amazon, supo abrazar el glamour de James Bond y la revolución de los autores en los años 60 y 70
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En el corazón de Hollywood, en 1919, tres estrellas de la pantalla grande y un reconocido director plantaron la semilla del cine independiente norteamericano. Puede sonar extraño, demasiado lejano al cine experimental y las nuevas olas de mediados de siglo o el movimiento indie de los 90, que se identifican con la producción en el margen de la industria. Sin embargo, mucho antes de que todo eso suceda, la rebeldía de un grupo de artistas criados en el incipiente sistema de estudios provocó una revolución que cambió las reglas del juego en Hollywood.
El nombre de esa revolución fue United Artists, una sociedad nacida del deseo de independencia de una actriz, dos actores y un director, que se dieron cuenta de que su aporte era el motor del éxito de las películas. Y, entonces, se preguntaron: ¿por qué dejar que otros tengan el control total de su trabajo y se lleven la mayor parte de las ganancias?
Durante la segunda década del siglo XX, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin se convirtieron en ese mito moderno: estrellas de cine. Cada uno tenía su perfil propio; el público los reconocía, admiraba su talento y se entusiasmaba con cada nueva oportunidad de poder verlos en la pantalla grande. Al mismo tiempo, D.W. Griffith se hizo un nombre como uno de los directores más importantes del Hollywood de la época. Polémicas aparte, el realizador fue uno de los que estableció las reglas del lenguaje cinematográfico que la industria adoptaría.
Las carreras de Pickford, Fairbanks, Chaplin y Griffith florecieron dentro de los estudios que se instalaron en California en la década de 1910. Los nuevos empresarios del cine Adolph Zukor y Carl Laemmle se escaparon de las presiones que Thomas Edison y los estudios de los comienzos del cinematógrafo les imponían en Nueva York. Junto con otros pioneros como William Fox, Louis B. Mayer, Harry Cohn y los hermanos Warner, la mayoría de ellos inmigrantes europeos, se establecieron en Hollywood y pasaron a ser los que impusieron las reglas de la industria cinematográfica de las siguientes décadas.
Incluso hoy en día, el negocio del cine está dividido en la producción, la exhibición y la distribución. Zukor ideó un sistema de “integración vertical”, por el cual el estudio controlaba todas y cada una de esas partes. Para la venta de sus producciones, el jefe de Famous Players Lasky -el origen de los actuales estudios Paramount-, instauró el “block booking” (“reserva en bloque”), que obligaba a los cines a comprar el paquete completo de las películas producidas por su estudio, sin verlas antes y sin poder elegir cuáles títulos programar en sus pantallas.
Como reacción contra esta práctica, un grupo de 26 dueños de cines se juntó en 1917 y conformó la cooperativa First National para distribuir películas a precios competitivos. Un año más tarde, ya tenían 600 salas de cines asociadas y surgió la idea de producir sus propios films.
Mary Pickford, que trabajaba hasta entonces para el estudio de Zukor, firmó un contrato con la flamante First National Pictures por 1.500.000 dólares por año (unos 35 millones de dólares de hoy), que le aseguraba control artístico completo de las películas que protagonizara. Siguiendo su ejemplo, Griffith y Chaplin también firmaron con la nueva empresa, con la intención de tener mayor incidencia en las decisiones de la producción de sus proyectos.
Pero no todo era tan bueno como parecía. Dos situaciones encendieron las alarmas para la actriz, el actor y el director, sugiriendo la precariedad de las promesas. La primera la vivió en carne propia Chaplin, cuando se presentó en una reunión de ejecutivos de First National, en enero de 1919, para pedirles mayor presupuesto para su próximo film. Su pedido fue rechazado y el actor, indignado, planteó que si no tenía control sobre el presupuesto, no tenía realmente el control absoluto que decían ofrecerle.
La segunda alarma fueron los rumores sobre una supuesta fusión entre First National Pictures y Paramount, dos de las grandes distribuidoras. Pickford había aprovechado la competencia feroz entre ambas empresas para subir su cachet. La fusión implicaba una pérdida de poder de negociación para los artistas.
En una movida digna de una película de Hollywood, Pickford, Chaplin, Fairbanks y Griffith contrataron a una espía de la célebre agencia de detectives Pinkerton para que confirmara los rumores de la fusión. Según los relatos, la espía consiguió entrar a esa reunión de los ejecutivos de First National. Entre comidas y bebidas, los hombres allí reunidos se jactaron ante la agente encubierta sobre el gran negocio que estaban por cerrar con la fusión.
Prevenidos por esa información, la actriz, los actores y el director decidieron arriesgarse y formar su propio estudio. En un principio, también estuvo por sumarse William S. Hart, una estrella del western del período mudo, pero terminó aceptando la oferta de Zukor de 200.000 dólares por película para quedarse en Famous Players Lasky.
Pickford, Chaplin, Fairbanks y Griffith se movieron rápido. El 5 de febrero de 1919 fundaron United Artists, un estudio para producir sus propios proyectos, financiado con su propio dinero. También aceptarían películas de productores independientes y la práctica del “block booking” estaría prohibida. Según los fundadores, no solo querían proteger sus propios intereses, sino también “proteger al exhibidor y a la industria de ella misma” (en 1948, la Corte Suprema de los Estados Unidos promulgó lo que se conoció como los “decretos Paramount”, una ley antimonopolio que prohibía a los estudios tener intereses en la distribución y la exhibición de sus películas, por lo que se vieron obligados a vender sus salas de cine).
“Los lunáticos tomaron el manicomio”, dijo un alto ejecutivo de los estudios para describir la fundación de United Artists. Según la fuente que se utilice como referencia, el autor de la frase fue Richard Rowland, el presidente de Metro Pictures, o el propio Zukor. Tal vez no fue ninguno de los dos o las palabras no fueron exactamente esas. Lo que es seguro es que los jefes de Hollywood no vieron con buenos ojos la rebelión de sus estrellas.
Entre los cuatro dueños de United Artists derrochaban carisma, talento y star power, pero llevar adelante un estudio requería otras habilidades. Por eso reclutaron como asesor a William McDoo, quien fuera secretario del Tesoro durante la presidencia de Woodrow Wilson y al que las estrellas conocieron en las giras que realizaron por todo el país para vender bonos públicos durante la Primera Guerra Mundial.
Cada uno de los artistas fundadores tenía su propio perfil, que supieron cultivar con éxito en películas producidas en UA con excelente rendimiento en la taquilla, en los primeros años de la década del 20. Pickford, la “novia de América” original, continuó encantando al público con su imagen de joven inocente en las adaptaciones de novelas clásicas Pollyana (1920), dirigida por Paul Powell, y Little Lord Fauntleroy (1921), de Alfred E. Green y Jack Pickford. La marca del Zorro (1920) y Los tres mosqueteros (1921), ambas de Fred Niblo; Robin Hood (1922), de Allan Dwan; y The Thief of Bagdad (1924), de Raoul Walsh, confirmaron el estatus de gran héroe de aventuras de Fairbanks. Griffith ya tenía en su haber dos películas que dejaron una marca en la historia del cine, El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916), pero le dio a su nueva empresa un gran éxito y su película más sensible con Pimpollos rotos (1919), además de Way Down East (1920) y Huérfanas de la tormenta (1921), todas protagonizadas por su actriz preferida, Lilian Gish.
Sin embargo, la competencia era feroz y United Artists tuvo que vencer varios obstáculos. A mediados de los 20, Griffith se retiró de la empresa. El productor Joseph Schenck fue convocado para ser presidente del directorio y trajo consigo a su familia de artistas, incluyendo a su cuñado, Buster Keaton, cuya obra maestra El maquinista de La General (1927) se realizó bajo el sello UA. Las de Schenk no eran las únicas relaciones familiares dentro del estudio, ya que los fundadores Pickford y Fairbanks se casaron en 1920. Otros talentos se sumaron al estudio con sus proyectos en esa época. Algunos frente a la pantalla, como la actriz Gloria Swanson y otros detrás de ella, como el productor Samuel Goldwyn.
La década del 30 marcó una nueva y exitosa etapa para United Artists, con películas como Ángeles del Infierno (1930), de Howard Hughes; Luces de la ciudad (1931) y Tiempos modernos (1936), dirigidas y protagonizadas por Chaplin. También se sumaron las producciones británicas de Alexander Korda, distribuidas en los EE.UU. por UA, entre ellas La vida privada de Enrique VIII (1933), dirigida por el propio Korda; La pimpinela escarlata (1934), de Harold Young; y Lo que vendrá (1936), de William Cameron Menzies. Los cortometrajes de Disney también fueron distribuidos inicialmente por United Artists.
A principios de los 30, Pickford y Fairbanks se divorciaron y se retiraron de la actuación. El actor murió en 1939. La actriz continuó en el directorio del estudio hasta 1956, cuando vendió sus acciones, siguiendo el ejemplo de su otro socio, Chaplin, quien ya había abandonado United Artists.
En 1940, Rebecca, una mujer inolvidable, el film dirigido por Alfred Hitchcock y producido por David O. Selznick, el mismo productor de Lo que el viento se llevó, ganó el primer Oscar a Mejor Película para United Artists. Dentro de su competencia por el premio mayor de Hollywood había otros films del estudio, incluyendo El gran dictador (1940), de Chaplin.
“En su cumbre, UA no tuvo estudio [N. de R.: en el sentido del espacio físico] ni tampoco salas de cine, pero fue un punto focal para la producción independiente, con más de 20 películas por año y un ingreso en el mercado local que excedía los 10 millones de dólares. Por supuesto, en los años de la posguerra, la industria cinematográfica sufrió mucho golpes, pero UA floreció y llevó adelante films notables, todos los cuales tenían razones para estar agradecidos por la independencia extra que disfrutaron”, escribió el crítico británico David Thomson, sobre la situación del estudio por aquellos años.
Sin sus socios fundadores, el estudio continuó creciendo en los 50, cuando quedó a cargo de Arthur B. Krim y Robert S. Benjamin y se expandió hacia el nuevo y próspero negocio de la televisión. A pesar de que cada vez había más producciones independientes en otros estudios, UA siguió cosechando éxitos y premios en el terreno cinematográfico, con películas como Doce hombres en pugna (1957), de Sidney Lumet, y Una Eva y dos Adanes (1959), de Billy Wilder.
A comienzos de la década de los 60, el estudio se convirtió en el hogar de una de las franquicias más famosas y longevas de la historia del cine: la del agente secreto 007, James Bond.
Pero cada época tiene sus desafíos para la industria cinematográfica y el final de los 60 fue particularmente ajetreado en Hollywood. Los cambios culturales de una nueva generación y la competencia de la televisión mareó a los ejecutivos de los estudios tradicionales, que buscaban cómo conservar al público.
El Nuevo Hollywood, que comenzó a fines de los 60 y se extendió a los 70, marcó un cambio de paradigma hacia un cine de directores-autores, que abandonaron los sets de cartón pintado y salieron a filmar a la calle películas con temas más álgidos, mayor libertad en el retrato de la sexualidad y la violencia, y que esquivaban los finales felices (los jóvenes directores norteamericanos de la época siguieron, a su manera, el ejemplo de las nuevas olas cinematográficas europeas y del propio cine independiente de su país).
United Artists, que había sido vendida a TransAmerica Corporation en 1967, pero seguía siendo liderada por Krim y Benjamin, se adaptó y supo darle la bienvenida a esa nueva generación, con muy buenos resultados. En esos años, el estudio consiguió tres Oscar a Mejor Película consecutivos: Atrapado sin salida (1975), el film de Milos Forman, por el que Jack Nicholson ganó el premio de la Academia a Mejor Actor, Louis Fletcher a Mejor Actriz de Reparto, además de sendos Oscar para Mejor Guión y Dirección; Rocky (1976), de John G. Avildsen, que también ganó los premios de Dirección y Montaje; y Annie Hall: dos extraños amantes, que le dio el Oscar a Mejor Dirección a Woody Allen, a Mejor Actriz para Diane Keaton y Mejor Guion para Allen y Marshall Brickman.
Luego de que Krim y Benjamin abandonaran la jefatura del estudio para fundar Orion Pictures, United Artists tuvo entre sus producciones otras grandes películas como Apocalypse Now! (1979), de Francis Ford Coppola y Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese. Pero también fue el estudio detrás de La puerta del cielo (1980), de Michael Cimino, la película a la que se suele señalar como culpable del fin de la hegemonía de los directores-autores en Hollywood y de la destrucción de United Artists. La acusación es simplista, pero la realidad es que el film de Cimino tuvo un rodaje muy largo y complicado, un montaje que llevó a muchas discusiones, y terminó recaudando apenas 1.3 millones de dólares, quedando lejos de recuperar los 44 millones invertidos en la producción. Un año después del desastre de La puerta del cielo, TransAm vendió United Artists a MGM. Coppola había querido comprar el estudio pero no pudo cerrar el trato.
En 2021, Amazon compró MGM por 8450 millones de dólares, haciéndose acreedora de todas las producciones de United Artists y su propiedad intelectual (es decir, los derechos para secuelas, remakes, etcétera), desde las películas de Pickford, Fairbanks, Chaplin y Griffith; pasando por La diligencia (1939), de John Ford; La reina africana (1951), de John Huston; las películas de James Bond y muchos otros títulos esenciales de la historia del cine. Así, el streaming se adueña de la historia de aquel experimento de un grupo de artistas del cine mudo que querían independizarse y crearon un estudio que cambió la historia de Hollywood.
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