Los intocables: la película de Brian De Palma que nació de la desesperación y se convirtió en todo un clásico
"Necesitaba un éxito desesperadamente" fueron las exactas palabras de Brian De Palma para describir su situación luego del mal trago que resultó Estos sí son amigos (Wise Guys, 1986), aquella comedia negra sobre la mafia con Danny De Vito y el simpático Joe Piscopo. La película no solo sufrió el desprecio de la crítica y dejó indiferentes a los espectadores, sino que trajo varios dolores de cabeza a un estudio como la Metro Goldwyn Mayer que intentaba reacomodarse a una nueva era de cambios de directivos y premisas de producción. Como una merecida compensación, el fiasco finalmente impulsó a De Palma en un camino de reinvención.
"Quise distanciarme del thriller a lo Hitchcock, volver a inventarme de nuevo a mí mismo", les confesó el director a Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud en las entrevistas del libro Brian De Palma por Brian De Palma. Casi por casualidad, el guion que entonces escribía David Mamet para la Paramount resultó ser la oportunidad perfecta. Nacido en la Chicago de las fábulas de Al Capone, Mamet disfrutaba la fama del Pulitzer ganado por Glengarry Glen Ross en 1984 y escribía día y noche decidido a transformar el serial Los intocables, de una historia de crimen a una tragedia con todas las letras.
Un western en la fría Chicago
Desde hacía varios años, los ejecutivos de la Paramount tenían la idea de llevar al cine la historia de la vieja serie de los 50, aquella sobre Eliott Ness y Al Capone, protagonizada por Robert Stack y ambientada en la Chicago de los años 30 que había modelado el cine de gángsters en el imaginario popular. "Ned Tanen y Art Linson, de la Paramount, imaginaban la película como un gran historia sobre la gesta de uno de los míticos héroes americanos. En cambio, yo la veía como un western entre el viejo y el joven pistolero", recuerda Mamet en las entrevistas con Fred Topel para The Dramatist Poet: A David Mamet Interview. "Se me ocurrió que podía tratarse del encuentro entre un joven con ideales [Eliott Ness], encargado de defender una ley que solo entendía de forma abstracta, y un veterano desencantado [Ned Malone], guardián de la ley, agriado al final de su carrera debido a la corrupción de la ciudad".
De inmediato, De Palma sintonizó con esa vibra proveniente del western, un poco al estilo de Los siete magníficos. Había llegado a la Paramount por intermedio de Dawn Steel, una productora y antigua novia de su amigo Martin Scorsese, quien le sugirió que allí lo aguardaba el material salvador para ese limbo en el que amenazaba estancarse su carrera. Sin perder tiempo se sumó al proyecto.
"La relación entre Ness y Malone tenía que ser el centro de la película, así que trabajamos mucho en eso con Mamet y Art Linson, uno de los productores de la Paramount. El estudio estaba abierto a aquellas propuestas de casting que no les saliesen demasiado caras", recuerda De Palma. "Pensé entonces en Sean Connery para el papel de Malone. Lo había conocido en el Festival de Avoriaz en 1982, cuando nos presentó John Boorman, y me pareció perfecto. Además, él quería sacarse de encima el traje de James Bond".
Para Ness, el director tenía en mente a Don Johnson, quien parecía ser el actor ideal para ese héroe seductor que dictaban los años 80 en pleno éxito de División Miami. Pero Linson prefería a Kevin Costner, quien había trabajado con Spielberg en Cuentos asombrosos y con Lawrence Kasdan en Silverado y ascendía como rostro de una hidalguía de aires clásicos, siguiendo los mandatos westernianos que buscaban imponerle a la película. Linson convenció a De Palma, quien todavía no encontraba una pieza clave del rompecabezas: aquel actor que le diera cuerpo a Al Capone, quien encarnara ese mito más allá de la ficción que proponía la película, alguien que recordara para el público la historia de su propia cinefilia.
Un encanto algo loco
"Teníamos a Bob Hoskins para interpretar a Al Capone. Así que fuimos a Chicago, con el guion casi listo, para decidir cómo planificar el rodaje. Y, de pronto, me di cuenta que teníamos la película lista pero se parecía a una obra de teatro inglesa, demasiado sofisticada. Necesitábamos algo más, un actor americano del cine de gángsters", relata De Palma frente a la cámara de Noah Baumbach para el documental de 2015 que lleva su nombre. Robert De Niro fue la respuesta. "Bobby [De Niro] demora mucho en decidirse a hacer algo. Tenés que invitarlo a cenar, hablarle del guion. Tomó varias semanas hasta que finalmente dijo: ‘Sí, creo que puede funcionar. Salvo que te va a costar caro’. Y lo fue, fue extremadamente caro".
De Niro desembarcó como la gran estrella de Los intocables y, siguiendo sus excentricidades del método que lo habían llevado a manejar un taxi durante las noches para hacer Taxi Driver, investigó los trajes de seda que vestía Capone y pidió que le fabricaran réplicas exactas. Tuvo que afeitarse la frente y aumentar 14 kilos para adquirir la pesada silueta del gángster, mientras De Palma lo acompañaba religiosamente en sus extensas sesiones de maquillaje para que se aprendiera las líneas de diálogo. "Capone no tenía que ser solamente pura maldad", decía entonces De Niro en una entrevista con Newsweek. "Tenía que ser un político, un administrador, tenía que tener a su favor algo más que el miedo que imponía. Tenía que tener un encanto algo loco".
El mundo alrededor del Capone de De Niro debía brillar como la corte de Luis XIV, el rey Sol; por ello el director trabajó con William Elliot, el director de arte, para delinear el motivo del resplandor solar en el piso de madera de su suite. En cada escena, todos sus acólitos debían esperar su señal para hablar, o temer cualquier destello de incomodidad que anunciara el fuego de la ira. De Palma imaginó las habitaciones del Hotel Lexington donde habitaba su pandilla como una corte real, lustrosa en sus pérfidas ceremonias de castigos y amenazas. Es en esa obscena abundancia que ofrece el crimen organizado donde se juega la oposición con el territorio austero en el que habitan los héroes.
El Ness de Kevin Costner se presenta en su modesta casa de suburbio, tomando el café de la mañana, como un caballero blanco cuya armadura son su inocencia y buenas intenciones. "Ness y Capone nunca se conocieron y una condena por evasión impositiva no tenía demasiado suspenso", reflexiona Mamet. "Por ello había que inventar esos mundos desde la leyenda". Los buenos eran el idealista y el pragmático, y el escuadrón de Ness debía reducirse de nueve miembros a cuatro, cuatro jinetes de un apocalipsis con visos de gran epopeya.
Las escaleras de Odessa
Pese a la escalada del presupuesto de 18 a 25 millones de dólares, De Palma seguía lidiando con algunas restricciones que le imponía el estudio. El rodaje se repartió entre Chicago y la zona de Montana, lindante con la frontera canadiense.
Uno de los momentos cruciales era el rodaje de una persecución entre un automóvil y un tren, que estaba estipulada en el guion. "El estudio me dijo que no teníamos dinero para filmar esa escena, así que hablé con Mamet para reescribirla pero se negó a cambiar una línea", explica De Palma a Blumenfeld y Vachaud. "Entonces tuve que improvisar. Lo importante de la secuencia era que Ness y Stone [Andy García] debían acorralar al contador de Capone en una estación. Entonces le dije a mi asistente de locaciones: ‘Buscame una estación en Chicago con una escalera amplia’. Lo de la escalera me recordó a El acorazado Potemkin y de ahí nació la idea del cochecito.". A menudo, las citas a otras películas han convertido al universo de De Palma en una constante reflexión sobre la historia del cine y su impacto en la memoria de los espectadores. Nacidas de una consciente búsqueda o de una resolución de último momento, dieron a esa intertextualidad un sentido lúdico y ajeno a toda pretensión, casi un guiño secreto con sus seguidores que buscaban en sus fascinantes secuencias los indicios más insospechados.
La famosa escena del cochecito que evoca las míticas escaleras de Odessa de Sergei Eisenstein también funcionó como alquimia entre el estilo visual de un director acostumbrado a los ralentis y las estilizaciones, y una melodía compuesta por uno de los músicos emblemáticos del cine italiano como Ennio Morricone. Allí se conjugaba el peligro y la tragedia, el capricho de un brutal destino y el irónico azar del crimen más cobarde.
"Morricone vio la película y luego fuimos al estudio, donde me pasó cuatro temas. El quinto era el que había que componer para esa secuencia. Trabajamos en varias versiones hasta que conseguimos el sonido perfecto. Ese ‘tan, tan, tan’ que enmarca el rostro de Kevin Costner cuando se prepara para apretar el gatillo en lo alto de la azotea". La danza musical se corresponde con los planos cerrados con los que De Palma secciona a Ness y a Nitti, el sicario enviado por Capone. Vestido de blanco como un ángel de la muerte, con su rostro anguloso y su gélida mirada, Billy Drago convierte a Nitti en una espectral aparición, elusiva en los laberínticos tejados, perversa en su mueca desafiante, el perfecto coro de la melodía que Morricone sella para ese clímax que ha definido a Los intocables.
Mis amigos, James Bond y el escritor
Las tensiones entre De Palma y Mamet no concluyeron en esa secuencia. Celoso de su escritura, Mamet objetaba cambios y alteraciones. "David [Mamet] es un individuo muy arrogante", sentencia de Palma sin ninguna media tinta. "Está convencido de que todo lo que escribe es genial. Igual, es cierto que yo también estuve bastante despectivo. Pero la verdad es que no me impresiona en absoluto ese culto que le tiene la gente, y él enseguida se dio cuenta. Art Linson tuvo que ser el mediador, y gracias a eso conseguimos un guion excelente".
Las libertades respecto a la historia verdadera de Capone y sus crímenes se acentuaron en el pasaje del papel a la pantalla. De Palma concibió ciertas escenas con un peso escénico dado por el eco de sus propias ambiciones antes que por la verdad de los detalles históricos. La muerte de Malone no solo significaba una entrega de poder entre la veteranía y los nuevos tiempos, un poco al estilo de Un tiro en la noche, con homenaje a John Ford incluido, sino un juego con el aura indestructible que el personaje de James Bond había forjado para Sean Connery. Lo mismo ocurre con el instante en que Capone abre la cabeza de uno sus socios con un bate de béisbol: nacida de la letra de Mamet en el guion, inspirada en los rumores que forjaron la brutalidad de Capone, también se nutre de un universo cinematográfico, de una escena similar que aparece en Party Girl de Nicholas Ray, de esos imaginarios que el cine de gángsters de los 30 había convertido en parte de la cultura.
"Siempre trato de que mis películas sean visualmente estimulantes. Cuando imaginé la secuencia del asesinato de Malone, Sean [Connery] me dijo: ‘¿Para qué tanta cantidad de disparos?’. Estaba realmente enojado. Y yo le dije: ‘¿Sos James Bond y nunca te dispararon?’. ‘No’, me contestó. Y encima una esquirla le entró en un ojo y tuvieron que llevarlo al hospital. Tuve que rogarle que volviera para una segunda toma. Pero el resultado valió la pena", contó el director. Los intocables llegó a su fin con muchas expectativas y algunas sombras. Por entonces el cine de gángsters ya no tenía el atractivo de los 70, con la saga El Padrino o la visceral Calles salvajes de Scorsese. Incluso Caracortada del mismo De Palma, en 1983, había representado una actualización del universo de la mafia, atravesado por el narcotráfico, los latinos y una violencia dura y epidérmica. Los intocables era una fábula sobre un mundo pasado, una película que se apropiaba del género en su versión clásica, una historia de gángsters como las de antes.
Finalmente, la película consiguió lo impensable. Pese a la competencia con una historia familiar destinada a vencerla en todos los fines de semana como Pie Grande y los Hendersons del mismo 1987, el nuevo estreno de la Paramount se erigió como uno de los grandes éxitos de la temporada. Ya los créditos señalaban ese eco tardío del neo noir, un mundo de lucecitas dispersas en la noche del crimen, cuatro hombres con sus boinas y sombreros enfrentándose al mito de Capone, al lujo de su corte real, en una Chicago de plena Depresión. Y las salas se llenaban día tras día, demostrando que la magia de esas ficciones seguía viva. Como lo recuerda De Palma, en el final de su evocación: "Los intocables fue una de esas películas mágicas. De esas de las que hay muy pocas en la carrera de un director".
La película está disponible para ver on line en Cablevison Flow.
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