Los hermanos Coen ofrecen una deliciosa insensatez
Quémese después de leerse (Burn After Reading, EE.UU./2008, color; hablada en inglés). Dirección y guión: Joel Coen y Ethan Coen. Con George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich, Brad Pitt, Tilda Swinton, Richard Jenkins, J. K. Simmons. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Carter Burwell. Edición: Roderick Jaynes. Presenta UIP. 95 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: muy buena
En Quémese después de leerse, los hermanos Coen no parecen tener la menor intención de explorar zonas oscuras del comportamiento humano; tampoco, aunque lo parezca, la de indagar en las diversas caras de la crisis de la mediana edad, ya sea nacida de la propia frustración, de algún manotazo del destino, de la necesidad de inventarse una vida nueva (y si no, al menos procurarse un cuerpo reciclado), o de la voluntad de dar por fin el gran golpe y resarcirse de toda la injusticia que se ha debido soportar.
No, esta vez, aunque no haya cambiado la pobre opinión que los Coen tienen sobre el género humano ni se haya disipado del todo ese aire de superioridad que suele irritar en sus films, lo único que quieren hacer es divertirse a costa de necedades y torpezas de sus congéneres, con la complicidad de unos cuantos actores visiblemente encantados de intervenir en el juego. Y, de paso, como han solido hacerlo con otros géneros, tomarle el pelo al film de espías.
El tono es, obviamente, el de la comedia. Negra, claro, como que no faltan la violencia ni los cadáveres, pero sobre todo absurda, descabellada. Como si los hermanos quisieran sacarse de encima el aire de respetabilidad que el Oscar a Sin lugar para los débiles pareció adosarles.
Si la propuesta carece de toda gravedad, tampoco puede haber moraleja, como lo sintetiza uno de los personajes en el divertidísimo remate del film. No sacaremos de la historia ninguna conclusión, pero seguramente nos habremos reído mucho en su transcurso. ¿Es algo que deba reprocharse?
Sin pies ni cabeza
Que el escenario sea Washington no significa que haya algún trasfondo político: es el lugar ideal para que se crucen los dos mundos bien diferenciados de los que provienen los personajes: la CIA y el gimnasio Hardbodies. En el comienzo, después de la primera parodia al género (una cámara que desciende vertiginosamente sobre el mapa de Google) un veterano agente del primer organismo es elegantemente desplazado por las autoridades a raíz de sus problemas con la bebida y promete vengarse publicando sus memorias, mientras una empleada del gym sueña con la metamorfosis corporal que podría proporcionarle una cirugía que no tiene cómo pagar. El azar quiere que un disco con el borrador de las memorias vaya a parar a sus manos, lo que –ella supone, azuzada por su amigo, un descerebrado personal trainer–, contiene información top secret por la cual podrán pedir rescate.
Fauna de lunáticos
Otros ejemplares igualmente incompetentes se suman a la trama: un galán adúltero que guarda reflejos incontrolables de su época de custodio personal y aprovecha cada viaje de su mujer, autora de libros infantiles, para reunirse con su amante, glacial y altanera, o con cualquier mujer que se le cruce, y un grupo de investigadores (incluida la CIA y sus métodos drásticos), que intentan descifrar un enredo sin pies ni cabeza. En medio de esa fauna de pobres lunáticos, el único enternecedor es el gerente del gimnasio, enamorado sin esperanzas.
Al ingenio de los Coen para dar coherencia al desatino, sostener el crescendo risueño, explotar el detalle, deslizar ironías y afilar los diálogos, hay que añadir el aporte de un elenco que se divierte y sabe contagiar su regocijo.
Es, en fin, una insensatez deliciosa.
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