Los dos Papas, en Toronto: risas, memorias y diálogos sobre el poder con dos grandes protagonistas
TORONTO.- Los dos Papas acaba de revelarse en la mañana de este sábado dentro de la programación del gigantesco Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF 2019). Es la segunda vez que se proyecta luego de su estreno mundial de hace unos días en Telluride, pero aquí tendrá sin dudas una repercusión acorde a la magnitud de esta muestra, que funciona hasta el domingo 15 como la capital mundial del cine.
La película del brasileño Fernando Meirelles está deliberadamente elaborada para que una audiencia internacional acceda a ella sin obstáculos, pero resonará sin dudas con mucha más fuerza entre el público argentino. Encontrará aquí sin duda repercusiones suficientes como para consolidar su temprana mención como candidata potencial al próximo Oscar, pero a la vez tendrá una mínima llegada a los cines porque la inmensa mayoría la verá en Netflix. De hecho, en nuestro país no pasará por los cines. Al gigante del streaming lo único que le interesa en este sentido es cumplir con el requisito de lanzamiento limitado en salas estadounidenses para poder entrar en la carrera hacia el premio mayor de Hollywood. Es uno de sus proyectos de mayor perfil de esta temporada.
Esa condición queda demostrada en la exacta y meticulosa reconstrucción de los ambientes vaticanos más importantes, empezando por la Capilla Sixtina, algo que solo puede apreciarse en plenitud si vemos Los dos papas en una sala de cine. En varios escenarios de la Santa Sede (y de la residencia veraniega de los pontífices) se ambienta el núcleo de esta historia que tranquilamente podría ser objeto de una puesta teatral. El mayor interés pasa por el filoso y elegante duelo verbal que mantienen en 2012 Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y el cardenal Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce). Es el momento en que el papa Ratzinger ya tiene tomada su decisión de renunciar y convoca al obispo argentino (quien a su vez ya tiene redactada su carta de retiro tras cumplir los 75 años) anticipando lo que será su sucesión, la llegada de Francisco.
Contra lo que podrían haber imaginado muchos, esta coproducción internacional entre Estados Unidos, el Reino Unido, Italia y la Argentina evita los riesgos mayores de pintoresquismo que siempre aparecen en estos casos. Las conversaciones entre los pontífices transcurren en inglés, pero también se escuchan otros idiomas. Los tramos completos dedicados a mostrar la juventud de Bergoglio (encarnado allí espléndidamente por Juan Minujín) y su compromiso pastoral durante la última dictadura militar, filmados en nuestro país, están íntegramente hablados en castellano. Inclusive llegamos a ver a Pryce interpretando a Bergoglio en distintos escenarios porteños (particularmente en una misa celebrada en la villa 31) reproduciendo en fonética palabras en nuestro idioma mientras una voz argentina lo dobla. Cristina Banegas, María Ucedo, German Da Silva y Lisandro Fuks tienen pequeñas y decisivas intervenciones.
La película no elude algunas situaciones bastante excéntricas (como el innecesario momento en que Bergoglio trata de enseñarle los pasos básicos del tango a Ratzinger) y el tramo más políticamente cargado que vemos en la segunda mitad desplaza la atención de lo más interesante del relato. Pero en ningún momento pierde relevancia lo más atractivo: un intercambio discursivo y argumentativo entre dos personajes que tienen todo el tiempo el anhelo de alcanzar coincidencias sin dejar de lado lo que piensa cada uno.
Esas discusiones están lejos de la solemnidad y de la carga aleccionadora que algunos podrían imaginar. El argumento escrito por Anthony McCarten (Las horas más oscuras, La teoría del todo, Bohemian Rhapsody) tiene la suficiente frescura como para no abrumar. Y con varios momentos hilarantes. De hecho, en un instante Bergoglio le dice a Ratzinger que parte del entrenamiento de los jesuitas pasa por saber contar los chistes. Sin recurrir a su acostumbrada pirotecnia visual y bastante lejos del énfasis didáctico y las simetrías forzadas de sus películas anteriores, Meirelles logra que los encuentros entre los protagonistas respiren y no aburran nunca. No será Los dos papas una película de altísimo vuelo, pero le alcanza para construir el retrato de dos personajes poderosos y magnéticos.
Hopkins pone en juego aquí todo el enorme repertorio de recursos y tics actorales asimilado en medio siglo de una carrera artística extraordinaria. No parece muy preocupado de darle a su Ratzinger acentos o inflexiones germanas y su personaje luce más bien como un papa británico, inconfundiblemente hopkiniano. También se destaca tocando el piano. Pryce, en tanto, debe haber visto infinitas horas de archivo con la imagen y la voz de Bergoglio. Su actuación parece elaborada desde la comprensión de las acciones del personaje real y el modo en que trata a los demás. No extrañaría que en la próxima temporada de premios se tengan muy en cuenta estas presencias actorales imponentes y a la vez sin alardes que mantienen disquisiciones sobre el perdón, la reconciliación, las deudas del pasado y las responsabilidades del poder.
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