Los críticos no entienden nada, pero el público tiene mal gusto: historia de un divorcio
Hubo una vez un francés llamado Serge Daney, crítico de cine que no solamente escribió sobre películas: es muy recomendable leerlo reflexionar sobre Roland Garros, Guillermo Vilas y más jugadores y más tenis. Además, en su libro Perseverancia, Daney escribió acerca de la relación entre el crítico, la crítica y el público. Decía que su vida de crítico había significado "ser como un barquero", que con su voz comenzó "a pasar pequeños mensajes, orales y escritos, para llevar noticias de una orilla a la otra sin pertenecer a ninguna". Las orillas de las que hablaba Daney eran una la de "la gente normal que consume películas por pura diversión" y la otra la de los artistas, los creadores.
No recuerdo si Daney dijo algo sobre la efectividad de esos mensajes que se esforzaba en pasar, transmitir, traficar, pero a cada rato uno lee que el público no escucha, no lee, no le presta atención a la crítica, y que otra vez se separaron. "El divorcio entre la crítica y el público" es un título y un concepto que aparece de forma frecuente y obstinada en notas como ésta y como otras, distintas pero emparentadas. Hay críticos que incluso se sienten ofendidos y afirman que "la gente tiene mal gusto" porque no les hacen caso y ven cualquier cosa y no "la joya de la semana". No, no se refieren a que mucha gente posee un DVD de la primera película de Peter Jackson, Bad Taste; se refieren, sí, a que la gente tiene "mal gusto": antes era porque las películas más vistas no solían estar entre las más valoradas por "la crítica", y ahora –dicen– porque lo más visto en Netflix es, en general, un ramillete de choripanes con mayonesa en forma de series y "producciones propias". Y acá es donde alguien dirá que le encanta el choripán con mayonesa y que le resulta una exquisitez y que "los críticos no entienden nada". Y así estamos, acusando a los demás de tener mal gusto y tratando de imponer el propio: se vuelve difícil que no nos cascoteen el barco en el que estamos intentando navegar con Daney si remamos con esa altanería.
Hay que volver a seducir con la crítica, hay que volver a hacerla legible, hay que volver a escribir crítica y no otras cosas degradadas y querer camuflarlas de crítica. Y los gustos, gustos son; pero claro que pueden cambiar. Tal vez si se hablara menos de "las películas más vistas" y "las series más comentadas" se ayudaría menos a su propagación: cuando no se para de intentar generar interés en algo no debería sorprendernos tanto que, finalmente, haya mucho interés en ese algo. Es lo mismo que sembrar miedo y miedo por una enfermedad y después descubrir que –maldita sea– hay una epidemia de temores infundados. No hay que ser muy avispado para darse cuenta de que el rol del crítico se hace cada vez menos relevante, más pequeño, como el caso de aquel increíble hombre menguante.
En parte esto viene ocurriendo porque se ha producido un solapamiento y un desplazamiento del crítico por otro comunicador: el periodista que "informa y evalúa", que insiste sobre aquello sobre lo que "la gente quiere leer". Además, mucha crítica que se presenta como tal es apenas una reseña, es decir, un texto con algo de información con una evaluación somera, al paso, sin análisis ni interpretación, sin preocupación por su propia forma, es decir, por la escritura. En casos más graves, la reseña ha sido reemplazada por algo así como la cata comparativa de tanques y el pronóstico de inversiones: "esta de superhéroes es buena porque no es tan mala como otras de superhéroes; no le fue tan bien a la nueva Cazafantasmas en Estados Unidos, ¿afectará ese fracaso el futuro del reboot de otras franquicias de éxitos de los ochenta monstruos de Universal?"
Quizás lo importante, lo urgente, sea volver a Daney, que en ese planteo sobre las orillas nos indicaba, con amabilidad, el camino que no siempre hemos sabido seguir, el río que estamos secando. A veces nos hemos encerrado en las conversaciones para entendidos, de esas que no generan nuevos entusiasmo o nuevos intereses, en guetos controlados por esas divisiones tan nocivas y pajaronas de "cine pochoclero", "cine de festivales", "cine para desconectar", "cine para comer con una docena de choripanes con mayonesa". Lo mejor sería volver a hablar y a escribir sobre cine y que las críticas sean críticas; de no ser así, deberíamos ser más precisos y decir que el divorcio ya no será entre el público y la crítica sino entre el público y la reseña.
El futuro de la crítica y –esto es lo verdaderamente importante– el futuro del cine depende de que los creadores puedan llegar al público; las redes sociales y la crítica, al menos tal como se relacionan hoy en día y desde hace años, no parecen estar logrando los resultados que nos gustarían. Los grandes directores llevan cada vez menos público a no ser que sean contratados para dirigir tanques, y los escasos nuevos creadores emergentes probablemente necesiten sentir que es posible que su cine pueda llegar más allá del círculo de enterados, porque de lo contrario habrá riesgo de caída en la tasa de natalidad de directores con futuro. La crítica, si es que todavía puede navegar entre las dos orillas que describía Daney, tal vez debería cuidar sin paternalismos –querer al cine y a sus lectores de mejores maneras– y desafiar, seducir: no proferir tantos retos ni emitir tantas amonestaciones, y ponerse a escribir y a dialogar más allá del "círculo conocedor". No temerle a la polémica y aventurarse a escribir.
Otro francés, que escribió antes de Daney, decía que "el aparato financiero y publicitario del cine y el prestigio de las estrellas son tales que la crítica, aunque fuera desfavorable por unanimidad, sería incapaz de detener el camino hacia el éxito de una mala película con un gran presupuesto. La crítica sólo es eficaz con respecto a pequeñas películas ambiciosas pero sin grandes estrellas. (...) Teniendo en cuenta que la crítica cinematográfica sólo ejerce influencia en una película de cada veinte, lo normal sería que fuera la más libre y, por tanto, la más inteligente." El que escribía esto era François Truffaut, como presentación de su texto Los siete pecados capitales de la crítica. Quizás, entre esos pecados de la crítica debería agregarse el de creer con soberbia, cada vez que se produce un nuevo divorcio, que la culpa es siempre del otro.
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