Los 80 de Charlton Heston
Cuando todavía le quedaban por delante años de carrera, Charlton Heston reflexionó ante un periodista: "He personificado a tres presidentes, tres santos y dos genios. Si eso no genera algún problema en el ego, entonces nada podrá hacerlo". Tal vez bromeaba, pero está visto que desde muy joven, cuando apenas se vislumbraba en él al atleta de físico imponente y mirada severa que el cine de los años cincuenta y sesenta eligió para representar a héroes, próceres y patriarcas, sus sueños de actor volaban bien alto. En el primer film que rodó -una producción amateur hecha entre estudiantes en 1942- fue Peer Gynt, el arquetípico personaje que Ibsen desarrolló a partir de una fábula noruega; algún tiempo después, el mismo equipo lo pondría en las sandalias de Marco Antonio. Su debut en Broadway fue con una tragedia shakespeariana, "Antonio y Cleopatra". Y sus primeros triunfos en la TV -donde también se inició temprano, en 1948- fueron "Julio César", "Cumbres borrascosas" y "La fierecilla domada".
Está claro que su propia presencia ya lo había hecho candidato a estrella. Pero Charlton -que en realidad se llama John Charles Carter y adoptó de joven el apellido de su padrastro- apuntó siempre a la actuación. Estudió desde chico, en Winnetka, el suburbio de Chicago (no muy lejos de Evanston, donde nació hace ochenta años y un día), y sus condiciones fueron reconocidas pronto: durante la secundaria ganó la beca que lo llevaría a especializarse en arte dramático en la Northwestern University. La radio le dio sus primeros compromisos, que alternó a veces con su labor como modelo, y sólo interrumpió su formación profesional para servir durante tres años en la Fuerza Aérea. Cuando volvió a la vida civil y se hizo ver en la escena y en la TV, ya estaba listo para probar suerte en Hollywood. El debut fue en 1950, como protagonista y al lado de Lizabeth Scott, pero no en un relato épico, sino como jugador cínico y en un thriller explicablemente olvidado, "Dark City".
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Todo cambió para él a partir de "El espectáculo más grande del mundo", un éxito de Cecil B. De Mille que ganó el Oscar en 1952, y mucho más cuando, después de encarnar a su primer presidente y a su primer héroe (Buffalo Bill), el veterano De Mille volvió a llamarlo, esta vez para elevarlo a una cumbre épica de la que nunca quiso descender: fue Moisés en "Los diez mandamientos" y entendió que "si uno no es capaz de hacerse una carrera después de dos De Mille, es porque nunca lo conseguirá".
Habrá en su registro profesional -extensísimo, con más de cien películas, además de numerosos ciclos de TV y temporadas teatrales- muchos títulos recordables, pero Heston quedó asociado para siempre a estas grandiosas figuras nacidas para la gloria y el mármol, personajes siempre listos a imponer su autoridad en medio de hiperpobladas y colosales superproducciones, históricas o bíblicas. Con uno de ellos, el de "Ben Hur" (1959, William Wyler), ascendió hasta lo más alto (por lo menos, en el escalafón hollywoodense), es decir: hasta el Oscar. Pero hubo muchos más. Fue "El Cid" (1961, Anthony Mann), Miguel Angel en "La agonía y el éxtasis" (1965, Carol Reed), el cardenal Richelieu en "Los tres mosqueteros" (1974, Richard Lester). Como no podía faltar en "La más grande historia jamás contada" (1965, George Stevens), le dieron el papel de Juan el Bautista. Y como se había quedado con las ganas de interpretar el Marco Antonio que en "Julio César" (1953, Joseph L. Mankiewicz) fue a parar a Marlon Brando, protagonizó otra versión, que Stuart Burge dirigió en 1970, y dirigió su propia (modesta) adaptación de "Antonio y Cleopatra" en 1973. También fue Tomás Moro en una remake de "El hombre de dos reinos" hecha para la TV en 1988, y hay que anotar que Kenneth Branagh reconoció su pasión por Shakespeare y le confió la parte de Polonio en su "Hamlet" (1996).
Da un poco de pena que tanto esplendor se haya visto opacado por su último papel: el que desde hace unos años representa en la vida real como vocero (y a veces también presidente) de la Asociación Nacional del Rifle, la institución que defiende con uñas y dientes el derecho de cada norteamericano a poseer armas. Así se lo ha visto defendiéndose de las embestidas de Michael Moore en "Bowling for Columbine", ofuscado y empuñando el fusil con manos temblorosas (padece el mal de Alzheimer y ha debido luchar contra un cáncer de próstata). Pero quizá la historia y muchos de sus fans, que aún los hay, sean más generosos con él y prefieran recordarlo no como al fanático conservador al que Bush premió en 2003 con la medalla de la Libertad sino como aquel icono de los grandes relatos históricos. O como el liberal que solía marchar al lado de Martin Luther King y que supo salir en defensa de Orson Welles cuando los estudios dudaban de confiarle "Sed de mal".
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