Se estrena el documental dirigido por Alejandro Maci en el que se profundiza en el legado artístico y en la lucha de la cineasta en favor de los derechos de la mujer; LA NACIÓN conversó con tres actrices que fueron protagonistas de algunas de sus aventuras en la pantalla grande
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“Creo que ninguna de ustedes, que tenga menos de medio siglo de edad, puede saber lo que fue ser joven en los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Y no voy a entrar a enumerar los códigos patriarcales que maniataron a las mujeres intelectualmente, emocionalmente, sexualmente”. El pensamiento de la ilustre María Luisa Bemberg resuena profundo, liberador y enérgico durante los primeros segundos de María Luisa Bemberg: El eco de mi voz, el impecable y sentido documental escrito y dirigido por Alejandro Maci que hoy se estrenará en las salas de cine para consideración del público, luego de una reciente función preestreno en el MALBA y de haber cosechado elogios en la 50ª edición del International Film Festival Rotterdam y en la 36ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El estreno del film coincide con el centenario del nacimiento de la cineasta.
El 14 de abril de 1922, el aristocrático matrimonio conformado por Otto Eduardo Bemberg y Sofía Elena Bengolea recibía a la pequeña María Luisa, quien, en su adultez, se sublevaría ante el mandato generacional, de clase y de género, y se convertiría en una audaz escritora, en una directora exquisita y en una pensadora imprescindible que aportó una mirada lúcida y emancipada, enarbolando las banderas del feminismo, en tiempos donde eso no era moneda corriente. Bemberg fue la cineasta de la palabra, pero también de los silencios y las miradas que su lente captaba en tomas sin vértigo, buceando en planos cortos en el alma de sus personajes.
“El itinerario artístico de María Luisa Bemberg es infrecuente, por no decir único, e inseparable de su vida. Proveniente de una familia poderosa, su mirada crítica sobre la posición femenina desde inicios del siglo XX, junto a sus ideas sobre el rol de la mujer en la sociedad contemporánea, generaron enfrentamientos en su fuero familiar y marginación en su entorno. Aún así, insistió y, en los años sesenta y setenta, viajó, leyó, trajo al país y realizó traducciones informales de los principales textos feministas del momento, sobre todo de los relativos a la llamada segunda ola feminista, liderado por pensadoras como Kate Millet o Betty Friedan”, sostiene el director Alejandro Maci en el dossier presentación de su documental, un material necesario que deja un registro de consulta permanente a la hora de volver tras los pasos de la realizadora.
“Era una luchadora incansable”, afirma Graciela Borges, gustosa de poder recordar a esa mujer con la que estableció una amistad mucho antes que se generara el vínculo profesional. Insurrecta desde la palabra, rebelde desde la acción, María Luisa Bemberg rompió el molde y se reveló ante el mandato de las mujeres de su clase. Para Luisina Brando “gracias a personas como ella, se ha recorrido un gran camino y en muy poco tiempo”.
Bemberg no solo se sobrepuso a los mandatos sociales, también debió lidiar con la censura y las imposiciones de la dictadura militar que gobernó el país desde 1976: “En una oportunidad, no la dejaron entrar al Instituto de Cine porque tenía puestos pantalones”, recuerda Graciela Dufau, otra de las actrices que trabajó bajo los lineamientos de la directora.
Los films Momentos, Señora de nadie, Camila, Miss Mary, Yo, la peor de todas y De eso no se habla conforman un corpus coherente en el que Bemberg plasmó sus intereses más urgentes. “Si me equivocaba, me equivocaba por todas”, se la escucha decir en el documental dirigido por Maci. La directora sentía que su arte conllevaba el rol de una misión emancipadora, de libre pensamiento.
Miss Bemberg
“Siempre me llamó la atención que hablaba con sus hermanas en diversos idiomas. Podía arrancar en castellano, seguir en francés y luego en inglés. Mucho tiempo después se lo comenté y me respondió que no se daba cuenta, que era natural debido a que había vivido mucho tiempo en Europa con su familia, algo que le disgustaba un poco, al punto tal que decía que era como una plantita que, en cuanto empezaba a crecer, la trasplantaban a otro lado”, sostiene Dufau, quien protagonizó Momentos, el primer largometraje dirigido por Bemberg, junto a Miguel Ángel Solá y Héctor Bidonde.
La musiquita del swing, jazz y foxtrot, propias de un status social, para ella no eran un único mundo posible. Mucho menos esa educación no escolarizada y sostenida con institutrices y profesoras alemanas y francesas que llegaban a la mansión familiar para educar a las niñas de la familia, ya que los varones sí estaban autorizados a concurrir a los colegios. En un ataque de insurrección y siendo niñas, María Luisa y su hermana Fina le pidieron al peluquero que las atendía en su casa que les cortaran el cabello muy corto, al modo de un varón, suponiendo que, de esa forma, serían merecedoras de las libertades de los hermanos. Por supuesto, ni el corte de pelo ni las independencias deseadas se concretaron.
A pesar de su falta de educación formal, la directora absorbió los conocimientos de esas docentes que visitaban su casa para educarla. Algo que capitalizó ya que siempre ha demostrado contar con un gran bagaje cultural. En esa cuna de oro es donde también aprendió los modos con los que se manejó durante toda su vida. “Detestaba no haber podido ir a la escuela, ella hubiera querido la complicidad del compañero de banco”, afirma Brando, quien trabajó bajo las órdenes de Bemberg en Señora de nadie, Miss Mary, junto a Julie Christie, y De eso no se habla, encabezando con Marcello Mastroianni.
“Nuestra historia fue larga, mi relación con ella nació mucho antes que se convirtiera en directora, fuimos amigas desde siempre, estuvimos juntas mucho tiempo. La conocíamos de toda la vida porque éramos vecinas, así que manteníamos un gran contacto familiar, hasta con su padre y con sus hermanas. Recuerdo que íbamos siempre a su campo La Serrana a comer y ella venía al nuestro, eran encuentros muy amorosos. Tan estrecho era nuestro vínculo que el empuje para hacer cine se lo dio Juan Manuel Bordeu, mi marido. Es más, estábamos en el campo cuando él le hablo de Camila O´Gorman. Hablamos mucho de ese personaje y a ella le parecía muy complejo poder filmarlo”, reconoce Graciela Borges, quien protagonizó Crónica de una señora, film de Raúl de la Torre que contaba con coautoría de Bemberg.
Luisina Brando sostiene que Bemberg “rompió el mandato de su padre, a quien no le gustó nada que ella se dedicara a escribir o participar en una película”. En el film documental dirigido por Alejandro Maci es posible acercarse a ese tiempo de represiones sociales y señoras de clase alta que se sometían al patriarcado imperante.
María Luisa de nadie
“En la mayoría de mis películas las mujeres están solas”, se la escucha decir a Bemberg en una imagen de archivo incluida en el documental de Alejandro Maci, quien también brinda su testimonio frente a cámara, al igual que Lita Stantic, la prestigiosa productora que trabajó durante una década codo a codo con la directora. Bemberg, durante sus primeros años como realizadora, contó también con el aporte de producción, vestuario y ambientación de las recordadas Tita Tamames y Rosita Zemborain.
Bemberg no era mujer de claudicar. Y si no dejó de usar pantalones, tampoco se privó de estrenar Momentos, a pesar de haber tenido que reescribir el guion debido a las objeciones de los censores de turno. Esa emancipación ya se percibía en cortos como Juguetes, donde se lee la frase “los juguetes y los cuentos no son inocentes, son la primera presión cultural”. En ese material, Bemberg plasmaba su crítica al rol del ama de casa servil al esposo y a los hijos.
Acaso porque ingresó al mundo del largometraje con más de cincuenta años, será que no dudó jamás en decir lo que pensaba e irradiar esas ideas a través de sus personajes. Bemberg se separó de su marido cuando eso no era bien visto y siempre consideró que su único rol no era el de criar a sus cuatro hijos. Cuando fundó UFA (Unión Feminista Argentina) sentó las bases de su lucha por la equidad entre el hombre y la mujer.
“Siempre discutíamos sobre qué era ser feminista. No era una mujer combativa, sino que brindaba sus respuestas de manera muy delicada, quizás un poco fría, muy Bemberg en ese aspecto, pero de un alma enormemente tierna, que no demostraba, tenía una sensibilidad fuera de serie”, afirma Borges.
A la hora de pelear por los derechos del colectivo femenino, la directora no dudaba en participar de encuentros o marchas. “Hicimos una sentada en el Congreso por la Patria Potestad compartida y ella hizo notar en su discurso que éramos muy pocas. Como feminista dio un gran aporte, algo que también llevó a adelante con su trabajo en La mujer y el cine, junto a Martha Bianchi”, explica Dufau.
Lusina Brando, en cambio, sin desmerecer la lucha de Bemberg, aporta una mirada diferente sobre la cuestión: “Habló desde el punto de vista de la mujer y puso en palabras aquello que sentíamos y, si bien no estoy en desacuerdo con el término feminista, me parece que una artista como María Luisa, lo excede”. La actriz no duda en resaltar la hidalguía de la realizadora al mostrar a un personaje homosexual lejos de la morisqueta habitual a los que era confinada la comunidad gay en la ficción. Pablo Toledo se llamó el personaje interpretado por Julio Chaves en Señora de nadie, base sentada para lo que vino después: “En aquellos tiempos de tomaba la diversidad de sexos como algo gracioso y ella incluyó a un personaje gay, sacándolo de la caricatura”.
En el documental dirigido por Maci se recuerda un punto de quiebre que le confirmó el camino a Bemberg. Aquella tarde en la que María Luisa Bemberg vio Le Bonheur, film de 1965 dirigido por Agnès Varda, sintió una suerte de epifanía iniciática. Aquel título de la “nueva ola francesa” marcó un quiebre en su vida intelectual.
Brando recuerda cuando la directora le decía “se va a priorizar siempre el prejuicio de ´lo hizo una mujer´, en lugar de evaluar la obra”. Así como modificó guiones o se le prohibió el ingreso a un ente oficial, también debió someterse a los lineamientos impuestos para el diseño de las gráficas de sus films. Para difundir Momentos, había pensado en un afiche que priorizara una imagen de Graciela Dufau junto a Miguel Ángel Sola desnudo de perfil: “Quería romper con la mujer mostrando el cuerpo. No se lo permitieron y el afiche fue diseñado con los dos rostros de costado tomando algo en el Hotel Provincial de Mar del Plata”. En ese film, en una escena de intimidad sexual, el cuerpo que se ve desnudo es el masculino, preservando a la mujer, quien habitualmente era cosificada por la sociedad patriarcal que hacía uso y abuso del cuerpo femenino desnudo.
La mejor de todas
En María Luisa Bemberg: El eco de mi voz, Maci va en busca de la caligrafía original de la directora fallecida en 1995. Las imágenes de guiones corregidos a mano permiten establecer un vínculo directo con la esencia de la artista y su permanente búsqueda de la perfección.
En la década del setenta, sus dos cortos le posibilitaron el ensayo y error de la dirección cinematográfica. Un año antes de dirigir El mundo de la mujer, había colaborado con Raúl de la Torre en el libro cinematográfico de Crónica de una señora. “María Luisa trabajó codo a codo con Raúl de la Torre. Mi personaje se llamaba Fina porque una de sus hermanas se llamaba así. Fue una experiencia única, de gran aprendizaje”, asegura Borges, quien también cuenta que eran tan cercanas que no dudó en usar un vestido de la guionista y directora para asistir a una premiación.
Brando, quien hoy desea recuperar su trabajo en la ficción cinematográfica, afirma que Bemberg “era una mujer con mano de hierro y guante de seda. “Era consistente, férrea y segura, pero todo lo decía muy suavemente, cosa que me llamaba la atención, porque era una época donde se imponía de otra manera. Sabía lo que quería, pero te daba lugar para que opinaras, era sensible para captar si lo que decías tenía peso”, explica.
Momentos se estrenó en 1980 y De eso no se habla dio cierre a su magnífica obra de dirección en 1993. Cuando falleció, tenía entre manos un proyecto que iba a desarrollar con Alejandro Maci.
“Rodando tuvimos un solo problema, al no dejarme ver lo que se filmaba. Entonces, en una de esas jornadas, le dije: ´No quiero ver tu trabajo, sino chequear el mío, qué intensidad le pongo al personaje´”, rememora Dufau sobre aquellos días de realización de Momentos. Para la primera cita, Bemberg, a instancias de Tamames y Zemborain, la invitó a almorzar a su casa, allí se gestó un gran vínculo entre ambas: “De ese almuerzo tengo dos recuerdos. Antes de ir, recordé una frase de Eleonora Duce que decía que siempre prefería llevar ropa sencilla para solo llamar la atención con el rostro, como Leonardo había hecho con la Monna Lisa. Así que me amparé en eso y me puse lo único que tenía, muy discretamente. Sobre el final del almuerzo, me acuerdo que sirvió mousse de chocolate. El primer bocado lo probé con cuchara, peo me di cuenta que ella lo hacía con tenedor. Recién salida de Avellaneda y con poco roce, pensé que había metido la pata. Con los años se lo conté y me dijo que no sabía la razón por la que probaba algunos postres con tenedor, que era una costumbre familiar. Cuando terminamos el almuerzo, llegaron Tita (Tamames) y Rosita (Zemborain) y ella me invitó a retirarme, pero con tanta cortesía como si me estuviera invitando a tomar el té. En ese almuerzo no me dijo que sería la protagonista de Momentos, sino mucho después”.
“Parecía una modelo de Vogue. Muy sencilla, vestida en tono pastel, con sus zapatillitas blancas inmaculadas y sus anteojos gruesos porque era miope. Teníamos conversaciones muy divertidas, que prefiero mantener en privado. Podías charlar con ella sobre las cosas de adentro, siempre te preguntaba, te interpelaba y se interpelaba”, se emociona Brando, quien conoció a Bemberg luego de una función de Noches blancas, la profunda nouvelle de Dostoievski, en la que tenía el protagónico. “Cuando me dijeron que estaba, temblé. Charlamos en el foyer y recuerdo que hasta me hizo una objeción por un mechón que me tapaba la cara. Esa noche combinamos para un encuentro en su preciosa oficina en un edificio muy elegante de Libertad y Arenales. Recuerdo que tenía un piso de madera blanco impecable. Allí mismo me dio un libro y me ofreció el papel de protagonista. Lo leí inmediatamente y en poco tiempo empezamos a ensayar”. Se trataba de la génesis de Señora de nadie, estrenada en 1982.
Quienes conocieron a Bemberg rescatan sus modales, su delicadeza para hablar. Vestía con sobriedad y tal era su charme que podía lucir esas inmaculadas zapatillas blancas como si se tratase del calzado más lujoso. No utilizaba anillos y sus manos las movía con la delicadeza de una ètoile. Era discreta y jamás ostentaba su poder adquisitivo. “Viajaba en el asiento pegado a su chofer y no llevaba dinero. Le decía que tenía que acordarse de la billetera porque yo era pobre y no podía pagar. Le divertía mucho cuando comentaba eso”, afirma Dufau, quien a instancias de Bemberg cambió el peinado para componer su personaje y hasta debió hacer un sutil arreglo en su dentadura, todo solventado por la directora. Dufau fue quien le presentó Lita Stantic, cuando Bemberg dejó de trabajar con Tamames y Zemborain.
Momentos
Rígida y convencida de sus ideas, a la hora de pensar en la edición final de sus producciones no priorizaba lo musical. “No le gustaba que sus películas tuvieran mucha música, pero cuando escuchó lo que compuse para Camila, me dijo que estaba bien. En Yo, la peor de todas quería un silencio total, pero a mí no me parecía. Al mostrarle lo que había hecho, me dijo que, si bien no estaba de acuerdo en que hubiese música, la iba a dejar porque pensaba que a la gente le gustaría”, sostiene el maestro Luis María Serra, también autor de la música de Miss Mary.
En el documental ideado por Alejandro Maci también cuenta con las participaciones de Susú Pecoraro, Jorge Goldenberg, Chango Monti e Imanol Arias. En los tramos en los que recuerda la filmación de Camila, la productora Stantic recuerda que el actor español fue doblado y que el film, luego de su candidatura al premio Oscar que entrega la Academia de Hollywood, llegó a los 2.400.000 espectadores.
Talentosa, sabía encontrar los valores del otro. Sus elencos siempre se componían de nombres que, más allá de la envergadura estelar, aportaban una interpretación delicada y profunda de los personajes, tal como sucedió con Assumpta Serna personificando a Juana Inés de la Cruz, en Yo, la peor de todas, film en el que también participaron Dominique Sanda, Héctor Alterio y Lautaro Murua.
Bemberg rodó e ideó historias casi hasta sus últimos días. “De eso no se habla se rodó durante nueve semanas en Colonia, Uruguay. El último día se hizo una gran fiesta de fin de filmación con todo el equipo. Esa noche ella estuvo demasiado amable conmigo, fue muy generosa. Me sirvió siempre escuchar esas palabras. Disfrutó mucho de aquella fiesta, sentadita mirando como nos divertíamos, creo que lo vivió sabiendo que se estaba yendo. Fue la última vez que hablé con ella”, rememora Brando.
Graciela Borges llegó al domicilio de la directora en el mismo momento en el que fallecía, aquel aciago 7 de mayo de 1995. “Fui a llevarle bombones y flores en el minuto en el que se estaba muriendo. Por el portero eléctrico me dijeron: ´Gracias por todo, entró en la luz´. Fue un dolor muy grande”, finaliza Borges, con la voz entrecortada.
Su escritorio de orden estricto y su biblioteca abarrotada de incunables dieron marco a algunos pasajes del documental en el que se husmea en la intimidad y, sobre todo, en el legado insoslayable de una directora esencial y una intelectual brillante.
Se rebeló a la aristocracia en la que nació. No se ciñó a los mandatos impuestos a la mujer en el siglo pasado. Esas ideas librepensadoras son las que atravesaron su filmografía, ese tesoro que aún hoy interpela con justeza. María Luisa Bemberg: El eco de mi voz es un apropiado homenaje al cumplirse el centenario de una mujer del siglo pasado que hace pensar el presente.
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