Los 10 peores estrenos de 2018 en los cines argentinos
Llegó el momento de hacer el balance menos honroso del año. Esas películas que nos dan, apenas citándolas, bastante más vergüenza que orgullo. Hay de todo en el recuento de esta temporada: films pretendidamente de autor, secuelas pensadas para el largo plazo que terminan chocando contra una pared, comedias que sólo provocan risas nerviosas y más de un papelón hecho en la Argentina. Aquí, los diez peores estrenos de 2018.
10) La chica en la telaraña, de Fede Alvarez
Demostración extrema de las insuperables dificultades que atravesó Hollywood para transformar en relato cinematográfico la exitosa saga literaria creada por Stieg Larsson. La película La chica en la telarañadeja sin resolver un misterio que ni siquiera es capaz de desentrañar la mismísima Lisbeth Salander: por qué aparecen frente a nosotros, incautos espectadores, tantos cabos sueltos y situaciones confusas alrededor de la misma trama que en los libros nos dejaban sin respiro. Si la película anterior, con Rooney Mara y Daniel Craig, nos hundía irremediablemente en el tedio, esta especie de secuela, con otro rostro para Salander ( Claire Foy , un atroz error de casting) es directamente incomprensible. Tal vez la única manera de entenderlo es tener cierta familiaridad con los procedimientos de adaptación literaria tipo copy-paste hechos a toda velocidad. Con un orgullo digno de mejor causa, Fede Alvarez trata de disimular con todo su talento de artesano las costuras del relato, que en este caso equivalen a enormes cicatrices.
9) Operación Red Sparrow, de Francis Lawrence
Pocas producciones de tan alto perfil de producción y con estrellas del calibre de Jennifer Lawrence , Joel Edgerton y Jeremy Irons al frente del elenco dejan tan en ridículo a sus propios artífices y expuestos sin red a sus cotizados intérpretes. La suma de despropósitos es infinita, empezando por el inglés de forzado y ridículo acento ruso con el que se ven obligados a dialogar los actores. Las vueltas del guion, más que inverosímiles, son el fruto de una manipulación desconcertante, porque la película Operación Red Sparrow arranca como para denunciar por los siglos de los siglos el amoral comportamiento político de los rusos, que llevan al extremo de la degradación femenina aquel axioma de que el fin siempre justifica los medios. Pero en un momento se produce la voltereta fatal que en el fondo termina justificando ese comportamiento. Basta con sacarse de encima a la manzana podrida. A la pobre Jennifer le toca sostener con admirable estoicismo escenas de violencia y sometimiento sexual difíciles de tolerar. Alguien le debe haber dicho que debía hacerlas para recibirse de "actriz seria". Aplicando esta consigna al pie de la letra lo único que está consiguiendo es tropezar con cada nuevo papel y poniendo en serio riesgo su carrera en esta etapa. Basta con ver lo que le pasó en ¡Madre!, título que hace un año integró esta misma lista.
8) Hablemos de amor, de Sergio Rubini
La traducción literal del título en italiano de esta película es "debemos hablar", pero después de asistir durante unos minutos a esta suerte de ejercicio desaforado de terapia grupal en clave de teatro filmado la conclusión es inevitable. A los actores les deben haber pedido otra cosa: "debemos gritar" sería la explicación más adecuada, porque de a poco van perdiendo el mínimo equilibrio del comienzo para poner en marcha un concierto de alaridos, reproches, gestos de irritación, arrebatos verbales, insultos y expresiones de furia que ni siquiera un docente teatral se animaría a reclamarle a sus alumnos como aplicación al límite de alguna de sus enseñanzas. La película se propone como una reflexión en voz alta (altísima, podríamos agregar, y sin necesidad de amplificación) de ciertas penurias de la vida conyugal, el efecto nocivo de la rutina, los riesgos de guardar demasiado tiempo ciertas palabras o decir otras en el momento menos oportuno. Pero en vez de eso, Hablemos de amor se convierte en un equivalente bajo techo del tratado más elemental y básico sobre el "ser italiano". Eso sí, aquí la italianidad responde al clásico estereotipo de la persona que quiere resolver todo a los gritos y acompaña sus expresiones con gestos ampulosos. La ya conocida teatralidad italiana presentada, para mantener la coherencia, en un escenario que no podría ser más teatral. En la casa en la que transcurre la acción directamente no se puede respirar. Tal vez la necesidad permanente de querer desahogarse lleva a los personajes a una agitación constante que muy rápido se hace insoportable.
7) Román, de Eduardo Meneghelli
La excusa argumental de este paupérrimo thriller argentino es el dilema al que se enfrenta un policía de comportamientos inflexibles y moral aparentemente inquebrantable cuando se enfrenta a un caso cargado de injusticias que para colmo lo involucra en lo personal. Pero los problemas empiezan cuando ese defensor de la ley, para demostrar su obstinada defensa de lo que es correcto, no hace otra cosa que poner ante la cámara el mismo gesto del chico que se emperra en no cambiar su comportamiento cuando su madre (pongamos un ejemplo básico) le dice que es tarde y terminó la hora del juego. ¿Desde cuándo la rectitud de comportamiento equivale a un capricho? ¿Y desde cuándo los otros personajes se ven desesperadamente impulsados a explicar con más y más palabras conductas y actitudes que están desarrollando naturalmente sin necesidad de aclaraciones verbales? No deja de ser curioso que un relato apoyado en comportamientos que responden en principio a valores arraigados profundamente en el espíritu de un ser humano no tenga alma. Sólo exterioridad. Es una pena que nadie haya seguido el ejemplo de Carlos Portaluppi, el único que entendió que solo se podía llevar adelante esta historia sino se la tomaba en serio.
6) Robin Hood, de Otto Bathurst
Un presupuesto generoso, nombres muy fuertes detrás de las cámaras (Leonardo DiCaprio fue uno de sus productores) y el intento de recuperar para las generaciones actuales una historia que casi siempre funcionó en el cine no alcanzaron para frenar la catástrofe. El final de Robin Hood sugiere explícitamente la posibilidad de una secuela, pero después de la hecatombe que produjo en la taquilla (costó más de 100 millones de dólares y con viento a favor logró recaudar menos de 30 millones sólo en el mercado estadounidense) ese cierre abierto es una mueca cruel de lo que pudo haber ocurrido si las cosas se hacían de otro modo. También funciona como un castigo, repetido una y otra vez, para quienes pensaron que se podía revivir al buen ladrón del bosque de Nottingham, el que robaba a los ricos para repartir lo obtenido entre los pobres, desde una perspectiva propia de esta época dominada por la cultura "milennial". Si alguien pensó que las alusiones a la actualidad podrían resultar sugerentes y abiertas al debate, se equivocó de medio a medio. De tan burdas y elementales resultan hasta incómodas. Basta con ver el lugar que se le atribuye al personaje de Jamie Foxx , el primer Pequeño Juan de la historia de Robin Hood en el cine que responde al Islam. ¿Qué sentido tiene esta elección en la historia? Habrá que preguntarle a los productores, que a lo mejor tenían pensado responder el interrogante en la secuela que nunca ocurrirá, a juzgar por el rechazo masivo del público en las boleterías. Taron Egerton, el juvenil Robin Hood de esta fallida aventura, tendrá pronto otra oportunidad de dar en el blanco cuando se convierta en Elton John en su biografía cinematográfica, llamada Rocketman.
5) El amante doble, de Francois Ozon
Así como el personaje protagónico de esta película, Ozon debe tener también alguna doble personalidad. Sólo así se explica que el brillante realizador de Bajo la arena,8 mujeres, La piscina y Frantz haya perpetrado esta barrabasada disfrazada de thriller psicológico, en el que ni siquiera el máximo esfuerzo de suspensión de la incredulidad podría sostener uno solo de sus múltiples giros absurdos y caprichosos. De seguir al pie de la letra los argumentos de Ozon y las ideas que expresa en torno de la utilidad del psicoanálisis para resolver complejos dilemas de la personalidad humana llegaríamos a la conclusión que la disciplina creada por Sigmund Freud se parece más que nada a una suerte de lavado de cerebro. Nada de razón, de sensatez o de un mínimo equilibrio emocional le queda a la protagonista que acepta someterse sin ningún tipo de reparo a la dependencia absoluta que le propone el personaje del terapeuta, cuya violencia hacia los demás no puede sostenerse desde ninguna perspectiva. A la vez, los conflictos surgidos en la niñez del personaje femenino central están expuestos con una superficialidad a la que ni siquiera podría llegar un cuento infantil. Lo mismo puede decirse del erotismo derivado del juego de pares que la película expone con una puerilidad imposible de esconder. Tan seguro está Ozon de llevar las cosas a ese plano que su proverbial rechazo al ridículo aquí llega a límites insostenibles. Da la vuelta completa y el ridículo alcanza una colosal exposición. La película se propone como un tributo a la obra de Brian de Palma y Alfred Hitchcock. El mejor homenaje que podrían recibir los dos es ponerse de inmediato a rever sus mejores obras. Será un excelente antídoto contra los insólitos excesos de Ozon.
4) De tal madre, tal hija, de Naomie Saglio
Nueva demostración del axioma que sostiene que la comedia es lo más difícil de hacer en el cine. En algunos casos, como este, lo difícil resulta directamente imposible. Debe haber algún mérito secreto en alguien que propone a lo largo de una hora y media contar una historia de comedia y no arrancar del espectador ni la más mínima sonrisa. Lo que aparece en cambio todo el tiempo frente a la patética exposición de lo que le ocurre a los personajes de esta "película" es tristeza, compasión o directamente un rechazo absoluto. En vez de sostener con algún tipo de red de risueña verosimilitud la peregrina idea de que una madre y una hija pueden quedar embarazadas al mismo tiempo, lo que Saglio propone es directamente ponernos en el lugar del personaje de la hija e identificarse de la manera más cruda y rotunda con el rechazo frontal que ese personaje expresa frente a lo que le ocurre a su progenitora, una especie de barrilete sin rumbo que todavía no salió de la adolescencia y se siente orgulloso (y lo peor, consciente) de esa condición. Es casi imposible lograr que Juliette Binoche actúe mal y más imposible todavía despertar en el espectador un rechazo visceral a seguir viendo a ese personaje. Saglio lo consigue, con el agregado de incorporar a la acción una serie de elementos escatológicos que provocan en el espectador, en vez de risa, el mismo efecto de la ingesta de algún alimento en mal estado. Binoche debería borrar por completo esta aparición de su filmografía.
3) Matar o morir, de Pierre Morel
Sólo la magia del cine, en este caso utilizada con propósitos poco edificantes, consigue transformar de un plumazo a una madre y trabajadora abnegada en una máquina de matar. No vemos en ningún momento cómo se produce esa conversión. Seguramente algún director más o menos avispado lograría expresarla en imágenes, pero a partir de otro tipo de premisa, porque la historia que propone Morel resulta insostenible desde donde se la mire. Entre las muchísimas cosas feas y desagradables que propone la película, tal vez la peor consista en la deliberada inoculación en el espectador de sentimientos muy favorables hacia la justicia por mano propia sin ningún fundamento o explicación más allá de las reacciones instintivas. El punto de partida no podría ser más abyecto: una escena preparada para que del modo más obsceno e indigno contemplemos inermes cómo se produce el asesinato de una pequeña niña que en ese mismo instante parecía disfrutar de un momento de inmensa felicidad. Esa manipulación, llevada al extremo más reprobable, pone en marcha un continuo de manejo deliberado de los sentimientos más primitivos del espectador, con el agregado de giros forzados, personajes que en un minuto dan una vuelta de campana y dejan de ser lo que creíamos y una protagonista ( Jennifer Garner ) que expresa sufrimiento desde el primer hasta el último minuto. Tal vez esté sufriendo por el mal momento que la película nos hace pasar.
2) La vida misma, de Dan Fogelman
Hasta ahora creíamos que la tortura era en términos cinematográficos una herramienta propia de determinados géneros, como el terror. El estreno de La vida mismanos permite comprobar que también es posible utilizarla en otros terrenos, como el drama. Y lo peor es que parece haber personas dispuestas (como el guionista y director Dan Fogelman) en recurrir a ella como instrumento que nos llevará a la expiación. Una cosa es reconocer el sufrimiento y utilizar esa conducta como camino de superación y otra consiste en exacerbarlo para que ese mismo sufrimiento se convierta ante nuestros ojos casi en un fin en sí mismo. Aquí, el muestrario de sufrimientos resulta completamente gratuito, dejándonos la sensación de que no sólo los personajes del film merecen todo lo malo que les pasa. También nos merecemos eso como espectadores y por eso debemos soportar, por ejemplo, que se muestre desde todos los ángulos posibles la muerte violenta y espantosa en un accidente vial de una mujer que está muy cerca de dar a luz o que otro personaje, después de recibir la buena noticia con la que soñó toda la vida, se entere en el mismo momento que su madre tiene una enfermedad terminal. Otra muestra de manipulación emocional disfrazada de autoayuda, deliberadamente sazonada con dosis de azúcar que podría llevarnos rápidamente a un coma diabético. Hay pocas cosas peores en el cine que decirnos todo el tiempo, con subrayados constantes, que estamos frente a temas trascendentes de la vida que no podemos dejar de lado.
1) Bañeros 5, lentos y cargosos
No hay manera de superar los despropósitos que recorren de principio a fin esta película. Al menos deja a la vista sin disimulo que está hecha a las apuradas, emparchando escenas que no parecen tener ninguna coherencia entre ellas. Cada personaje parece librado a su propia suerte, como si directamente no existiera alguna persona encargada de coordinar cada una de las cosas que se hacen por separado. En las escenas, los personajes parecen recién llegados a los que se les pide que repitan exactamente las rutinas que entregaron en otros escenarios teatrales o televisivos. Y lo peor es que existe entre los "responsables" de esta obra la convicción de que ese aporte será suficiente para el lucimiento de cada uno de esos personajes dentro de lo que piadosamente damos en llamar argumento. El modo en que se trata a las mujeres es el último y patético reconocimiento a las décadas de vacía e insignificante picaresca, una modalidad que hace muchísimo tiempo dejó de causar la más mínima gracia. En medio de este panorama difícil de explicar hasta aparece como personaje un dron con expresiones humanas. El mayor esfuerzo no pasa por el hecho mismo de ver la película (o padecerla, para decirlo con propiedad), sino en tratar de aplicar alguna de las categorías básicas del glosario del cine a lo que aparece bajo este título a lo largo de 90 minutos. Sus responsables insisten desde el primer día en presentarla como "comedia". Si así fuese habría que quemar todos los libros de teoría cinematográfica vigentes y empezar a pensar desde cero una nueva definición del género.
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