Lorenzo Ferro se recibió de actor en 2018. Hasta que Luis Ortega vio en él la chispa ideal, perfecta, para personificar en el cine al máximo asesino serial de la historia argentina, nadie sabía que podría seguir los pasos de su padre, el conocido y muy respetado Rafael Ferro. A Lorenzo le tocó de entrada rendir el examen más difícil de la carrera de intérprete. Es el capítulo de los manuales que habla de encarnar a un personaje incapaz de generar la más mínima empatía con el público en términos valorativos. ¿Qué podría contagiarnos alguien que desde la pantalla interpreta a un hombre que roba a sus semejantes y a veces les dispara como si estuviese en medio de un juego, sin el mínimo remordimiento?
En la respuesta a esta pregunta se encierra el fascinante misterio del hecho artístico. Por supuesto que nadie en sus cabales avalaría en la realidad de todos los días un comportamiento como el que expuso Carlos Robledo Puch, culpable comprobado de once homicidios y 17 robos. Pero detrás de la crónica policial asoma un personaje que en cualquier adaptación cinematográfica, como El ángel, que Ortega dirigió este año, también incluye elementos de ficción. El Carlitos que interpreta Ferro nos lleva de viaje a otra época, a otros colores, a otras maneras de vestir, de actuar, de hablar y de relacionarse.
A la vez, Lorenzo es un pasajero privilegiado de esa travesía. Descubrió a través de ese "loco oscuro", como definió a Robledo Puch durante el rodaje, que el cine era su elemento. "Actuar es como vivir el momento. No pensás en nada ni en nadie. Te dejás llevar", dijo entre bambalinas, antes de meterse de nuevo en el personaje. En la filmación se dejaba llevar por esa inspiración completamente intuitiva, rodeado de intérpretes mucho más experimentados (Chino Darín, Mercedes Morán, Daniel Fanego) que no podían dejar de mirarlo con un dejo de deslumbramiento.
Actuar podría ser un juego de espejos que se reproducen hasta el infinito. El personaje se refleja en su intérprete, éste se afirma y fortalece frente a sus pares y todos ellos se encuentran finalmente con el público. Si encarnamos todo este proceso en la figura de Lorenzo Ferro, algunos de esos matices se hacen todavía más reveladores por las características del propio actor. Con apenas 20 años aparece en los reportajes o el momento del estreno de El ángel, aquí y en el exterior, con un aspecto menudo y desprejuiciado, propio de quien todavía tiene fresca la adolescencia en el cuerpo. En la pantalla se produce la transformación: Ferro lleva a la plenitud su notable parecido físico con "Carlitos" y se muestra como intérprete maduro, aplicado, resuelto. Lo vemos actuar sin dudas. Al dejar tan en claro que ya decidió cuál es su lugar en el mundo deja abierta la huella en un camino que muchos otros no dudarán en seguir. Del otro lado, al verlo en la película argentina de alto perfil más arriesgada del año (y la más exitosa), nos sentimos testigos de una carrera que acaba de iniciarse y no parece tener techo. Vemos a Lorenzo Ferro como un actor recibido.
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