"Es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea como un ojo en el corazón de un poeta", manifestó Orson Welles. El realizador, actor, guionista y productor concebía el cine de esa forma: como una expresión que viniera de (y apuntara a) las entrañas. Basta con leer las imperdibles conversaciones que tuvo con Peter Bogdanovich a fines de los 60 para entender que Welles era mucho más que los motes que le pusieron a lo largo de toda su carrera.
La crítica busca adjetivar, es cierto. Pero a veces el alma de un director está en la anécota más prístina, como cuando Orson se fue a una habitación a llorar cuando vio en la televisión un fragmento de Los magníficos Amberson, ese hermoso film cuyo control perdió a manos de los estudios y al que se le dio un final que estaba en las antípodas de lo que su creador quería. Eso era Welles: un nostálgico. Un genio, sí. Pero esa definición puede contener multitudes, y la sensibilidad era una cualidad que estaba arraigada a ese talento.
Mank, la flamante película del realizador David Fincher que llega a Netflix el 4 de diciembre es, en gran medida, una biopic sobre lo que sucedió tras bambalinas durante el proceso de escritura de la emblemática obra de Welles (interpretado por Tom Burke), El ciudadano (1941), y las disputas del cineasta con su colaborador en ese proceso, el guionista Herman 'Mank' Mankiewicz (Gary Oldman). También es un largometraje crepuscular sobre el ocaso de un hombre tan caleidoscópico como lo fue Mank, a quien el propio Welles definió como "un monumento a la autodestrucción", una persona brillante que iba contracorriente, se enfrentaba a los cabecillas del estudio Metro-Goldwyn-Mayer, Louis B. Mayer (Arliss Howard) e Irving Thalberg (Ferdinand Kingsley), y no podía -ni quería- combatir su alcoholismo. Es la primera vez que Fincher aborda las fallas de un individuo con la melancolía ganándole al cinismo, probablemente porque su padre Jack fue el artífice del guion poco antes de morir, en el año 2003.
En cierto punto, la dilación por décadas de la puesta en marcha del proyecto, haya sido deliberada o no, tuvo su lógica: Fincher no podría haber filmado Mank en otro momento de su carrera que este, con toda su evolución a cuestas. Eso se percibe en este homenaje al cine que se permite ser tan idealista como realista, esa dualidad que tan bien definía a Mankiewicz. Y se percibe, también, en la secuencias en las que Mank mira el horizonte en ese bungaló de California acompañado de Rita Alexander (Lily Collins), la secretaria que lo ayudó a completar el guion de El ciudadano en medio de las llamadas de Welles, los tiempos que se acortaban, y sus propios demonios atentando contra la palabra.
En diálogo con LA NACION vía Zoom, Collins, quien comparte casi todo su tiempo en pantalla con Oldman, habló precisamente de la naturaleza contemplativa de Mank. "Es muy diferente a cualquier otra película de Fincher porque toma ese estilo del Hollywood clásico, esa época cuando no había necesidad de apurar los tiempos, y las escenas podían respirar. Aquí él te deja procesar también, conmoverte, estar presente en los silencios", apunta Collins.
Jack Fincher podría haber escrito sobre todos los mitos que rodean a Mank y sus aportes a El ciudadano -de hecho, el apellido de Rita es traspolado al de Susan, la esposa de Charles Foster Kane, y ese "Rosebud" fue inspirado por la vida del guionista-, pero no son los datos de color lo que dan vida al film. Por el contrario, es el espíritu antisistema de Mank defendido a rajatabla por la crítica Pauline Kael y esas contradicciones lo que lo acompañaron hasta su final, el 5 de marzo de 1953. Luego de que tanto él como Welles ganaran el Oscar al mejor guion original, prosiguió esa lucha por quién fue el verdadero autor de un largometraje inabarcable que se nutre de las relaciones de poder, los recuerdos de la infancia, el rol activo de la prensa, y la inevitable llegada de la muerte en soledad de un antropófago.
En un Hollywood en el que los guionistas eran considerados de baja categoría y no autores con sello propio, Mank sacudió el avispero en su contienda con un hombre que estaba muy al tanto de esa distinción entre director-escritor y escritor a secas. "Lo quiero a Mankiewicz. Era raro, estaba amargado. Pero cuando su amargura no se enfocaba directamente en uno, era la mejor compañía del mundo", le confesó Welles a Bogdanovich.
"Era una persona que provocaba eso. Al interpretar a Rita pude captar esa mezcla de irritabilidad que generaba, y esa necesidad de que triunfe, de que pueda superarlo todo para hacer bien las cosas", expresa Collins sobre su experiencia estudiando a Mankiewicz dentro del vasto universo que es El ciudadano y ese otro vasto universo que es Fincher mismo. "Él siempre está buscando la perfección, y cuando me iba a dormir después del rodaje, me sentía satisfecha de haber podido dar todo de mí. Él cree en vos y te empuja a eso", señala la actriz británica en un extenso diálogo con LA NACION, desde su casa.
-¿Cómo fue trabajar con David Fincher y que te dejó la experiencia?
-Oh, Dios mío... Trabajar con David es literalmente estar al lado de un genio. Es una persona maravillosa para un proceso colaborativo, siempre te facilita un ambiente seguro para que puedas jugar, y del que sabés que vas a sacar algo muy bueno. David es un director que sabe exactamente lo que quiere, cómo conseguirlo, y cómo obtener lo mejor de cada persona que está en el set, tanto delante como detrás de cámara. Al final del día, sentís que encontraste tu mejor versión como actor, y eso es algo que uno en esta profesión siempre está anhelando.
-Has contado que trabajar con él fue similar a trabajar con Warren Beatty [en el film de 2016, Las reglas no aplican]. ¿En qué aspectos son parecidos y cómo te manejaste en esa búsqueda de Fincher por la toma perfecta?
-Sí, es interesante ahora que lo pienso, porque en ambos casos eran period pieces sobre Hollywood, y tanto David como Warren tienen miradas increíbles, creen en los actores que eligieron, y en los que trabajan en el equipo. Tienen estándares muy altos, pero consideran que todas las personas que trabajan en sus films pueden llegar a ese lugar. No quieren conformarse, lo cual es una cualidad admirable. David, por ejemplo, deposita confianza en vos porque piensa que vas a exprimir tu potencial hasta lograr lo mejor. Te desafía creativamente porque sabe que vas a poder estar a la altura de sus necesidades como director.
-Y vos respondiste a ese desafío...
-A mí me encanta que me desafíen, poder jugar con el personaje, y al mismo tiempo me produce mucha satisfacción saber que cuando voy a dormir, tengo la certeza de que en mi trabajo no dejé nada sin probar, sin decir, que hice todo lo que pude. Y si sentí que me había olvidado de algo, sabía que David me lo hubiese recordado en el set (risas), porque siempre está pensando en la película y en todos sus aspectos. Cree en la gente que reúne, y quiere que creas en vos también. En eso se parece mucho a Warren. Te dan el don del tiempo, hay un respeto mutuo maravilloso.
-¿Cómo fue el proceso de ensayo para Mank? Sé que viajabas constantemente desde Francia, donde estabas filmando Emily in Paris, a Los Ángeles... ¿Fue agotador?
-Ay, sí... (risas) En un momento lo hice dos veces en dos semanas, y creo que pasé más tiempo en el aire que en Los Ángeles. Fue muy loco, pero a la vez digo 'Gracias a Dios', porque ahora no me imagino no haber hecho las dos cosas al mismo tiempo. Terminaba de filmar Emily... el viernes, el sábado a la mañana tomaba el primer vuelo, iba a ensayar a Los Ángeles para Mank, me iba a dormir, regresaba al aeropuerto, me iba a filmar, tomaba otro vuelo, era un robot. Creo que si hubiese parado un momento para pensar en lo que estaba haciendo, me hubiese dicho que no podía, hubiese enloquecido, y hubiese pensado que era imposible lograrlo.
-¿Cómo fue el cambio continuo de un proyecto al otro?
-No fue fácil, pero en simultáneo estamos hablando de dos cosas drásticamente diferentes. Una es una serie en color, la otra es una película en blanco en negro. Una es una comedia, la otra no. En ese sentido también agradezco, porque al tratarse dos proyectos tan diversos pude separar con mayor facilidad a uno del otro.
-Todas tus escenas son con Gary Oldman, ¿cómo fue ese período de ensayo con él y la dinámica en el set?
-Es un actor muy generoso con su tiempo y con su energía, incluso cuando no está en pantalla. Te hace sentir vista, escuchada, y también es muy divertido. Es fascinante observar a alguien que ha estado en la industria desde hace tanto tiempo y que es tan talentoso todavía sentirse inspirado por las decisiones que toma en su carrera, o que tomaron sus colegas. Y eso es algo que lo hace una y otra vez, y fue lo que me inspiró. Eso es lo que yo también quiero hacer: ir cambiando de proyectos para no aburrirme, para que no se aburran mis compañeros, seguir jugando con la profesión, encontrando esos papeles que me desafíen. Eso me deslumbró de él.
-Por tratarse de una película de Fincher, que suelen ser más aceleradas, tus escenas con Gary en Mank son muy intimistas y con poco diálogo, y eso las vuelven memorables...
-Gracias por eso. Amo actuar en los silencios. De hecho, me encantaría hacer una película muda en algún momento, porque hay tanto para comunicar sin decir nada, y esa posibilidad no nos llega siempre en cine, porque generalmente la edición es muy veloz, y no permite tanta reacción, es más bien acción. A mí me cautivan los instantes de quietud. Rita [Alexander, su personaje] es así, muy para adentro, y David nos pedía que trabajemos esas escenas con la filosofía de 'menos es más'. Asimismo, Rita no habla mucho, como sí sucede con otros personajes del cine de Fincher, y aunque Gary sí tiene varios monólogos, se abordó un período en el tiempo diferente, en esa época de Hollywood encontrabas más esos instantes de contemplación. No te decían qué pensar, eran secuencias muy profundas. Simplemente las sentías. Yo soy una persona muy expresiva, pero Rita es lo opuesto, es muy sutil, y fue muy atractivo indagar en eso.
-¿Cuánto conocías sobre Rita?
-Lamentablemente no hay mucha información sobre ella, especialmente si la comparamos con alguien como [Herman] Mankiewicz, de quien se han escrito muchos libros. Sin embargo, fue una persona muy importante en la historia familiar de Mank. Encontré algunas fotos, algunas frases, pero nada muy significativo para tomar, por lo cual me apoyé mucho en la gente de vestuario y peinado para crearla. Trabajé mucho en el dialecto, el acento, y las conversaciones con Gary y David fueron claves respecto a qué significa ella en la historia, y a cómo en cierto punto viene a representar a la audiencia.
-Depende de lo que leas, uno se encuentra con diferentes rostros de Mankiewicz, ¿qué imagen pudiste formarte vos de él?
-Me sentí un poco como Rita, en el sentido de que quería sacudirlo, me irritaba por momentos, quería que saliera de todos esos pensamientos y estuviera más presente. Pero cuando llegás a su centro, ves que es una persona que está sufriendo, luchando contra sus adicciones, contra sus inseguridades, que se encuentra en una posición muy vulnerable. Como todos nosotros. En ese aspecto, uno tiene que estar ahí para él, y uno termina estando de su lado y queriendo que le salgan bien las cosas. Ese video de cuando gana el Oscar... Cuando lo vi, empecé a llorar, porque observaba a una persona orgullosa de su trabajo, que superó muchas dificultades para concretar algo valioso. Todos necesitan de una Rita para empujar al otro, para inspirar, para decir las cosas como son, y hacer que el otro se haga responsable de sus errores.
-¿Recordás la primera vez que viste El ciudadano?
-Fue hace tanto tiempo... Yo crecí amando las películas del Hollywood clásico, me sentía como más adulta en ese sentido, porque siempre aprecié esas producciones que a veces son olvidadas. Crecí en una casa donde la norma era ver esas old hollywood movies. Eran todos músicos [Lily es hija de Phil Collins y hermana del también músico Simon Collins], entonces escuchábamos música, veíamos películas clásicas, era todo clásico. Consumíamos cualquier cosa que estuviera ligada a los grandes. Por eso me resulta muy triste cuando las nuevas generaciones vienen y te dicen: '¿Quién es Audrey Hepburn?'. Y yo respondo: '¿Qué? No no, no te la olvides'. Yo me siento parte de otra generación, de una que fue inspirada por esas películas y por los actores de esa época, y por supuesto que por El ciudadano también.
-¿Seguís escuchando a los clásicos y viendo esas películas?
-Sí, definitivamente. Mi prometido [el cineasta Charlie McDowell, hijo del actor de La naranja mecánica, Malcolm McDowell] ama el rock clásico tanto como yo, nuestras elecciones sobre qué ver y oír son variadas, pero definitivamente amamos lo clásico y lo seguimos disfrutando.
-¿Y volviste a ver El ciudadano como parte de la preparación para Mank?
-Sí, pero antes de comenzar a filmar. Creo que si la hubiese visto después ahora tendría otra apreciación de la película y de los hechos. Me gustó mucho aprender la historia detrás de la historia, comprender las referencias con otra información a cuestas.
-¿Tenés una película favorita de David Fincher, más allá de Mank?
-Recuerdo cuando salió Red social, fue como una ola que arrasó con todo. Me fascinó ese diálogo tan rápido [de Aaron Sorkin] y cómo al compararla con Mank, como vos decías, es tan diferente, porque Mank tiene momentos de quietud, mientras que en Red social se aplicaba el 'más es más' ya desde el soundtrack.
-Sí, uno se preguntaba cómo iban a adaptarse Atticus Ross y Trent Reznor a un film tan diferente a otros de Fincher, y compusieron una gran banda sonora también...
-Es que sí, es más calma, te produce otras sensaciones, es hermosa. Me entusiasmaba a mí también pensar en qué iban a hacer luego de tantas piezas contemporáneas, y me encantó lo que escuché.
Mank
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