Ley del talión, con artificios
"Hombre en llamas" ("Man on Fire", EE.UU./2004, color; hablada en inglés). Dirección: Tony Scott. Con Denzel Washington, Dakota Fanning, Giancarlo Giannini, Christopher Walken, Marc Anthony, Radha Mitchell, Rachel Ticotin, Mickey Rourke. Guión: Brian Helgeland, basado sobre la novela de A. J. Quinnell. Fotografía: Paul Cameron. Música: Harry Gregson-Williams. Edición: Christian Wagner. Presentada por Fox. Duración: 146 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años.
Que trate un tema de dolorosa actualidad como la inseguridad en las grandes ciudades de América latina -en este caso, México DF- y que lo haga en torno de un caso de secuestro en el que queda expuesta la connivencia entre delincuentes y funcionarios policiales no quiere decir que "Hombre en llamas" se proponga denunciar nada. Lo único que revela en todo caso es el despiste de Tony Scott, que cree poder esconder la pobreza de la historia bajo un montaje frenético en el que no hay plano que dure más de 10 segundos mientras encandila al espectador ametrallándolo con imágenes en las que se utilizan hasta el hartazgo todos los artificios tomados del repertorio del videoclip.
Ritmo de vértigo
El abusivo empleo de tales recursos a ritmo de vértigo, con sus fogonazos constantes, sus aceleraciones, zarandeos, saturaciones, filtros, superposiciones y chisporroteos puede contagiar al principio algún clima de paranoia (después simplemente aturde), pero también tiene sus efectos secundarios: más de una vez, la acción se vuelve ininteligible. Aunque no tanto como para que se pierdan de vista los elementos principales de la historia.
Son éstos: un ex agente de inteligencia (Denzel Washington) alcohólico, huraño y abrumado por el peso de sus culpas (lee la Biblia con frecuencia y anda siempre con un versículo a flor de labios), que es contratado por una acaudalada familia mexicana para desempeñarse como guardaespaldas de su hija de 9 años; la nena (Dakota Fanning), tan dulce e ingenua y al mismo tiempo de comportamientos tan adultos como suelen mostrar los personajes infantiles de Hollywood; una relación entre los dos que empieza mal, porque el hombre se resiste el instantáneo apego de la chica, pero de repente deriva en afecto entrañable; una hermandad delictiva en la que caben desde altos jefes policiales y agentes judiciales fuera de servicio hasta asesinos, ladrones y malhechores de toda especie; una ciudad terrible en la que reinan la violencia, la miseria y la corrupción y que, fatalmente, interrumpirá a sangre y fuego la apacible rutina de la nena y su guardaespaldas y reavivará en el hombre los peores hábitos de su antiguo oficio.
Vengar la sangre
Ya está otra vez en escena el clásico vengador enfurecido, pero con aderezos de rigurosa actualidad: este nuevo cruzado norteamericano persigue delincuentes extranjeros equiparables a terroristas y puede mostrarse en sus actos más perverso y más sádico que sus perseguidos con tal de lograr el escarmiento que de otro modo tardaría en llegar o no se produciría nunca. Ya lo oye el jefe de la Agencia Federal de Investigaciones -uno de los pocos mexicanos confiables- de boca de alguien que conoce bien el prontuario del "antihéroe": "El puede hacer más justicia en tres días que vuestros jurados en diez años".
Con tal premisa, sumada a la manipulación emotiva -torpe, pero manipulación al fin- que el film ha puesto en práctica en los primeros tramos, están dadas las condiciones para que cada asesinato que el protagonista perpetre en nombre de su "justa venganza" sea celebrado por unos cuantos adictos a la acción.
A "Hombre en llamas" no sólo se le pueden oponer reparos morales: es además un film que termina resultando tedioso por su excesiva duración, fastidioso por su descontrol formal, elemental en el dibujo de sus personajes, rebuscado en la construcción de la trama y grotesco, cuando no francamente ridículo, en muchas de sus líneas de diálogo. De lo que no puede acusárselo es de ingenuidad: el "justiciero" de este caso, tanto o más despiadado que los delincuentes que busca exterminar, viene envuelto en un aura presuntamente religiosa. Por algo en un forzado diálogo de la primera parte, la ingenua superiora del colegio (que por supuesto desconoce su foja de servicios) le ha preguntado si alguna vez ha sentido en sus propios actos la mano de Dios. Y por algo él, en plena carnicería, se justifica de esta manera: "El perdón es una cuestión entre ellos (los malos) y Dios; mi trabajo es concertar el encuentro".
Cualquier similitud con otras sangrientas "cruzadas" de la realidad no parece fruto del azar.
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