Leopoldo Torre Nilsson: anécdotas, amores y batallas de un enorme director que quería ser profeta en su tierra
Así se presentaba, sin eufemismos y en tercera persona: "Nilsson, el sueco. Criado en potreros argentinos, wing izquierdo, miope de pibe, nadador de pecho en piscinas de interclubes hasta los 18, autodidacta que ya empezaba a tener poco pelo. Era amigo y admirador de su padre Leopoldo Torres Ríos, tenía dos pibes y un divorcio en puerta, más prestigio que guita, y unas ganas de ganarse el Festival de Cannes que le oscurecía permanentemente las villas miseria, las casitas de zinc y las familias que no van a ver películas prohibidas más allá y más acá de la general Paz".
Leopoldo Torre Nilsson ("Babsy" para los amigos) fue un director que revolucionó la manera de hacer cine en Argentina; y al mismo tiempo, otro ejemplo de aquello de "nadie es profeta en su tierra". Porque al mismo tiempo que se convertía en el realizador argentino de mayor proyección a nivel internacional, por acá se lo miraba de reojo por hacer cine "complicado". Mientras luchaba para que la censura le permitiera estrenar sus películas, la revista Time lo situaba como uno de los diez directores más importantes del mundo, un podio compartido con Ingmar Bergman, Federico Fellini y Francois Truffaut, entre otros.
Un gigante -tanto en talento como en contextura física- que entendió que cine y arte eran sinónimos. Y así lo vivió desde el primer día que entró a un rodaje a los 14 años, hasta su prematura muerte cuarenta años y treinta películas después.
El de "la cámara torcida"
Luego de filmar junto a su padre, Leopoldo Torres Ríos, El crimen de Oribe (1950, basada en un relato de Adolfo Bioy Casares) y El hijo del crack (1953), Torre Nilsson se preparó para su debut en solitario. La tigra (1953, un producto por encargo que nunca le gustó) y Días de odio (1954, sobre el cuento "Emma Zunz" de Jorge Luis Borges) fueron sus primeras elecciones. Pero el camino era largo, y el joven realizador recién comenzaba a transitarlo.
"No tenía 30 años -recordaría mucho después- cuando me contrató Argentina Sono Film. Me preguntaron qué era lo que quería hacer en cine, qué proyectos tenía, y saqué de mi bolsillo un rollo de adaptaciones que había hecho hasta ese momento. Recuerdo que el representante de la empresa miraba con incredulidad y suficiencia cómo yo le mostraba entusiasmado una versión modernizada del Martín Fierro (que recién cristalizaría en 1968), otra del El hombre que fue jueves, de Chesterton; y otra de El proceso, de Kafka. Entonces me dijo: ‘Bueno, ahora que sé cuáles son sus ideas le voy a confiar la dirección de Para vestir santos con Tita Merello. El tema era un melodrama de la época tan denso, tan lagrimeante y lo más ajeno posible a mis intenciones".
Sabiendo que había un derecho de piso que pagar, Babsy aceptó, y así sucedió el primer encuentro con la estrella, que muy en su estilo le dijo apenas lo conoció: "¿Usted es ese que coloca la cámara torcida? No, m’hijo, a mí me saca derechita".
Un amor llamado Beatriz
Con Ernesto Sabato poniendo su casa y oficiando de cupido, Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson se conocieron el 15 de abril de 1951. Ambos habían asistido con sus respectivas parejas, pero la atracción fue inmediata.
"En uno de mis viajes vi doblada al portugués su película El crimen de Oribe y me gustó mucho. Lo felicito", le dijo ella manifestándole su admiración. Babsy quedó sorprendido, puesto que no tenía idea que existiera esa versión. Precisamente porque no existía: había sido todo parte de un juego de seducción de la autora, que funcionó más que bien. Se casaron en 1955, y no se separaron hasta la muerte del director. Luego de ello, Guido hizo un verdadero culto de la figura y obra de su marido: logró que se restaurara buena parte de su filmografía, organizó ciclos homenaje en distintas partes del mundo y se preocupó con devota obsesión en mantener la obra que crearon juntos.
La comunión artística entre Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson se tradujo en veinte colaboraciones firmadas en conjunto, y se mostró tan inquebrantable como el amor que se tuvieron. La amalgama fue tal, que hoy resulta imposible poder pensar en la obra de uno sin la influencia del otro.
La manos de Armando
Setenta veces siete (1962) fue la única película de Isabel Sarli que no dirigió Armando Bo en vida. Sin embargo, una leyenda popular dice que el realizador -o más bien, sus manos-, aparecen en una escena acariciando el cuerpo de su mujer. Nada de esto fue así. Mientras Torre Nilsson luchaba con una poco colaborativa primera figura femenina, Bo se encontraba a muchos kilómetros intentando sacar a flote su film Pelota de cuero.
En cambio, sí fue verdadero el dolor de cabeza que le trajo al realizador llevar adelante la producción. Mientras algunos dicen que "la Coca" aceptó el papel para acceder a un "público intelectual" que desdeñaba su cine, otros afirman que fue el productor Julio Godoy quien pidió la presencia de la voluptuosa dama como condición para aportar al rodaje el dinero que hiciera falta. Más allá de las discrepancias biográficas, lo cierto es que Isabel y Nilsson eran agua y aceite.
El poder de la censura
Hacer "apología del delito". Ser "un mal ejemplo para la juventud argentina". Promover "las más bajas expresiones de la degradación humana". Atacar a "la familia, la religión, la moral y otros valores básicos de nuestro sistema de vida". Con este tipo de argumentos, debió luchar durante gran parte de su carrera Torre Nilsson. Primero con el peronismo, representado en la figura de Raúl Alejandro Apold, y más tarde con el gobierno militar. Aunque siempre se las arregló para poder salir más o menos airoso de cada trance, el director fue blanco del censor Miguel Paulino Tato, quien intentó más de una vez sacarlo del camino.
Tato y Nilsson habían trabajado juntos en la única película que filmó el primero y que guionó el segundo: Facundo, el tigre de los llanos (1952). Pero la nefasta actividad posterior de Tato al frente del Ente de Calificación Cinematográfico desde 1974, y su boicot ese mismo año a Boquitas pintadas (que estuvo a punto de no estrenarse) los colocaron en veredas opuestas.
Entre las numerosas historias relacionadas a las proscripciones que sufrió Torre Nilsson sobresalen dos. En 1967 su largometraje La chica del lunes obtuvo la calificación de "Prohibida para menores de 18 años"; el realizador hizo una encendida defensa del film, y se estrenó ese mismo año como "Apta para todo público".
Otra situación insólita se dio con la película La tigra (1953). Apartada de las salas por el poder de turno, terminó estrenándose (con una duración algo menor a la original) en el programa Sábados circulares, conducido por Pipo Mancera, el 17 de marzo de 1962. Dos años después finalmente se pudo ver en cines.
Mas vale tarde que nunca
Al pasar sobrevoló el nombre de Boquitas pintadas. El film basado en el best seller de Manuel Puig se estrenó el 23 de mayo de 1974, y en su paso por las salas recaudó más de dos millones de pesos. Pero más allá del dinero, para Leopoldo Torre Nilsson significó el final de una larga batalla con el autor, al que no le convencía para nada la elección de Alfredo Alcón como protagonista. Sin embargo, luego de ver la película terminada, el realizador recibió una carta de Puig en la que (a su manera) le pedía disculpas, reivindicando al protagonista por el magnífico trabajo que había realizado. Todo un símbolo viniendo de un artista que en su genialidad no era propenso a regalar elogios, y mucho menos a aceptar que se había equivocado.
Alcón, cuyo primer trabajo con Babsy fue Un guapo del 900 (1960), siempre lo reconoció como un hombre fundamental en su carrera: "Contar cómo Nilsson descubría actores, cómo les hacía dar lo mejor de sí, cómo los dirigía, no resulta fácil. De su mano hice diez u once películas. Cuando lo conocí era uno de esos directores que parecían inalcanzables, especialmente para actores como yo que apenas tenía el mérito de fotografiar bien. Leopoldo me hizo, me formó, me lo dio todo. No podría decir otra cosa ni tampoco decirlo de otra manera".
Sin libertad no se puede hacer cine
Luego de tres operaciones, Leopoldo Torre Nilsson murió de cáncer a los 54 años, el 8 de septiembre de 1978. A pesar de los terribles dolores que padecía, hasta el último día de su vida soñó con el cine. En su cabeza, como una negación a la enfermedad, tenía todo preparado para filmar Fiebre amarilla, un proyecto que retomó en 1982 su hijo Javier Torre.
Fue un realizador respetado en los más importantes círculos cinematográficos a nivel mundial, y todavía hoy se analiza con interés su filmografía, pero todo ello forma parte de un reconocimiento que apenas vislumbró. Porque para él, el cine fue lucha, certeza e ideología, y por haber elegido seguir ese camino fue empujado, cayó y volvió a levantarse una y otra vez. Vaya como ejemplo, el texto de su autoría que publicó el diario Convicción luego de su muerte. Con el título "Estoy cansado", el director describía amargamente tantos años de disputas: "Yo ya no tengo ganas de pedir más. Tengo ganas de que ahora me vengan a pedir a mí. Estimo que mi posición en el cine mundial es importante. Podría trabajar fuera del país y no quiero hacerlo porque quiero trabajar en mi país. Y necesito libertad. Sin libertad no se puede hacer cine".
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