Leigh, en el ojo de la tormenta
"El secreto de Vera Drake" ("Vera Drake", Gran Bretaña-Francia-Nueva Zelanda/2004, color; hablada en inglés). Dirección y guión: Mike Leigh. Con Imelda Staunton, Phil Davis, Peter Wright, Adrian Scarborough, Heather Craney, Daniel Mays, Alex Kelly, Sally Hawkins, Jim Broadbent, Ruth Sheen. Fotografía: Dick Pope. Música: Andrew Dickson. Edición: Jim Clark. Presentada por Alfa Films. Duración: 124 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años.
Antes de iniciar sus rodajes, Mike Leigh se interna con sus actores en un intensivo proceso de improvisación y recreación, hasta que no sólo descubren todo lo que concierne a los personajes -sus rasgos y su historia personal, las relaciones que los unen, sus vínculos con el mundo en que viven, el clima social y hasta la realidad cotidiana de su tiempo-, sino que lo incorporan interiormente y están en condiciones de recrearlo con una espontaneidad prodigiosa. Por eso, cuando el espectador ingresa en la intimidad de una familia como la de Vera Drake (llevado por una cámara que se hace invisible) se siente casi un intruso, un voyeur.
Así sucede en los primeros minutos del film, cuando Vera -que nunca cesa de sonreír aunque ande de un lado para otro cumpliendo sus tareas de empleada doméstica, visitando a su madre enferma o dando asistencia a quienquiera que lo necesite- prepara el té en casa mientras su marido (mecánico) y sus dos hijos van llegando y dejando sus abrigos para sentarse juntos alrededor de la mesa y comentar los sucesos del día.
Esa sola imagen de los cuatro en el modesto y estrecho departamento basta para definirlos. Pueden percibirse la concordia y la confianza que hay en el grupo, el rol que cada uno desempeña, el cariño que los une. Entre esa imagen y la que cierra el film -la misma mesa a la hora del té, pero solos ahora el padre y los dos hijos en torno de ella- la semejanza es sólo exterior: el clima es otro, marcado por la ausencia de Vera y todavía por la dramática y sorpresiva conmoción que en una tarde que debió ser de fiesta sacudió la vida de la familia entera. El film expone lo que sucedió entre una y otra jornada y confronta al espectador con el dilema moral que la historia plantea. Un dilema que no tiene respuestas fáciles porque, como alguien dice y el film se ocupar de subrayar, sólo quien carece de experiencia puede creer que en la vida todo es blanco o negro.
El bien de los demás
En su primera parte, "El secreto de Vera Drake" describe el microcosmos familiar y en especial a Vera, que parece la encarnación misma de la generosidad: vive para hacer el bien a los otros. Hasta cuando comete sus peores errores lo hace por ayudar: cuando practica abortos, actividad que oculta a los suyos, no lo hace por dinero, sino por auxiliar a "jóvenes que están en problemas". Claro que tal ejercicio está todavía prohibido en la Inglaterra de los cincuenta (fue legalizado en 1967) y un mal día, cuando una de sus "pacientes" va a parar a un hospital y sobreviene la denuncia, el film entra en su segunda parte. Ahora no sólo se trata del proceso que se le sigue a la protagonista, sino sobre todo acerca de las reacciones que la confesión de su falta (y la consiguiente causa criminal) genera en los demás.
Leigh no se propuso hacer un film a favor o en contra de la legalización del aborto. Si bien no deja de mostrar que la situación es bien diferente si la mujer es de clase alta o si pertenece al sector más humilde, tampoco disimula que lo que Vera hace es, en esas circunstancias, un delito. Lo que vuelve más provocativo su planteo (y más conmovedor, porque cuando el secreto se desvela ya está asegurada la participación afectiva del espectador) es la condición casi naïve de la protagonista (quizás algo exagerada si se tiene en cuenta que después de 20 años sigue ignorando que alguien ha estado recibiendo dinero por los servicios que ella presta) y la compleja variedad de información que el conmocionado espectador ha recibido cuando llega la hora del juicio.
Leigh evita cualquier exceso de patetismo y prescinde de discursos moralizadores: el tema es demasiado complejo y delicado como para asumir posturas radicales, y en todo caso él ubica la acción en el pasado (la recreación es en todo sentido ejemplar) para evitar que la polémica en torno de la legalización distraiga de los interrogantes morales que propone. Quizá debería haberse esperado de él la misma ecuanimidad al pintar el contraste entre una clase trabajadora solidaria y una alta burguesía fría y formal.
No es novedad que los elencos de Leigh tienen responsabilidades decisivas. Aquí todos responden admirablemente. Y en especial la fenomenal Imelda Staunton, a quien basta con verla transformarse, en primer plano y casi sin mover un músculo, cuando ve a la policía entrar en su casa y toma conciencia de que su vida entera está por cambiar para siempre.
"El film sólo tendrá valor si el público sale del cine cargando consigo la emoción y el debate moral", expresó Leigh. Si ése era su propósito, el gran cineasta inglés puede estar satisfecho.
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