Las Wachowski: triunfos, pasos en falso y frustraciones de dos transgresoras que encontraron su lugar en Hollywood
Las creadoras de la saga Matrix construyeron su propio camino a fuerza de producciones visualmente impactantes
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Cuando Matrix se estrenó en cines en 1999, el público estaba desprevenido. Era el mismo año de Star Wars: Episodio I, de El club de la pelea o de 007: El mundo no basta, títulos que se robaban el protagonismo de las grandes campañas publicitarias. Pero ese film que parecía pequeño terminó por convertirse en uno de los hits del año, y poco tiempo después, iba a ser imposible pensar la ciencia ficción sin referirse a esa impactante película que llevaba la firma de las practicamente desconocidas hermanas Wachowski. Dueñas de una carrera atípica, que no siempre dio los resultados esperados, Lana y Lily se caracterizaron desde un primer momento por la creación de un estilo visual y narrativo único y reconocible.
Sus primeros pasos
Lana (antes conocida como Larry) y Lilly (antes conocida como Andy) Wachowski, nacieron en Chicago, en 1965 y 1967 respectivamente. Como suele suceder, la infancia se convirtió en una etapa de fantasías, de apasionantes historias en forma de cómics o películas de aventuras. Esa afición pronto pasó a ser el germen de una vocación, que profundizaron durante su adolescencia. Sin dudarlo, las hermanas abandonaron sus carreras universitarias para concentrarse en la escritura de historietas de terror para un sello subsidiario de Marvel. El cine todavía era una meta muy lejana, pero eso pronto iba a cambiar.
La perseverancia de ambas y su evidente conocimiento del género las llevó a presentar el guion de Asesinos, un film que les significó una amarga primera experiencia en Hollywood. El productor Joel Silver (responsable de Duro de matar, Depredador o la saga Arma mortal), les compró el libreto por un millón de dólares, y luego de tentar a algunos nombres que se interesaron por dirigir la pieza (entre los que se destacó Mel Gibson, que aseguró quedar impresionado por la solidez de la escritura), el proyecto quedó en manos de Richard Donner, y el protagónico de Sylvester Stallone y Antonio Banderas. Pero Donner consideraba que había que cambiar varios elementos, y comenzó un salvaje proceso de reescritura que las Wachowski aborrecieron, y sobe el que Lilly recordó: “Así como lo vimos, la verdad es que no conectamos con Donner. Él quería hacer algo que no tuviera la oscuridad que veía en nuestro guion, así que simplemente cambió todo”. Pero ese paso en falso, tuvo una recompensa.
El productor Joel Silver quedó tan impresionado con el talento de las hermanas, que les ofreció la posibilidad de colaborar en otro proyecto, para ver si ellas tenían madera de directoras. De ese modo, las Wachowski realizaron Bound, un noir sobre dos mujeres involucradas en un vínculo sexual que deciden llevar a cabo un arriesgado golpe contra la mafia. La película se estrenó en 1996 y fue un fracaso en taquilla, pero alcanzó para que Silver notara potencial en las realizadoras, no solo porque el film obtuvo muy buenas críticas, sino también porque consideraba que ellas podían estar a la altura de un título de gran presupuesto.
Por otra parte, Bound revelaba muchos de los rasgos estéticos y narrativos que pronto serían sus firmas autorales, personajes que sexualmente escapan a cualquier etiqueta, un impronta heredada de los cómics (del Sin City de Frank Miller, en este caso), y un notable manejo de los códigos del género cinematográfico. Esa combinación, les permitió desarrollar una segunda película destinada a ser un éxito mayúsculo.
Llegar a Matrix
Ver Matrix en 1999 era descubrir el mejor film de historietas, irónicamente basado en ninguna historieta. En su segundo largometraje, las Wachowski imaginaron un mundo cyber punk, en el que la humanidad se encontraba dormida bajo el dominio de las máquinas. Pero Neo (Keanu Reeves) despierta de ese estado, y se revela como el Elegido que pueda luchar contra la Matrix, y liberar a las personas de ese sometimiento.
Matrix es un prodigio audiovisual, un soberbio despliegue de efectos especiales que supusieron un grosero salto para el cine, que a partir de ahí no pudo evitar referenciar (en mayor o menor medida) a esa saga. Las Wachowski eran respetuosas de muchas tradiciones cinematográficas, combinándolas con una innovadora puesta en escena al servicio de vistosas peleas e imágenes que se congelaban como viñetas de un cómic. Resulta imposible hablar de ese film sin recordar las citas a Alicia en el país de las maravillas, las peleas a la Bruce Lee, el famoso bullet time y los personajes enfundados en cancheros sobretodos negros de cuero (¡Ay, la perdurabilidad de esa moda entre los jóvenes de la época!). Matrix era una verdadera licuadora de estilos, una carta de amor que las Wachowski le escribían a esas ficciones que tanto le abrieron a ellas también, las puertas de la percepción.
Hay algo maravilloso alrededor de ese largometraje y es ver a las Wachowski reivindicando una forma de arte que en Hollywood era (¿o es?) considerado menor, y que tiene que ver con las historietas y el animé. Las directoras sirvieron un menú muy tentador, en el que invitaron a los espectadores a probar sabores que les resultaban desconocidos, pero que siempre estuvieron al alcance de sus manos. De esa manera, es fácil detectar aquí una puesta en escena deudora del lenguaje del cómic, como así también una serie de ideas visuales heredadas del animé, con Akira o Ninja Scroll entre sus influencias más inmediatas (dos largometrajes obligatorios no solo para los interesados en la animación, sino para la cinefilia en general).
Por otra parte, en el proyecto también dejó lugar a varias las polémicas, entre las que se destacó la protagonizada por el guionista Grant Morrison, quien aseguró que su cómic, Los invisibles, tenía un argumento sospechosamente similar al de Matrix. Pero ni esa ni otras denuncias de plagio, alcanzaron para hacer mella en el éxito de la película, que en muchos países explotó en su llegada en VHS, y en el incipiente mercado del DVD. Matrix fue un boom alimentado por el boca a boca, por el espectador que de golpe descubría un secreto que merecía la masividad, y de ese modo, las Wachowski fueron de la noche a la mañana dos de los nombres más grandes de Hollywood.
Un mundo en expansión
Warner no dudó un minuto y, ante las suculentas ganancias del primer film, puso en marcha la producción de una segunda y tercera parte, que se iban a realizar de manera simultánea. Las franquicias programadas no eran cosa nueva en Hollywood (de hecho, Volver al futuro tuvo un recorrido similar), pero de Matrix se esperaban resultados que salieran de la escala.
De hecho, el mundo pensado por esas hermanas era tan rico y fascinante, que pronto se lanzaron otros productos que exploraban rincones menos transitados de dicho universo. Animación japonesa, historietas y videojuegos se dedicaron a contar otras historias acontecidas dentro de esa épica de posibilidades infinitas. Finalmente en 2003, llegaron a las salas Matrix recargado y Matrix: revoluciones.
Con una inversión mucho más abultada, las directoras apostaron a un colosal despliegue audiovisual en el que nuevamente ensayaban influencias de lo más variadas, que iban de Dragon Ball, pasando por el género japonés de robots gigantes (conocido como mechas), como así también cuestiones vinculadas a la religión cristiana y judía, pasando por ecos de los postulados de Descartes y Kant.
El éxito de la trilogía dejó a las hermanas a las puertas de hacer lo que desearan. Eran las nuevas mimadas de Hollywood, y la industria (y el público) miraba con atención su siguiente proyecto. Por esos años, ambas escribieron la adaptación de V de Vendetta, el prestigioso cómic de Alan Moore, que llegó a la pantalla bajo la dirección de James McTeigue.
A cinco años de la última Matrix, en 2008 las hermanas estrenaron Meteoro, un título basado en el manga y animé de carreras, creado en los años sesenta por Tatsuo Yoshida. Las expectativas eran enormes, no solo porque se trataba de un personaje muy querido por varias generaciones, sino también porque era la primera película que las Wachowski dirigían luego del batacazo de Matrix. Pero los resultados, no fueron los esperados.
Con una inversión de ciento veinte millones, el largometraje recaudó poco más de noventa millones a nivel mundial, no pudiendo recuperar su inversión. Por su parte, la crítica la recibió de manera muy tibia, tildándola de obra fallida. Y así como la industria y el público quisieron poner a la obra de las Wachowski en un pedestal, al primer film que no parecía otra copia de Matrix, le bajaron el pulgar.
Pero el tiempo puso a Meteoro en su lugar. Lo que inicialmente se consideró un film frío y superficial, el paso de los años lo reivindicó como un ejercicio estético inigualable, una película cuyo disfrute era el de la aventura por la aventura misma, con un festival de excesos visuales y de actuaciones sobrecargadas, a tono con la estética cartoon de la serie original. A Meteoro le achacaron no ser profunda como las Matrix, cuando en realidad, en esa mentirosa sencillez de su relato, se escondía la firma de dos directoras muy conocedoras de los mecanismos narrativos del cine. Y aunque no tenga personajes con esos discursos tan sobrecargados como los de Matrix, no por eso esta es una pieza menor.
Pasos en falso y un rumbo sin definir
La segunda década del siglo XXI no fue fácil para las realizadoras, que se pusieron al frente de ambiciosos proyectos que no dieron los resultados esperados.
Fieles a su amor por la ciencia ficción, en 2012 estrenaron Cloud Atlas, una ambiciosa épica que gira alrededor de seis historias, que se conectan a lo largo de distintos siglos. Pero ni el nombre de las Wachowski (que dirigieron junto a Tom Tykwer), ni el protagónico de Tom Hanks y Halle Berry, o los vistosos efectos especiales, alcanzaron para hacer de este título un batacazo. La crítica nuevamente fue impiadosa, y el público no podía evitar sentir algo de confusión ante un relato de tres horas, compuesto por varios personajes distribuidos a lo largo de varios siglos.
Con sed de revancha, en 2015 llegó el turno de El destino de Jupiter, un título de ciencia ficción que tampoco obtuvo las ganancias esperadas. Esta vez las reflexiones filosóficas y los postulados sobre la humanidad a lo largo del tiempo, daban pie a una aventura mucho más tradicional, sobre un hombre y una mujer envueltos en una épica espacial de acción.
La película obtuvo una magra recaudación, y la crítica nuevamente se mostró impiadosa. Las Wachowski parecían no encontrar ese tono que en el pasado las había coronado, y con esta sumaban una nueva producción que representaba un paso en falso. Pero como sucede con muchas de sus obras, esa imperfección que el grueso de la taquilla y del periodismo consideraba imperdonable, era abrazado por un grupo de fieles fans, que consideraban esas irregularidades como el espíritu de una pieza única.
Las miradas lapidarias aseguraban que las Wachowski iban de menos a más, cuando una lectura más acertada evidenciaba cómo ellas iban puliendo cada vez más su cuerpo cinematográfico, apuntando con mayor precisión hacia sus gustos e inquietudes, haciendo una obra más personal y mucho menos genérica. La evolución, para ellas, no tenía por qué ir de la mano con la taquilla.
Sense 8, y la vuelta más esperada
En el 2015, Netflix anunciaba con bombos y platillos el estreno de Sense 8, la primera serie original de las Wachowski, escrita junto al autor J. Michael Straczynski (prócer absoluto de la ciencia ficción, creador de la serie Babylon 5 y del cómic Rising Stars). Las hermanas eran fanáticas confesas del historietista, y por eso lo invitaron a crear una obra en conjunto.
Sense 8 planteaba una historia sobre ocho hombres y mujeres de distintas partes del mundo, con vidas, inquietudes y sexualidades muy diferentes, que se conectaban sensorialmente de una curiosa manera. En la superficie, esta serie tenía mucho de aquello que tanto entusiasmaba de las Wachowski: escenas de acción vistosas, un heterogéneo grupo de protagonistas, y un enfrentamiento entre el bien y el mal. A esta altura de su carrera, era innegable que las directoras estaban más interesadas por los relatos de corte intimista que por las gigantescas peleas, por los personajes que transitan sus propias percepciones del sexo y el amor más que por el festival de efectos (y excesos) especiales. Sense 8 puede que sea la obra más personal de las realizadoras, que llega en un momento en el que ambas ya se habían reconocido como mujeres trans, y que volcaban en esa ficción un proceso natural, que como en sus relatos, perseguía un fuerte deseo de autenticidad para sí mismas.
Pero la historia se repitió, y mientras el público masivo le daba la espalda a la propuesta y Netflix anunciaba su cancelación, una legión de fans exigía una resolución para la saga. De esa forma, comenzó una campaña muy fuerte en redes que convenció al gigante streaming de darle luz verde a un epílogo, para que las Wachowski le dieran un cierre a su relato.
La presión de Warner y el amor del público por esa saga finalmente derivó en la llegada de Matrix: resurrecciones, cuarto film de la franquicia, y por primera vez, uno en el que no está involucrada Lily Wachowski (que prefirió dedicarse a su serie, Work in Progress). Lana Wachowski se ocupó de escribir y dirigir esta nueva entrega, enfrentando así uno de los mayores desafíos de su carrera.
Luego de un extenso camino de éxitos y pasos en falso, la directora regresa al universo que le valió forjar un nombre, siendo ahora una autora de inquietudes muy distintas de las que tenía cuando realizó la primera Matrix. Mientras tanto, Neo y sus grupo reciben con los brazos abiertos a su creadora, de quien esperan una historia mucho más compleja, que promete abordar a estos personajes desde un ángulo totalmente distinto. Sumergidos en el siglo XXI, Matrix necesita renovarse, así como Lana y Lily renovaron en 1999, la lógica de la ciencia ficción en Hollywood.
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