Hace 25 años, Sofia Coppola estrenaba su ópera prima, centrada en el trágico destino de cinco hermanas
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El nuevo milenio comenzaba y en las bateas de los videoclubes de Argentina asomaba una película que ni siquiera había pasado por los cines. Se trataba de Las vírgenes suicidas, un título que pocos conocían y cuyo principal gancho era el nombre de su directora, Sofia Coppola, posible dueña de un talento heredado de su padre, el todopoderoso Francis Ford Coppola. Aunque el film estuvo lejos de ser un éxito, el paso del tiempo hizo de Las vírgenes suicidas un título imprescindible de esa época, y la ópera prima de una directora que demostró en ese trabajo un enorme talento.
A mediados de los años noventa, Sofia Coppola cargaba todavía con la mochila de su trabajo como actriz en El Padrino III, una herida abierta en ella y en el público cinéfilo, que no dejaba de llorar porque el rol de Mary Corleone no había quedado en manos de Winona Ryder (primera elección de Coppola). La joven hija del prestigioso realizador sabía que su futuro no estaba adelante de las cámaras, y por eso comenzó a estudiar fotografía. La idea de dirigir era una fantasía muy presente, ya que su padre no hacía otra cosa más que hablar de películas. Para Sofia, desde su infancia el cine siempre fue una suerte de lenguaje materno.
Por esos años de estudio y universidades, el músico Thurston Moore, de Sonic Youth, le prestó a Sofia una copia del libro Las vírgenes suicidas, la primera novela de Jeffrey Eugenides, un escritor que a través de esa pieza supo desplegar un universo emocional contundente, mediante el trágico relato de cinco hermanas de apellido Lisbon. Y para Sofia, entrar en contacto con esa novela fue una epifanía, como ella misma detalló en una oportunidad: “No sabía que quería ser directora, hasta que leí Las vírgenes suicidas, y claramente pude ver cómo tenía que adaptarse a una película. Inmediatamente pude ver esa historia central sobre qué es lo que pueden hacerte la distancia, el tiempo y la memoria, y qué significa el extraordinario poder de lo insondable”.
Entusiasmada por el libro, y sin saber si los derechos ya habían sido adquiridos para su adaptación, la joven comenzó a escribir un guion basado en la novela (“eso es algo que jamás tenés que hacer”, aseguró Sofia en una oportunidad). Con el libreto terminado, ella recibió la peor noticia posible: una productora ya tenía comprados los derechos y ya había contratado a un guionista para que escribiera su adaptación. Pero decidida a no bajar los brazos, Sofia se reunió con los directivos de esa productora y en una entrevista recordó: “Les dije que si la versión del otro tipo no les gustaba, que por favor leyeran la mía y me dejaran hacer la película a mí. Y exactamente eso fue lo que sucedió”.
La importancia de Kirsten Dunst
Coppola sabía que si bien su proyecto contaba con un presupuesto mínimo, era importante contar con nombres famosos en el elenco. De ese modo, para interpretar a los padres de las hermanas Lisbon, la directora convocó a dos prestigiosos intérpretes. Kathleen Turner, la primera en sumarse al reparto del film, se ocupó de personificar a la señora Lisbon, y James Woods aceptó darle vida al padre de las hermanas. A Woods le facilitó el guion el propio Francis Ford Coppola, y cuando el actor leyó el libreto, quedó impactado por su “oscuro sentido del humor”. Aunque en un rol pequeño, Danny DeVito también formó parte del largometraje, completando así el plano adulto del relato, con tres caras muy conocidas en Hollywood. Pero el verdadero reto era encontrar a la Lux perfecta.
Eugenides había planteado en su libro a una adolescente dueña de una belleza que enmascaraba tragedia y que en el marco de la historia era la más importantes de las hermanas Lisbon. Debido a eso es que no se trataba de un rol para cualquiera. En su búsqueda, Sofia entrevistó a numerosas adolescentes y quedó especialmente impresionada con Kirsten Dunst. Con 16 años, ella tenía una extensa carrera en Hollywood. Su actuación en Jumanji, pero especialmente en Entrevista con el vampiro, la había convertido en una prometedora intérprete. Sofia tuvo la corazonada que Dunst era ideal para componer a Lux, pero la actriz tenía sus dudas. “Yo estaba nerviosa”, reconoció Kirsten en una nota, y agregó: “Era mi primer papel con el acento puesto en algo más sensual. También tenía mis dudas con respecto a qué tan larga iba a ser mi participación, porque había muchas escenas sin diálogo. Pero cuando conocí a Sofia, inmediatamente supe que iba a tener un tratamiento muy delicado del material. Ella realmente sacó a la superficie el lado luminoso de las chicas y las convirtió en ángeles etéreos”.
En la búsqueda de otras actrices, Alicia Silverstone rechazó ser Mary Lisbon, otra de las hermanas, y a Scarlett Johansson también le ofrecieron un papel, pero lo dejó pasar por considerar que el guion era “demasiado oscuro”. El joven que completó el reparto fue Josh Harnett, otro actor muy poco conocido, que aquí logró su primer gran rol dramático en el cine.
Las vírgenes suicidas se filmó en 1998 y debido a su ajustado presupuesto de seis millones de dólares, el rodaje debió completarse en apenas un mes. Sofia Coppola vivió esas cuatro semanas de manera muy intensa, casi no comía y estaba por completo abocada a la realización de su ópera prima. Sin embargo, ella siempre destacó el compromiso y la buena voluntad de todos los actores y del equipo técnico, quienes dieron lo mejor de sí para cumplir con los tiempos establecidos. Y como todo queda en familia, la directora convocó a su hermano, Roman Coppola, para que fuera su asistente de dirección.
La filmación se llevó a cabo en la ciudad de Toronto y la realizadora buscó suburbios inspirándose en el trabajo del fotógrafo japonés Takashi Homma. “Siempre me llamaron la atención la belleza de los detalles banales, porque ahí es donde se encuentra el estilo suburbano”. Por otra parte, Coppola le pidió a la banda francesa Air que compusiera la música incidental del film, otra decisión que le aportó un condimento imprescindible a la atmósfera del largometraje.
El mundo de Sofía
En mayo de 1999, Las vírgenes suicidas tuvo su estreno en el Festival de Cine de Cannes, y la recepción de la crítica francesa fue muy positiva. Casi un año más tarde, en abril de 2000, la película llegó a los cines de Estados Unidos y su performance en taquilla fue mediocre. De los seis millones invertidos, el film recaudó poco más de diez millones, una suma que está lejos de considerarse un triunfo. Y mientras la crítica de Estados Unidos la elogiaba tibiamente, la prestigiosa revista francesa Cahiers Du Cinema incluyó a Las vírgenes suicidas en su lista de las mejores diez películas del año.
El largometraje posterior de Sofia Coppola, Perdidos en Tokio, finalmente sí le valió a la realizadora un reconocimiento internacional unánime que la llevó a convertirse en una de las firmas autorales más relevantes de su generación. Ese éxito le permitió continuar una carrera que aún hoy merece la atención de la cinefilia y la crítica especializada. Y es indudable que en esa construcción de una mirada propia, para Coppola, Las vírgenes suicidas cumplió un rol clave, porque allí supo forjar los aspectos claves de una sensibilidad cinematográfica única.
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