Las actrices, que trabajan juntas por primera vez, revelan las pintorescas anécdotas del rodaje de este western femenino y feminista, manifiestan su oposición a la minería a cielo abierto, hablan de sus cachets con respecto al de los actores y realizan un detallado análisis sobre el estado actual del cine argentino
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Era un deseo que tenían desde hace mucho. Y al final lo cumplieron. Mercedes Morán y Natalia Oreiro se admiraban mutuamente, pero nunca habían trabajado juntas. Hasta que el rodaje de Las Rojas, el film de Matías Lucchesi que finalmente se estrenará el jueves (luego de varias dilaciones por la pandemia), logró reunirlas. Hoy, sentadas una al lado de la otra, frente a LA NACION, no pueden ni quieren dejar de expresar su beneplácito por el objetivo cumplido. “Lo que más nos interesó del proyecto fue que nos incluía a ambas. Por eso dijimos que sí antes de leer el libro”, comienza Natalia. “También porque se trataba de una película distinta, que se apartaba del resto”, asegura Morán, quien recientemente ganó el premio por su trayectoria en el Festival de Málaga, en referencia a lo que se podría definir como “un western femenino”. El opus tres del director de Ciencias naturales y El pampero “es la historia de dos mujeres, Carlota y Constanza, ambas paleontólogas, que al principio pareciera que son antagónicas, pero luego descubren que están unidas por una misma pasión y terminan superando los prejuicios y apoyándose a pesar de las diferencias”. La trama está enmarcada en un ámbito agreste, el de las afueras de Mendoza (con rodajes centrados en Uspallata y Potrerillos), y está teñida de cierta pátina de thriller. “En definitiva lo pasamos genial, frente y fuera de cámara; estuvimos dos meses alejadas del mundanal ruido, entre montañas y caballos, comiendo quesitos y pasando letra todo el tiempo tiradas en el pasto. Fue una experiencia única”, concluyen ambas.
–Natalia, como sos una amante de la naturaleza y defensora del medio ambiente es de imaginar que te habrá subyugado el hecho de que la película pone el acento en la preservación de las riquezas naturales.
Natalia Oreiro: –Sí, y encima la filmamos en Mendoza, que es una provincia preciosa con una riqueza natural increíble, con mucha agua y otras cosas muy importantes para cuidar y preservar. Las protagonistas de esta película son dos humanistas, dos preservacionistas, pero con distintas miradas sobre su tarea. Mi personaje es más un bicho de ciudad, de escritorio, pero a la vez anhela –aunque la critica- lograr lo que la otra paleontóloga consiguió: ser más libre. Pero transcurre por un momento en el que duda de si su colega se pasó de bando. Por eso llega a la provincia, de alguna manera a desenmascararla… más no podemos contar.
–Y en tu caso, Mercedes, que naciste en Villa Dolores, Córdoba, te habrá interesado que la película transcurre en el interior del país, ¿no? Algo muy poco habitual en el cine argentino.
Mercedes Morán: –Claro. Y que transcurre prácticamente toda en exteriores y en parajes naturales. Estuvimos todo el tiempo en contacto con una naturaleza muy pura y dura. Fue una película casi de aventuras. También nos pasó, circunstancialmente, que allí estuvimos con Natalia cerca de toda la movida en contra de la minería a cielo abierto, apoyando a la gente que peticionaba que no se cambiara la ley que la impide, como algunos pretendían. Pusimos la cara y firmamos un petitorio. Así que entre la gente del lugar, nosotras y el resto del equipo se produjo algo muy comunitario y positivo.
Oreiro: –Hicimos lo que había que hacer. Es que de alguna manera las montañas te abrazan y te piden ayuda. Allí se filmó también, hace ya varios años, Siete años en el Tíbet [película de Jean-Jacques Annaud, con Brad Pitt]. En medio de esos parajes y de esa lucha de repente aparecieron unos fans míos, de Rusia, ¡no lo podíamos creer! También vino a visitarme mi hijo y quedó fascinado con la belleza y la imponencia del lugar. En semejante entorno natural tomás conciencia realmente de cuán insignificante somos.
Morán: –Además, al tener que cabalgar en distintas escenas, también tomamos contacto con muchos caballos y sus dueños, que tenían un criterio de amansamiento no convencional; y por eso tuvimos que acomodar toda la filmación a la introducción de los animales en el set. Por ejemplo, debíamos hacer silencio para no asustarlos. Fue una experiencia enriquecedora y gratificante, muy a tono con el ámbito natural.
–En Las Rojas encarnan a dos mujeres muy distintas, que desconfían una de la otra pero a la vez se necesitan. A simple vista parece un planteo más de varones que de mujeres en tiempos de sororidades. ¿En algún momento esto les hizo ruido o les resultó más interesante?
Morán: –Sí, nos hizo ruido, pero después algunas cuestiones del vínculo se fueron modificando. Y en nuestra pequeña fase de investigación en cuanto al universo de este tipo de profesionales nos enteramos que el trabajo de campo, o sea la investigación en el sitio, está prácticamente cubierta por hombres. Es muy raro que una mujer, como es el caso de mi personaje, Carlota, lo hiciera. En general las mujeres son llevadas hacia lo administrativo. Eso explica la rivalidad y la desconfianza de estas dos mujeres, ya que son empujadas por el medio y las propias condiciones laborales a estresarse entre ellas. Pero lo bueno de la película es que hacia el final muestra que, pese a ese entorno que las tensiona y las enfrenta, ellas pueden revertir la relación y terminan compartiendo la misma causa y la misma bandera.
–¿Podríamos decir que la película también habla del lugar secundario que el sistema le reserva a las mujeres científicas?
Oreiro: –Sí, nosotras a través del Conicet pudimos hablar con varias paleontólogas y eso saltó enseguida. También nos contaron de las dificultades que tienen para transitar la maternidad y cumplir a la vez con sus vocaciones, porque los traslados son muy lejanos y entonces deben decidir entre abandonar a la familia o no. Esa es una traba pero no un impedimento total.
Morán: –Una constante en la ciencia, pese a todos los progresos, sigue siendo la descalificación a la mujer. Y también sucede que los hombres suelen arrogarse ciertos descubrimientos que no son propios. Como pasó con el descubrimiento de la vacuna contra el covid, que en realidad fue un logro femenino.
–¿Por qué, en el ámbito de la ciencia, a la mujer se la sigue subestimando?
Oreiro: –Yo no creo que sea sólo una cuestión de género. A los hombres que han creado o descubierto algo, y me estoy refiriendo con esto a los pintores o a los astrónomos, siempre se los ha tildado de locos y se les ha restado méritos. Cuando alguien rompe con lo establecido y tiene una visión distinta de algo se lo tilda de excéntrico o de equivocado, indistintamente del género. En el caso de Carlota…ella está hablando de un ser nuevo, que uniría dos especies, un mamífero con un ovíparo. Eso es lo que hace ruido y el descrédito no sé si tiene que ver particularmente con que ella es una mujer sino con que está planteando algo nuevo dentro de la comunidad científica. Como sabe que no la van a avalar, y podrían llegar a destruir su descubrimiento, lo oculta, para preservarlo. En fin, lo que sucede en la película es una parábola de lo que sucede en el mundo.
–¿Cómo fue la experiencia de rodar en escenarios inhóspitos, incluso dentro de una caverna?
Morán: –A mí todo lo que me separe y me aleje de mi cotidianeidad, a la hora de hacer una película, me ayuda a ser parte de ese nuevo universo. De todos modos, a medida que pasan los años, siempre me digo: “bueno, basta, ¿hasta cuándo los viajes en carpa?” Pero después me doy cuenta que estas experiencias me rejuvenecen, en el sentido de que la incomodidad, que podría significar el estar a las dos de la mañana rodando una escena con muchísimo frío en una caverna, se compensa y con creces cuando luego salís de ahí, hacés un fuego y te quedás mirando embobada la estrellas. Ahí decís: “olvidate, está todo pago”.
–Todo rodaje suele tener sus anécdotas. ¿Cuáles son las de Las Rojas?
Oreiro: –¿Además de las dos fans rusas que no me encontraron en Buenos Aires y me vinieron a traer chocolates a Mendoza? También viajaron hasta allá unas fanáticas checas. Y la noche que filmamos en la caverna, luego hubo que hacer una toma afuera con Mercedes atada en el piso. Y aunque no se veía nada de nada, tuve como una visión y dije: “acá hay un alacrán”. Todo el mundo se movilizó y efectivamente había uno que se dirigía… ¡hacia Mercedes! Ah, y estuvimos parando en el mismo hotel donde supieron alojarse Evita y Perón. Incluso el hotel mantiene inmaculada la habitación donde ellos estuvieron y no la ocupan. Justo estaba empezando a preparar mi personaje para la serie Santa Evita, así que me puso en clima.
–Provienen de distintas extracciones. Vos, Mercedes, del teatro, y vos, Natalia, de la televisión. Sin embargo, en los últimos años han trabajado mucho en cine y, de hecho, fueron reconocidas hace unos meses por la Fundación Konex entre las mejores actrices del género de la década. ¿Fue difícil dar el volantazo y dedicarse casi exclusivamente a este medio, sobre todo cuando tenían éxito en lo que venían haciendo?
Morán: –Por provenir del teatro primero me enfrenté con los prejuicios en torno a la televisión. Me habían inculcado que el prestigio se encontraba en el teatro y no en la TV. Pero no me importó porque la televisión me encantó desde un principio, así que me lo pasé yendo y viniendo de un medio a otro. El cine me costó un poco más. Empecé de grande y me fascinó, bastante después del éxito de Gasoleros. El tema es que cuando lográs un gran éxito en la televisión eso te puede alejar de la cabeza de los directores y directoras de cine. En mi caso, temían que Roxy, el personaje que seguía en boca de todo el mundo, se antepusiera al de sus historias. Entonces yo tomé una decisión drástica: me alejé de todo lo que me ofrecían, que se acercara a Roxy, y me jugué por mi intuición, por hacer una película independiente con una directora desconocida. Eso no era lo que se me aconsejaban, obviamente.
–Y entonces llegó La ciénaga.
Morán: –Exacto. Y no me equivoqué. La ciénaga fue un antes y un después en mi carrera. Tuve la suerte de que Lucrecia Martel me revelara algo en cine, más allá de la experiencia de filmar; porque, a veces, podés filmar 20 películas y no vivir la experiencia de hacerlo de la mano de una gran artista, como yo considero que es ella. Trabajar con Lucrecia me modificó. Al igual que en aquel momento de decisión, hoy sigo pensando que correr riesgos es lo que más nos nutre, lo que más nos mantiene vivo el deseo. Por eso quiero siempre que el próximo trabajo implique un riesgo, no importa si es en el teatro, en la tele o en el cine.
Oreiro: –Cuando lo que se me ofrecía ya lo había hecho. Si bien le tengo mucho cariño a todo lo hecho, para volver a reír y hacer reír, o sea para regresar de tanto en tanto a la comedia, necesito también poder emocionarme y emocionar desde otros lugares. Por eso cuando estaba en un momento muy fuerte a nivel televisión y musical decidí hacer participaciones en películas independientes, porque en los proyectos muy grandes, los comerciales, me ofrecían los personajes de siempre, que no me entrañaban ningún riesgo. Y así empecé, de a poco, hasta que tuve la suerte de hacer Infancia clandestina y Wakolda, dos películas con tinte dramático, gracias a los directores Benjamín Ávila y Lucía Puenzo, que se jugaron por mí. Estos films permitieron que, a partir de allí, se me tomara en cuenta para otros papeles.
–¿En qué momento?
Oreiro: –Cuando lo que se me ofrecía ya lo había hecho y si bien le tengo mucho cariño a todo lo hecho, para volver a reír y hacer reír, o sea para regresar de tanto en tanto a la comedia, necesito también poder emocionarme y emocionar desde otros lugares. Por eso cuando estaba en un momento muy fuerte a nivel televisión y musical decidí hacer participaciones en películas independientes, porque en los proyectos muy grandes, los comerciales, me ofrecían los personajes de siempre, que no me entrañaban ningún riesgo. Y así empecé de a poco hasta que tuve la suerte de hacer Infancia clandestina y Wakolda, dos películas con tinte dramático, gracias a los directores Benjamín Ávila y Lucía Puenzo, que se jugaron por mí. Estos filmes permitieron que a partir de allí se me tomara en cuenta para otros roles.
–¿Se puede vivir sólo del cine?
Morán: –Depende de cuáles sean tus expectativas. La primera pregunta que yo me hice, cuando empecé, fue: ¿se puede vivir de la actuación? Mi preocupación era si iba a poder vivir de mi profesión, porque hay muchas actrices y actores maravillosos que no consiguen vivir de esto; y si a eso le achicás la posibilidad y la encuadrás únicamente en el cine… no tenemos una gran industria cinematográfica. Es una industria pequeña comparada con algunas otras, por eso no podemos salir a competir de igual a igual con el resto del mundo. Y así son nuestros salarios, es decir, una primera figura de acá no cobra lo mismo que una estrella de la industria norteamericana.
Oreiro: –Nosotras probablemente seamos dos privilegiadas y podamos negociar nuestro cartel y nuestro cachet y vivir del cine. Pero una película es un hecho colectivo, no un monólogo. Por eso a mí lo que más me preocupa es lo que gana el resto de los compañeros, los que tienen un trabajo golondrina, tal vez sólo por unos días hasta que vuelva a aparecer alguna otra oportunidad, y que en absoluto pueden pelear por sí solos un cachet. En definitiva, si tenés el privilegio de protagonizar, tal vez puedas vivir del cine, pero si no… Ricardo Darín hay uno solo.
–Y si nos circunscribimos a las primeras actrices, ¿en el cine ganan igual que los actores convocantes? ¿Pueden aspirar a cobrar un porcentaje de la recaudación de un film, además de un cachet, como algunos de sus colegas?
Morán: –Eso depende de cada una. Una tal vez puede aspirar a un porcentaje y a un cachet, sí, pero el tema es que los salarios de las actrices siempre son menores a los de los actores. Es decir que ante un cartel compuesto por dos intérpretes, un actor y una actriz con el mismo peso protagónico y de similar reconocimiento popular, en general el hombre va a ganar más. Acá y en todas partes del mundo. En eso nos encontramos hoy todas las actrices, tratando de nivelar la balanza.
Oreiro: –Yo no sé cuánto ganan Ricardo Darín o Guillermo Francella por película, pero ojalá que les paguen un montón porque se lo merecen. ¡Tampoco tengo idea de cuánto ganó Mercedes por esta película! (risas). Y probablemente ella no sepa cuánto cobré yo.
Morán: –Ahora lo vas a a saber, querida. Y arreglaremos cuentas (risas).
Oreiro: –Pero ganen lo que ganen ellos, es evidente que nosotras ganamos menos. Las mujeres seguimos estando en desventaja. Por eso algunos actores protagonistas pueden vivir del cine, y muchas actrices protagónicas, no.
–¿Qué opinan de la situación actual del cine argentino? Me refiero no sólo a la calidad de las últimas producciones sino también al cambio en los canales de exhibición, que ha provocado una suerte de competencia entre las salas y las plataformas.
Morán: –El cine argentino está en una situación difícil. Es muy paradójico lo que pasa. Tanto Natalia como yo hemos tenido la posibilidad de viajar con nuestras películas, y hasta de ser parte de jurados en festivales importantes, y por eso sabemos que el cine local es muy bien recibido en todas partes y se le tiene una consideración muy alta a la hora de los premios internacionales. Pero tenemos una industria pequeña, venimos de años malos y nunca se termina de entender cuál es la inversión que se hace en cultura, en el apartado “cine” y en general. Así que acá todo sigue siendo a puro empeño y talento. Las plataformas ayudan, pero hacer una evaluación sobre sus pro y contras en este momento sería hacer futurología. Estamos en pleno proceso de cambio, por eso lo único que me atrevo a decir con contundencia es que el cine argentino necesita de apoyo institucional como, en general, lo requiere toda la cultura del país.
Oreiro: –Para mí no deberíamos perder la experiencia de ir al cine, de ver películas en una pantalla grande, a oscuras, y rodeados de otros espectadores. No es lo mismo que verlas en la pantalla del televisor de tu casa. Entiendo que si la gente no tiene las necesidades básicas cubiertas, difícilmente pueda ir hasta una sala de cine y pagar una entrada, y que por eso prefiera verlas a través de una plataforma. De todos modos esto no entraña una crítica a las plataformas, ya que gracias a ellas se están produciendo algunas películas en el país que de otro modo habrían quedado en el camino. Pero considero que la sinergia entre las plataformas y la industria del cine debería apuntar siempre a lo mismo: a no dejar morir la experiencia de ver cine en el cine.
Agradecimiento: Four Seasons Hotel Buenos Aires
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