Las mejores películas en lo que va del 2021, según nuestros críticos
En salas o en plataformas de streaming, estas ocho películas se destacan entre los estrenos de estos primeros seis meses
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Aunque con estrictos protocolos y algunas restricciones, las salas de cine en AMBA volvieron a funcionar el pasado viernes 18. En realidad, ya lo habían hecho en marzo, pero semanas más tarde fueron obligadas nuevamente a cerrar por las medidas impuestas autoridades sanitarias para prevenir el aumento de contagios de Covid-19. Así, tal como ocurrió en gran parte del 2020, el smart TV y los dispositivos móviles se convirtieron en las únicas pantallas disponibles para disfrutar del cine en esta primera mitad del año.
Los críticos de LA NACION eligieron, a modo de balance, algunos de las películas más interesantes que se estrenaron en los primeros seis meses de este inusual 2021.
TIME
Por Milagros Amondaray
Desde su título, TIME marca su postura. La realizadora Garrett Bradley elige una palabra breve y contundente para su trabajo, pero también tramposa para lo que retrata en su documental. En TIME no se halla esa concepción elástica del tiempo sobre la que ha escrito Marcel Proust, sino una mucho más desesperanzadora, una que expone con qué facilidad la vida se nos escurre entre las manos.
Estrenado en el Festival de Sundance y nominado al Oscar este año, la obra de Bradley muestra la batalla de una mujer (Sibil Fox Richardson, más conocida como Fox Rich) por sacar a su marido Robert de la cárcel. A fines de los 90, la pareja robó un banco en medio de un duro momento económico y ambos fueron sentenciados. Mientras que a ella la condenaron a 13 años (de los cuales tuvo que cumplir tres y medio), la sentencia para Robert fue mucho más excesiva: 60 años tras las rejas.
Con abundante material de archivo, la realizadora registra la cruzada de Sibil, quien nunca baja los brazos en cada apelación, mientras observa el efecto que tiene en sus hijos crecer sin una figura paterna. Bradley no solo no hace juicio de valor sino que muestra una historia que hemos visto en muchísimas ocasiones (en la filmografía de Ava DuVernay, por mencionar un ejemplo), como es el caso de la inequidad por motivos raciales, pero es el modo en que lo hace lo que vuelve a TIME una obra maestra de un lirismo memorable.
El documental se mueve guiado por los instantes de soledad de Sibil, por esos primeros planos de sus ojos vidriosos cada vez que se enfrenta a un sistema que no escucha, por cada viaje a la cárcel que siempre tiene un significado diferente, y por cada detalle que marca ese paso del tiempo inasible, donde cada minuto que corre es, para la familia Fox, equivalente a un instante perdido. En este aspecto, cabe mencionar que el final es simplemente extraordinario, donde se emplea un recurso también poético (y también contundente) que eriza la piel y que convive con los ampulosos discursos de Sibil, una presencia magnética y fervorosa que yace dentro de una producción más intimista.
Cuanto más simple, más enorme. Esa es la conmovedora paradoja de TIME, una película humana que reconstruye el pasado en una expresión de deseo que puede interpretarse de un solo modo: no hay otra opción más que mirar hacia delante.
TIME, de Garret Bradley, está disponible en Amazon Prime Video
Salvando almas
Por Paula Vázquez Prieto
La impaciencia parece ser el pecado por el que Maud (la extraordinaria Morfydd Clark) pide insistentemente a Dios que la perdone. Impaciencia por descubrir su misión en el mundo, el sentido de sus días, el horizonte del sacrificio que está dispuesta a ofrendar. Maud habla con Dios día a día, en sus plegarias pero también en esa intensa mirada que posa en el espejo, esperando una respuesta que nunca llega.
Maud es enfermera de cuidados paliativos destinada a un nuevo puesto: la asistencia de Amanda (Jennifer Ehle), una ex bailarina y coreógrafa legendaria, enferma y recluida en los días finales de su vida. Desde su llegada a esa casona en el norte de Inglaterra, el puente tendido con Amanda es construido sobre anhelos y desafíos: hallar el plan divino detrás de la mundanidad de ese hogar de arte y placer, descubrir la creencia en la incipiente atracción, consagrar el martirio a la espera del milagro.
Rose Glass construye el universo de su opera prima desde la mirada de su protagonista, como lo hiciera Henry James en la perspectiva de la institutriz de Otra vuelta de tuerca. ¿Qué hay detrás de lo que Maud mira? El mundo terrenal se modela en ese pasado como enfermera de un hospital cuyo fracaso la atormenta, en la tentación de la caída en los bares de la costa fría de Scarborough, en el sexo mecánico, en la intrascendencia. Y el destello divino asoma en la anhelada salvación de Amanda, en el avistaje de la redención una vez desterrados los placeres de una noche, las fiestas frívolas, los recuerdos del cuerpo sano. En esa frontera imperceptible que anuda los dos mundos, la directora nos regala los momentos de terror más sublimes, enraizados en la duda humana antes que en la imaginería del género, en la pasión obsesa de los conversos.
Salvando almas recoge la influencia de varias tradiciones sin rendirse a ninguna: las tensiones del terror religioso de los 70, el drama bergmaniano sobre el silencio de Dios, el narrador poco fiable de la literatura de James. Con una confianza admirable, Glass modela la opresiva puesta en escena en función del drama interno de su personaje, confinado a ese cuarto de retiro poblado de cruces y altares, a un éxtasis solitario, consagrado a una voz que escucha y no responde. En esa costa helada y sombría, la encrucijada parece ser la gracia o la locura, caminos que se tornan demasiado semejantes.
Salvando almas, de Rose Glass, está disponible para alquiler en Google Play y Apple TV+
Nomadland
Por Diego Batlle
Con sus dos primeros largometrajes, Songs My Brothers Taught Me (2015) y The Rider (2017), Chloé Zhao había llamado la atención en el mundillo del cine independiente estadounidense, pero desde que Nomadland se estrenó en la Mostra de Venecia del año último (donde obtuvo nada menos que el León de Oro) se transformó en un fenómeno imparable.
Gracias a esa road-movie existencialista por la América profunda protagonizada por Frances McDormand, esta cineasta nacida en Beijing hace 38 años, formada en Londres y Nueva York y actualmente radicada en un pueblito cercano a Los Angeles se convirtió en la segunda mujer en la historia después de Kathryn Bigelow en ganar el Oscar a mejor dirección (el film también logró el premio principal, que ella compartió como coproductora del proyecto).
El guion de la propia Zhao -basada en el libro de investigación escrito por Jessica Bruder- está ambientado en 2011 y narra las desventuras de Fern (McDormand), una sexagenaria sin hijos que, tras perder a su marido, su empleo y hasta su lugar de residencia, sale a bordo de una destartalada mini van convertida en modesta casa rodante para seguir un circuito de trabajadores golondrina: preparar despachos en una planta distribuidora de Amazon, limpiar baños, cosechar papas, cocinar un restaurante... Esa existencia nómade la llevará de la nieve invernal de South Dakota al calor del desierto de Arizona y, con cada empleo eventual, efímero y mal pago, en cada estacionamiento convertido en camping, se irá reencontrando con otros hombres y mujeres que eligieron (o no tuvieron más remedio que adoptar) una forma de supervivencia similar.
La película adopta una vuelta de tuerca espiritual (ella mantiene en pantalla un par de charlas con un auténtico gurú del nomadismo como Bob Wells) con un halo de redención y referencias tan diversas como la Kelly Reichardt de Wendy & Lucy, el Terrence Malick de los años ’70, el Sean Baker de The Florida Project, la Agnès Varda de Los espigadores y la espigadora, pero también del humanismo de Ken Loach, del trabajo con no actores de la dupla Tizza Covi-Rainer Frimmel (en papeles secundarios aparecen varios trabajadores golondrina en la vida real) y de la crítica social de Michael Moore.
Nomadland es una película que combina sensibilidad con varios pasajes de indudable potencia dramática que la multifacética McDormand sabe exprimir y amplificar. Una merecida ganadora del Oscar y la consagración definitiva para una directora que, con la inminente Eternals, producción de Marvel con Angelina Jolie y Salma Hayek, está ingresando al corazón de Hollywood por la puerta grande.
Nomadland, de Chloé Zhao, está disponible en salas
Corpus Christi
Por Pablo De Vita
El más talentoso exponente de la joven generación de realizadores polacos consiguió con su tercera película arañar el Oscar a la mejor película extranjera. Pero Corpus Christi, debido a las restricciones de la pandemia, llegó tarde a los cines argentinos y se la conoció incluso después del estreno de Hater en Netflix, la última película de Jan Komasa.
Rotulada como polémica, sólo una lectura superficial puede convertir a Corpus Christi en objeto de controversia porque consigue una profunda reflexión sobre la fe, el valor del arrepentimiento y la verdadera naturaleza del perdón, partiendo de un caso real que el guionista Mateusz Pacewicz publicó en Gazeta Wyborcza. La historia presenta a Daniel (un impresionante rol del joven actor Bartosz Bielenia), que vive la conversión espiritual en un Centro de Detención juvenil y desea ser sacerdote algún día. No finge su amor por Dios pero llegará la oportunidad en la que sí lo hará sobre su pertenencia a la Iglesia con el arribo a un pueblo que vive una tragedia colectiva. La historia se desdoblará luego entre lo religioso y lo policial, pero esta dualidad también servirá al relato sobre los límites de la representación y la vivencia del culto religioso con su latente factor de poder.
Daniel, que se hace llamar padre Tomasz, sortea sus grandes dificultades al momento de celebrar misa a puro carisma y con incursiones por Google. El interrogante de si Daniel es sólo un fabulador que disfruta de la manipulación y del relativo poder que ejerce, o si el espiral de mentiras solo busca sostener su sentido, si bien falaz aunque en la virtud de su fe, de acompañamiento pastoral, se hará presente.
¿Por qué llamar al film Corpus Christi? De acuerdo al catecismo la eucaristía representa un signo de unidad en el que se recibe a Cristo y el alma se llena de gracia. ¿Pero es eso posible de la mano de un falso sacerdote que además es un exconvicto? Las imprecisiones morales del protagonista colocan al espectador en la incómoda empatía con el personaje pero también en la necesidad de su desenmascaramiento.
Corpus Christi presenta el conflicto con las estructuras sociales, pero no con la vida en la fe que, en definitiva, es la capacidad de dejarse enseñar por Dios en una película de gran dimensión espiritual.
Corpus Christi, de Jan Komasa, se estrenó en salas.
Una noche en Miami...
Por Martín Fernández Cruz
La ópera primera de la actriz Regina King, imagina una velada protagonizada por cuatro de las voces más importantes de la comunidad afroamericana. La acción transcurre en una habitación de hotel, en 1964, y reúne al boxeador Muhammad Ali (Eli Goree), al activista afroamericano Malcolm X (Kingsley Ben- Adir), al jugador de fútbol americano Jim Brown (Aldis Hodge), y al cantante Sam Cooke (Leslie Odom Jr.).
En el transcurso de la noche, el cuarteto debate acaloradamente sobre qué significa para ellos la militancia por los derechos de los afroamericanos, la relación de su comunidad con los blancos, el racismo sistémico y la necesidad por no comprender el activismo como si fuera una vara moral única, que sirva para descalificar las luchas personales. Las miradas de protagonistas chocan irremediablemente a lo largo del diálogo, y si bien las discusiones parecen separarlos una y otra vez, todos se reconocen como voceros (casuales o conscientes) de una lucha que llevarán por siempre en la sangre, y que va mucho más allá de lo que duren sus vidas.
Basada en la obra de teatro homónima, Regina King debe sortear la principal dificultad que presenta un relato de estas características, y es el de darle vuelo visual a un guion marcadamente teatral, y profundamente militante. Porque como es sabido, caer en los peligros de entender el cine exclusivamente como un vehículo de denuncia, termina restándole peso al film en sí mismo. Pero King cumple con éxito su objetivo, y plantea un sólido largometraje que combina el peso de las palabras, con una cuidada puesta en escena.
Puede que la gran tragedia del cine activista afroamericano, tenga que ver con que no importa cuándo transcurra la acción de la historia, sus denuncias siempre resultarán tristemente actuales. Y a un año del asesinato de George Floyd, esta película es una ferviente denuncia sobre la discriminación constante hacia los negros. De ese modo, el logro de King y del guionista Kemp Powers (autor de la obra teatral One Night in Miami), es el de analizar la militancia desde la cultura, el deporte, los fenómenos populares, y si ellos pueden (o no) convertirse en las mejores herramientas para impulsar algún tipo de cambio.
¿Qué significa ganarle al poder hegemónico del hombre blanco? ¿Significa controlar el dinero, derrotar a sus íconos culturales o simplemente ignorarlo para construir un acervo cultural propio? Y aunque es sabido que ninguna de esas discusiones tiene una única respuesta, esos debates son los que permiten descubrir nuevas caras de figuras que el público cree conocer demasiado. De esa forma, el film destruye la postales idealizadas que recaen sobre estas figuras, pero excavando en esas imperfecciones logra mostrar la debilidad de unos hombres que debieron mostrar fortaleza ante la opinión pública, conscientes del enorme peso simbólico que cargaban sobre sus espaldas.
Una noche en Miami..., de Regina King, está disponible en Amazon Prime Video.
La familia Mitchell vs las máquinas
Por Natalia Trzenko
De tan repetido el término “película para toda la familia”, a veces deja de tener sentido. O tal vez no lo afecta tanto la repetición como la amplitud del concepto que intenta abarcar un espectro tan variopinto de films y termina por aplicarse como argumento de marketing sin demasiada sustancia. Sin embargo una película como La familia Mitchell vs las máquinas le da sentido y nuevo vuelo a la idea de una historia pensada y realizada para ver en familia.
Aunque la protagonista del relato escrito y dirigido por Michael Rianda y Jeff Rowe, creadores de la fantástica serie animada Gravity Falls (hay un par de temporadas disponibles en Disney+), y producido por Phil Lord y Christopher Miller (los reconocidos directores de La gran aventura Lego), sea la adolescente Katie, cada uno de los Mitchell tiene algo que contar. Desde el papá amoroso pero más testarudo que sensato, la mamá sobreprotectora y algo despistada, el hermanito tímido obsesionado con los dinosaurios y hasta el perro con sobrepeso y una lucha perdida por que sus ojos enfoquen para el mismo lado.
Con humor, efectos visuales que prueban la plasticidad de la animación y un evidente amor y respeto por sus criaturas humanas, animales y cibernéticas, la película le da voz, voto y matices a personajes que están en busca de su lugar en el mundo. De esa tribu que los reconozca en toda su peculiar gloria. Y con sensibilidad demuestra que el camino no será fácil pero la recompensa del esfuerzo de defender su singularidad valdrá la pena. Todo eso, claro, mientras el mundo está al borde del apocalípsis cortesía de las máquinas cansadas de los abusos de sus usuarios.
Haciendo equilibrio entre la compleja trama de vínculos que une y separa a los Mitchell y el relato de acción en el que los aparatos de inteligencia artificial dicen basta a las constantes actualizaciones a los que los someten los ingenieros, la película demuestra que la unión hace la fuerza. Y la fuerza puede provenir de una madre transformada en ninja para defender a los suyos.
La familia Mitchell vs las máquinas, de Michael Rianda y Jeff Rowe, está disponible en Netflix.
The Empty Man: el mensajero de los últimos días
Por Hernán Ferreirós
Este film tuvo un derrotero desafortunado: fue concluido en medio de la adquisición de 20th Century Fox por parte de Disney pero, como se trata de una película de terror calificada para adultos en los Estados Unidos y, encima, de 137 minutos (con un prólogo de casi media hora antes de los títulos), la compañía de Mickey Mouse no supo exactamente qué hacer con ella. En consecuencia, permaneció archivada por dos años hasta que finalmente llegó a las salas sin publicidad alguna, en medio de la pandemia. En la Argentina se estrenó en similares condiciones de secretismo en el mes de enero, casi no recibió atención de la crítica y los pocos que se tomaron el trabajo de verla, la desestimaron.
Aunque no se trata de una obra maestra que vaya a cambiar el curso de su género, sí se puede afirmar que es mucho más de lo que parece. A pesar de su título, Empty man no replica, como Slender man o Candy man, el característico y cada vez más frecuentado modelo del “creepypasta” (esas historias mínimas que reversionan leyendas urbanas) en el que un grupo de adolescentes es masacrado por el monstruo del título, en medio de una sucesión de “jump scares” rutinarios. La película evade rápidamente ese planteo y se convierte en una pesquisa, a la vez policial y metafísica, que ingresa a un mundo nihilista y oscuro.
Como en la primera temporada de la serie True Detective, los personajes canalizan la filosofía antihumanista de escritores como H.P. Lovecraft y Thomas Ligotti mientras se ven involucrados con horrores que redimensionan la escala del género humano.
The Empty Man tiene una estructura inusual: como ya se dijo, comienza con un prólogo de 25 minutos que parece un film separado del resto y, luego de los créditos, continua con otra historia, otros personajes y hasta otro género solo para revelar bastante más tarde sus vínculos con ese desconcertante inicio. El trayecto de su protagonista hace pensar en Corazón Satánico, el film de Alan Parker en el que Mickey Rourke es un detective contratado para encontrar a un exsoldado que habría vendido su alma al diablo.
El realizador David Prior parece encontrarse a gusto entre horrores cósmicos lovecraftianos, como ya había demostrado en su debut, el mediometraje AM 1200, que puede verse en YouTube. Prior fue asistente de David Fincher y evidentemente aprendió más de una lección por ese vínculo: sus planos tienen una elegancia y una frialdad similares a las del director de Zodiac. Su trabajo es una adición bienvenida al cada vez más nutrido catálogo del art horror.
The Empty Man: el mensajero de los últimos días, de David Prior, se estrenó en salas.
La mujer en la ventana
Por Alejandro Lingenti
La mujer de la ventana es la adaptación de una novela que hizo muchísimo ruido antes de llegar al cine. Después de pasar por un larguísimo periodo de depresiones, el neoyorquino Daniel Mallory por fin fue diagnosticado: trastorno bipolar, una patología psicológica que le provocó un verdadero suplicio y, al mismo tiempo, fue la base de una novela aparecida en 2018, firmada con seudónimo (A.J. Finn), convertida inesperadamente en best seller y comprada por la Fox, que pagó un millón de dólares para adaptarla y confiarle luego la dirección al británico Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, deseo y pecado).
El libro, que vendió más de un millón de ejemplares solo en lengua inglesa y fue traducido a otros cuarenta idiomas, tiene una trama inspirada claramente en La ventana indiscreta (1954), un clásico de Alfred Hitchcock a su vez basado en It Had to Be Murder, relato que curiosamente también firmó un escritor que usaba seudónimos (Cornell Woolrich, más conocido como William Irish o George Hopley).
La protagonista de esta ficción empujada por un trauma real de un hombre es, sin embargo, una mujer, Anna Fox, cercada por una agorafobia y notoriamente perturbada por la mezcla constante de la medicación prescrita por un psiquiatra en el que claramente no confía demasiado con generosas copas de vino tinto. Anna vive encerrada en una impresionante mansión del Harlem, en Nueva York. Y sus pocos contactos con la realidad dependen de lo que llega a fisgonear desde sus magníficos ventanales de lo que ocurre los departamentos de sus vecinos más próximos. Hasta que un jovencito, hijo de un misterioso matrimonio que acaba de mudarse, la sorprende con una visita y un regalo que, eso se sabrá más tarde, tendrá un precio muy alto.
A pesar de que la película -que se beneficia de un elenco de pesos pesado como Gary Oldman, Julianne Moore y Jennifer Jason Leigh- se resiente con más de un giro inverosímil, lo que fortalece su capacidad de interpelación es el momento histórico en el que llega: después del confinamiento interminable provocado por la pandemia, ahora todos enfrentamos, de algún modo, el mismo desafío de Anna Fox: salir otra vez al mundo con la expectativa de volver a encontrarnos con nuestra verdadera identidad, la que se construye en la relación con el otro, aun cuando entrañe los mismos peligros que el personaje interpretado formidablemente por Amy Adams teme enfrentar en ese contacto con el exterior, convencida de que podrían acecharla pesadillas todavía más lúgubres que las de su infierno a domicilio.
La mujer en la ventana refleja ese dilema traducido en fobia furtiva a través de un relato poliédrico y de tono gótico en el que la tensión no afloja ni siquiera por un instante, como la vida misma.
La mujer en la ventana, de Joe Wright, está disponible en Netflix.
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