Las certezas absolutas, puestas en cuestión
Meryl Streep y Philip Seymour Hoffman comparten cartel en esta adaptación de la obra de John Patrick Shanley
La duda (Doubt, EE.UU./2008, color; hablada en inglés). Dirección: John Patrick Shanley. Con Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Viola Davis, Joseph Foster II. Guión: J. P. Shanley, sobre su obra teatral. Fotografía: Roger Deakins. Música: Howard Shore. Edición: Dylan Tichenor. Presentada por Buena Vista. 102 minutos. Apta para mayores de 13 años.
Nuestra opinión: buena
¿Pueden las certezas ser tan absolutas? Es el interrogante que plantea La duda. No deja de ser, por lo menos, paradójico que un film sobre la ambigüedad moral se exprese en valores tan netos, que en la oposición de los dos caracteres sobre los que se construye el juego dramático no haya demasiado lugar para el matiz. Desde el principio, la villana es la rectora del colegio religioso del Bronx donde transcurre la acción, una monja aferrada a las tradiciones, autoritaria e intolerante, que actúa como centinela de la fe, mira al resto de los humanos desde las alturas de su convicción inquebrantable y desconfía de la conducta de su supervisor, que adopta un trato más igualitario con su grey; el héroe, claro, es este capellán, un sacerdote afable y comprensivo que sabe de la debilidad humana y prefiere estar tan próximo a las necesidades de sus fieles, chicos incluidos, como para que el comadreo y la maledicencia lo tomen como blanco. Orador elocuente y persuasivo, la duda y el chisme son, precisamente, dos de los temas sobre los que invita a reflexionar en sus sermones.
A través de ellos también, el film informa acerca de la circunstancia en que transcurre esta sorda batalla entre la monja fanática y su enigmático superior, mientras esboza los rasgos de sus personajes: ella vigilando la disciplina mientras recorre los bancos para castigar a los distraídos o a los que cabecean durante la misa; él, con su palabra clara, su tono fraterno y sus ejemplos accesibles tomados de la vida cotidiana.
Epocas difíciles
Es 1964, tiempo marcado por el aggiornamiento de la Iglesia Católica, las luchas por los derechos civiles y el asesinato de Kennedy. No extraña que haya en el colegio un único alumno negro y que sea al mismo tiempo víctima del prejuicio entre sus compañeros, protegido del sacerdote que lo ha designado monaguillo y motivo de las sospechas de la monja.
Hay complejas motivaciones –ideológicas y personales– en la persecución que ésta emprende contra el cura, complicando en el asunto a una monjita joven, dócil y honesta, que vacila entre las insidias de una y los ambiguos silencios del otro. Pero el film, más que la obra de teatro de la que proviene, prefiere no ahondar en ese aspecto ni en ningún otro de los que sugiere su interrogante central. En cambio, refuerza el maniqueísmo que yacía en la base: siempre es más tranquilizadora (y más vendible) una visión simplista: el mundo dividido en buenos y malos. En ese sentido, John Patrick Shanley permite que Meryl Streep sobrecargue de detalles su interpretación hasta aproximar a su severa religiosa a un personaje de cine de terror.
El director despoja al cuento de su formato teatral y mantiene la progresión dramática, aunque recurre con excesiva frecuencia a obvios simbolismos meteorológicos, sobre todo en el inconvincente final. Pero hay en su film aciertos destacables: están en el sutil manejo de ambivalencias que hace Philip Seymour Hoffman; en la descripción del clima del colegio y muy en especial en el diálogo de la superiora con la madre del chico (Viola Davis, admirable), que conserva su poderosa intensidad, alienta el debate sobre la relatividad moral y sigue siendo el momento más provocativo de la obra.
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