La directora Greta Gerwig toma su historia personal de chica del interior y la convierte en un relato universal sobre el paso a la adultez
‘Lady Bird’
Saoirse Ronan, Laurie Metcalf. Dirigida por Greta Gerwig / Tres estrellas y media
Justo cuando pensabas que las películas sobre el paso a la adultez estaban agotadas, llega la totalmente irresistible Lady Bird, que recuerda que ningún género caduca mientras quede un artista nuevo dispuesto a mirarlo con otros ojos. Greta Gerwig (más conocida por sus actuaciones en Frances Ha y Mistress America), en un espectacular debut como directora solista, construyó un guión brillante, hilarante y conmovedor a partir de su propia vida como adolescente en Sacramento, alrededor del año 2002, cuando lidiaba con el acné, la tintura, una casa en el lugar equivocado, una madre “cálida y escalofriante” (Laurie Metcalf, increíble), un papá sin trabajo (Tracy Letts, silenciosamente excelente), el objetivo imposible de entrar a la Universidad de Yale y un miedo a tener “sexo no especial”. Saoirse Ronan, un milagro de actriz, hace de Lady Bird con ritmo cómico y matices dramáticos que son sencillamente sorprendentes.
Es el último año en una secundaria católica para Lady Bird, en la que pecaminosamente pica unas hostias de comunión, habla sobre la masturbación con su mejor amiga, Julie (una tremenda Beanie Feldstein), le pone un cartel de “recién casados” al auto de una monja y lidia con dos chicos, representados con talento por Lucas Hedges y Timothée Chalamet. Aun así, la fuerza principal de la vida de Lady Bird es su madre, una enfermera trabajadora sin ninguna paciencia para los grandes planes de su pequeña hija. En un dúo maravilloso, Ronan y Metcalf deberían ser ambas nominadas a los Oscar.
La fotografía evocativa de Sam Levy y la musicalización perfecta de Jon Brion ayudan bastante, al igual que la inclusión de hits de la época como “Hand In My Pocket” de Alanis Morissette y “Crash Into Me” de Dave Matthews Band. Pero Lady Bird no apuesta por la nostalgia, sino que va siempre detrás de la verdad, incluso cuando duele. Como directora, Gerwig demuestra ser generosa con cada intérprete que aparece en pantalla. Nos deja jugar con los personajes y sufrir con sus inseguridades, encontrando la fuerza y la fragilidad de dos generaciones. Es imposible no enamorarse de esta película. Gerwig transformó su historia de adolescente de pueblo chico en un triunfo.
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