Estrenada en 1986, Laberinto es un título ineludible para varias generaciones de espectadores. Niños y adultos no se cansan de sumergirse en el universo fantástico del director Jim Henson, en el que Sarah ( Jennifer Connelly ) debe rescatar a su hermanito de las garras de Jareth ( David Bowie ), rey de los goblins. Pero detrás de esa gran aventura, se escondió otra aún mayor en la que un realizador debió construir desde la nada un ambicioso mundo de fantasía.
En busca de una comedia
Jim Henson era ampliamente reconocido en la industria por ser el creador de los Muppets. El show televisivo con marionetas era un éxito gigante en los Estados Unidos y él se había convertido en un gurú dentro de ese rubro. A finales de los setenta recibió luz verde para realizar El cristal encantado, una epopeya realizada con títeres y que planteaba una oscura aventura. Luego de ese estreno, inevitablemente empezó a fantasear con la idea de otro largometraje, pero repensando su pieza anterior se impuso una serie de reglas. Por un lado, quería hacer una comedia. Y, por otra parte, teniendo en cuenta el éxito de los Muppets y su premisa de humanos interactuando con títeres, pensó que su próximo proyecto también debía incluir esa interacción.
Henson fue a ver a su amigo y habitual colaborador Brian Froud, artista encargado de plasmar en ilustraciones el mundo de El cristal encantado y que repetiría ese rol en Laberinto. Según reveló en varias oportunidades cuando Henson le habló de la historia que tenía entre manos, la imagen inicial de Froud fue clara: "Lo primero que vino a mi mente fueron goblins, y los ojos de Jim se encendieron. Luego se me ocurrió la idea de un laberinto porque lo bueno de los laberintos es que pueden tener un sentido metafórico, y no necesariamente literal". El primer dibujo conceptual fue clave: en él se veía a un bebé rodeado de goblins.
Una coctelera de influencias
Con la idea de un laberinto, un bebé y los goblins, Henson y su socio Dennis Lee trazaron los lineamientos generales de la trama. El director sabía que la historia que quería contar era la de una joven y su período de transición hacia la adultez, el reconocer sus primeras responsabilidades e incluso, encontrar un núcleo familiar alternativo. La idea de una muchacha transportada mágicamente a un mundo fantástico, en el que debía recorrer un largo camino mientras conocía a criaturas que la ayudaban en su misión es un planteo que rápidamente se asocia a El mago de Oz. Pero la película iba a explorar influencias que iban más allá del clásico libro de L. Frank Baum.
El guion de Laberinto fue muy complejo de realizar y en su construcción hubo muchísimos guionistas que aportaron correcciones y sugerencias. El encargado original del libreto fue Terry Jones, un miembro de los Monty Python cuya veta de comedia le resultaba de gran atractivo a Henson. George Lucas , que se sumó al proyecto en calidad de productor ejecutivo, reveló que hubo "veinticinco borradores diferentes antes de llegar a la versión final" y que incluso él mismo participó de varias correcciones. Cuando el guion estuvo terminado, Henson sintió que se había perdido parte del tono de comedia propuesto por Jones, e ironías de la vida, le dio nuevamente el libreto para que le devolviera sus rasgos de comedia.
Un vínculo crucial para Laberinto fue el cuento Al otro lado, del escritor Maurice Sendak, famoso por su obra Donde viven los monstruos. Esa novela cuenta la historia de Ida, una joven que viaja a un mundo mágico para rescatar a su pequeña hermana de un grupo de goblins. Cuando Sendak descubrió las similitudes entre su novela y el guion que estaba pronto a ser filmado, a través de sus abogados intentó sin éxito detener la producción. Pero Henson y Froud aseguraron no haber basado su historia en ese escrito, sino en viejas leyendas europeas que narraban cómo los goblins solían secuestrar bebés durante las noches. Sobre ese supuesto plagio, el propio Froud reconoció años más tarde: "Nosotros basamos Laberinto en el folclore europeo. Lo que podemos suponer es que Sendak utilizó las mismas influencias. El vínculo entre su trabajo y el nuestro solo lo notamos cuando estábamos muy avanzados en la producción". A pesar de negar el plagio, en los créditos del film figura una leyenda que reconoce a la obra de Sendak como una influencia para su largometraje.
El desafío de utilizar mil marionetas (y un bebé)
De más está decir que el gran reto del film fue poner en marcha las decenas de títeres que pueblan el reino goblin. Si bien en el equipo todos eran expertos titiriteros por su trabajo en Los Muppets, las criaturas de la película -mucho más expresivas y de mayor tamaño que la rana René y sus amigos- demandaban un trabajo más sofisticado. George Lucas, un (antiguo) amante las criaturas realizadas de forma artesanal, explicó la prueba a la que se sometía el equipo: "¿Cómo podíamos hacer que estas criaturas lucieran como seres vivos? Es una gran lucha porque ante todo se trata de un ejercicio tecnológico. La habilidad de Jim para aplicar viejas técnicas en el uso de títeres, y combinarlas con tecnología avanzada, era un campo en el que se destacaba como una mente brillante. Él realmente entendía cómo convencer a su público que esas criaturas eran reales".
Dentro del variado repertorio de personajes que presenta el film, Hoggle fue uno de los grandes retos para el equipo de titiriteros. El compañero de Sarah fue un prodigio en términos de técnica. Para manipular al personaje fueron necesarias cinco personas: una actriz se metía en el traje para mover el cuerpo, mientras otros tres especialistas manipulaban su rostro a través de 18 motores que movían los labios, las pestañas e incluso las arrugas de la piel. Un cuarto hombre se dedicaba solo a prestarle voz al excéntrico protagonista. A los titiriteros los tomó semanas aprender a trabajar coordinados para lograr movimientos naturales y fluidos.
Ludo, el gigantesco aliado de la protagonista, también presentó numerosas dificultades. El bestial amigo de Sarah fue construido varias veces porque inicialmente el disfraz pesaba cincuenta kilos, un volumen imposible de llevar para cualquier marionetista. Finalmente lograron reducirlo a 38 kilos, una diferencia que le permitió a dos personas alternarse en la piel de la criatura.
En último lugar, aunque no menos importante, vale destacar que no fue sencillo trabajar con el bebé Toby. El pequeño era hijo de Froud y el dato de color era que el niño se mataba de la risa cada vez que se veía rodeado de los goblins a los que tanto debía temer. Por ese motivo, el equipo de filmación esperaba que el bebé llorara de sueño para finalmente ubicarlo entre esos monstruos que tanto miedo tenían que infundirle. El berrinche del bebé una vez fue tan grande, que no dudó en hacer pis en el regazo de David Bowie como señal de protesta.
Como se puede apreciar aún hoy, el prodigio de Henson todavía sigue intacto. La perfección de todas las marionetas convence a cualquier espectador y ese mundo mágico transmite vida propia en cada fotograma. El número "Magic Dance", que incluyó a 48 marionetas, 52 titiriteros y ocho humanos disfrazados, es una pieza de una magia enorme. En el centro de ese mítico baile, se encontraba David Bowie, una figura imprescindible dentro de esa fantasía.
¿Quién es realmente Jareth?
Para Henson la química entre los dos protagonistas humanos era muy importante, y consideraba que el villano debía poseer un gran carisma. Para el papel de la joven Sarah, la elegida fue Jennifer Connelly, una actriz de 14 años con muy poca experiencia en cine (pero que ya había trabajado bajo las órdenes del enorme Sergio Leone). Para Jareth, el director supo desde el primer minuto que quería a un músico y debido a ese rasgo es que Michael Jackson y Mick Jagger estuvieron muy cerca de quedarse con el papel. Pero el Jareth ideal, en su mente, era Sting. Hasta que su hijo, con un ojo clínico experto, le aseguró que David Bowie podría ser una opción mucho más acertada. El Duque blanco, que estaba interesado en la posibilidad de hacer una película para chicos, recibió el guion y se enamoró inmediatamente. La presencia de todos esos goblins le parecía de lo más divertida, pero también le supuso un dolor de cabeza en el rodaje porque las voces de los actores provenían no desde la boca de los títeres, sino desde detrás de cámara. Así recordó Bowie esa experiencia: "Una vez que superé esa desorientación inicial, nos llevamos de lo más bien. Eso sí, ¡los goblins eran unos pésimos compañeros a la hora del almuerzo!".
Todo el equipo coincidió en que Bowie fue un verdadero profesional y se tomó con mucha seriedad su trabajo. También destacaron en varias oportunidades la calidez del músico y hubo una conocida anécdota que siempre se cita para hablar de su sensibilidad. El artista ofició como maestro de ceremonias en una función especial de Laberinto, solo para niños y niñas. Entre el público había un chico con autismo y en la charla con el grupo, Bowie percibió el malestar de ese niño. Según reveló el novelista Paul Magrs, Bowie se llevó al pequeño a un lugar apartado, le dio una "máscara invisible", y le dijo: "Yo siempre sentí temor por distintas cosas, como te sucede a ti. Por eso decido llevar esa máscara todos los días. Y si bien no sirve para espantar a mis miedos, sí me hace sentir un poco mejor. De esa forma me siento con la fuerza necesaria para enfrentar al mundo y a toda su gente. Y ahora esto es algo que también podrás hacer vos".
Para el director, Jareth estaba concebido según la mirada de la protagonista. En el comienzo de la historia, la primera vez que la cámara entra en la habitación de la joven se descubren pistas de lo que sucederá en el resto de la película. Puede verse un laberinto, algunas criaturas que luego serán sus aliadas y hasta un títere artesanal con la apariencia del villano. No hay que olvidar que para Henson y Froud, el laberinto y los seres que allí habitaban, no eran más que expresiones del subconsciente de la heroína. Por ese motivo el realizador insistía en que Jareth debía desprender el aura de una estrella de rock porque solo una figura de esa naturaleza puede generar fascinación en una adolescente.
En una entrevista para Empire, Froud fue muy claro con respecto al objetivo planteado con el rey goblin: "No buscábamos ser realistas con Jareth porque todo transcurría dentro de la cabeza de Sarah y en su vestuario hay referencias de todo tipo. Está el peligro que emana un muchacho en su campera de cuero, que también sirve incluso como referencia a un tipo de caballero en armadura que hubo en Alemania; también hay guiños al Heathcliff de Cumbres borrascosas, y los pantalones ajustados lo acercan a los bailarines de ballet. Él es una mixtura de las fantasías más íntimas de esa jovencita. Siempre se habló sobre lo ajustado de los pantalones de Bowie, ¡pero eso siempre tuvo una razón de ser!". Que en el final, Sarah se reencuentre con sus amigos en la privacidad de su habitación es el símbolo más concreto que revela que todo fue una maravillosa fantasía de esa joven que, probablemente como Henson, prefería refugiarse en un mundo de criaturas mágicas cuando la realidad se tornaba demasiado asfixiante.
La leyenda que nació del fracaso
Aunque hoy es un clásico indiscutido, Laberinto fue un fracaso al momento de su estreno. La película estuvo muy lejos de las expectativas que habían planteado los jefes de estudio: de una inversión de 25 millones, a duras penas recaudó trece en los Estados Unidos. Para el realizador el golpe fue muy amargo y su hijo Brian lo recuerda así: "Él era un artista muy orgulloso. Estaba acostumbrado a que su obra fuera querida y creo que esto lo afectó un poco porque en el fondo sabía que había hecho algo extraordinario".
La llegada de otras piezas muy populares como Karate Kid 2 o Top Gun le valieron que solo un mes después de su estreno, Laberinto fuera levantada de las salas más importantes de su país. Para Jim Henson, que murió en 1990 con solo 53 años, esa pieza fue su última película. Afortunadamente, el padre de la obra pudo ser testigo del inminente culto que se alzaba alrededor de ese largometraje (y de El cristal encantado). Con el tiempo, el film tuvo un notable impacto cultural, no tardó en ingresar al panteón cinematográfico de los ochenta y su popularidad en la era de los videoclubes fue inconmensurable.
En 1992, Bowie contó en una entrevista: "Todas las navidades algún grupo de chicos se acerca y me dice: ¡Vos sos el de Laberinto"!. En 1997, Jennifer Connelly contaba muy sorprendida: "Todavía hay niñas pequeñas a las que me cruzo en lugares impensados y que me reconocen por Laberinto. No puedo creer que me sigan ubicando por ese trabajo. Evidentemente la pasan muy seguido en televisión y supongo que todavía me sigo viendo algo parecida". A 33 años de su estreno, el legado de Laberinto sigue intacto, y nadie duda que la gran película de Jim Henson es obligatoria para una saludable dieta cinéfila de cualquier niño o niña.
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