La vigencia de García Berlanga
La historia puede comenzar en 1947, cuando fue creado en España el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, donde estudiaría la nueva generación de cineastas destinada a abrir las primeras ventanas a la realidad en el cine de los tiempos de Franco.
Puede empezar un poco después, cuando al contar en "Surcos" (1951), la aventura de una familia de campesinos que emigraba a Madrid en busca de mejor futuro, José María Nieves Conde dejó ver parte de la realidad del hambre, la desocupación y el éxodo de la población rural hacia los centros urbanos.
O mejor, en el mismo año, cuando, por fin, apenas egresados del IIEC y tras unos cuantos proyectos en común que no llegaron a concretarse, Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem coescribieron y codirigieron "Esa pareja feliz".
Allí, bajo el satírico cuadro en torno de los modestos triunfadores de un concurso comercial -la pareja del título-, se colaba la visión ácida de un barrio obrero y se disparaban ironías sobre condiciones de vida y hábitos de la época, además de alguna directa broma dirigida al cine histórico, religioso o de afirmación imperial que fomentaba el franquismo. (La primera secuencia mostraba el rodaje de un film de época cuya estrella femenina, metida en los ropajes de una reina medieval, caía al vacío entre las almenas de su castillo sin que ningún miembro del equipo de filmación atinara a socorrerla.)
Nuevos aires empezaban a soplar sobre el anquilosado cine español: el camino abierto por el neorrealismo empezaba a ser recorrido -muy a su manera, claro-, por los dos creadores que animarían la primavera anticonformista y revitalizadora de los años cincuenta.
* * *
El arma era la ironía y ésta, más punzante y burlona todavía, se filtró en el proyecto que Berlanga y Bardem encararon a continuación, a instancias de un productor que quería promover la carrera de Lolita Sevilla, joven estrella folklórica. Pero la película, escrita por los dos junto a Miguel Mihura, terminó siendo dirigida sólo por Berlanga (con lo que concluyó la larga colaboración iniciada en los tiempos estudiantiles) y en lugar de vehículo de coloridos cuadros flamencos se convirtió en un risueño, tierno y corrosivo documento social: "Bienvenido, Mr. Marshall".
No hace falta entrar en demasiado detalle para evocar un film que está desde su realización -hace cincuenta años- en la historia del cine. Con su mezcla de acidez y bonhomía, Berlanga cuenta ahí en clave de comedia la vida miserable de un pueblo de Castilla que cifra todas sus esperanzas en la ayuda económica que vendrá de los Estados Unidos, vía plan Marshall. Nadie habrá olvidado a los ingenuos y ansiosos aprendices de anfitriones que se disfrazan de andaluces y hacen de su pueblito una falsa Sevilla para halagar a los presuntos visitantes, y mucho menos habrán olvidado sus caras de desilusión cuando la caravana benefactora pasa de largo.
Ya se sabe: el film fue un acontecimiento para el cine español, se llevó un premio en Cannes 53 e hizo mundialmente famoso a Berlanga. Hace rato que es referencia insoslayable cuando se habla de la evolución del cine en España, y lo que es mejor: está muy lejos de haberse convertido en una pieza de museo. Todo lo contrario: hay que ver cuántas resonancias gana la fábula vista con los ojos de un argentino de hoy.
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