La vida a oscuras: un documental que advierte sobre el serio riesgo que corre el patrimonio fílmico argentino
La película de Enrique Bellande que se proyecta en el Malba pone el foco en el trabajo del coleccionista Fernando Martín Peña y en la necesidad de un funcionamiento adecuado de la Cinemateca Nacional
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La vida a oscuras es mucho más que una película sobre su protagonista. Ese protagonista es Fernando Martín Peña, historiador, docente, preservador y divulgador cinematográfico. Cinéfilo de fuste, en suma. Desde 1985 Peña, también programador de los muy buenos ciclos de cine del Malba, desarrolla una intensa actividad como cineclubista. Es el creador del programa Filmoteca-Temas de Cine, para la TV Pública. Y fue director artístico del Bafici y del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Pero el documental de Enrique Bellande, que se exhibe en el Malba todos los sábados de este mes, a las 20, pone el foco en su trabajo y a la vez funciona como alerta sobre un tema fundamental para el acervo cinematográfico argentino: la preservación de ese rico legado, puesta en peligro por la increíble ausencia de una Cinemateca. Hoy esa función la cumplen los coleccionistas. Y Peña es el más importante de la Argentina.
Una Cinemateca es una entidad idealmente autónoma y autárquica que cuenta con el presupuesto necesario para dedicarse a la preservación del patrimonio fílmico y también a su difusión. La Argentina cuenta con una de las tres cinematografías más importantes de la región, y una historia muy valiosa que solo es comparable a las de Brasil y México.
En todas las Cinematecas del mundo se usa el fílmico para guardar una copia de una película. Aunque la película, como es más usual hoy en día, se haya filmado en digital, se conserva en fílmico. Y para hacer ese trabajo hace falta un laboratorio fotoquímico. Cinecolor, el único laboratorio argentino que se dedicaba a ese trabajo, hoy trabaja solo con el formato digital. La empresa decidió cerrar el último laboratorio fotoquímico que quedaba en pie en 2017. Si una copia se daña o empieza a deteriorarse, un coleccionista privado -o el propio Estado, eventualmente- no tienen dónde producir una copia en fílmico.
La ley de creación de una Cinemateca Nacional -el Cinain (Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional), que existe pero sobrevive como puede sin los recursos necesarios- fue un proyecto de Pino Solanas, una de las personas que más hizo por el patrimonio del cine argentino. Los fondos para solventar su funcionamiento provienen de un porcentaje de lo que recauda el Incaa con cada entrada de cine vendida, que desde su creación en 1957 tiene las funciones de crear una Cinemateca y de preservar el material fílmico, pero nunca la ha asumido como corresponde.
La Cinemateca Nacional se creó efectivamente en 1999 a través de una ley que fue derogada por el entonces presidente Carlos Menem. Esa ley se volvió a tratar y a aprobar por unanimidad en el Congreso durante el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que además la reglamentó, el paso necesario para poner a la institución en marcha. Y ahí empezó otra discusión, entre Liliana Mazure y Jorge Coscia, por entonces directora del Incaa y ministro de Cultura. Coscia sostenía que la gente del cine no quería que una parte del presupuesto del Incaa, destinado mayormente a la producción, se usara para la Cinemateca.
Toda esta historia está íntimamente relacionada con La vida a oscuras, que tiene un personaje protagónico que la simboliza y la encarna. Peña ha sido una voz clave en los reclamos por la Cinemateca, como el propio Bellande sintetiza: “En 2015, que fue el año que empecé a filmarlo, estaba yendo muy fielmente al ciclo de cine que Peña organizaba en la ENERC -cuenta el director-. Fernando proyectaba y presentaba todas las funciones. Esas proyecciones -todas en fílmico, por supuesto- eran la felicidad total. Había un sentido de comunión en ese grupito de espectadores que íbamos casi todas las semanas a esa suerte de ritual mágico, y me pareció que era algo muy atractivo para filmar. Al mismo tiempo, estaba terminando de caer el sistema de exhibición en fílmico, casi todos los cines ya se habían pasado al digital y Fernando estaba en una especie de cruzada tratando de juntar todo el material fílmico que las distribuidoras tiraban ahora a la basura por considerarlo inútil, sin ninguna institución estatal para dar cuenta de eso. Me pareció que Peña estaba en una misión, tratando de resolver solo y en silencio un problema muchísimo más grande que él”.
Fue entonces que Bellande -director también del muy buen documental Ciudad de María (2015), elegido como mejor largometraje argentino en una de las ediciones del Bafici- decidió hacer una película sobre ese esfuerzo solitario de Peña. Uno de los momentos más emotivos de esa película es cuando el coleccionista asegura que todo ese material que abarrota en su propia casa lo heredará alguna institución del Estado. Ese es su plan. Es un pasaje que conmueve por la generosidad y la visión de futuro de Peña, pero que también inquieta, habida cuenta de la insólita desidia con la que se ha tratado el tema en la Argentina hasta ahora.
“Otro elemento influyente de aquella época fueron los textos que Peña subía a Facebook, que eran una especie de bitácora donde contaba un poco el detrás de escena de su colección y de las proyecciones -agrega Bellande-. Esas notas, recopiladas ahora en Diario de la Filmoteca, un libro editado este año por el sello independiente Blatt & Ríos y en el que tuve la suerte de trabajar, me dieron ganas de conocer la casa donde guardaba todo ese material y de espiar un poco su trabajo. Sentí que lo que Fernando hacía pertenecía al cine, que lo que él hacía era, de algún modo, cine. Y me pareció que el cine tenía que dar cuenta de Fernando. Que entre tantas películas, una tenía que hablar de él”.
El propio Peña, un personaje de perfil bajo pero siempre con opiniones claras y contundentes sobre los temas que domina y sin dudas un hacedor, más que un simple teórico, está muy conforme con la película: “La mirada de Enrique construye un personaje a partir de lo que a él le interesa de lo que yo hago -señala-. La veo como una película sobre un tipo que se parece a mí y actúa como un personaje de una recreación. También me ayudó a volverme más consciente de que lo hago a diario hace muchos años”.
Lo deseable es que el estreno de La vida a oscuras llame la atención como para que alguien recoja el guante. La pérdida de patrimonio fílmico es una tragedia cultural que se desarrolla sin pausa. Bellande lo sabe y por eso hizo este documental: “Una cinemateca es una institución fundamental para preservar el patrimonio audiovisual de un país, entendiendo por esto las películas del pasado y las que se hacen hoy -asevera-. Existe la idea de que sólo el cine viejo necesita ser preservado, pero no tengo dudas que ya se deben haber perdido los originales de muchas películas producidas en estos últimos años, justamente porque lo digital es un más complejo de conservar que lo analógico. Más allá de la preservación, una cinemateca podría ser también un lugar clave y muy necesario para la exhibición del cine argentino de todas las épocas. Lamentablemente, al menos en el corto plazo, no hay ninguna señal que nos haga pensar que sea mínimamente factible. Y en el largo plazo es todavía peor. Es horrible pensarlo, pero la única posibilidad que veo en el horizonte es la que esboza el propio Peña hacia el final de la película. Él dice que cuando muera va a donar todo lo que tiene, casa y películas, al Estado. Y que se arreglen... Creo que lo dice así porque él también ya se siente resignado a que no va a llegar a ver una cinemateca mientras viva, e intuye que esa institución solo va a existir cuando el Estado tenga, seguramente a regañadientes, que lidiar con todo el material que Fernando cdeje como legado. Me parece trágico, por miles de cosas, pero también porque sería tremendo para una eventual cinemateca privarse de un modelo vital de trabajo como Fernando Martín Peña”.
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