La uruguaya: la película con 1961 productores que quiere probar las virtudes de otro modelo para hacer cine
Basada en la exitosa novela de Pedro Mairal, el film de Ana García Blaya, financiado con el mismo sistema que la revista Orsái de Hernán Casciari, llega el jueves a las salas locales después de ganar premios en el Festival de Mar del Plata
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El estreno de la película La uruguaya — el jueves — tiene, por cierto, su costado estético, su propia forma de pertenecer al cine. Pero además, es una novedad de otro tipo cuyo peso se verá con el paso del tiempo, una novedad respecto de un sistema de financiación y de producción que funciona un poco a contramano de lo que habitualmente es el complejo audiovisual. Es la extensión del modelo de la revista Orsai, creada por Hernán Casciari, a la realización de una película (ahora) y de al menos otros nueve proyectos en diferentes etapas de realización. Un sistema donde casi dos mil personas se involucraron más allá del simple “poner plata” y que, de resultar exitoso (como se verá, en cierto sentido, ya lo es) podría representar una alternativa para un sector que, hoy, depende casi demasiado de subsidios, aportes de festivales, distribuidores y compradores previos. Y además, parece, es divertido.
“Cuando hicimos la revista Orsái -cuenta Hernán Casciari, repetido quijote, ahora audiovisual- fue por que sentimos que el sistema tenía fallas, y el desafío de probar que se podía hacer una publicación de calidad sin subsidios, sin publicidad, imprimiendo a pedido, pagando bien a los que escribían y a los ilustradores, y ganando plata. Y funcionó, lo demostramos. Pero la verdad es que la revista ahora sale de taquito, no era en sí un desafío. Así que fuimos a ver si se podía hacer con las películas porque también ahí el sistema tienen fallas”. La cuestión entonces fue producir “sin pedirle plata al Estado o sin depender del algoritmo de las plataformas que te pueden financiar pero te piden que las cosas sean de determinada manera.” Por cierto, no es lo mismo la escritura (arte individual, gasto mínimo) que una película, que implica un gasto muchísimo mayor, más personas en la producción, agendas más acotadas, trabajo más preciso, a veces excesivamente tedioso. “Pero -sigue Casciari- era juntar las cosas más lindas, las que más nos gustan; los libros, las películas… después de todo, es contar historias, cambia el formato”.
Para llevar adelante La uruguaya, Orsái puso en circulación acciones, bonos desde cien dólares para financiar el proyecto. Hay una complementación perfecta entre el presupuesto y la obra, además. “Yo no quería arrancar por algo mío -explica Casciari-, aunque de hecho la primera idea fue Canelones, que sí era algo que yo había escrito. Pero cuando apareció La uruguaya, supimos que era ideal; además Pedro Mairal es gente de la casa. Y teníamos muy claro que la película no podía tener un costo muy superior a los 500.000 dólares, porque era lo que pensamos que podían aportar los socios productores. El presupuesto fue 600.000 dólares y todo se hizo con ese tope en mente. Todos los socios pudieron ver cada planilla de Excel con la ejecución del presupuesto, hasta el último café que se tomó la directora (Ana García Blaya, que además de llevó el premio de Mejor Dirección del último Festival de Mar del Plata por su película).”
El proceso puede ser caótico, si se tiene en cuenta que 1961 personas -los que financiaron La uruguaya- tenían la posibilidad de espiar el proceso de realización. La primera deducción es que un comité tan grande y aleatorio (no es obligación participar, por cierto) retrasa o vuelve más complicada la producción. Pero no: por un lado, aquellas cosas en las que los socios votaban estaban perfectamente “curadas”. Un ejemplo es el casting. Se preguntó si se prefería una película con actores consagrados o con actores casi desconocidos. El sistema consistía en que votara más del 50 por ciento de los socios productores y el resultado era vinculante. Los responsables explicaron cuáles eran las ventajas y las desventajas de cada alternativa (actores muy conocidos venden mejor el proyecto pero no necesariamente -palabras de Casciari- “se iban a poner la camiseta”; los menos conocidos hacen más arduo vender, pero su compromiso con la película sería mayor, etcétera). Ganó la segunda, por amplia mayoría. Y con el cast -había nueve parejas posibles- los socios pudieron ver cada prueba en video. Finalmente, Sebastián Arzeno (como un escritor que viaja a Montevideo a buscar unos ahorros para financiar su vida mientras escribe una novela) y Fiorella Bottaiolli (una chica mucho menor que él con la que comparte un día y un romance) quedaron elegidos también por el voto mayoritario de los socios.
Pero las ventajas del sistema no quedan en la colecta de dinero o en las decisiones de casting. “Todo se conversa, hay mucha gente que participa y opina sobre el desarrollo de la película -dice Casciari-, es un focus group permanente… alguien dice ‘Esa escena me la veía venir, ya sabía que iba a pasar tal cosa’ y ya sabemos que hay que ir por otro lado”. Y más: hay colaboración de los socios productores: cuando se necesitó un auto de los años 80, alguien lo tenía; o tipear todos y cada uno de los nombres de los socios para la ficha de IMDB, y los propios socios lo hacen. Sin dejar de lado una lateral pero importante forma de docencia: dos mil personas divirtiéndose con el “hacer” de una película que aprenden de cómo es y se hace el cine. No es poca cosa.
¿Y cómo le va? A juzgar por los resultados, fenómeno (disculpe el lector el anacronismo, dado que no se escribe “fenómeno” desde los años 80, pero aquí lo vale: es un fenómeno). Adrián es uno de los socios productores del film, y lector -y en el principio, distribuidor- de la revista Orsái desde hace diez años. “Con la revista, la comunicación con los lectores y los suscriptores fue siempre muy fluida, a través de Internet. Casciari desarrolló con el tiempo una mecánica de comunicación muy ágil y muy piola, y además te permitía estar al tanto de cosas interesantes. Una de ellas fue comenzar con el audiovisual y lanzó una convocatoria con bonos de 100 dólares como mínimo para financiar el proyecto. Eso tuvo una fecha de cierre y el listado de los aportantes siempre fue público, todos supimos quiénes habían puesto y cuánto. La idea era que si la película se vendía a plataformas o a cine, se devolvía el dinero, y el superávit se repartía en forma de dividendos proporcionalmente, que podías reinvertir en otros proyectos o retirarla. Yo puse cien dólares, me los devolvieron cuando se vendió la película a Star+ solo para streaming en Latinoamérica y decidí dejarlos para próximos proyectos. Es decir, los 600.000 dólares originales ya se recuperaron, y hubo gente que puso mucho más, incluso 20.000 dólares o más. Y como se sigue vendiendo al resto del mundo, seguramente tengamos dividendos. Y el proceso de la película era no vinculante pero sí colaborativo. Fue muy divertido, especialmente para quienes no conocían de este mundo, ver cómo se realizaba una película.” Lo sustancial de la experiencia, más allá de la diversión clara que implica, es que siempre es difícil recuperar el costo de una producción audiovisual. Este modelo, el resultado lo dice, funciona.
Pero “participativo” no implicó nunca que no hubiera un corte final, o que algunas cosas no estuvieran acotadas. Josefina Licitra (periodista, cronista, escritora y guionista, autora de libros como Los otros, El agua mala o 38 estrellas, actualmente en proceso de adaptación audiovisual) es parte de Orsái y fue una de las guionistas de La uruguaya. “Christian Basilis -cuenta- estuvo un tiempo trabajando con un grupo de guionistas. Cuando tuvieron una versión terminada, entré yo a hacer una suerte de doctoring que terminó convirtiéndose en una coescritura con Christian. Ese tramo se hizo sin intervención de los socios productores. El modelo más participativo, en lo que refiere al guion, se está dando ahora con el proyecto Cinco pelis (el más importante actualmente en desarrollo), pero con La uruguaya armamos el guion con muchas idas y vueltas entre Christian y yo, de un modo más tradicional”. Casciari y García Blaya tuvieron siempre un control y una opinión final, aunque se tuvo en cuenta todo el aporte de los socios productores.
Sin embargo, fue vinculante la decisión de los socios en cuanto a cómo lanzar la película. Para Casciari, era mejor que fuera directamente a plataformas, pero había dudas. Las negociaciones y el tipo de venta es diferente si es para streaming o para salas. Y allí votaron los socios productores; el 73 por ciento estuvo a favor del estreno en salas. Fue otro acierto, porque incluso antes de que el film se proyectase en Mar del Plata y en otros festivales del circuito grande (San Sebastián, por ejemplo) se había vendido para pantalla grande. “En realidad, lo más difícil, y que es algo que ya tenemos solucionado y por eso me da mucha tranquilidad -explica Casciari- fue armar un sistema para devolver el dinero. Porque tuvimos que armar tres empresas, todas declaradas ante Afip, todo transparente, en tres países diferentes. Y las contribuciones vinieron en varias monedas. Hubo que hacer toda una ingeniería para cuidar el dinero y que no se desvalorizara. Ahora sabemos, pero además no nos ponemos tope: Canelones, por ejemplo, sale 1,2 millones de dólares; Cinco pelis, que son exactamente cinco películas en diferentes géneros, va por los tres millones.”
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