La triste letra de un sinsentido
Cartas desde Iwo Jima ( Letters From Iwo Jima , Estados Unidos/2006). Dirección: Clint Eastwood. Con Ken Watanabe, Kazunari Ninomiya, Tsuyoshi Ihara, Ryo Kase y Shido Nakamura. Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis, basado en el libro de Tadamichi Kuribayashi y Tsuyoko Yoshido. Fotografía: Tom Stern. Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens. Edición: Joel Cox y Gary D. Roach. Diseño de producción: Henry Bumstead y James J. Murakami. Producción de Amblin, DreamWorks, Malpaso y Warner Bros. Hablada en japonés e inglés con subtítulos en castellano y presentada por Warner Bros. 141 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años.
Nuestra opinión: excelente
"Esta isla no tiene nada de sagrada, por mí se la pueden quedar los norteamericanos", dice -entre escéptico y frustrado- un conscripto japonés horas antes del inicio de la cruenta batalla de Iwo Jima (26.000 muertos en seis semanas de combate) ante los desoladores, inhóspitos 32 kilómetros cuadrados de roca y arena volcánica de ese enclave considerado vital desde lo estratégico en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
El soldado, por supuesto, será duramente reprendido y luego castigado por sus superiores -dogmáticos de la tradición, del profesionalismo, del patriotismo y de la disciplina militar que hicieron famoso al ejército nipón-, pero esa línea de diálogo expone en toda su dimensión el sentido revisionista, la mirada humanista de este notable nuevo film de Clint Eastwood: por más fuerte que sea una campaña propagandística destinada a demonizar al enemigo, no hay argumentos íntimos que justifiquen una guerra. Narrada desde el punto de vista japonés, Cartas desde Iwo Jima es el complemento perfecto del díptico que, sobre esta batalla, inició con la recientemente estrenada La conquista del honor , que contó el mismo hecho desde la óptica estadounidense.
Estilísticamente menos ambiciosa, pero dramáticamente más sólida, Cartas desde Iwo Jima explora, desde otra perspectiva, otra idiosincrasia, otra cultura y una situación militar opuesta (20.000 soldados japoneses, sin apoyo aéreo ni naval, sin capacidad de reabastecimiento y en medio de un brutal racionamiento de comida y de una epidemia de disentería, se enfrentaron a más de 100.000 infantes estadounidenses bien equipados), los mismos temas que su predecesora: el sinsentido de la guerra, la construcción de la heroicidad, el absurdo de los rituales de lealtad, obediencia y sacrificio que, en el caso nipón, tienen tradiciones ancestrales como el seppuku (cientos de soldados japoneses se suicidaron antes que entregarse a los estadounidenses).
Aunque mucho más sobria, concisa y austera que La conquista del honor , Cartas desde Iwo Jima está construida también con una estructura de relato enmarcado que inicia y concluye la historia en la actualidad. Eastwood no es condescendiente (las escenas bélicas son tan descarnadas como en el film anterior) e incluso las pocas veces que aparece algún soldado norteamericano en pantalla es para cometer atrocidades tan condenables como las de los militares japoneses más despiadados.
El director y sus dos guionistas (el cotizado autor norteamericano Paul Haggis y una japonesa sin experiencia en cine como Iris Yamashita) convierten al film en una experiencia moral y física (claustrofóbica) a la vez, ya que muestran el calvario de miles de soldados nipones que -sabedores de su inferioridad militar- esperaron durante largas jornadas al enemigo confinados en cuevas y trincheras cavadas por ellos en plena montaña.
En su mirada amplia y abarcadora, Eastwood describe las experiencias desde cuatro ópticas bien diversas: dos soldados rasos como el inconformista Saigo (la estrella pop Kazunari Ninomiya) y el imprudente panadero Saigo (Kazunari Ninomiya); el barón Nishi (Tsuyoshi Ihara), un aristócrata que supo ser campeón olímpico de equitación y amigo personal de Mary Pickford y Douglas Fairbanks, y el teniente general Tadamichi Kuribayashi (excelente interpretación de Ken Watanabe), el personaje más rico en matices de todo el film.
Brillante estratego militar, pero crítico de la concepción fanática de la guerra, se trata de un protagonista de notable carisma que, al mismo tiempo, genera una profunda tristeza. Si Eastwood es visto hoy como el último heredero del clasicismo de John Ford, Kuribayashi es lo más parecido al desencantado héroe fordiano que tan bien supo encarnar John Wayne.
Algunos sentirán en ciertos diálogos, en la narración en off del contenido de las cartas del título, algún exceso de didactismo o una búsqueda de falso lirismo, pero esta película está muy cerca de la perfección de una obra maestra. Con toda la madurez y la profundidad, la elegancia y -al mismo tiempo- la crudeza que sólo pueden alcanzar los verdaderos grandes del cine como Clint Eastwood.
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