La tregua: la modesta “historia de personajes que esperan el colectivo” que llevó al cine argentino al Oscar por primera vez
Se cumple medio siglo del estreno de la adaptación de la novela de Mario Benedetti, un fenómeno de público y crítica instantáneo, que fue producido y dirigido por tres debutantes: Tita Tamames, Rosita Zemborain y Sergio Renán
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“Lo mejor siempre nace de la humildad”. Así describe Ana María Picchio su mejor recuerdo de La tregua. Una película que se hizo sin la noción de que iba a ser tan importante, que iba a desbordar las salas de espectadores en el momento de su estreno, que luego de cinco décadas iba por seguir siendo vista por las nuevas generaciones y a emocionar como en su primera exhibición. La traslación cinematográfica porteña de la montevideana novela de Mario Benedetti tuvo su origen en un programa de TV que Sergio Renán dirigió a comienzos de los 70 para Canal 7 dentro del ciclo Las grandes novelas.
Aquel fue un esfuerzo ciclópeo que se realizaba con el trabajo de un equipo de seis adaptadores, veintisiete actores y personal técnico que cada semana convertían en relato audiovisual a los monstruos sagrados de la literatura universal: Chéjov, James, Tolstoi, Zola, Flaubert, Stendhal, Dostoievski o Wilde llegaban a la televisión argentina por el entusiasmo por este grupo de artistas por producir contenidos de calidad y con una forma de trabajo igualitaria, sin estrellatos, ni primeras figuras. Entre las novelas contemporáneas, una semana se eligió la obra de Benedetti, que desde su primera edición en 1960 se había convertido en un suceso editorial y que sigue siendo una de las novelas más leídas y traducidas de la literatura latinoamericana.
La visión del programa motivó a Benedetti a autorizar la transposición de su obra al cine, acto indispensable para que el proyecto se pusiera en marcha. A partir de allí se movió un engranaje bastante singular en el cine de la época: prescindir de las grandes ayudas a la producción y con la sencillez de propósitos que describe su protagonista femenina, embarcarse en hacer una película carente de grandilocuencia.
La aventura fue posible gracias al arrojo y pasión de dos mujeres que no pertenecían al mundo de la producción cinematográfica, pero que estaban vinculadas a la cultura por propia decisión y por tradición familiar: Tita Tamames y Rosita Zemborain. Hasta ese momento habían colaborado en dirección a arte y vestuario de algunos films precedentes (Crónica de una señora, Heroína, La revolución, Vení conmigo) y arriesgaron el capital para que el rodaje se realizara con la austeridad que la historia narrada admitía, prescindentes del inesperado suceso de su empeño.
Los exhibidores no consideraron que una película pequeña y triste mereciera el mejor circuito y reservaron las mejores salas para la que sí era la más esperada del año: La Mary, de Daniel Tinayre, con Susana Giménez y Carlos Monzón, luminarias de la vida pública argentina, a la cabeza de un elenco de reconocidos actores, que se estrenaría una semana después. Pero la reacción de los espectadores es siempre un enigma y desde el primer pase en el día de su estreno, la película convocó a multitudes de personas que agotaban las entradas de las salas céntricas y de barrio de la ciudad de Buenos Aires, del numeroso circuito de salas de las provincias del país. Como expresa Luis Brandoni, que interpreta al hijo mayor del protagonista, “se estrenó en una sala de segunda categoría sobre la calle Lavalle y el resto lo hizo el público”.
¿Por qué esa historia “de personajes que esperan el colectivo” –como cuenta Picchio que los definía Benedetti– iba a convertirse en uno de los films que marcaron la historia del cine argentino e iberoamericano? Sin duda es una película de actores, en la que la fuerza emotiva está centrada en la capacidad de transmisión de cada uno de los personajes, aún de aquellos que solo juegan una secuencia pero que se graban en la memoria del espectador. La gran virtud de Renán, en su ópera prima, fue haber hecho un “casting” impecable y haber puesto la cámara al servicio del lucimiento de cada uno de ellos. La potencia emocional del film se logra con los pequeños gestos, con la contención de los actores que dan hondura existencial a cada personaje y convierten sus conflictos humildes en universales. Y es una virtud destacable porque pone en evidencia su seriedad como artista ya que no buscó la innovación formal, aunque su procedencia era del mundo de la renovación.
Es necesario recordar que como actor fue el elegido para protagonizar las experiencias más vanguardistas del cine argentino de la década del 70. Encarnó a los personajes creados por Julio Cortázar para la literatura, en La cifra impar y Circe, de Manuel Antín; en El perseguidor, de Osías Wilensky; de Roa Bastos en Castigo al traidor, también de Antín, con su maravilloso Rufián melancólico arltiano en Los sietes locos, de Torre Nilsson, entre otros trabajos de excepción. En el teatro participó de los estrenos de las obras más renovadoras, como El centrofoward murió al amanecer, de Agustín Cuzzani. Cuando debutó como director escénico lo hizo con una osada versión de Las criadas, de Jean Genet, que provocó un revuelo porque las tres protagonistas eran interpretados por tres actores que luego lo acompañarían en su debut como director cinematográfico: Héctor Alterio, Luis Brandoni y Walter Vidarte. Dirigió luego, con Leopoldo Torre Nilsson, y compuso un personaje protagónico en La vuelta al hogar, de Harold Pinter, que sufrió la censura del gobierno militar de turno.
La tregua reúne a un seleccionado de extraordinarios intérpretes que sin perjuicio de la extensión de su presencia en pantalla juegan cada escena con su máxima capacidad de expresión. Gracias a ellos y a la certeza de la dirección la película adquiere una fortaleza expresiva que impide que sea un éxito circunstancial para darle estatura de clásico. Y se arriesga en temas que en la época eran raramente abordados, como la relación entre un hombre maduro preparado para jubilarse y una joven compañera de trabajo, o la homosexualidad del hijo menor del protagonista y el conflicto familiar que provoca.
La dimensión del elenco la dan las trayectorias de cada uno de los actores nombrados a los que hay que sumar a Norma Aleandro y China Zorrilla, que participan de solo dos secuencias cada una; la contención dramática de Cipe Lincovsky en la escena en la que reconoce al amante de su hija muerta, a las primeras apariciones cinematográficas de Oscar Martínez y Antonio Gasalla, la imponente presencia de Lautaro Murúa como el jefe de la oficina, al grupo de compañeros de trabajo formado por Carlos Carella, Aldo Barbero, Diego Varzi, Hugo Arana y el ya nombrado Walter Vidarte, la creación de Luis Politti del olvidado compañero de escuela y a la encantadora Marilina Ross en el rol de la hija.
Laura Avellaneda y Martín Santomé (encarnados por Ana María Picchio y Héctor Alterio) quedan como una pareja inolvidable del cine porque convierten la sencillez de sus sentimientos y de su historia en una profunda encarnación de la fragilidad de la vida y las relaciones humanas. Como el autor de la novela, son también un mito discretísimo (título elegido por Hortensia Campanella para la biografía de Mario Benedetti) de nuestra cinematografía.
El público argentino adoró la película: a pesar de las décadas transcurridas desde su estreno y la duplicación de la población sigue siendo una de las diez más vistas de la historia de nuestro cine. Pero el éxito desbordó las fronteras del país llevándola primero al festival de San Sebastián y luego a la nominación al Oscar como mejor película hablada en idioma extranjero, hecho que le otorga un lugar especial en el reconocimiento internacional de nuestro cine. Fue el primer film que alcanzó esa nominación y que compitió en su momento con las obras de madurez de Federico Fellini (Amarcord, triunfador en la premiación) y Louis Malle (Lacombe, Lucien, con guion del Premio Nobel de Literatura Patrice Modiano). Una década después le tocaría la nominación a Camila , otra película encabezada por mujeres en la producción y dirección (Lita Stantic y María Luisa Bemberg, respectivamente) y recién en 1986 La historia oficial, de Luis Puenzo se alzaría con la ansiada estatuilla. La tregua juega el rol de pionera en la circulación internacional de nuestro cine que se consolida en los inicios de este siglo y continúa en el presente.
Pero la película no se eximió de sufrir las penosas circunstancias de la vida política argentina de ese momento y recibió las amenazas del grupo terrorista paraestatal denominado Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) que en abril de 1975 amenazó de muerte a Benedetti, a Renán e integrantes del elenco. Para muchos de ellos fue el comienzo del exilio, del cual algunos nunca regresaron. La oscuridad de estas circunstancias colectivas no eran abordadas en el film pero la tristeza de las situaciones individuales de los personajes tal vez fueron metáfora de esa tragedia.
Diez años más tarde, recuperada la democracia en la Argentina y en las postrimerías de la dictadura uruguaya, Mario Benedetti y Sergio Renán volvieron encontrarse para convertir en cine otra célebre novela del autor, Gracias por el fuego, que fue una de las primeras películas en estrenarse luego de la asunción de Raúl Alfonsín y que se promocionaba con la misma consigna de la campaña presidencial: el “Ahora Argentina” fue convertido en “Ahora cine argentino”. Sergio Renán nuevamente eligió un elenco de excepción que permitió que volvieran a la pantalla actores que habían sufrido la censura de los previos años de autoritarismo. Bárbara Mujica, Víctor Laplace, Lautaro Murúa, Graciela Duffau, Dora Baret y Alberto Segado encarnaron los personajes de esta historia, más compleja y política.
Los cincuenta años que se cumplen hoy del estreno de La tregua resaltan la potencia del cine, hoy del más amplio universo audiovisual, para indagar sobre la condición humana, para reflejar las conductas sociales, para ser parte de esa construcción permanente que es la identidad individual y colectiva. Y cumple un rol casi exclusivo, porque nos otorga una ilusión de inmortalidad: las películas perduran más que nuestras vidas. Gracias a La tregua tenemos presente el talento de sus creadores, podemos recrear situaciones e ideas que marcaron la atmósfera cultural de un tiempo y que nutren y enriquecen el presente.
La tregua está disponible en Prime Video y Movistar TV.
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