Cuando Werner Herzog publicó Conquista de lo inútil, ese libro que condensa la experiencia más delirante que ha tenido el director alemán, él mismo aseguró que no era simplemente el diario de rodaje de Fitzcarraldo. "Es el sueño de un hombre que tiene fiebre. Es un libro de catástrofes inventadas. Como si, mientras filmaba Fitzcarraldo, hubiese escrito poesía sobre lo que significa vivir en la selva. Entonces estaba sometido a una presión enorme debido a las catástrofes ocurridas durante la preparación de la película. En este caso, hablo de verdaderas catástrofes: dos accidentes de avión, una guerra fronteriza entre Perú y Ecuador, el ataque a nuestro campamento (que habíamos construido para 1100 personas y fue totalmente quemado), la pérdida del actor principal en medio de la filmación y su reemplazo por Klaus Kinski. Bajo esta enorme presión, y porque estaba solo, mi último refugio, mi único y último refugio, era la lengua. Nadie creía en la visión que yo tenía. Nadie. Uno buscaba refugio en las imágenes. Buscaba refugio en la lengua. No es una interpretación. Lo afirmo como un hecho". Las palabras de Herzog asoman en Manual de supervivencia, el libro de entrevistas que le dedicaron los franceses Hervé Aubron y Emmanuel Burdeau, como una daga. Con la misma convicción que definió a todos sus personajes.
Herzog llamó "conquistadores de lo inútil" a esas criaturas nacidas de su creación, y de allí sacó el título de ese diario poético que cuenta los días en la selva peruana para dar cuerpo al sueño loco del gran explorador Fitzcarraldo. Tragedias verdaderas y odiseas inventadas surcaron aquel rodaje como todas y cada una de las aventuras de sus febriles personajes, quienes siempre emergen de la oscuridad para llevar a cabo las empresas más descabelladas, condenadas de antemano al absurdo y al fracaso. Luego de la aventura de Aguirre, la ira de dios en los 70, Herzog volvió al Amazonas peruano para doblar la apuesta, para llegar al límite con el sacrificio propio y ajeno, para recrear con mayor riesgo y menor mesura la epopeya de quien se convirtió en uno de sus personajes emblemáticos y el más justo de sus alter ego. Así, el rodaje de Fitzcarraldo nació como un desafío, sorteó todas las pruebas, y dejó una de las más grandes películas que el genio alemán le ha dado a la historia del cine.
La historia detrás del mito
Fitzcarraldo está inspirada en la historia de Isaías Fermín Fitzcarrald, un comerciante de caucho y enamorado de la ópera, quien hacia fines del siglo XIX acuña la delirante idea de construir un fastuoso teatro en el corazón de la ciudad de Iquitos. Para conseguir el financiamiento de tamaña empresa, decide explorar un territorio virgen en el que se pueden obtener toneladas de caucho para el comercio. El principal obstáculo para esa nueva ruta comercial era el difícil acceso al territorio, por ello la única salida consistía en atravesar con un barco el hoy llamado Istmo de Fitzcarraldo que comunica los afluentes de los ríos Mishagua y Manu. Así lo hizo el temerario Fitzcarrald, quien arrastró una barcaza a lo largo de los 11 kilómetros que separaban las dos cuencas, con alturas que llegaban a los 500 metros, gracias al trabajo de numerosos nativos. Semejante desafío fue toda una inspiración para Herzog quien se obsesionó como Fitzcarrald, no con el sueño de construir un teatro para traer a Caruso, sino con la épica de llevar esa travesía al cine.
Así como a Fitzcarrald quienes podrían brindarle el dinero le dieron la espalda ante lo descabellado de la empresa, a Herzog le ocurrió algo parecido. Escribió el guion en casa de su amigo Francis Ford Coppola, quien sabía de selvas y ‘conquistas de lo inútil’ luego de la titánica Apocalypse Now, y comenzó la ardua tarea de conseguir dinero para filmarla. Por entonces Coppola financiaba la aventura de otro alemán: Win Wenders, compañero de Herzog en el despegue del Nuevo Cine Alemán, filmó Hammett en Hollywood bajo el férreo control de Coppola y su empresa Zoetrope y los resultados no fueron demasiado satisfactorios (el recuerdo de Wenders de esa experiencia puede verse en su película El estado de las cosas sobre un director en apuros y un productor loco y tirano). Pero esa fue otra historia. Herzog inicialmente recibió el apoyo de la Fox, pero cuando les detalló que no quería la maqueta de un barco ni un truco en estudios, sino que estaba dispuesto a internarse en el Amazonas y seguir los pasos de Fitzcarrald, los ejecutivos desistieron de la participación. Así comenzó un largo periplo para conseguir el dinero, que incluyó la inversión de capital propio y de la televisión estatal alemana, que había sido clave en el despegue de las obras de sus colegas como Rainer W. Fassbinder o el mismo Wenders.
El historial de un temerario
Es conocida la famosa anécdota que cuenta que, ya cansados de los desplantes del iracundo Klaus Kinski, de sus ataques, de reproches y reclamos absurdos, los nativos que formaban parte del equipo de Fitzcarraldo le ofrecieron a Herzog deshacerse del actor. Literalmente. Herzog cuenta en el documental dedicado a esa atípica relación, Mi enemigo íntimo, que luego de pensarlo bastante declinó la oferta. "Tenía que terminar la película", aclaró. Unos días después se dio cuenta de que se había equivocado.
Más allá de la humorada que subyace a todas las declaraciones del director, su propia historia detrás de la cámara está llena de anécdotas absurdas y fascinantes, desafíos inimaginables, apuestas peligrosas y ridículas. En el rodaje de También los enanos empezaron pequeños apostó que si todo salía bien, se iba a tirar desnudo contra un cactus. Y lo hizo. Luego se comió su zapato para desafiar al documentalista Errol Morris a que siguiera adelante con su película (y para brindarle un poco de atención al evento); atravesó caminando la ruta que separa Munich de París como una ofrenda espiritual a su amiga Lotte Eisner (autora del imprescindible libro sobre el cine mudo alemán, La pantalla demoníaca), que estaba enferma de cáncer y sufría una recaída –que, por cierto, a la llegada de Herzog superó-; continuó una entrevista en Los Ángeles pese a recibir una bala de aire comprimido ("No fue una bala importante", dijo, y no fue siquiera al hospital luego del suceso). Junto a estas, centenares de anécdotas adornan al personaje que Herzog ha construido de sí mismo, espejo de los aventureros a los que filma con delirio y pasión.
Finalmente, Herzog no paró hasta conseguir que Fitzcarraldo se hiciera como él quería. Con dos barcos a escala real de 320 toneladas cada uno, subidos por colinas de más de 500 metros, sin efectos especiales, con un equipo que soportó las inclemencias del tiempo y de la selva durante tres años de rodaje. Todo fue real, incluso el indefinido brebaje que se traga Klaus Kinski bajo la mirada amenazante de los nativos, que hacía unos minutos le habían ofrecido a Herzog matarlo con sus propias manos. Siempre empeñado en acometer lo imposible, en revivir las empresas de sus personajes con la mayor dosis de realismo posible, nunca dudó en arriesgar su propia vida para conseguirlo. Filmar los sueños y locuras de sus personajes se convirtió en su propia aventura, la que lo llevó a soportar inundaciones, tormentas de arena, hambre, calor extremo y hasta algún tiempo en prisión. Sus propias derrotas, como la espera en vano para la erupción del volcán en su documental La Soufrière, revelan el mismo patetismo y el mismo humor extraño que define el espíritu de sus aventureros.
Luz, cámara, acción
El rodaje comenzó a fines de 1979 en el Amazonas peruano luego de un mes de preparativos. Pero ni bien se registraron las primeras imágenes, los pobladores de la región, que desde hacía tiempo insistían con su descontento, hicieron gráfica su hostilidad y Herzog y su equipo debieron huir rápidamente antes de ser incendiados junto a los restos de su campamento. Meses después, el actor Jason Robards, que interpretaba a Fitzcarraldo, enfermó de gravedad y debió ser reemplazado por el inestable Kinski, quien ya le había demostrado a Herzog su predisposición a rodajes desastrosos en la megalómana Aguirre, la ira de dios. Tras los pasos de Robards, se bajó del proyecto Mick Jagger, quien luego de las dilaciones del calendario de rodaje debía cumplir con sus compromisos musicales. Como Herzog suele destruir todo el material que no utiliza en el montaje de sus películsa, las imágenes que sobrevivieron de esa primera fase del rodaje con Robards y Jagger son las que registró el director Les Blank en su excelente documental Burden of Dreams (1982).
Algunos de los terribles sucesos que dieron aun más dramatismo al rodaje (si esto fuera posible) fueron: la decisión de un guía peruano de cortarse el pie con una sierra luego de la picadura mortal de una víbora; la caída de un aeroplano en pleno set que dejó cuatro muertos; y la operación de ocho horas a la que se sometió una mujer del equipo, en una mesa improvisada en la cocina de campaña, luego de que una flecha le atravesara el estómago ("Yo asistí, iluminando la cavidad abdominal con una linterna, mientras con mi otra mano echaba repelente a una nube de mosquitos que se pegaba en la sangre", contó Herzog). Sin embargo, nada fue comparable con el rodaje de la secuencia en la que el barco ascendía por la ladera de la montaña, guiado por un sistema casero de cuerdas y poleas, y sostenido por la fuerza de más de mil nativos ubicados al costado y debajo de la embarcación (que aparecían como extras en la película). El ingeniero brasilero que diseñó el andamiaje de ascenso del barco abandonó el rodaje aireado por el riesgo que estaba dispuesto a correr Herzog. El barco se soltó más de una vez. El mismo Herzog lo comandó cuando el capitán decidió no hacerlo a través de los rápidos, y varios de los que lo asistieron resultaron heridos. La ficción se parecía cada vez más a la realidad.
Contra todos los pronósticos, Herzog finalmente llevó al cine esa imagen que tenía a su mente del barco ascendiendo por el impulso de la fuerza humana, sobre el cielo del Amazonas, hasta llegar al deseado cauce del río. Como en la fantasía de su admirado Fitzcarrald, la voz de Caruso coronaba la grandeza de ese hallazgo. Hoy Fitzcarraldo sobrevive como una de las grandes películas del director alemán, testimonio de la locura de ese rodaje, y síntesis del espíritu de toda su obra. En ella, el éxtasis siempre se encuentra al acechar el límite, el precipicio. Todos los documentales y ficciones de Herzog, películas de ínfimos presupuestos o grandes emprendimientos, son todas obras enérgicas y odas enfermizas, las múltiples caras de una epopeya única, inabarcable, cambiante y circular, tan inesperada como el siguiente desafío.
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