La sustancia es una sátira negrísima y desenfadada sobre los inalcanzables estándares de belleza, con una memorable Demi Moore
Ganadora en Cannes, la película de Coralie Fargeat habla de los horrores de la vejez y las demandas de la fama con un desenfado granguiñolesco que muy bien puede darle el Oscar a su protagonista
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La sustancia (The Substance, Francia-Estados Unidos-Reino Unido/2024). Guion y dirección: Coralie Fargeat. Fotografía: Benjamin Kracun. Edición: Jérôme Eltabet. Elenco: Demi Moore, Margaret Qualley, Dennis Quaid, Hugo Diego García. Duración: 140 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena.
Una película que tiene algo de ¿Qué le pasó a Baby Jane?, algo del clásico de Stevenson El extraño caso del Dr.Jeckyll y Mr. Hyde, bastante más de La mosca, según la versión de David Cronenberg, y también un cuerpo humano convertido en un géiser de sangre debería, al menos, despertar curiosidad. Esta caracterización quizá no explique mucho sobre el film, pero deja en claro que no es para todos los gustos y que se mete de lleno en el territorio del body-horror, el terror provocado por las mutaciones corporales, capitaneado mejor que nadie por el propio Cronenberg.
Elizabeth Sparkle (Demi Moore) es una exestrella de Hollywood que transita su quinta década, hace años ganó un Oscar, pero nadie recuerda por qué y en el presente es la figura de un programa de TV de gimnasia matutina. En el día de un nuevo cumpleaños le llega su certificado de vencimiento: el productor ejecutivo de su programa, un bruto, cruel y misógino llamado, sin mucha sutileza, Harvey (como Weinstein), interpretado con brío por Dennis Quaid, le comunica que la despide porque necesita a alguien más joven. El shock de ver su fotografía retirada de una cartelera hace que Elizabeth tenga un accidente vial. En el hospital, antes de ser dada de alta, un enfermero que luce como un modelo masculino creado por inteligencia artificial comprende el verdadero trauma de la mujer y le ofrece una solución: la sustancia.
Tras una breve búsqueda online, Elizabeth averigua que se trata de una nueva droga que promete resultados milagrosos, aunque es producida por una compañía anónima y entregada en un depósito abandonado en la peor zona de la ciudad. El disgusto que le provoca su propia imagen en el espejo desactiva cualquier desconfianza: Elizabeth se inyecta un líquido del color más tóxico de las bebidas isotónicas sin saber cuáles serán los efectos, solo que liberará “la mejor versión de sí”. Es lo que sucede: una hendidura enorme se abre en su espalda y de ese inesperado canal de parto surge Margaret Qualley, plenamente formada y sin una imperfección. Pero hay contraindicaciones: Sue (el nombre que adopta el personaje de Qualley) solo puede permanecer consciente una semana (lapso durante el que Elizabeth queda inconsciente) y, en caso de que no cumpla con el límite temporal establecido, el cuerpo de Elizabeth sufrirá las consecuencias. Un dedo índice totalmente marchito tras el primer retraso de Sue señala los horrores por venir.
Esta sátira negrísima hace referencia a las exigencias inalcanzables de belleza y juventud que padecen las mujeres, pero también, de modo más general, tal como hacía metafóricamente La mosca, a la degradación del cuerpo en la vejez. Como todos sabemos, después de los 50, el paso de los años es un espectáculo de body-horror que no tiene que ver con expectativas sociales, aunque claramente estas lo agravan, en especial en las mujeres. La película no elabora sobre este tema central, sino que lo enuncia una y otra vez porque los personajes tiene una nota sola: Elizabeth está obsesionada con ser joven y Sue, con ser adorada por los demás. Nada más. Se supone que en los planos hipersexualizados del cuerpo de Sue mientras hace gimnasia hay un comentario sobre la hipersexualización de las mujeres en los medios; sin embargo, no hay distancia entre la crítica y el objeto criticado.
Y sí, La sustancia tiene bastante más estilo que sustancia. A la vez, tal es su principal mérito. Más que lo que la directora Coralie Fargeat (ganadora de un premio en Cannes por su guion) tiene para decir sobre la misoginia de los estándares tradicionales de belleza que se imponen sobre las mujeres, importa el modo desenfadado y gran guiñolesco en que lo hace, que lleva a uno de los finales más excesivos de la historia del cine. Demi Moore (es una feliz coincidencia que una actriz con ese nombre encarne un personaje dividido en dos) ofrece aquí la mejor y más osada interpretación de su carrera.
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