La sociedad de la nieve cuenta la historia desconocida de los que no volvieron de la tragedia de los Andes
El español Juan Antonio Bayona presentó en Mar del Plata su nueva película, representante española al Oscar, que busca recuperar las historias de todos los implicados en el accidente aéreo de 1972
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MAR DEL PLATA.- Al pensar en la tragedia en los Andes -también recordada como “el milagro” de los Andes-, las imágenes que le vienen a la cabeza a la mayoría de las personas son las de la película del estadounidense Frank Marshall de 1993, ¡Viven!, protagonizada por el entonces ascendente Ethan Hawke (es poco probable que muchos recuerden la olvidable producción mexicana Supervivientes de los Andes, dirigida por René Cardona en 1976, la primera película que se rodó sobre esta experiencia).
Estrenada hace 30 años, la película de Marshall basada en el libro del británico Piers Paul Read retrató con crudeza la experiencia de los sobrevivientes del vuelo de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en la Cordillera el 13 de octubre de 1972. A bordo viajaban 45 personas, la mitad de ellas chicos de entre 18 y veintipocos años del equipo de rugby uruguayo Old Christians, que se vieron obligadas a atravesar una de las experiencias más extremas de supervivencia que se conocen. Rodeados de montañas y nieve, a 3.500 de metros de altura, sin comida, con temperaturas de 30 grados bajo cero, amenazados por avalanchas y rodeados de cadáveres -los de quienes fallecieron al estrellarse el avión y los que fueron perdiendo la vida después-, tuvieron que tomar decisiones drásticas para salvarse, como alimentarse con la carne de sus compañeros muertos. Finalmente, después de pasar 72 días en la montaña, 16 de ellos lograron regresar con vida a casa.
Hoy en día, esos jovencitos de antaño son hombres de 70 años o más, algunos de ellos conferenciantes famosos que viajan por el mundo compartiendo con otros sus experiencias de resiliencia. Sin embargo, más de 50 años después de esta tragedia, persistía entre muchos de ellos la sensación de que aún quedaba otra historia que contar en el cine. Una que incluyera a todos los héroes de aquel vuelo fatídico, a los que volvieron de la montaña y a los que no. Estas omisiones parecen haber encontrado finalmente una respuesta en La sociedad de la nieve, del español Juan Antonio Bayona, el hombre detrás de películas como El orfanato y Un monstruo viene a verme.
Tras clausurar la última edición del Festival de Venecia, donde ganó el premio del público, La sociedad de la nieve tuvo su estreno en la Argentina el domingo con una proyección en el teatro Auditorium de la ciudad en el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El público local también reaccionó con entusiasmo a la candidata española para los Oscar en una noche especialmente emotiva, que logró reunir en un mismo escenario al director, a sus productoras, Belén Atienza y Sandra Hermida, gran parte del equipo y su numeroso elenco. Bayona recibió además un premio Astor a la trayectoria por parte de las autoridades del festival.
Un héroe colectivo y un nuevo punto de vista
Al igual que el libro en el que se basa del escritor y periodista uruguayo Pablo Vierci, quien fue compañero de colegio de muchos de los sobrevivientes, La sociedad de la nieve incluye no solo las historias de quienes salvaron la vida, sino también las de todos los demás, así como los momentos previos al accidente y los posteriores, cuando los chicos lograron finalmente reencontrarse con sus padres, hermanos, novias y amigos. Ese contexto previo –los partidos de rugby, las bromas en el vestuario, las cervezas compartidas hablando de chicas y las tardes en misa- permiten humanizar aún más a los personajes y tomar dimensión de que, antes de estrellarse en medio de la montaña, no eran más que unos chicos de clase media alta con las preocupaciones propias de su edad. En tanto, la inclusión de la experiencia posterior al rescate, que muestra a esos mismos chicos envejecidos precozmente, raquíticos y quemados por el sol siendo recibidos por sus familiares y la prensa casi en simultáneo, es también una forma de advertirle al espectador que la tragedia no terminó necesariamente cuando llegaron los helicópteros. Luego les tocó aprender a vivir con esa marca indeleble a cuestas, amigarse con la pérdida definitiva de la inocencia.
“De algún modo, la historia se había ido simplificando con los años. Habían quedado unos roles que se habían magnificado. Por eso, los sobrevivientes necesitaban volver a contar el relato. La película toma esta idea del libro e intenta explorar qué es lo que faltaba contar. Y lo que faltaba contar era aquello que no se había contado justamente porque los que podían contarlo ya no estaban aquí. Esa es la perspectiva que le dimos a la película: la posibilidad de que las conversaciones que ya estaban presentes en el libro entre los vivos y los muertos se desarrollaran de una forma cinematográfica”, contó Bayona en entrevista con LA NACION en esta ciudad, poco más de un mes antes de que La sociedad de la nieve se estrene el 14 de diciembre en algunos cines de la Argentina, para llegar luego a Netflix a partir del 4 de enero de 2024.
En la película de Bayona tampoco hay héroes nítidos y aislados como en la de Marshall, que invistió con ese rol a los personajes de Nando Parrado (Ethan Hawke) y Roberto Canessa (Josh Hamilton), los dos muchachos que, en la vida real, emprendieron una caminata de diez días por los Andes en busca de ayuda apenas comenzó el deshielo. Si bien su hazaña también está presente en esta coproducción entre España, Estados Unidos, Uruguay y Chile -fue gracias a su travesía que el mundo se enteró de que muchos de ellos seguían vivos y pudieron ser rescatados-, en el film de Bayona el héroe es colectivo. En otras palabras: lo heroico es transversal y también comprende a quienes murieron en la montaña y no lograron llegar hasta el final.
De hecho, la película está narrada desde el punto de vista de uno de los pasajeros de aquel vuelo cuyo nombre no trascendió de la misma forma que el de otros como Parrado, Canessa o Carlitos Páez. Además, en esta película nadie es “un muerto más”: cada vez que un personaje muere se leen en pantalla su nombre completo y su edad. Una decisión tomada a conciencia por los guionistas, el mismo Bayona, Vernat Vilaplana, Nicolás Casariego y Jaime Marqués.
La participación de los sobrevivientes y los familiares
No es la primera vez que Bayona lleva al cine una tragedia más o menos reciente cuyos protagonistas siguen vivos. Ya lo había hecho con Lo imposible, protagonizada por Ewan McGregor y Naomi Watts y basada en la historia de una familia española que sobrevivió al tsunami en el sudeste asiático de fines de 2004.
Según contó el director, la participación de los sobrevivientes, de sus familias y de las familias de quienes murieron en la montaña fue clave para hacer la película. Antes de empezar a trabajar en el guion, él y su equipo viajaron en 2018 a Montevideo y grabaron más de 50 horas de entrevistas con ellos en las que les preguntaron de todo. Además, organizaron dos proyecciones –una antes de cerrar el montaje y otra poco antes de que la película se estrenara en Venecia- para los sobrevivientes, sus familias y las familias de los fallecidos. “Fue muy bien el pase, se quedaron muy impresionados con el realismo de la película. Tuvieron la sensación de que volvían otra vez al lugar. Realmente abrazaron la película, estaban muy felices todos”, comentó Bayona. Carlos Páez, uno de los sobrevivientes, describió el trabajo del español como “descomunal” y la película como “una maravilla”.
Sin embargo, ninguno de los supervivientes pudo leer el guion ni tener injerencia en él. “Había mucha confianza por parte de ellos. Desde ya sientes el peso de esa confianza”, confesó el cineasta. “Pero también es verdad que nunca me sentí coartado o coaccionado para contar algo”, añadió.
Un viaje al abismo emocional
En una película que el mismo director describe como “introspectiva” y donde las disquisiciones morales -¿es lícito comer carne humana en una situación extrema? ¿se puede volver a ser el mismo después de tomar una decisión así?- están también mucho más presentes que en su antecesora de 1993, el personaje elegido como narrador de esta historia, uno de los que más dudó en romper con el tabú de comer carne humana para sobrevivir, les permitió a los guionistas ahondar en los cimientos de esa nueva sociedad que se constituyó a 3500 metros de altura.
“A los personajes les toca adaptarse a la montaña. El que no se adapta no regresará a casa. Me parecía muy interesante poner en el centro del relato a un personaje que tiene que cortar con la cultura que trae de casa. De hecho, es él quien más juzga lo que se está haciendo en la montaña. Pero a la vez es algo que no se puede juzgar desde casa, que se tiene que juzgar desde la montaña. Este personaje era el que mejor reflejaba esa necesidad de cortar con ese lazo para poder integrarse a esa nueva sociedad”, apuntó el director.
En palabras de Bayona, lo que le interesaba, más que la crónica de los hechos, eran las emociones y la búsqueda de sentido en el marco de una experiencia así. “Por un lado, el comportamiento del grupo en la montaña fue extraordinario. Pero luego están las individualidades, las particularidades de cada uno: hay gente que dio mucho y no volvió, gente que dio lo que pudo, otra que no dio tanto y sin embargo regresó… ahí es donde aparecen las preguntas. Y esa complejidad era lo que me interesaba a mí de esta historia”, añadió.
Un sonido y una fotografía impactantes
El rodaje duró unos 140 días y se llevó a cabo en Montevideo, en una estación de esquí en Sierra Nevada, en el sur de España, en Chile y en el Valle de las Lágrimas, como se conoce la zona en la provincia argentina de Mendoza en la que cayó el avión. “Las condiciones en la montaña eran muy difíciles, porque estábamos en una zona de acceso complicado, a unos 2400 metros, a donde no puedes llevar maquinaria pesada. Pero creo que todo lo que eran dificultades al final fueron estímulos para los actores y también le aportaron más realismo a la película. Porque al no poder usar una grúa, por ejemplo, al final desde el lenguaje cinematográfico me acercaba más al documental que a lo clásico”, explicó.
Desde ya, Bayona logra su cometido gracias a una serie de decisiones acertadas, como un trabajo de fotografía impactante (a cargo de Pedro Luque Briozzo) que combina tomas aéreas cenitales que subrayan la monumental inmensidad que rodeaba a los sobrevivientes y otras casi sofocantes, en las que la cámara está pegada a los actores para dar cuenta de su agobio (a veces las tomas también se ven distorsionadas para subrayar la alienación y la desesperación de los protagonistas).
En tanto, el sonido (Oriol Tarragó) merece un párrafo aparte y es clave en escenas como la del accidente y el momento posterior al brutal aterrizaje, cuando el fuselaje del avión, sin cola y sin alas, queda encajado en la nieve y el rechinar de los metales retorcidos y los cinturones sueltos se funde con los gritos de los heridos y el persistente silbido del viento de la montaña. Una de las escenas más descorazonadoras de la película se basa también en la efectividad de su sonido. En ella vemos a los chicos sentados una mañana de sol en la nieve, escuchando una pequeña radio portátil. A través de un parte noticioso se enteran de que dejaron de buscarlos. Inmediatamente después suena el alegre jingle de un marca de bicicletas que trae consigo el doloroso recuerdo de un mundo en el que hay niños, bicicletas y negocios donde comprarlas; un mundo del que ya no forman parte.
Un casting rioplatense que habla castellano
La sociedad de la nieve se sostiene también en las convincentes actuaciones de su elenco, fruto de un impresionante trabajo de casting llevado a cabo por los argentinos María Laura Berch, Javier Braier y Iair Said (el vestuario es también de un argentino, Julio Suárez, quien trabajó en películas como Zama, de Lucrecia Martel). Se trata de un numeroso grupo de actores uruguayos y argentinos, algunos de ellos más conocidos que otros, como el uruguayo Enzo Vogrincic, los argentinos Matías Recalt como Roberto Canessa y Agustín Pardella como Nando Parrado, además de Esteban Kukuriczka, Diego Vegezzi, Rafael Federman y Andy Pruss, entre otros. Por su parte, el actor argentino Esteban Bigliardi -quien también estrenó en Mar del Plata La práctica, de Martín Rejtman, y protagoniza la reciente Los delincuentes, de Rodrigo Moreno- interpreta a Javier Methol, el integrante de más edad del grupo, quien tenía 36 años en el momento de la tragedia y perdió a su esposa y madre de sus primeros cuatro hijos en una avalancha que sepultó el avión bajo la nieve durante varios días.
Methol fue el primero de los sobrevivientes en morir en 2015, a los 80 años (es también el único al que Bayona no llegó a conocer). Hace apenas tres meses murió el segundo de ellos, José Luis “Coche” Inciarte, a los 75, quien tenía 24 años cuando se estrelló el avión. Por su parte, en un breve pero emotivo juego de dobles, Carlos Páez, uno de los sobrevivientes de la tragedia, interpreta en la película a su padre, el artista plástico Carlos Páez Vilaró.
“Por un lado buscamos que los actores tuvieran cierta similitud física con sus personajes. Pero eso no era lo primordial, por lo que algunos se parecen bastante y otros no se parecen en nada -apuntó Bayona-. Lo más importante era que cada actor transmitiera un carácter parecido al de los supervivientes. Enzo Vogrincic, por ejemplo, es un actor al que veía constantemente frustrado en las pruebas porque creía que podía dar más. Que es exactamente lo que le pasa a su personaje en la película”, afirmó. Además, el cineasta intentó que cada uno de los actores estableciera un vínculo con la persona que le tocó interpretar o con su familia. Ese vínculo se mantuvo durante el rodaje, por lo que si los actores tenían preguntas, tenían la libertad de hablar con ellos. “Hablaban mucho. De hecho, tras filmarse la película, muchos de ellos continuaron hablando con la persona o la familia”, comentó el director.
Otro aspecto que contribuye al realismo de la historia que se cuenta es que, al fin, sus protagonistas en la gran pantalla hablan en castellano. Escuchar a los jóvenes rugbiers exclamar “¡Vamo’ arriba!” o decir “quilombo” o “pelotudo” vuelve a la película más auténtica y cercana, al menos para los espectadores rioplatenses y latinoamericanos, ya que, como siempre sucede, un idioma refleja también una idiosincrasia. “No podía ser de otra manera. Toda la película es una reflexión acerca de lo que es un relato, de lo que pasó ahí. Entonces era muy importante cómo se contaba el relato. Tenía que ser de la forma más realista posible. Por eso nunca nos planteamos hacerlo en otro idioma que no fuera el original”, concluyó el director.
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