La secta del Himalaya logra una historia escalofriante a partir de las dificultades económicas de una familia
El film de Sophon Sakdaphisit acierta en la profundidad de la caracterización de los personajes y en una trama que siempre tiene un as bajo la manga para sorprender al espectador
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La secta del Himalaya (Ban-Chao-Bu-Cha-Yan, Tailandia/2023). Dirección: Sophon Sakdaphisit. Guion: Sophon Sakdaphisit, Tanida Hantaweewatana. Fotografía: Niramon Ross. Música: Vichaya Vatanasapt. Edición: Panayu Kunvanlee. Elenco: Nittha Jirayungyurn, Sukollawat Kanarot, Thanyaphat Mayuraleela, Penpak Sirikul, Namfon Pakdee, Suphithak Chatsuriyawong. Duración: 124 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: Lupino Films. Nuestra opinión: buena.
Por razones de fuerza mayor, un matrimonio y su hija pequeña deben alquilar la casa que habitan para mudarse a un departamento. Una premisa común y corriente, que no podría generar mayor conflicto que pactar los tiempos de contrato y la moneda en la que se va a efectuar la operación. Y sin embargo, los responsables de La secta del Himalaya son capaces de construir a partir de ahí una película escalofriante en más de un sentido.
Ning (Nittha Jirayungyurn), Kwin (Sukollawat Kanarot) y la pequeña de siete años, Ing (excelente Thanyaphat Mayuraleela) se mudan al departamento de la primera, mientras dejan su espaciosa casa a una doctora jubilada y a su hija. Ning empieza a sospechar que algo raro pasa cuando su marido, que estaba en contra de la operación, acepta gustoso que ocurra. Al mismo tiempo, una vecina le avisa que en el lugar ocurren fenómenos cercanos a la magia negra y al ocultismo. Muy pronto Ning descubre que el culto está detrás de su hija.
La secta del Himalaya -imaginativo título local que no tiene casi nada que ver con la película y que se justifica brevemente recién en los últimos 20 minutos- acierta en no quedarse solamente en la fórmula de “culto demoníaco que va detrás de una familia de bien”, sino que dosifica información y suspenso de manera efectiva, para tener siempre una vuelta de tuerca bajo la manga. Lo que comienza como una anécdota menor va enrareciéndose de a poco. Y aunque la atmósfera es inequívocamente inquietante, el guion también se da tiempo para desarrollar los lazos familiares, que al final son lo único que importa y, curiosamente, terminan siendo los que marcan el diferencial, dándole vida y profundidad al relato y a sus protagonistas.
Con el punto de vista puesto en la desesperación de la madre por averiguar qué sucede, mientras intenta proteger a su única hija, avanza la película hasta su primera mitad. Pasado este momento, cuando el suspenso ha llegado a su pico máximo y el espectador piensa que ya tiene todas las respuestas, el guion decide volver sobre sus pasos y mostrar lo ya visto desde la óptica del padre. De esta manera, se asiste a una versión muy distinta a lo mostrado hasta ese momento, y que será clave para una conclusión por fuera de los convencionalismos que podría tener la misma historia, pero contada bajo un prisma comercial estándar. Luego, un último giro cerca del final aportará nuevos elementos (necesarios, pero menos atractivos que los anteriores), y abrirá otros caminos que terminarán completando un rompecabezas, simple en su figura, pero complejo en la unión de sus piezas.
No es intención del director y guionista Sophon Sakdaphisit apelar al sobresalto, ni siquiera al terror de fórmula, más bien la búsqueda está en bucear en la imprevisibilidad de las relaciones humanas, e imaginar lo que cada uno sería capaz de hacer para sobreponerse a la tragedia. Y en ese cúmulo de decisiones radica un miedo mucho más profundo y sobrecogedor que en el filo del machete de cualquier asesino enmascarado con traumas infantiles.
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