La protagonista que no fue, la actriz que ya estaba crecida para hacer de niña y la canción que se convirtió en emblema
Este 2019 se cumplen 80 años del estreno de uno los musicales más famosos de toda la historia del cine: El mago de Oz (su versión teatral se encuentra actualmente en escena en Buenos Aires) Sin embargo, su importancia no se reduce a la historia del musical cinematográfico sino que trasciende el despertar de ese género como enclave de ensueño dentro de la factoría de Hollywood y se instituye como una de las películas esenciales para el cine como forma de expresión artística.
El mago de Oz fue el despegue de la carrera de Judy Garland. La película de la magistral canción "Over the Rainbow" fue la piedra inaugural de la unidad de producción de Arthur Freed en la Metro Goldwyn Mayer, uno de los más grandes estudios de la era clásica. Fue el primer musical en colores, la película de los Munchkins y el camino amarillo, la fábula infantil que marcó la vida de varias generaciones, la que homenajearon Pink Floyd y Michael Jackson. Pero su historia tiene muchos misterios e inesperadas aristas, secretos e infinitos rumores que se pueden repasar una y otra vez sin nunca cansarnos, como no nos cansamos en todo este tiempo ni de su magia ni de sus canciones.
El comienzo del camino amarillo
Fue Arthur Freed quien convenció a Louis B. Mayer, el mandamás de la MGM, de adquirir los derechos del famoso libro para niños de Lyman Frank Baum, El maravilloso mago de Oz. Como cuenta Ronald Bergan en su libro Glamorous Musicals, Freed había nacido en Carolina del Norte, en 1894, había trabajado como promotor para una firma de discos, incursionado como letrista en el vaudeville junto a los hermanos Marx, hasta que fue contratado como compositor de canciones cuando el sonido llegó al cine. En la MGM quería convertirse en productor, y el proyecto de adaptar la famosa novela de Baum fue la oportunidad. Si bien Mervyn LeRoy estaba a cargo de supervisar la producción –y quien aparece acreditado en la película-, Freed fue el artífice detrás de los 65 sets de filmación -29 de ellos aptos para el registro del sonido-, de los cientos de actores enanos que cantaban y bailaban en Munchinkland, de los efectos especiales para crear una Oz en Technicolor y una Kansas de tonalidades sepia y suave melancolía.
Y también fue Freed quien sugirió el nombre de Judy Garland como la protagonista de esa historia, pese a que ya era un poco mayor para representar a una niña y tuvo que esconder su figura detrás de estrechas fajas y un recargado maquillaje. La actriz ideal para Mayer y LeRoy era Shirley Temple, la estrella de los rulos dorados, la niña prodigio de la escena a contrato con la Fox que nunca se decidió a prestarla. Así, con apenas una aparición fulgurante en Melodías de Broadway, de 1938 –en la que interpretaba una canción para su ídolo Clark Gable-, Garland, con 16 años, se convirtió en Dorothy Gale, la audaz viajera de la cabaña voladora, desde la granja de sus tíos en esa opaca ciudad de realidad a la tierra mágica de Oz, con su ciudad Esmeralda y sus zapatillas color rubí.
Las canciones y la danza de directores
El mago de Oz es un claro ejemplo de película de estudio. En realidad fue, junto a Lo que el viento se llevó, la que selló el estilo MGM en ese 1939, la que condensó la ambición de esa factoría en términos de producción, con sus fastuosos escenarios, sus imponentes decorados, su extravagante vestuario diseñado por el célebre modisto Adrian. Todo lo que la serie de Melodías de Broadway (que fueron varias a lo largo de la década del 30) había ofrecido al musical en nombre de la MGM, ahora se completaba con el color y la conquista de un público que no tenía límites, ese que le disputaban a Disney luego del triunfo de Blancanieves y los siete enanitos. La MGM estaba dispuesta a subirse a la cima de Hollywood, a convertir su propia identidad en la garantía de éxito de sus películas. Por ello los directores eran solo un eslabón bajo la égida de productores que guiaban el hacer y confirmaban el estilo de la casa del rugiente león.
Los primeros rollos los dirigió Richard Thorpe, quien vistió a Garland con una peluca rubia y le pintó unos simpáticos cachetes colorados; luego fue George Cukor quien en solo unos días se desembarazó de esos ridículos artificios para modelar a una Dorothy natural, cuyos más temidos fantasmas emergían de su vida cotidiana. La llegada de Victor Fleming, el soldado del estudio, fue para seguir los pasos del plan de rodaje y, luego de su partida para "salvar" Lo que el viento se llevó de la ira de Clark Gable, fue King Vidor quien filmó todas las escenas de Kansas, las de la granja y el tornado, con el pequeño Toto siempre en peligro.
Fue en esa mundana vida rural que Freed imaginó una canción que funcionara como puente entre ambos mundos, aquellos que solo separaba la extensión del arco iris. "Over The Rainbow", compuesta por E.Y. Harburg y Harold Arlen y convertida en un himno por Judy Garland, fue defendida con uñas y dientes por Freed cuando Mayer y Fleming querían eliminarla del montaje final porque creían que era deprimente y demoraba demasiado la acción. Se convirtió entonces, y casi de manera fortuita, en el alma de la película, en cuyos versos se cifraban los deseos de un mundo nuevo, teñido de colores y fantasías. El mago de Oz logró convertir esa historia de infancia, esa travesía a lo largo del camino amarillo, en una aventura de sueños rotos, en un retrato de los miedos de una época que celebraban el regreso a casa. Y todas las canciones que entonaban Dorothy y sus amigos, esas que irrumpían sin coartada dentro de la representación, que no necesitaban escenarios ni telones de fondo, se integraban al relato como parte de su vértigo hacia una conquista que ya era irrenunciable.
Los avatares del rodaje
Victor Fleming dijo que fueron los obstáculos los que hicieron de El mago de Oz una mejor película. Cuando él llegó al set, luego de los despidos de Thorpe y Cukor, Mervyn LeRoy ya estaba convencido de que completar el rodaje iba a ser un gigantesco dolor de cabeza. "El set más grande de los previstos será Munchkinland", escribió Cedric Gibbons, el jefe del departamento de arte en un memo durante la preproducción. Construido en Culver City, dentro de los terrenos de la MGM, el set que albergó a la simpática tierra de los Munchkins tardó más de un mes en terminarse. Cada pequeño detalle llevaba tiempo y paciencia, como también ocurrió con el campo de amapolas encantado en el que trabajaron veinte hombres durante una semana entera para pegar las 40 mil amapolas de alambre en el suelo. Para crear los escalofriantes alaridos del Bosque Encantado, el responsable del sonido tuvo que viajar a la isla Santa Catalina, ubicada en el Pacífico, y registrar los sonidos de las aves del lugar que se convertirían en los ecos diabólicos que persiguen a Dorothy en su viaje por Oz.
Todos los trajes para la troupe de artistas de vodevil que interpretaban a los Munchkins fueron hechos a medida, al igual que los uniformes cubiertos de pieles que llevaban los soldados de la bruja malvada. Se utilizaron plumas de cóndores, águilas y buitres para dar forma a las alas de los terroríficos monos voladores, y centenares de zapatos se tiñeron de verde para los habitantes de la Ciudad Esmeralda. Si bien las zapatillas encantadas que describe Baum en su libro eran plateadas, para que se luzcan en el Technicolor de la película el vestuarista Adrian decidió coserles una gasa rosada con lentejuelas rojas, cobertura capaz de generar el distintivo brillo en la imagen. El traje de Jack Haley, el hombre de hojalata, pesaba más de veinte kilos y no podía doblarse, por lo que el actor pasaba sus horas de descanso apenas recostado sobre una tabla inclinada. El traje del león era tan caluroso que Bert Larh sufría mareos durante todo el día, además de lidiar con la prótesis facial del hocico que solo le permitía tomar líquidos usando una pajita.
Además, la filmación estuvo plagada de accidentes. Primero Buddy Ebsen –el primer hombre de lata antes de ser reemplazado por Haley- debió abandonar la producción por una severa intoxicación con aluminio debido al maquillaje plateado que recubría su rostro; Margaret Hamilton, la malvada Bruja del Oeste, sufrió quemaduras en la mano derecha y se le borraron las cejas debido al fuego de uno de los trucos de magia; Garland padeció las constantes reprimendas de Fleming –bofetadas incluidas- por sus reiteradas risas en el rodaje, y fue obligada a tomar medicación para mantenerse despierta durante las largas horas de filmación, lo cual la inició en una adicción que le duraría toda la vida.
Toda una hazaña fue la incorporación de la compañía de varieté integrada por 30 enanos –a la que sumaron 94 nuevos integrantes-, o personas pequeñas, como los llamaba su agente, Leo Singer. Por las irregularidades en el manejo del contrato, y las restricciones de la producción de la película –los que superaban determinada altura eran rechazados-, cierta animosidad se fue gestando en el interior del grupo. Para despejar tensiones y sortear las extensas jornadas de rodaje, Singer organizó fiestas y borracheras conjuntas que solían terminar con desmadres y llamados a la policía. Al recibir constantes quejas por parte del hotel donde estaban alojados en Culver City, el productor Mervyn LeRoy declaró en sus memorias que en más de una ocasión se preguntó si "esas pequeñas personas también tenían ‘pequeñas inhibiciones’, que iban acorde con su estatura". Garland declaró tiempo después que uno de los Munchkins la invitó a salir y que, ante su negativa y quizás preocupado por la minoría de edad de la joven estrella, el entusiasta actor insistió que trajera a su madre.
El estreno de la película
Como cuenta Horatia Harrod en un extenso artículo en The Telegraph, desde la madrugada del día del estreno "largas filas comenzaron a formarse en las puertas del Teatro Capitol de Nueva York. A las 8:30, cuando el sol ya había salido y la boletería estaba abierta, había más de 15 mil personas acordonadas a lo largo de la 8° Avenida. A medida que avanzaba el día, la agitada multitud siguió entrando en el enorme teatro hasta sumar más de 30 mil espectadores cuando las puertas del Capitol finalmente se cerraron". La campaña de promoción de la película fue una aventura aparte para la MGM: trasladó una y otra vez a Judy Garland desde Nueva York a Los Ángeles para sucesivas presentaciones, la hizo actuar con números musicales en vivo, varios en compañía de quien sería su partenaire en la siguiente etapa de su carrera: Mickey Rooney. Finalmente, además de jornadas extenuantes y la consagración como intérprete del hit ‘Over the Rainbow’, la gira de estreno culminó con la ceremonia de la estampa de las manos de Garland en la vereda del Teatro Chino de Hollywood.
Pero la campaña de marketing de la MGM no concluyó con el paseo de su protagonista, sino que el mundo de Oz fue uno de los primeros en originar un profuso y ecléctico merchandising. A cada cine a lo largo de Estados Unidos llegaba, con la copia de la película, un manual sobre cómo atraer al público, cómo disponer los carteles y exhibir las atracciones. Se instalaban réplicas del vestido de Dorothy, de los zapatos rojos, se fabricaron jabones como los de Ciudad Esmeralda, se imprimieron revistas con la historia de la película, se pagaron anuncios en radios y diarios de amplia tirada. El presupuesto de la película había ascendido a tres millones de dólares en total, a lo que se sumó casi otro millón invertido en las giras de promoción y en la delirante publicidad. Pero, a diferencia de lo que sucedió ese mismo año con Lo que el viento se llevó, que sí arrasó con todos los récords de público, El mago de Oz se fue desinflando con el correr de los días. Resultó ser un éxito, pero no un "fenómeno" como el estudio esperaba.
Sin embargo, para un género recién nacido como el musical cinematográfico sí representó una gesta de vanguardia. Hasta entonces los musicales se restringían a poner en escena historias de backstage, adheridas a escenarios y a situaciones como ensayos o demostraciones, filmados en un elegante blanco y negro. El mago de Oz demostró que el musical podía combinarse con el color, que era un territorio de sueño y fantasía, que las canciones y los bailes podían irrumpir sin aviso alguno, como expresión de los sentimientos y las emociones de los personajes. La historia no se estancaba cuando todos cantaban y bailaban sino que progresaba a través de esas instancias de imaginación, se desplegaba en un espacio único que solo el cine podía convertir en la esencia de su representación.
Y para Arthur Freed fue la confirmación de su talento, y su rol en la producción convenció a Louis B. Mayer de ponerlo al frente de una de las unidades más importantes de creación de musicales en la MGM. Fue el responsable de películas como La rueda de la fortuna, Cantando bajo la lluvia, Boda real, Brindis al amor, Brigadoon y Un americano en París. Y para El mago de Oz la revancha llegaría con el nacimiento de la televisión. Paradójicamente, ese pequeño aparato en blanco y negro le dio a la película filmada en un estridente Technicolor un extraordinario renacimiento. En 1956, cuando la CBS la emitió por primera vez, casi 45 millones de personas la vieron alrededor del mundo. En sus siguientes exhibiciones fue conquistando a nuevas generaciones y se convirtió en un fenómeno de culto que dio origen a rarezas como el Ozfest que se celebra cada año en Kansas.
El mago de Oz, que nació de la imaginería de un cuento infantil y las conquistas técnicas del musical clásico, logró convertirse en estos 80 años en uno de los hitos del cine de todos los tiempos, cuya magia guarda siempre los secretos allí donde termina el arco iris.
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