La posible misión de entretener
"Misión: imposible III" ("Mission: Impossible III"). Dirección: J.J. Abrams. Con Tom Cruise, Philip Seymour Hoffman, Ving Rhames, Billy Crudup, Michelle Monaghan, Jonathan Rhys Meyers, Keri Russell, Maggie Q, Simon Pegg y Laurence Fishburne. Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci y J.J. Abrams, basado en los personajes creados por Bruce Geller. Fotografía: Dan Mindel. Música: Michael Giacchino. Edición: Maryann Brandon y Mary Jo Markey. Diseño de producción: Scott Chambliss. Producción de Cruise/Wagner Productions y Paramount Pictures hablada en inglés con subtítulos en castellano y presentada por UIP. Duración: 126 minutos. Sólo apto para mayores de 13 años con reservas.
Nuestra opinión: muy buena
En esta tercera película, inspirada en la popular serie que se realizó entre 1966 y 1973, Tom Cruise (protagonista y responsable absoluto de la saga cinematográfica) optó por J.J. Abrams, un director sin experiencia en la pantalla grande, pero con muy sólidos antecedentes en tiras televisivas como "Alias" y "Lost". Y, esta vez, la arriesgada apuesta del actor-productor resultó otro gran acierto.
Sin los pergaminos ni la marca autoral de Brian DePalma (director de la primera entrega en 1996) o de John Woo (realizador de la segunda, en 2000), J.J. Abrams demuestra un notable dominio del suspenso en las escenas de acción. Y, si bien, la trama se resiente un poco en los (escasos) momentos intimistas/románticos, en este tipo de producciones -se sabe- interesan bastante más la espectacularidad, el ingenio y la tensión dramática que dominan casi por completo las dos horas de metraje. En este sentido, "Misión: Imposible III" es adrenalina pura, un festival de rescates, escapes, tiroteos, saltos, explosiones, persecuciones terrestres y aéreas, múltiples vueltas de tuerca y traiciones cruzadas en medio de una conspiración en la que van surgiendo tantos enemigos externos como internos.
La película arranca con una escena de extrema crudeza y violencia (que se reiterará resignificada promediando el film) para, luego de los créditos iniciales, retrotraer la historia a un idílico pasaje: el agente secreto Ethan Hunt (Cruise) celebra en una fiesta hogareña y rodeado de amigos y familiares su compromiso con Julia (Michelle Monaghan), una inocente enfermera que desconoce su doble vida.
Pero, esa misma noche, Hunt deberá mentirle a su amada argumentando una reunión sorpresiva de su supuesto trabajo como empleado en una oficina de transporte público para, en realidad, viajar a Berlín a concretar la primera de las varias misiones imposibles que se sucederán en distintos puntos del planeta (desde el Vaticano hasta Shanghai).
Lo que sigue no difiere demasiado de las dos anteriores entregas de la saga ni de otras aventuras de famosos espías como James Bond o Jason Bourne: hay sofisticados planes de vigilancia, la aplicación en toda su dimensión de las nuevas tecnologías, un villano de fuste (el gran Philip Seymour Hoffman) y un protagonista muy carismático que, cada vez más, adquiere condiciones y enfrenta dilemas morales más propios de superhéroes de historieta, como Batman o Superman, ante la imposibilidad de llevar una vida mundana.
Más allá de la egolatría de una superestrella que, como Cruise, está todo tiempo en pantalla (para colmo, Abrams trabaja una estética basada en planos cortos y muy cerrados sobre su rostro) y que -no contento con eso- debe resultar siempre irresistible para todos los personajes femeninos del film ("yo me casaría con él", dice una mujer en el arranque, mientras las demás asienten con entusiasmo), el trabajo del protagonista como héroe de acción es decididamente funcional al relato.
Héroes y villanos
En medio de semejante monopolización de la película, son bastante escasas las posibilidades de lucimiento que le quedan al equipo que acompaña a Hunt (Ving Rhames, Jonathan Rhys Meyers y Maggie Q), pero a un actor tan ductil como Philip Seymour Hoffman -que viene de ganar el Oscar por "Capote"- le alcanza un puñado de apariciones, miradas y diálogos para componer un poderoso terrorista de alcance global, en sintonía con este tipo de historias.
Entre citas -no siempre inspiradas- al cine de Alfred Hitchcock o a films más recientes como "El silencio de los inocentes", Abrams construye un thriller que pierde cuando busca una credibilidad y una lógica muy difíciles de conseguir en medio del gigantismo y de la heroicidad que aquí se trabajan, pero que se eleva bastante por encima de la media del mainstream hollywoodense cuando se concentra en lo esencial: la acción a puro nervio y a toda velocidad.
La fotografía de Dan Mindel, el despliegue de efectos visuales (es excelente su utilización en una larga escena sobre un puente) y la música de Michael Giacchino (múltiples variaciones sobre las ya legendarias melodías orginales de Lalo Schifrin) conforman el andamiaje visual y sonoro que este blockbuster necesitaba para redondear un entretenimiento sin demasiadas sutilezas, es cierto, pero al mismo tiempo sin grandes fisuras y que, por eso, termina siendo tan irreprochable como irresistible.