¿La octava es la vencida? Glenn Close, de nuevo en camino hacia el Oscar con un rol camaleónico
En los primeros minutos de la serie Damages (2007-2012, disponible en Amazon Prime Video), pese al misterioso crimen que envuelve a la huida del personaje de Rose Byrne, al ajetreo de los juzgados y los acuerdos encubiertos entre testigos y litigantes, al pelo platinado de Ted Danson convertido en un magnate ambicioso con cargo de conciencia, solo se escucha un nombre que rebota como un eco a cada minuto que pasa. Patty Hewes, Patty Hewes. Una abogada brillante y despiadada, cuyo nombre preside un prestigioso estudio que es el terror de todas las corporaciones. Ese nombre escrito en papelitos, susurrado por teléfono como una velada advertencia, escondido en los rincones del encuadre para su celebrada aparición es el que introdujo a Glenn Close en su triunfante desembarco televisivo. Su figura primero asomó enérgica y amenazante detrás de un escritorio en el afiche de aquella serie creada por Glenn Kessler, Todd Kessler y Daniel Zelman –el mismo equipo que luego creó Bloodline para Netflix–, y luego su voz encarnó ese liderazgo prometido, sentada en un auto de alta gama, tan erguida como le permitía su asiento y su orgullo desmedido.
Esa fue la verdadera entrada de Close en la televisión, luego de sus incursiones juveniles en algunas series de los 70, de su fugaz aparición en Will & Grace, de su presencia más estelar que la misma serie en The Shield, luego de años en los que el cine le había sido esquivo. Su rostro había asomado en el cine de los 80 como una actriz de asombrosa versatilidad, capaz de interpretar a una joven madre en Reencuentro (1983) de Lawrence Kasdan y luego a la implacable Alex Forrester de Atracción fatal (1987, disponible en Claro Video, Google Play y Apple TV), aquel terror de los hombres infieles y los conejos en plena era Reagan. En el panteón de las actrices de aquellos años, junto a Meryl Streep, Diane Keaton o Jessica Lange, Close inspiraba una fortaleza inusitada, una férrea convicción que latía bajo las aguas tranquilas de sus enigmáticos personajes. Así la revela su reflejo impávido del final de Relaciones peligrosas (1988, disponible en alquiler en Google Play y Apple TV), con el maquillaje ajado por la derrota, o la pretendida dignidad de su Gertude en la barroca Hamlet (1990, también en Claro Video) dirigida por Franco Zeffirelli.
Todos y cada uno de sus personajes fueron sobrevivientes. Lo fue su Albert Nobbs, el travestido sirviente de la Dublín decimonónica condenado a la soledad y la humillación (disponible en Movistar Play y Amazon Prime Video); la esposa ensombrecida por el genio impostado de su marido en La esposa (2017, en Netflix), y seguro lo será la Norma Desmond de la inminente versión musical de Sunset Boulevard que tiene en preparación para cine. Porque también lo fue ella a lo largo de su vida, criada en el seno de un culto conservador del que logró escapar gracias al teatro, testigo de las ambiciones de su padre cuando era médico personal del dictador Mobutu en la vieja Zaire, renacida de sus propias desilusiones por sus ocho nominaciones al Oscar y ninguna estatuilla. "Creo que lo que me salvó verdaderamente fue mi deseo de ser actriz" contaba en 2017 a modo de reflexión sobre su temprana formación teatral. El teatro fue su puerta de salida del Movimiento de Rearme Moral del que su familia fue parte durante quince años, fue también su bálsamo cuando el cine de comienzos de este siglo no tenía mucho para ofrecerle, cuando la televisión todavía no le daba revancha.
El estreno de Hillbilly, elegía rural, la nueva película de Ron Howard que desembarca en Netflix hoy, vuelve a colocarla en la carrera a la premiación. Su interpretación de la abuela de J. D. Vance, narrador de la historia y autor de la exitosa novela en la que se basa la película, resulta la mejor revelación. Close se camufla en la ajada apariencia de una mujer de la región de los montes Apalaches, quien escapa de la condena moral por un temprano embarazo y forma su nueva familia en Ohio. Allí se convierte en la más extraña compañía para su nieto, golpeada por la vida y las derrotas, heredera de los valores culturales de su origen, en tensión permanente con su propia hija, interpretada por Amy Adams. Dentro de las múltiples aspiraciones al Oscar que Howard y Netflix acumularon con astucia no solo está el guion adaptado por Vanessa Taylor (nominada en su momento por La forma del agua de Guillermo del Toro), sino la interpretación de la misma Adams (que se acerca peligrosamente a Close con seis candidaturas al premio de la Academia y ninguna estatuilla), como una mujer autodestructiva y temperamental, y la promesa de la ascendente Hayley Bennett (a la que se puede ver en Swallow). En ese desfile de actuaciones, el trabajo de Glenn Close consigue imprimir una curiosa vitalidad a su Mamaw, hacerla trascender los ropajes del Medio Este norteamericano, el cabello crespo y grisáceo que acentúa su edad y su pertenencia regional, sacarla de un imaginario conceptual para darle ciertos trazos de realidad.
Varias de sus celebradas interpretaciones estuvieron signadas por la transformación física, esa estrategia que tanto suele gustarle a Hollywood. El gótico esplendor de Cruella DeVil en 101 dálmatas (1996, disponible en Disney+) le dio a Disney una de sus memorables villanas, temprano exponente de la magia del cosplay dominante en la era contemporánea. Fue su persistente mirada de perplejidad la que otorgó el verdadero carácter de outsider a su Albert Nobbs, antes que el disfraz masculino y las ambiciones frustradas, y su extravagante desparpajo el que corroía la prolija apariencia de su primera dama en ¡Marcianos al ataque! (1996) de Tim Burton. En Hillbilly, elegía rural debe sortear el peso de una prótesis nasal y una frondosa permanente al mismo paso que el énfasis liberal en el costado bonachón de los habitantes de la América profunda, que dividen al mundo entre buenos Terminators y malos Terminators, y dar a su Mamaw un espíritu resiliente contenido en sus silencios y su andar errático. Es el personaje que se afirma mejor en esa presencia externa que le define la película, que mejor entiende que el tono es lindante con la caricatura pero sin ceder a ella.
El fantasma de la fallida campaña por el Oscar luego de la nominación por La esposa -que terminó con la estatuilla en manos de Olivia Colman por La favorita y dejó a Close sin nada por séptima vez- vuelve a agitarse ante el horizonte de una nueva temporada de premios. ¿Será esta la definitiva? La categoría de Mejor Actriz de reparto, galardón al que podría aspirar por Hillbilly, elegía rural en este peculiar horizonte de pandemia y transmisiones virtuales, siempre resultó un buen termómetro para debutantes y premios de reparación. Su primera nominación fue por su debut en el cine en El mundo según Garp, de George Roy Hill, donde interpretaba a la joven madre de Robin Williams que era solo cuatro años menor que ella. Luego vendrían sus nominaciones por Reencuentro y por El mejor–aquella película con Robert Redford convertido en un legendario jugador de béisbol, disponible en Movistar Play y HBO Go–, hasta el salto definitivo a la categoría de Mejor Actriz, en la que desembarcó con su Alex de Atracción fatal, personaje al que convirtió en el ícono del erotismo culposo de los conservadores 80, al que sacudió de esos contornos publicitarios que le imponía la estética de Adrian Lyne, que sintetizó los miedos de una época y la verdadera dimensión de su propio talento.
Ganadora de dos premios Emmy por su interpretación en Damages, y de varios Tonys por sus estelares apariciones en Broadway, Glenn Close descubrió que la experiencia de ser actriz era mucho más liberadora que cualquier premio, una gratificación que escapaba a las campañas de prensa que siempre emprenden los estudios para vestir a sus películas de medallas, un desafío que le había exigido sortear los miedos más viscerales. "En mi adolescencia la pertenencia al culto en el que vivía con mi familia convertía cualquier deseo en algo antinatural. Y ser actriz fue parte de ese inevitable desarraigo, implicaba cortar las raíces, estar separada de todo lo que me importaba", contaba hace algunos años en una entrevista con The New Yorker, abordando uno de los temas más difíciles de su vida. "Yo quería ser un buen soldado, el grupo se había convertido en mi familia, así que fue una travesía muy dolorosa".
El camino de la actuación fue también el de la propia emancipación, encontrar sobre las tablas y en la pantalla los ecos de esa supervivencia que había experimentado en primera persona. Y todos sus personajes, ocultos bajo las vestiduras de una época que resulta carcelaria como en Albert Nobbs (2011), o en las coordenadas del absurdo de una invasión extraterrestre como en ¡Marcianos al ataque!, o simplemente en el fondo del encuadre diseñado por la impostura de un falso escritor como en La esposa, siempre se arriesgan a conquistar la escena. Asoman portando ese deseo que a veces resulta impropio, ese atrevimiento que rasga todo conformismo, marcan el paso con inteligencia y dedicación. Que finalmente ese camino de gracia y persistencia tenga el merecido reconocimiento.
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