Star Wars le dio a George Lucas el éxito, pero también lo llevó a vivir su peor pesadilla
George Lucas es una particularidad dentro de Hollywood. El creador de Star Wars tuvo con la industria una relación de amor y odio. Obsesionado por querer convertirse en un autor respetado como muchos de sus compañeros de generación como Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, Lucas creó una pieza muy preciada para la industria, pero su éxito también fue parte de su pesadilla. En este 4 de mayo, fecha en que se celebra el "Star Wars Day" , repasamos quién es el creador de ese universo.
Una promesa que definió su futuro
Como muchos adolescentes, Lucas encontraba más intereses afuera de la escuela que dentro de ella. El joven nacido en 1944 en California era un apasionado de los autos. Para su padre, un comerciante dueño de su propio local, era un pacto tácito que su hijo comience a trabajar allí al cumplir los 18 años, pero el futuro director tenía planes muy distintos. Él era un enamorado del cine de aventuras y los viejos seriales, pasiones que iban a moldear su obra. En sus años de juventud era una aspiradora de cultura pop y su amor por los autos se traducía en una soñada carrera como piloto, hasta que un grave accidente le quitó esa idea de la cabeza. A partir de allí decidió perseguir una vida como cineasta. Esta decisión lo llevó a un duro enfrentamiento con su padre y a una promesa: convertirse en millonario antes de cumplir los treinta. Nadie le creyó en ese momento, pero Lucas pronto iba a cumplir esa meta.
Francis Ford Coppola: el padrino
Los setenta fueron una década atípica para Hollywood, en la cual los directores consiguieron un poder inusitado. El éxito de El padrino marcó el camino y logró una rara alquimia: unir la realización artística con una abultada taquilla. Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Michael Cimino y Hal Ashby, entre otros, eran voces destinadas a revitalizar la industria. En los albores de ese período, Lucas recibió una beca de Warner (1967) que le permite asistir a Coppola en una de sus primeras obras, Finian´s Rainbow. Ambos congenian inmediatamente y Lucas, de personalidad introvertida y poco amigo de la salidas nocturnas, encuentra en Coppola un padrino artístico con el que se complementa a la perfección. "Mi vida es una especie de reacción contra la de Francis, soy su antítesis", dijo George en más de una oportunidad. Sin embargo, Coppola pulió el desorganizado, pero indudable talento de su amigo.
De ahí en más Lucas colaboró en distintos films hasta que en 1969 concretó la posibilidad de dirigir su ópera prima. Basada en un cortometraje que había realizado en 1967, el proyecto THX 1138 era una fábula de ciencia ficción sobre un futuro distópico. Warner solventó el film basándose principalmente en la buena publicidad que Coppola le hacía a su amigo. El realizador terminó su pieza en poco más de un mes con un presupuesto muy chico y en 1970 se la exhibió a los jefes de Warner. A los ejecutivos no les gustó en absoluto el tono frío de la obra, la distancia que el director tomaba con respecto a la acción y la obsesión por sobreanalizar a sus propios personajes como si todo transcurriera en una pecera.
Por su parte, Lucas despreciaba a esos ejecutivos de traje que sin haber agarrado una cámara en sus vidas, le aseguraban que THX 1138 era un fiasco. Un año después, el cineasta tuvo que vivir otra cachetada a su orgullo: su película fue rápidamente levantada de cartel, luego de su estreno.
Un cine fríamente calculado
Superado el mal trago de THX, Coppola le aconsejó preparar un relato que conectara de manera más directa con el público, un ejercicio que a él le parecía una tontería. En una entrevista para el libro Moteros tranquilos, toros salvajes (Editorial Anagrama, 2004) de Peter Biskind, la montajista Marcia Lucas recuerda así lo que su marido opinaba de esas historias que buscaban empatizar con los espectadores: "Él siempre decía: implicar al público emocionalmente es fácil. Cualquiera puede hacerlo con los ojos vendados, busca un gatito y que un tipo lo estrangule". En este punto de su carrera es llamativo que Lucas comprendiera el cine como una fórmula matemática y su soberbia le hiciera pensar que nada era más fácil que llevar a la gente de las narices y manipular sus emociones, pero algo de razón tenía...
American Graffiti mostraba un grupo de chicos y su amor por los autos. Era una historia coral y sin un conflicto más sólido que el de unos adolescentes asomándose nerviosos a una inminente adultez. La trama nucleaba el amor por las carreras, las responsabilidades indeseadas y la inconsciencia propia de la edad, y así Lucas le escribía una carta de amor a su juventud. En 1973 hubo una proyección de testeo y el público aplaudió de pie, pero inexplicablemente los ejecutivos consideraban que el largometraje era un desastre y lo presionaron para hacer numerosas modificaciones. El director estaba perdido, tenía una pieza redonda que conectaba con el público, pero no parecía ser suficiente. Coppola una vez más salió en su defensa y le plantó cara a los ejecutivos asegurando que American Graffiti no iba a ser modificado bajo ningún punto de vista. Eventualmente la taquilla habló por sí misma, y la pieza se convirtió en un éxito, la crítica también la elogió y hasta consiguió ser nominada a los Oscar de 1974 en los rubros mejor película, director y guion. Con su segundo film, Lucas logró ganar un lugar de prestigio en la industria del cine.
El hombre que quiso ser rey
"American Graffiti era para adolescentes de 16 años, Star Wars es para chicos de diez y doce años que han perdido algo más importante que los adolescentes. Vi que los niños no tenían ninguna fantasía como las que teníamos nosotros. Hoy no tienen películas del Oeste, ni de piratas ni de aventuras como las de Errol Flynn y John Wayne (...) Quería hacer un film que introdujera algo así como una moral básica. Nadie se acuerda de decirle a los niños: 'Miren, esto es bueno y esto es malo'". Así explicaba cuáles eran sus objetivos con Star Wars, su ambiciosa película de ciencia ficción. En 1972, poco después del estreno de American Graffiti, el director comenzaba a garabatear algunos conceptos de su nueva obra: la presencia de una fuerza vital, la historia de un veterano Jedi llamado Mace Windu y su relación con un joven estudiante. Mucho se escribió sobre el difícil paso a paso en la construcción de esa primera parte de la saga, por ese motivo es importante comprender la huella que dejó en la vida de Lucas y su relación con la industria. El enorme estrés, los dolores que atravesó durante el rodaje y las luchas con los inversionistas lo llevaron a concluir que a pesar del éxito sin precedentes de su film, ya no quería dirigir más.
Mientras sus finanzas ascendían meteóricamente, muchos de sus compañeros de ruta consideraban que Lucas les había jugado una mala pasada. Éxitos autorales y de taquilla como El padrino, Harold y Maude, Contacto en Francia o La última película de golpe parecían una apuesta demasiado arriesgada para Hollywood. William Friedkin, autor de El exorcista y de la mencionada Contacto en Francia, fue lapidario en una entrevista: "Star Wars barrió con todo. Lo que ocurrió con ese largometraje se parece a lo que hicieron las cadenas de comidas rápidas cuando se consolidaron: la gente se olvidó del sabor de la buena comida". Y en esa encrucijada estaba el padre de la saga, que aún convivía con la sombra de no ser considerado un director dueño de una visión personal.
Refugiado en su mundo
Con los millones de dólares obtenidos por Star Wars, construyó el Skywalker Ranch, un centro audiovisual en el que pretendía nuclear proyectos independientes que no quisieran contaminarse de Hollywood. Mientras tanto, El imperio contrataca en 1980 y El retorno del Jedi en 1983, secuelas de su saga, le valieron unas ganancias fabulosas que se multiplicaron con la venta de merchandising.
A comienzos de los ochenta se divorció de Marcia, su esposa y también su montajista. Ella era su gran aliada, pero su obsesión con el trabajo y su capacidad de alienarse con sus proyectos levantaron un muro que la pareja no pudo sortear. "Yo me daba cuenta que podíamos pagar las facturas y que trabajábamos ocho días a la semana, veinticinco horas al día. Pero lo que quería era detenerme a oler las flores. Quería un poco de alegría en mi vida. George no, él estaba emocionalmente bloqueado, era incapaz de compartir sentimientos. Quería seguir por el camino del adicto al trabajo. Ser el constructor de imperios y yo no me veía viviendo así el resto de mi vida", contó ella sobre las razones del fracaso de su matrimonio.
Abocado a su carrera, se unió a Steven Spielberg para la saga Indiana Jones, otro éxito descomunal en el que ofició de productor y guionista. Y siguiendo esa idea, comenzó a involucrarse con otros proyectos desde un rol de productor asociado que le permitía escapar a las presiones diarias. Pero Indiana Jones fue una excepción más que una norma, Lucas tuvo una seguidilla de fracasos comerciales que incluyeron dos películas de los Ewoks (los símil osos pandas de El retorno del Jedi), un largometraje de Howard el pato (basada en un personaje de Marvel), Willow, Tucker: un hombre y su sueño,y Laberinto (que a pesar de ser recordada con cariño no fue precisamente un éxito de taquilla). En el saldo a favor, sí logró un importante triunfo como productor de El corcel negro.
Los ochenta y buena parte de los noventa fueron muy grises para el director. Los medios señalaban que estaba recluido en el Skywalker Ranch. Él había logrado la independencia económica y podía hacer las películas que quisiera, pero ya no tenía ganas. A pesar de su éxito, paulatinamente se convirtió en alguien que miraba con amargura a la industria. Marcia reflexionó sobre esa etapa de forma muy precisa: "George hubiera seguido siendo un cineasta experimental sino hubiera sido porque American Graffiti lo llevó a Star Wars". A pesar de regalarle a la cultura popular uno de sus tesoros más preciados, para Lucas esta saga fue como su gran derrota moral.
Su última trilogía y la venta de su universo
"Me llevó mucho tiempo resignarme a Star Wars, pero finalmente lo conseguí y voy a volver a ese largometraje. Star Wars es mi destino", de esa forma confesaba en el libro Moteros tranquilos... su difícil regreso a la saga. Es que ese universo lo abrazaba cuando nadie más lo hacía, esa era su zona de confort, en la que una legión de anónimos fans lo aguardaban mientras su vida profesional era un completo caos. Así fue como empezó a perfeccionar su obra magna hasta el hartazgo, incorporando por computadora más naves y mil (d)efectos especiales que pronto fueron motivo de debate al considerarse que la magia artesanal se perdía entre tanto chiche digital.
En 1999 llegó a los cines Episodio I: la amenaza fantasma, primera parte de una nueva trilogía que contaba los orígenes de Anakin Skywalker, el joven Jedi destinado a convertirse en Darth Vader. Inesperadamente Lucas se puso en la silla del director para esa nueva trilogía que no tuvo el impacto esperado por fuera de los circuitos de fans. Finalizada esa etapa, y sin hacer demasiado ruido en los medios, el cineasta se retiró.
En 2012 anunció que abandonaba la producción de tanques cinematográficos para abocarse a proyectos independientes, un comunicado que sonó a deja vú teniendo en cuenta que en los ochenta tuvo una idea similar. Ese mismo año se informó la compra de Disney de la franquicia Star Wars por más de cuatro mil millones de dólares, un plan que luego continuó con el estreno de una nueva trilogía que finalizará este año, dos spin off, y dos inminentes series televisivas.
Que el realizador vendiera a su hijo pródigo fue quizá su último paso profesional. George Lucas se deshizo de su gran creación, pero también de un calabozo personal del que jamás supo salir. Sus inicios, que mostraban a un director obsesionado con las posibilidades formales del cine, viró hacia un lado mucho más clásico con héroes nobles y villanos en busca de redención. Y en el crepúsculo de su carrera , Lucas puede decir que cumplió esa vieja promesa que le realizó a su padre de ser millonario a los treinta. Pero el cumplir con su palabra lo llevó a ceder parte de su identidad cinematográfica.
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