La noche que luché contra Dios muestra el impacto del atentado a la AMIA a través de un relato confuso
El film de Rodrigo Fernández Engler cuenta con una comprometida actuación de Tomás Kirzner, pero su pretenciosidad le resta fuerza a la historia
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La noche que luché contra Dios (Argentina/2024). Dirección y guion: Rodrigo Fernández Engler. Fotografía: Diego Arroyo. Edición: Martín Sappia. Música: Ezequiel Bauza y David Majul Akiki. Elenco: Tomás Kirzner, Luciano Cáceres, Carolina Kopelioff. Distribuidora: Batata Films. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: regular.
Las primeras secuencias de La noche que luché contra Dios, el largometraje escrito y dirigido por Rodrigo Fernández Engler, están hermanadas por una sensibilidad insoslayable. Benjamín Sheinberg (Tomás Kirzner, en un trabajo más que interesante) dialoga con su máximo referente, su abuelo, acerca de su voluntad de ponerse al servicio del otro. La conversación es retratada con cierto intimismo, con una puesta en escena austera que contribuye a remarcar el poder de las palabras, una de las grandes temáticas de una película que también reivindica la historia como herramienta para navegar un presente en el que todavía resuenan tragedias que se repiten bajo otros nombres y de otras formas.
En cierto modo, el personaje de Benjamín representa a quienes hacen un esfuerzo mancomunado para salvar vidas, esfuerzo que muchas veces se ve doblegado por el peso de la culpa, por sentir que nunca es suficiente. Para graficar ese camino del héroe que emprende el joven, Fernández Engler elige como marco histórico el 18 de julio de 1994, día del atentado al edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), y lo hace desde un abordaje macro (se muestran las consecuencias la explosión de la bomba con un abrumador realismo) y desde lo micro, con Benjamín como figura representativa de quienes se vieron transformado por el hecho. El largometraje encuentra su rumbo cuando el personaje central, quien comienza a trabajar como médico residente en el Hospital de Clínicas el mismo día del atentado, es testigo del sufrimiento, de las pérdidas, situación que lo empuja a bucear en su identidad, con la partida de su abuelo como el factor determinante para emprender el derrotero.
Como consecuencia, el protagonista emprende un viaje a Israel en el que cobra una fuerte relevancia Rubén, amigo de su abuelo, otra de las voces del film en pronunciarse de manera alegórica. Así cómo Benjamín nos remite al personal de salud que sufrió una metamorfosis luego del atentado, Rubén se convierte en un guía, un hombre dispuesto a ratificar el rol clave que cumple el conocimiento del pasado y esos momentos significativos que parecen destinados a repetirse. En ese tramo del film, el relato se empantana y le resta fuerza al registro de esa búsqueda de Benjamín, con una apuesta arriesgada que no funciona del todo, ese viaje a la historia de Israel que es retratado con una solemnidad y falta de ritmo que contrarresta una premisa prometedora. Ese acercamiento a lo didáctico termina resultando un arma de doble filo cuando la sobreexplicación le gana la pulseada a fotogramas que hablan por sí solos, que no requieren de diálogos ampulosos.
Por lo tanto, cuando el film vuelve al tono de su primera parte, queda en evidencia que su fuerte siempre fue la transformación de Benjamín y quienes lo acompañaron en su proceso de autodescubrimiento, uno signado por la imperante necesidad de hallar la verdad en medio de la tragedia. Cuando La noche que luché contra Dios pone el foco en ese anhelo y en la reivindicación del personal de salud, lo hace con una simpleza que, lamentablemente, no logra mantenerse a lo largo del metraje.
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