La noche de los muertos vivos: el terror en la era de Vietnam y el trágico final de un héroe afroamericano
En 1968 Hollywood cambió para siempre gracias a un pequeño film de Pittsburgh. La ópera prima de un joven director de publicidad sorprendió no solo por su elevado nivel de violencia, sino también por sus impensadas lecturas políticas. George Romero estrenó La noche de los muertos vivos y creó una serie de reglas para las sagas de zombies que aún hoy son totalmente vigentes. Pero en el camino a su obra maestra, él y su equipo debieron tolerar la conservadora mirada de la época, y demostraron que la falta de presupuesto se reemplaza con un talento que se anima a destruir los límites de lo permitido.
El padre de los no muertos
Desde su preadolescencia, George A. Romero sabía que lo suyo era el cine. En su juventud en el Bronx, en 1954 y con solo catorce años, fue arrestado cuando arrojó un maniquí prendido fuego desde el techo de un edificio. No se trataba de una travesura, sino de su primera película: The Man from the Meteor. Desde ese momento, el proyecto de cineasta entendió que filmación y vandalismo no siempre estarían muy alejados. Años más tarde comenzó a estudiar cine y trabajó para nombres de la talla de Alfred Hitchcock, pero las súper producciones parecían no ser su destino. Instalado en Pittsburgh, se asoció con un grupo de colegas y montó una agencia de publicidad que luego de un trabajo para el planetario local, no tardó en ganarse una importante cartera de clientes. Pero en 1967 y junto a su compañero y socio, el guionista John Russo, tomaron una decisión que podía ser un salto al vacío: autogestionar la producción de un largometraje.
La certeza que tenían era que la historia debía ser de terror. Ese género era uno de los más rentables en la época, pero el color era un lujo que no podían permitirse, y por cuestiones de presupuesto se conformaron con el blanco y negro. Según confesó el director en varias oportunidades, su objetivo era el de "saciar la sed del público por lo marginal". Con esa idea en mente recordó una de sus novelas favoritas: "Tenía escrita una historia corta que básicamente era un robo de Soy leyenda, de Richard Matheson". El clásico texto vampírico fue el gatillo que le permitió gestar la idea sobre un grupo humano atrincherado en una vieja casa, resistiendo el feroz ataque de peligrosas criaturas.
Borradores y versiones muy distintas
El realizador combinó Soy leyenda con distintos placeres de su cinefilia, entre los que se destacaron White Zombie, de 1932, y Revolt of the Zombies, de 1936. La figura del no muerto lo apasionaba y le parecía que podía ser lo suficientemente grotesca como para causar el shock que tanto buscaba. Hasta ese momento, los zombies eran criaturas menos salvajes, pero bajo su mirada eso iba a cambiar drásticamente. La decisión de convertirlos en caníbales tuvo que ver con analizar qué era lo más repugnante que podían hacer dichas criaturas, y Romero sabía que el panorama estaba listo para dar un paso más en términos de violencia gráfica. El terror en los sesenta se encontraba en un período de transición. Muy lejos habían quedado los elegantes monstruos clásicos de Universal, y la irrupción de Blood Feast, el clásico gore de Hershell Gordon Lewis, había elevado brutalmente los límites de lo permitido. De ese modo, el cineasta le dio rienda suelta a su creatividad macabra, y montó un espectáculo verdaderamente sangriento que tendría consecuencias en el público.
En los primeros borradores del guión, la trama giraba alrededor de unos alienígenas adolescentes que llegaban a la Tierra para divertirse junto a un grupo de jóvenes humanos. Esa idea rápidamente fue descartada, y una segunda versión presentaba a un muchacho que luego de huir de su casa, descubría la granja de unos extraterrestres que sembraban cadáveres humanos. A sabiendas de que esas ideas podían ser muy costosas, se quedó con la idea de los cadáveres y debatiendo ese concepto con John Russo, ambos concluyeron que la amenaza ideal eran esos seres caníbales que, irónicamente, no serían llamados zombies, sino ghouls. En pocas semanas, y mientras Romero dirigía algunos comerciales para su agencia, Russo terminó el guión de La noche de Anubis, título que hacía referencia al dios egipcio de los muertos.
Una filmación de barricada
Con un muy modesto presupuesto de 114 mil dólares, el 7 de julio de 1967 comenzó el rodaje de The Night of the Flesh Eaters, segundo nombre tentativo del proyecto. La trama giraba alrededor de unos humanos que se refugiaba en una cabaña de una invasión de no muertos. Ellos debían sobrevivir a lo largo de una noche, ideando formas de escapar e intentando matar a seres que parecían invulnerables. La acción comienza en un cementerio, allí se encuentra Barbra (Judith O´Dea) junto a su hermano, y ambos son atacados por unos hombres fuera de sí. Ella logra salvarse y huye hasta un caserón en el que luego conoce a Ben (Duane Jones), un afroamericano de temperamento muy medido que organiza una estrategia de defensa. Eventualmente más personas se unen y entre todos comienzan a idear un plan de escape, pero una gigantesca horda de zombies estropea la misión. Sobre el final todos mueren a excepción de Ben, que se encierra en el sótano. Pero a la mañana siguiente, es asesinado por error cuando un grupo de cazadores lo confunden con un zombie.
Para los truculentos efectos, y aprovechando el blanco y negro, utilizaron chocolate líquido para la sangre, y fetas de jamón para simular la piel deshecha de los zombies
La filmación se prolongó a lo largo de treinta jornadas, y transcurrió principalmente en un viejo caserón que como iba a ser demolido, al propietario le era indistinto qué hicieran allí dentro, por lo que el equipo pudo destrozarlo a gusto. Para los truculentos efectos, y aprovechando el blanco y negro, utilizaron chocolate líquido para la sangre, y fetas de jamón para simular la piel deshecha de los zombies. Pero uno de los principales desafíos fue cómo mostrar a esos monstruos. Hasta el momento ningún film había representado a los zombies como lo hizo La noche de los muertos vivos. El actor Bill Heinzman, que interpretó al primer ghoul que aparece en pantalla, fue el responsable de crear ese típico andar cansino que tendrían para siempre esas criaturas. Sin Heinzman, hoy los zombies se moverían de forma totalmente distinta.
Su estética y el modo en que se filmó, con un equipo reducido, diálogos improvisados, rabiosos movimientos de cámara y un montaje vertiginoso, tenía mucho que ver con un cine de guerrilla tipo documental. Con la película terminada, el resultado impactó al equipo artístico. En una entrevista para Cinefantastique, Russo comentó: "Cuando vimos por primera vez una versión casi definitiva, fue un golpe a nuestros ojos. Uno de los actores saltó y dijo ¡Dios mío, lo hicimos! En ese momento supimos que teníamos un buen film de terror. Todos sentimos eso. Y sabíamos que tenía potencial para hacer ruido, al menos, entre los aficionados al género".
La tragedia de Ben
En el incomprobable catálogo de datos cinematográficos oficiales (que muchas veces no suelen ser ciertos), La noche de los muertos vivos ostenta con ser el primer largometraje estadounidense protagonizado por un afroamericano. El guión original no daba cuenta de la raza de su protagonista, y mostraba a Ben como "un rudo camionero que pretendía regresar a su hogar para reencontrarse con sus hijos". Pero todo cambió cuando se presentó en el casting Duane Jones. En una entrevista para Associated Press, el guionista destacó: "Esta debe ser una de las pocas películas protagonizadas por un afroamericano que no tiene que comportarse según ningún cliché. Duane sospechaba que íbamos a transformarlo en una especie de tío Tom o algo por el estilo. Y no fue hasta pasada la mitad del rodaje que realmente se convenció que él simplemente era el héroe de la historia".
Sobre la elección de ese actor, Romero confesó en una nota con Filmmakers Newsletter: "No habíamos planteado el personaje como un afroamericano. Pero Duane llegó y simplemente tenía el aspecto correcto, y su lectura de guión fue tan buena que lo elegimos". Pero los cambios que sí debieron llevar adelante tuvieron que ver, de hecho, con su estilo. Como se mencionó, Ben originalmente era un camionero de malos modales, pero el intérprete propuso cambiar los diálogos y el equipo estuvo de acuerdo con darle un enfoque más refinado. Sobre eso, el actor Karl Hardman recuerda: "El propio Duane se encargó de sofisticar sus líneas para mostrar lo que consideraba que su héroe debía reflejar".
El zombie como lectura social
Por su desencantada visión de la humanidad, por su héroe atípico y su final amargo, la película fue sometida a todo tipo de interpretaciones políticas, y el propio Romero en distintas entrevistas se mantuvo ambiguo al respecto. Por ejemplo, el crítico Elliot Stein de The Village Voice entendió que ahí había una denuncia contra la guerra de Viet Nam, y que los zombies representaban a la denominada "mayoría silenciosa", a esa presunta masa pasiva que según Nixon apoyaba al conflicto armado. Por otra parte, los críticos coincidían en que el horror de la historia radicaba en que la amenaza no eran monstruos surrealistas o invasores alienígenas, sino simples humanos consumidos por un apetito caníbal incontrolable. Otra lectura muy común comprendía que los zombies eran los caídos en Viet Nam que volvían a su país para destruirlo (una trama que, casualmente, el director Joe Dante utilizó para su film televisivo Homecoming en 2005).
El asesinato en los sesenta de Martin Luther King y Malcolm X, figuras clave en la lucha por los derechos del pueblo afroamericano, también fueron vinculadas al trágico desenlace del protagonista. De hecho existió la posibilidad de cambiar esa escena. Cuando la distribuidora American International Pictures aceptó lanzar el film pero con la sola condición de que Ben sobreviviera, el actor insistió en no aceptar bajo ningún punto de vista esa imposición. Romero coincidió con esa postura, y el negocio quedó trunco.
Sobre las posibles lecturas políticas de la historia, Romero expresó en una entrevista con Vanity Fair: "Para mí, los zombies siempre fueron zombies. Cuando estrené la película, fue analizada y recontra analizada de forma desproporcionada. Jamás los pensé como referencia a la Estados Unidos de Nixon ni nada parecido. Mis historias tratan sobre humanos y qué pasa cuando ante una circunstancia ellos reaccionan bien, reaccionan mal o lo hacen de manera idiota. Yo nos apunto con el dedo a nosotros, y no a los zombies". Teniendo en cuenta la obra posterior del director, y especialmente la brillante secuela de la saga, El amanecer de los muertos vivos, es claro que el de los ghouls sí es un vehículo político, y que a través de ese género pudo volcar su feroz crítica hacia un sistema que según él, solo sirve para enajenar a los seres humanos.
Un éxito absoluto, pero también una polémica inevitable
La noche de los muertos vivos se estrenó en 1968, y para finales de ese año era uno de los títulos más importantes de la época. En el circuito de los cines de culto había obtenido una fiel legión de fans, mientras que fue el último título exitoso de la época dorada de los auto cines. En su primer fin de semana recaudó 75 mil dólares, más de la mitad de su inversión, un número extraordinario para un largometraje producido a espaldas de los grandes estudios. Las revistas Cahiers Du Cinema y Sight and Sound publicaron textos laudatorios, y el periodismo especializado consideró que estaba frente a un destacable salto cualitativo para el género. Pero la enorme afluencia de público, derivó en una esperable polémica.
En 1968 el sistema de calificaciones por edad aún no estaba muy pulido, y eso derivó en que muchos niños acostumbrados a inocentes fábulas de terror, fueran desprevenidos a verla pensando que era una película más. No lo era. El film presentaba escenas de violencia poco habituales para la época, y varios periodistas señalaron que se sobrepasaban los límites de lo permitido (incluso hubo voces que la compararon con la pornografía). Pero el artículo que lo elevó a categoría de leyenda fue escrito por Roger Ebert para el Chicago Sun Times. Allí, el popular crítico contó cómo fue la función a la que asistió: "Los niños entraron en shock. Había casi un silencio absoluto. La película había dejado de ser divertidamente de miedo para convertirse en una pieza inesperadamente aterradora. Una niña de nueve años sentada cerca mío, no dejaba de llorar. Es difícil recordar qué tipo de efecto te causa una obra cuando la ves a los seis o siete años. A esa edad, los chicos se toman lo que ven en pantalla muy en serio, y se identifican fuertemente con el héroe. Y cuando ese héroe es asesinado, se trata de un final trágico. Nadie salía vivo de eso. Era así, no había vuelta que darle".
La crítica de Ebert fue republicada a lo largo y ancho del país, y Romero la veía como una bienvenida publicidad. En Cinefantastique, el director opinó: "Ese tipo de cosas jamás hacen daño. Los que escriben con intención de dañar pierden contra ellos mismos porque todo lo que logran es generar curiosidad. Puede que algunos padres frente a ese artículo no quieran ver el film junto a sus hijos, lo cual es comprensible. Pero la película nació con la controversia desde un primer momento". Dos años más tarde, el largometraje llevaba recaudados más de un millón de dólares. Romero había logrado un negocio redondo.
A cincuenta años de su estreno, La noche de los muertos vivos es un clásico ineludible no solo para cualquier amante del terror, sino para cualquier aficionado al buen cine. Su estructura y la cuidada construcción de sus climas y personajes hicieron escuela, y al día de hoy ese modelo es tomado en cuenta para cualquier fábula zombie que aspire a un piso mínimo de calidad. Y para lograr su obra maestra, un joven director puso el cuerpo y aunque en la superficie presentó ingredientes de gran violencia, en su interior desarrolló un relato tan elemental como el de la desesperación del ser humano frente a la posibilidad de extinguirse como especie.
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