La muerte de Pepe Soriano: siete películas esenciales de un actor indispensable
El artista, que falleció este miércoles a los 93 años, dejó un enorme legado, con interpretaciones en largometrajes clave para el cine nacional, desde La Patagonia rebelde y La Nona hasta Una sombra ya pronto serás
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“Este país, además de tener una economía que vaya mejor o peor, tiene gente que escribe, que piensa, una cultura que es ejemplar en América”, le manifestaba Pepe Soriano a LA NACIÓN en 2018, en una entrevista concedida a este medio en la que ponía la lupa, como siempre solía hacerlo, en ese capital cultural argentino del que tanto le enorgullecía formar parte.
En la misma charla, el actor, que falleció este miércoles a los 93 años, también destacaba el impacto que el largometraje Zama, de Lucrecia Martel, había tenido en él. “Me conmovió profundamente. Todavía no la puedo describir mucho, no alcanzo a saber qué me provocó”, expresaba el actor que debutó en cine en 1955 con Adiós muchachos de Armando Bó, y que fue consolidando una filmografía variada, indispensable, con extraordinarios autores detrás con los que forjó colaboraciones memorables.
Una de esas primeras grandes fusiones se produjo en 1970, cuando colaboró con el relizador oriundo de Zárate, Raúl de la Torre, en Juan Lamaglia y Sra., escrita por el director junto a Héctor Rossi. En el film, Soriano interpretaba al Juan del título, un hombre de negocios que mantiene una relación extramatrimonial. Su personificación de ese “hombre común” preso de sus circunstancias le valió el premio Cóndor de Plata. La ópera prima de De la Torre se llevó cinco galardones, entre ellos, el de mejor película y mejor actriz, con el que fue destacada Julia von Grolman.
En 1973, Soriano ratificaba lo que ya se vislumbra como una sinergia memorable con el cineasta Héctor Olivera. El actor había formado parte de los largometrajes Psexoanálisis (1968) y Las venganzas de Beto Sánchez (1973), cuando en 1974 le llegó uno de los roles de su vida: el de Schultz, “el Alemán”, en La Patagonia rebelde, film indispensable basado en el libro Los vengadores de la Patagonia trágica, de Osvaldo Bayer, sobre los trágicos acontecimientos de 1921 ligados a la lucha de los obreros de la Patagonia y su posterior fusilamiento por parte del Ejército. La película tardó en aprobarse y en exhibirse, y finalmente tuvo su estreno tras la firma de Juan Domingo Perón, quien autorizó su proyección. El rodaje también fue arduo, al igual que lo que sucedió tras el estreno, una época signada por el exilio para integrantes de la producción.
“Mantuvimos una reunión con el ministro de Defensa, Dr. Ángel Federico Robledo, un funcionario muy respetable que nos echó un balde de agua fría”, le contó Olivera a LA NACIÓN, en el marco de un nuevo aniversario del film, estrenado originalmente el 13 de junio de 1974.
“Cuando le dijimos que habíamos producido el film con el apoyo del INC, un organismo nacional, comentó: ‘El Estado a veces se equivoca’. Salimos muy preocupados de la reunión e iniciamos una campaña que incluía exhibiciones para la prensa y el gremio cinematográfico. También organizamos una proyección para diputados y senadores de la Nación en el cine Callao, a media cuadra del Congreso. Finalizado el acto, estábamos con Osvaldo [Bayer, autor del libro original y colaborador del rodaje] y los tres socios de Aries en el hall del cine esperando comentarios favorables y promesas de apoyo. Pero los legisladores se fueron rápido sin mirarnos. Pasaban las semanas y la película seguía sin ser autorizada”, recordó el cineasta.
Soriano fue una pieza clave del engranaje del extraordinario y controvertido film, que contaba en sus filas con Luis Brandoni, Héctor Alterio, y Federico Luppi. Olivera recordó cómo, en ese momento, “nuestra película lograba el Oso de Plata en el Festival de Berlín, en tanto que no se podía ver en la Argentina... La verdad es que La Patagonia rebelde nunca fue prohibida a nivel oficial, pero ya en pleno funcionamiento de las tres A, todos quienes habían intervenido en ella integraron las nefastas ‘listas negras’ que los dejaban sin trabajo y los ponían camino del exilio”, remarcó el realizador, quien también habló sobre las “numerosas penurias” que transitó el equipo. “Hubo amenazas de muerte, conversaciones con prominentes figuras gubernamentales, temores y un variadísimo anecdotario que cabría en un libro. Diez años después, y ya con Alfonsín en el gobierno, la película fue reestrenada”.
"Durante el período militar, la metacomunicación era inevitable porque había dos posibilidades: o ser aliado o ser cercenado -evocaba el actor en diálogo con este medio-. Esto se notó mucho en la cultura del país, en las artes (...) Machacar sobre la creatividad artística creó mucho miedo y angustia"
Pepe Soriano
En 1979, Olivera convocó nuevamente a Soriano para su tragicomedia, La nona, coprotagonizada por Juan Carlos Altavista, Eva Franco, Guillermo Battaglia y Nya Quesada, y coescrita por Olivera junto a Roberto Cossa, autor de la obra de teatro homónima. El actor daba vida a esa abuela que parece indiferente a la crisis económica que atravesaba su familia; la película, otro clásico del cine argentino cortesía de Olivera, muestra una faceta completamente diferente del actor, especialmente al contraponerla con La Patagonia rebelde.
“Esta viejita es metafórica y pasa por diversos temperamentos. Se inserta como una traslación que hace Cossa: come desaforadamente y termina por destruir a una familia. Y esto generó desde su origen expectativas intrigantes. Esas dudas no cambiaron. ¿Qué quiso decir el autor? ¿Habla de deudas impositivas? ¿De la muerte?”, se preguntaba Soriano en diálogo con LA NACIÓN. Luego, respondía su interrogante: “Habla definitivamente de la muerte, sí. No hay ninguna interpretación subyacente”, amplió el actor, quien también se subió a las tablas para encarnar a ese personaje del que destacó su indiscutible vigencia. “Los de 40 para arriba se van a identificar. El personaje es fiel con los orígenes de cada uno; podrán decir ‘me acuerdo de mi casa’. Además, la obra está muy bien construida, a partir de un texto tan chico y totalmente cotidiano. Es para reírse mucho hasta poco más de la mitad. Pero además de un entretenimiento, es un elemento de pensamiento. Y es un clásico en el teatro argentino”.
Antes del éxito de La nona, más precisamente en 1974, Soriano trabajó codo a codo en Los gauchos judíos con otro realizador que se desprende de su filmografía como uno de sus grandes compañeros creativos, Juan José Jusid. Con Jusid luego volvería a colaborar en No toquen a la nena, en 1976, film que tenía como asistente de dirección al memorable Adolfo Aristarain, con quien casualmente Soriano trabajaría décadas más tarde, en 2002, en una de las mejores películas del cineasta: Lugares comunes.
Antes de esa pequeña intervención, Soriano comandó otro largometraje de Jusid, Asesinato en el Senado de la Nación, estrenado en 1984, con interpretaciones de Miguel Ángel Solá, Oscar Martínez, Arturo Bonín y Rita Cortese. En la producción histórica, que retrataba los sucesos de la denominada “Década infame”, Soriano personificaba al dirigente político y escritor Lisandro de la Torre, en una actuación tan indeleble como la que brindó en Una sombra ya pronto serás, otro gran film de Olivera que le valió su segundo Cóndor de Plata como mejor actor de reparto.
En 1998, recibía el premio a la trayectoria y luego cosechaba otras candidaturas por El último tren, de Diego Arsuaga, y por A través de sus ojos, de Rodrigo Fürth. En 2011, formó parte de la comedia romántica Mi primera boda, de Ariel Winograd, además de haberse destacado en el cine español gracias al reconocimiento recibido por Espérame en el cielo, la película de 1988 de Antonio Mercero en la que interpretaba al doble del dictador Francisco Franco, personificación que le valió una nominación al Goya.
El recorrido de Soriano como actor es, también, un recorrido por la historia del cine argentino, su evolución, los escollos en el camino, la injerencia de lo político, y el modo en que el arte siempre logra ponerse de pie. “Durante el período militar, la metacomunicación era inevitable porque había dos posibilidades: o ser aliado o ser cercenado -evocaba el actor en diálogo con este medio-. Esto se notó mucho en la cultura del país, en las artes (...). Machacar sobre la creatividad artística creó mucho miedo y angustia”, reflexionaba el artista que dejó una huella imborrable a través de sus decisiones como actor, tan pensadas, tan cuidadas, tan al servicio de una narrativa perenne.
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