A más de tres décadas de su estreno, La mosca es una de las películas más perturbadoras de los años 80: sus 96 minutos hilvanan una experiencia incómoda, alarmante, que permanece en los espectadores como el malestar que deja una pesadilla. El film amalgama la fascinación del realizador David Cronenberg con las mutaciones físicas del horror corporal y las mutaciones estéticas del arte de vanguardia (aunque éstas últimas están aquí más sosegadas que en otros films como Almuerzo desnudo o su obra maestra, Pacto de amor) sin hacer concesiones y, a la vez, de un modo que resultó cautivante para el público. La mosca es la película más exitosa de Cronenberg, al punto de que recaudó más dinero en la taquilla global que la suma de todos sus films previos.
Por una vez en el género, los elaborados y grotescos efectos visuales (por lo que es especialista Chris Walas ganó un Oscar) no solo son un tour de force de la repulsión sino que están cargados de sentido: la progresiva transformación del protagonista, el desafortunado científico Seth Brundle (Jeff Goldblum), en un híbrido de humano e insecto, esa ebullición horrible de su carne, es el centro de gravedad del miedo colectivo con el que la película conecta: la degradación del cuerpo, la mutación inevitable que provoca la enfermedad y vejez. El espanto que provoca esta película reside en el mensaje que nos transmite: eventualmente, todos seremos Seth Brundle.
La historia está tomada del relato homónimo del escritor francés George Langelaan, que fue adaptado de modo más fiel en 1958 en una película de Kurt Neumann, protagonizada por Vincent Price. En ella, un científico que crea un método de teletransportación instantánea entre dos cabinas distantes se fusiona con una mosca cuando el insecto se introduce inadvertidamente en el sistema. El humano termina con la cabeza y una garra del insecto y requiere la ayuda de su esposa para encontrarlo y revertir el proceso. En el final del cuento, el insecto es aplastado por alguien que ignora su importancia. El final de aquella primera adaptación cinematográfica, en cambio, es más deudor de los "twists" impuestos por exitosos relatos televisivos como La dimensión desconocida y muestra a la mosca atrapada en una tela de araña: cuando el punto de vista de la cámara se aproxima, notamos que tiene una cabeza humana que grita "Help Me, Help Me!". Este final ingenioso e involuntariamente cómico fue incansablemente citado en la cultura popular, pero Cronenberg –con criterio– lo dejó de lado en su remake, tal como hizo con casi todo lo demás, salvo por la excusa de la teletransportación. Sin embargo, el músico británico Bryan Ferry, quien había recibido un encargo para la banda sonora del film, decidió titular "Help me!" a su composición. La canción apenas se escucha como música de fondo en un bar porque Cronenberg consideró, también acertadamente, que habría interrumpido la creciente intensidad de su película. El tema, que es una balada al modo de los éxitos de los 80 de Ferry como "Slave to Love", permanece como una rareza inédita, salvo por un compilado, en la discografía del músico.
El proyecto de hacer una remake del film de los 50 surgió del guionista Charles Edward Pogue y del productor Stuart Cornfeld, quien trabajaba junto a Mel Brooks en su productora Brooksfilms y fue el responsable de introducir al cómico en la obra de David Lynch, a quien Brooks terminaría contratando para que dirija en 1980 el primer film de su empresa, la muy bien recibida El hombre elefante. Cornfeld evidentemente tenía buen ojo para emparejar a Brooks con realizadores talentosos e idiosicráticos, porque fue también quien sugirió a Cronenberg para este proyecto. El director, sin embargo, ya estaba comprometido para un film de la productora de Dino de Laurentiis, que acababa de tener uno de sus mayores fracasos comerciales con la adaptación cinematográfica que el propio David Lynch había hecho de Duna, la clásica novela de ciencia ficción de Frank Herbert.
Cronenberg estaba al frente de otra adaptación de otro autor hoy reverenciado de la ciencia ficción, Philip K. Dick, cuyo relato "Podemos recordarlo todo por usted" había sido convertido en un guion llamado Total Recall por los guionistas de Alien, Dan O' Bannon y Ron Shusset. Cronenberg consideraba que el relato de Dick era "infilmable" pero que tenía una premisa interesante: la posibilidad de implantar en las personas recuerdos manufacturados que, a fin de cuentas, serían indistinguibles de las experiencias realmente vividas. Desde el comienzo, Cronenberg chocó con Shusset debido a que el realizador estaba interesado en explorar las posibilidades de esa idea sobre la conciencia de los personajes y Shusset, según el director, "quería hacer Los cazadores del arca perdida en Marte".
De Laurentiis, que venía de invertir 40 millones de dólares en un fracaso, no estaba interesado en repetir esa experiencia y tendía a favorecer el punto de vista del guionista. Después de un año de trabajo en Roma, doce borradores del guión y antes de que se rodara un solo plano de la película que aquí se conocería con el título de El vengador del futuro, Cronenberg renunció al proyecto: "No podía seguir lidiando con Ron Shusset. Lo mejor de todo ese período de mi vida fue que progresé mucho en mi dominio del italiano", dijo en una de las entrevistas del libro Cronenberg por Cronenberg, editado por Chris Rodley. Cinco años más tarde, Total Recall se volvería un éxito de la mano del realizador Paul Verhoeven, con Arnold Schwarzenegger en el protagónico.
Durante ese año, Brooksfilms había estado desarrollando su proyecto de remake de La mosca junto a diversos guionistas. Cronenberg, ya liberado de sus obligaciones contractuales y en busca de un nuevo trabajo, volvió a ser parte de la ecuación. "Cuando leí el guion noté que tenía elementos que sentía tan míos que me resultaba increíble –le dijo a Chris Rodley–. Hablé con Mel y con Stuart Cornfeld y les dije que venía de tener una mala experiencia con Dino, que nos había tomado un año darnos cuenta de que queríamos hacer dos películas diferentes. No quería tener que pasar por eso de nuevo. Les expliqué mis ideas y les dije que si querían que trabajáramos juntos tenían que dejar todo en mis manos. De otro modo, no podría hacerlo. Mel me hizo una oferta fantástica y yo regresé a Toronto para hacer el film".
El elemento que más atrajo a Cronenberg del guion que había escrito Charles Pogue fue que modificaba la transformación del protagonista de un suceso instantáneo, tal como estaba en el libro o en la primera versión fílmica, a una metamorfosis gradual. En vez de intercambiar partes corporales con una mosca, el protagonista se fusiona a nivel genético y muta muy lentamente en un híbrido monstruoso. "El guion tenía detalles extraordinarios sobre la degradación del cuerpo, detalles que demostraban que Pogue había pensado la historia desde otro lado. No me gustaban los personajes, los diálogos, ni el final. En particular, yo necesitaba que mi protagonista mantuviera su capacidad de hablar, porque me interesaba el razonamiento de este hombre inteligente sobre la enfermedad que lo aquejaba. Si perdía el habla muy rápido, me dejaba sin armas como narrador", expresó el director.
Cuando su transformación avanza, en lugar de perder la voz, Brundle habla en esa lengua poética, entre clínica y enajenada, característica de muchos personajes de Cronenberg: "No puedes penetrar el miedo enfermizo y gris que la sociedad siente por la carne. Bebe o no saborees el manantial de plasma. No estoy hablando de una penetración sexual sino de ir más allá del velo de la carne ¡Una inmersión profunda y penetrante en el reservorio de plasma!", proclama, eufórico, Brundle tras empezar a descubrir los cambios en sus genes. El realizador reescribió casi completamente el guion, aunque insistió en que Pogue recibiera el crédito inicial porque consideró que jamás habría podido llegar a su versión sin la anterior.
Para los roles protagónicos, eligió a Jeff Goldblum y a Geena Davis, quienes acababan de rodar juntos la desastrosa comedia Transilvania 6-5000 y se habían vuelto una pareja en su vida personal. "Jeff tiene una presencia escénica muy excéntrica y yo quería a una mujer que pudiera igualarlo en ese aspecto y, a la vez, que fuera atractiva y divertida. Geena Davis es todo eso. Pero trabajar con una pareja tiene ventajas y desventajas. Una ventaja es que no hay incomodidad en las escenas de sexo. Rodé imágenes bastante más osadas que las que aparecen en el corte final. Jeff incluso estaba dispuesto a ir más lejos, pero en este caso, fue el productor quien pidió que se bajara el tono. Por otro lado, una desventaja fue que ambos tenían una gran familiaridad uno con otro y en la historia se acaban de conocer. Geena es una gran imitadora y se la pasaba copiando los manierismos de Jeff. Yo tenía que recordarle: "recién conoces a este hombre en la historia, ¡no puedes comportarte de ese modo con él!". Cronenberg quería a dos amantes jóvenes en lugar de un matrimonio de años para enfatizar la imposibilidad o el fracaso del amor: esta relación está condenada desde el comienzo, pero espiar el romance de dos actores con tanta química es crucial para apuntalar la simpatía del público por el protagonista.
Si bien el realizador estaba decidido a que fuera su visión de la historia la que llegara a la pantalla, no se oponía a hacer cambios. Tras testeos con audiencias, decidió alterar una secuencia onírica en la que Geena Davis da a luz a gusano, eliminar la fusión de un mono y un gato que había producido náuseas en el público y, sobre todo, suprimir un repugnante homicidio del monstruoso híbrido Brundlefly ("repugnante" no es aquí un calificativo moral: disolvía a su víctima con su saliva y la regurgitaba) porque necesitaba que el público empatizara con él la mayor parte del tiempo.
En efecto, a diferencia de casi cualquier otro film de terror, aquí el monstruo no es el antagonista sino el protagonista excluyente casi hasta el final. El horror no emana de lo que este monstruo les hace a los otros humanos: aquí se les reclama a la audiencia que se identifique con el monstruo. La película demanda a su público que tome conciencia de que lo que le sucede a Brundlefly, su grotesca degradación física y, eventualmente, moral, es un proceso que no le es ajeno.
La humanidad del personaje de Goldblum, sostenida por su excelente interpretación, y el proceso implacable y cruel de la pérdida de todo aquello que la define es lo que hace que, en 34 años, la película no haya cedido nada en su intensidad. "Nunca se trató de mostrar algo repulsivo por la repulsión misma. Siempre se trató de una repulsión conceptual", explica Cronenberg. En este aspecto, la negativa a hacer concesiones a la comodidad de la audiencia, reside su infatigable independencia. "Mainstream es un concepto subjetivo", afirma el realizador, "no tiene que ver con cuánto cueste una película, ni con cuánto recaude en la taquilla. Mainstream es saber todo lo que va a pasar a los tres minutos de película. Es una película que no va a molestar a sus espectadores, que no va a llevarlos demasiado lejos, que no va a deprimirlos. Por eso La mosca nunca podrá ser llamada una película mainstream".
La mosca
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